El presidente norteamericano está a un paso de su primer gran éxito
internacional, y a coste cero, porque quien se metió en este embrollo
fue Kim Jong-un
Kim Jong-un, en una reunión.
EFE
Después de un año de máxima tensión entre Corea del Norte y el resto del mundo, provocada por las sucesivas pruebas balísticas
sobre el océano Pacífico, el régimen norcoreano quiere dar marcha
atrás. Una salida así a la crisis era algo impensable hace sólo tres
meses, cuando Kim Jong-un se dirigió a su país en un mensaje televisivo que era más propio del general Patton en plena campaña siciliana que de un presidente que dice tener el botón nuclear a mano.
Pero a principios de enero el asunto empezó a suavizarse.
Corea del Norte buscó a sus vecinos del sur para que los equipos
olímpicos de ambos países desfilasen juntos en PyeongChang. El régimen,
acogotado por las sanciones, necesitaba un respiro y lo obtuvo. Trump,
a quien tanto se le calienta la boca por Twitter, no puso pegas y hasta
accedió a aplazar unas maniobras conjuntas con el ejército de Corea del
Sur que estaban programadas para el mes pasado.
Era una incógnita que iba a suceder tras los Juegos Olímpicos.
Podía volver Kim Jong-Un por sus fueros o regresar al redil con el rabo
entre las piernas. El primero de los caminos no podría recorrerlo
aunque quisiese, porque no tiene con qué. Las sanciones le han laminado.
Pyongyang hoy es un país bloqueado.
No puede exportar prácticamente nada y pesan sobre el país severas
restricciones en las importaciones de crudo y otros muchos bienes.
"La Corea de Kim es hoy es un país bloqueado, no puede exportar, y con severas restricciones en las importaciones de crudo y otros muchos bienes"
Tampoco tiene a China de aliado incondicional como en otros tiempos. Xi Jingping
no parece muy proclive a tolerar ciertas expansiones de su protegido,
más aún cuando éstas podrían terminar desencadenando un conflicto en el
mar de la China oriental que afectaría de lleno al tráfico marítimo del
que Pekín es tan dependiente.
Quedaba por lo tanto el segundo camino, el de pedir
perdón y buscar congraciarse con la comunidad internacional al tiempo
que Kim se mantiene bien pegado al trono. Porque en Corea, a fin de
cuentas, todo va de eso mismo, de que los que mandan desde 1946 sigan
haciéndolo y que el poder no salga jamás de la familia.
Trump
ha aceptado la oferta de diálogo pero, ¿qué otra cosa podía hacer?
Esto, sin embargo, no le ha ahorrado críticas. Los mismos que ayer le
acusaban de belicismo hoy señalan su debilidad. Cosas del antitrumpismo
primario al que la prensa lleva entregada desde hace más de un año.
Se
puede estar a favor de negociar con el enemigo sin someterte a él.
Cierto que Kim Jong-Un es un paria internacional y que lo único que
puede ofrecer es el desmantelamiento de su programa nuclear, pero hablar
con él no significa plegarse a sus condiciones. Es decir, que esto no
tiene que convertirse en un nuevo Múnich. Trump no es Chamberlain, Kim Jong-Un no es Hitler y la diminuta y empobrecida Corea del Norte no es la Alemania del 38.
A
Trump, de hecho, le puede venir muy bien de cara a los problemas de
casa, que se le multiplican por días y que prometen ponerse al rojo con
el turbio asunto de Stormy Daniels.
Necesita material nuevo para el reality-show gigantesco en el que ha
convertido su presidencia. La subtrama coreana tiene, además, elementos
muy atractivos para el guión: un villano inclemente, una damisela
ultrajada (Corea del Sur), dragones escupe fuegos en forma de misiles balísticos y un caballero andante que desface
el entuerto y venga a los ofendidos. Pero para que el espectáculo no
termine a tomatazos tiene que medir bien los tiempos y trazar una serie
de líneas rojas.
"El precio a pagar por Corea del Norte no debería ser inferior a la desnuclearización total, debidamente auditada por un equipo internacional de inspectores"
De entrada debería consensuarlo todo con Seúl y Tokio,
lo que reforzaría el aislamiento norcoreano. Las negociaciones tienen
que llevarse a cabo en el sur de la península, no en el norte como
pretende Pyongyang. De reunirse allí sería un golpe propagandístico
excepcional para el Gobierno de Kim Jong-Un. Ningún presidente de
Estados Unidos ha pisado jamás Corea del Norte y no debería hacerlo
porque eso supondría legitimar un régimen con el que, recordemos, siguen
en guerra desde el armisticio de Panmunjom de 1953.
Probablemente
Kim Jong-Un pida que se suspendan los ejercicios conjuntos previstos
para el mes próximo. Trump no debería concedérselo. Corea del Sur y EEUU
son aliados y así debería hacérselo ver. El régimen está muy debilitado
y depende del buen talante de la administración norteamericana para que
la ONU le levante las sanciones. Pero eso
tiene un coste que no debería ser inferior a la desnuclearización total
de Corea del Norte. Total y debidamente auditada por un equipo
internacional de inspectores.
Si se mantiene firme,
Trump se alzará con una espectacular victoria diplomática a un coste
cero porque quien se metió en este embrollo fue el coreano. Pocas veces
se puede ganar tanto con tan poco.
FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA Vía VOZ PÓPULI
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