Los avances en el campo de la inteligencia ejecutiva nos hacen cambiar la perspectiva pedagógica sobre lo que debe primar a la hora de educar a los jóvenes
Un grupo de adolescentes en clase. (iStock)
La revista 'Nature' ha publicado un monográfico sobre “la emergente ciencia de la adolescencia”, lo que supone una demostración del interés que hay por la adolescencia. En él, hay un artículo sobre las consecuencias que tiene el consumo de alcohol en el cerebro adolescente,
que deberían leer todos los que frivolizan sobre este tema. Los adultos
no sabemos qué hacer con los adolescentes, pero no es culpa suya, sino
nuestra. Después de unos años en los que se intentaba prolongar la
adolescencia durante buena parte de la juventud, comienzan a precisarse
las cosas con más sensatez. La adolescencia termina a los 18 años, y a partir de esa edad comienza la 'emerging adultood', la adultez emergente.
Estamos olvidando que la adolescencia no es un periodo fisiológico (eso es la pubertad) sino educativo. Se ha ido ampliando para evitar que los niños entraran prematuramente en el mundo laboral. Conviene, pues, decir esto en mayúsculas: LA ADOLESCENCIA ES UNA ETAPA INVENTADA EXCLUSIVAMENTE PARA EDUCAR. Para ello, decidimos con buen juicio liberar a los niños de las 'responsabilidades laborales', y alargamos el 'rito de paso' a la edad adulta. Pero las confusiones pedagógicas que hemos sufrido, y que he descrito en 'El bosque pedagógico' (Ariel, 2017), han hecho que esa liberación de responsabilidades se extienda a todos los dominios. En esto consiste la infantilización. Por ello, hay que insistir en que la adolescencia es la edad de asumir responsabilidades, como recoge incluso el Código Civil, que considera que a los 16 años se pueden tomar decisiones laborales, sexuales y jurídicas de extraordinaria relevancia, y a los 18 se entra en la mayoría de edad.
Prolongar demasiado la adolescencia resulta conflictivo porque, simultáneamente, la adolescencia se está infantilizando, con lo que, bajo un engañoso disfraz de protección, los estamos perjudicando, y si la prolongamos más, hacemos lo mismo con la infantilización. Las investigaciones sobre el cerebro adolescente —por ejemplo, el libro 'Adolescent Brain', editado por Valerie F.Reyna— se centran en la toma de decisiones. Los lectores de esta sección saben que la función principal de la inteligencia es dirigir la conducta y que, por lo tanto, la toma de decisiones y las virtudes necesarias para llevarlas a cabo son los temas fundamentales de la educación. Todo lo demás —la información, los conocimientos, los procedimientos— está orientado a la acción. La neurología nos dice que el cerebro adolescente se rediseña por completo: aumenta la proporción de sustancia blanca, la sustancia gris sufre una nueva poda sináptica, el cerebro en su totalidad se hace más rápido y eficiente, y cambian también los sistemas motivacionales.
Por esta razón, me gusta explicar a mis alumnos adolescentes que durante la infancia habían aprendido a conducir su cerebro (que
era un ciclomotor) y de repente se encuentran al volante de un Ferrari.
Tener esa potencia es fantástico si sabes conducirla; de lo contrario,
es mortal. Por lo tanto, resulta imprescindible explicar a los
adolescentes que deben sacarse el carné de conducir de su nuevo cerebro.
La capacidad de dirigir bien el propio cerebro se denomina, desde la ética y el derecho, autonomía; desde la psicología actual, desarrollo de la inteligencia ejecutiva, y desde la psicología antigua, educación de la voluntad.
Estamos asistiendo a una poderosa 'ola de fondo' educativa, a la que apenas prestamos atención porque estamos demasiado distraídos en la efímera espuma de las rompientes de la moda. Stuart Shanker describe bien la situación: “Vivimos en medio de una revolución en la teoría y la práctica educativas. Los avances científicos en diversos campos apuntan a una misma conclusión: que el modo de comportarse de un alumno en la escuela puede depender del modo en que sepa autorregularse. Algunos investigadores creen que la autorregulación debería ser considerada como un indicador aún más importante que el cociente intelectual”.
Tenemos datos rigurosos que prueban que el desarrollo de la inteligencia ejecutiva —que sucede fundamentalmente durante la adolescencia— correlaciona con mejores resultados académicos (Diamond), mejor adaptación al mundo laboral, familiar y social (Mischel), mejor comportamiento social (Eisenberg), menor incidencia en el consumo de drogas (Sayette, Hull), menos trastornos de alimentación (Herman) y menos conductas sexuales de riesgo (Wiederman).
Me parece imprescindible dar a conocer estos avances a todos los profesionales que tratan con adolescentes, a los padres y a los mismos adolescentes. Esa es la tarea que hemos emprendido en la cátedra Inteligencia Ejecutiva y Educación, que dirijo en la Universidad Antonio de Nebrija, y en los programas educativos de la Fundación UP. Durante esta semana está abierto el plazo de inscripción del seminario 'El talento adolescente', en www.universidaddepadres.es. Lo hemos titulado así porque 'talento' es el buen uso de la inteligencia, que depende de las funciones ejecutivas. No está antes, sino después de la educación. Se consolida durante la adolescencia, como hace años mostró Benjamin Bloom con 'Developing talent in young people' .
Los adultos estamos cegando las fuentes del talento adolescente y, para mayor injusticia, después los culpamos a ellos de tal desafuero. Por eso, me arrogo el papel de ser su defensor, lo que supone cuidarlos y también exigirles más. Pero no he visto nunca echarse atrás a nadie que se sienta capaz de progresar.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
Hay que insistir en que la adolescencia es la edad de la asunción de responsabilidades, como recoge incluso el Código Civil
Estamos olvidando que la adolescencia no es un periodo fisiológico (eso es la pubertad) sino educativo. Se ha ido ampliando para evitar que los niños entraran prematuramente en el mundo laboral. Conviene, pues, decir esto en mayúsculas: LA ADOLESCENCIA ES UNA ETAPA INVENTADA EXCLUSIVAMENTE PARA EDUCAR. Para ello, decidimos con buen juicio liberar a los niños de las 'responsabilidades laborales', y alargamos el 'rito de paso' a la edad adulta. Pero las confusiones pedagógicas que hemos sufrido, y que he descrito en 'El bosque pedagógico' (Ariel, 2017), han hecho que esa liberación de responsabilidades se extienda a todos los dominios. En esto consiste la infantilización. Por ello, hay que insistir en que la adolescencia es la edad de asumir responsabilidades, como recoge incluso el Código Civil, que considera que a los 16 años se pueden tomar decisiones laborales, sexuales y jurídicas de extraordinaria relevancia, y a los 18 se entra en la mayoría de edad.
Adolescencia infantilizada
Prolongar demasiado la adolescencia resulta conflictivo porque, simultáneamente, la adolescencia se está infantilizando, con lo que, bajo un engañoso disfraz de protección, los estamos perjudicando, y si la prolongamos más, hacemos lo mismo con la infantilización. Las investigaciones sobre el cerebro adolescente —por ejemplo, el libro 'Adolescent Brain', editado por Valerie F.Reyna— se centran en la toma de decisiones. Los lectores de esta sección saben que la función principal de la inteligencia es dirigir la conducta y que, por lo tanto, la toma de decisiones y las virtudes necesarias para llevarlas a cabo son los temas fundamentales de la educación. Todo lo demás —la información, los conocimientos, los procedimientos— está orientado a la acción. La neurología nos dice que el cerebro adolescente se rediseña por completo: aumenta la proporción de sustancia blanca, la sustancia gris sufre una nueva poda sináptica, el cerebro en su totalidad se hace más rápido y eficiente, y cambian también los sistemas motivacionales.
Algunos investigadores creen que la autorregulación debería ser considerada como el indicador más importante
La capacidad de dirigir bien el propio cerebro se denomina, desde la ética y el derecho, autonomía; desde la psicología actual, desarrollo de la inteligencia ejecutiva, y desde la psicología antigua, educación de la voluntad.
Estamos asistiendo a una poderosa 'ola de fondo' educativa, a la que apenas prestamos atención porque estamos demasiado distraídos en la efímera espuma de las rompientes de la moda. Stuart Shanker describe bien la situación: “Vivimos en medio de una revolución en la teoría y la práctica educativas. Los avances científicos en diversos campos apuntan a una misma conclusión: que el modo de comportarse de un alumno en la escuela puede depender del modo en que sepa autorregularse. Algunos investigadores creen que la autorregulación debería ser considerada como un indicador aún más importante que el cociente intelectual”.
Conocer los avances
Tenemos datos rigurosos que prueban que el desarrollo de la inteligencia ejecutiva —que sucede fundamentalmente durante la adolescencia— correlaciona con mejores resultados académicos (Diamond), mejor adaptación al mundo laboral, familiar y social (Mischel), mejor comportamiento social (Eisenberg), menor incidencia en el consumo de drogas (Sayette, Hull), menos trastornos de alimentación (Herman) y menos conductas sexuales de riesgo (Wiederman).
Estamos cegando las fuentes del talento adolescente y, para mayor injusticia, después los culpamos a ellos
Me parece imprescindible dar a conocer estos avances a todos los profesionales que tratan con adolescentes, a los padres y a los mismos adolescentes. Esa es la tarea que hemos emprendido en la cátedra Inteligencia Ejecutiva y Educación, que dirijo en la Universidad Antonio de Nebrija, y en los programas educativos de la Fundación UP. Durante esta semana está abierto el plazo de inscripción del seminario 'El talento adolescente', en www.universidaddepadres.es. Lo hemos titulado así porque 'talento' es el buen uso de la inteligencia, que depende de las funciones ejecutivas. No está antes, sino después de la educación. Se consolida durante la adolescencia, como hace años mostró Benjamin Bloom con 'Developing talent in young people' .
Los adultos estamos cegando las fuentes del talento adolescente y, para mayor injusticia, después los culpamos a ellos de tal desafuero. Por eso, me arrogo el papel de ser su defensor, lo que supone cuidarlos y también exigirles más. Pero no he visto nunca echarse atrás a nadie que se sienta capaz de progresar.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
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