Miembros de los Mossos d´Esquadra impiden el paso de manifestantes en
las inmediaciones de la Delegación del Gobierno en Barcelona, durante
las protestas que se han producido tras conocerse la decisión del juez
Pablo Llarena EFE
Se puede intentar disfrazar, disimular o, simplemente,
esconder, pero es evidente que a día de hoy existen dos bandos en
Cataluña y que unos están dispuestos a emplear todos los métodos para
salirse con la suya. El interrogante es saber que van a hacer los otros
para defenderse.
Las bondades que entraña provocar al Estado
Pilar Rahola, que ha mutado
de hagiógrafa del poder nacionalista burgués a la condición de agitadora
social, defendía en una tertulia de la emisora del Conde de Godó,
Grande de España, subvencionado por todos los lados y protector de
especímenes como Eduard Pujol, el del patinete y ahora vocero separatista, que hay que provocar al Estado. Ante la imposibilidad de investir a Puigdemont, ha dicho que propone a Carles Riera,
de las CUP, como candidato a la presidencia de la Generalitat. “Hay que
apoyar la candidatura que más moleste al Estado”. Lo dice una
millonaria, ¡a las barricadas!
Lo grave de la hora
presente no es la frivolidad con la que se produce ante el micrófono o
la cámara televisiva esta señora, o cualquier otro integrante de la
pléyade comunicadora separatista. Lo auténticamente preocupante es que
lo hagan mientras en toda Cataluña el conflicto se ha trasladado del
terciopelo del Parlament, la moqueta de los despachos o los medios de
comunicación a la calle.
Este fin de semana, a raíz de
la detención en Alemania del fugado Puigdemont, se han vivido escenas
de una gran violencia en la capital catalana, en Girona, en Tarragona,
en las carreteras del Principado. He ahí el resultado de años y años de
adoctrinamiento, de hacerle creer a la gente cosas que ellos mismos
sabían que eran imposibles – lo reconoció el propio Artur Mas
en una entrevista -, de sembrar la semilla de la superioridad moral de
unos y de la bajeza de otros. Lo que se plasma en los contenedores
incendiados, las carreteras cortadas, las pintadas intimidatorias o el
tremendo puñetazo que le propina un energúmeno separatista a un joven
que portaba una bandera española no es más que esto: no sabemos perder,
no queremos perder, no nos da la gana de que ganéis vosotros. Rahola
dixit, lo que provoque más al Estado, es decir, lo que haga más daño, lo
peor, lo que sea con tal de que no ganen ellos. Porque toda esta gente
sabe que lo tiene más que perdido, pero es tal su arrogante carácter que
están dispuestos a cualquier cosa antes que decir que lo sienten.
"Es guerra civil, insisto, cuando un miembro de los Mossos es descubierto por sus propios compañeros participando en el asedio a la Delegación del Gobierno"
Ese clima amenazante que ha durado meses, que se hacía
cada vez más gris, más ominoso, ha acabado por estallar. Cuando un alto
cargo de la Generalitat se permite insultar al ex portavoz de Ciudadanos
JordiCañas llamándole
miserable y diciendo que le da asco, para después insultar a un colega
periodista con los epítetos de ladrón, fascista o extorsionador es que
algo falla. ¿Saben qué? Que el insultador es Agustí Colominas,
ex gerente de la fundación de Convergencia, la CATDEM, y actual
director de la escuela de administración pública de la Generalitat. No
nos engañemos, esto solo pasa en un país que vive en guerra contra sí
mismo, en el que los odios han ocupado el lugar de las razones, en el
que la víscera ha ganado a la neurona.
Es guerra civil, porque en mi tierra la mentalidad de Cheka es mucho más abundante que la de ir al frente, de ahí que en las redes sociales se encuentren obscenidades como la que tuiteó @csaune en la que daba información acerca de donde trabaja y como se llama la esposa del juez Pablo Llarena, ahora con protección policial debido a las pintadas amenazadoras hechas por Arran
delante de su casa en Gerona. La infame tuitera decía “hay que difundir
– los datos de la esposa – para que sepan que ya no podrán ir por la
calle a partir de ahora”.
Es guerra civil, insisto,
cuando un miembro de los Mossos es descubierto por sus propios
compañeros participando en el asedio a la Delegación del Gobierno. Es
enfrentamiento entre dos maneras de entender a Cataluña, una que quiere
el conflicto porque ya no sabe por dónde salir y la otra que,
simplemente, aspira es a vivir en paz, con un trabajo digno, un Estado
que ampare al débil y un sistema justo para todos.
¿Hará falta un muerto para que se ilegalice a los que defienden la violencia?
Siempre
se jactó el separatismo de su carácter pacífico, no violento, casi
seráfico. Ya saben, la revolución de las sonrisas. Nunca han reconocido
ni lo harán que su postura conllevaba, necesariamente, una carga de
violencia ideológica. Multar a un sencillo comerciante por no rotular en
catalán ¿no era violencia? Obligar a los niños a estudiar solamente en
catalán, escondiendo debajo de la alfombra el castellano ¿no era
violencia, y de la peor clase, porque se practica contra inocentes? Vean
como entienden estas gentes el concepto de violencia cuando la misma
Ómnium, la que tiene a Jordi Cuixart, su
dirigente, en la cárcel, califica los hechos vandálicos de este domingo
como una cosa “pacífica y ejemplar”. Lo ha dicho su actual presidente, Marcel Mauri,
que añadía “En cualquier país del mundo, cuando encarcelan a todo su
gobierno la gente sale a la calle y lo quema todo, pero aquí eso no
pasa”. Le hace falta acudir a un buen oculista, porque el centro de
Barcelona estaba iluminado ayer noche por incontables containers
incendiados por los suyos.
Y es que negar la evidencia
es también un síntoma de guerra civil, porque de todos es sabido que la
primera víctima en cualquier guerra es la verdad. Los Mossos heridos
son guerra civil. Las piedras, pintura, salfumán, botes de humo, lejía,
palos, sillas de las terrazas, incluso algunos extintores que les
arrojaron, son guerra civil. Los conductores intimidados por piquetes de
cafres que cortan el tráfico y toman las matrículas de aquellos que no
secundan, amenazándolos con gritos de “Sabemos quién eres, ya te
pillaremos, hijo de puta”, son guerra civil. Los Mossos separatistas
como el que participaba en las agresiones contra la policía autonómica,
son guerra civil. TV3, dando todo el día consignas acerca de los sitios
donde existen tumultos, casi invitando a la gente para que se sume,
informando sesgadamente, lanzado soflamas en favor de los sublevados
presos o detenidos, es guerra civil.
"Ellos saben perfectamente que esto es una guerra y quieren ganarla como sea. Pervirtiendo la democracia mediante referéndums que no son más que charlotadas dignas de un gerifalte africano"
Un separatista que trabaja en esa televisión que debería haber sido la primera en recibir una aplicación vigorosa del 155, Jair Domínguez, autor de momentos televisivos repugnantes como cuando disparó a una fotografía del por entonces rey Juan Carlos, lo ha dejado claro. El colaborador del programa “Està passant”, presentado por Toni Soler,
otro de los beneficiados del proceso, dijo textualmente en su cuenta de
Instagram que “habrá muertos para conseguir la república catalana y
será terrible porque, en el fondo, no nos gusta la violencia”. En el
fondo, menos mal. Es el mismo individuo que escribió en la revista “Esguard” que quería atar al ministro Zoido,
tumbarlo encima de una mesa de neurocirujano, clavarle la cabeza con
tonillos y cordeles para que no se moviese ni un milímetro y cortarle
con un cúter la papada para podérsela comer. El mismo que, aliviado,
manifiesta que por fin han descubierto que la república no llegará con
lacitos amarillos o manifiestos, sino con sangre y fuego. Eso es guerra
civil, es vomitivo, es incitación al odio, a la violencia, al
enfrentamiento. Y delito, claro.
Ellos saben
perfectamente que esto es una guerra y quieren ganarla como sea.
Pervirtiendo la democracia mediante referéndums que no son más que
charlotadas dignas de un gerifalte africano, adulterando la vida
parlamentaria, defendiendo a los delincuentes cual si de héroes se
tratase. El último peldaño que les quedaba era el de justificar la kale borroka
y ya están en ello. Solo en Barcelona: cargas policiales, un centenar
de heridos – veintitrés son Mossos – y nueve detenciones. Eso sí, no
habrán escuchado por parte de la pseudo izquierda más que el silencio
cómplice de los podemitas catalanes o el vergonzante llamamiento del
socialista Miquel Iceta para que se cree un gobierno de concentración.
La
irresponsable pasividad también es un síntoma de guerra civil. Ahora se
trata de saber si los que defendemos la ley y el orden vamos a
enterarnos de lo que hay o seguiremos matando moscas, como aquel
emperador que se entretenía en tales ocios mientras que su guardia
pretoriana llegó y le cortó el cuello.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía EL CONFIDENCIAL
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