Los romanos enterraban a sus muertos y en la lápida grababan esa inscripción, con la que despedían al fallecido y le deseaban una trascendencia rápida y fructífera hacia la otra vida
El Cristo de la Buena Muerte, el pasado año en su recorrido por el centro histórico de Sevilla. (EFE)
Me acordé de ti cuando acabó de pasar la cofradía, porque imaginé que
ante la imagen de aquel Cristo muerto en la cruz podrías haber
repetido, en un acto reflejo, ese epitafio que ahora incluyes en cada
pésame para añadirle a ese acto un toque incuestionable de ideología y
de ateísmo: “Jesucristo, que la tierra te sea leve”. En este caso, ante esta cofradía, podrías haberlo hecho perfectamente por el realismo de esta imagen, el Cristo de la Buena Muerte, por todo lo que rodea a ese concepto y por la peculiaridad del fenómeno religioso,
tal y como lo concebimos los españoles, sobre todo los andaluces,
atrayendo la divinidad hasta las aceras, convirtiéndola en un fenómeno
cotidiano, sin reverencias ni distancias, acaso como la predicó el
propio Jesús.
Fíjate que, cada vez que veo a este Cristo de la Buena Muerte, se hace inevitable que me acuerde de un querido sacerdote, ya fallecido, José María Javierre, que sucumbió a la Semana Santa de Sevilla cuando se tropezó con este crucificado en la calle. Javierre, nacido en un pueblo de Huesca, venía de recorrer medio mundo, pero llegó a Sevilla en la primavera de 1958 y ya no se fue más. “Se lo conté a mis amigos alemanes y vinieron a verlo. Nadie se explicaba cómo podía existir un pueblo que festejaba la buena muerte. ¿Cómo es posible la buena muerte?”.
La dimensión de la religiosidad popular, tal y como la vivimos en España, pero sobre todo en Andalucía, rebasa con mucho los límites habituales de la relación del ser humano con la divinidad. Cuando en la Biblia se dice que Jesús vino al mundo para que Dios se hiciera hombre, “se hizo carne y habitó entre nosotros”, lo que está trasladando es la gran aportación filosófica del cristianismo a la historia, porque colocó al hombre en el centro de la divinidad. Por eso es tan relevante esta forma de celebrar la Semana Santa, porque parece la plasmación misma de ese acercamiento de Dios al hombre.
En
Sevilla, esa identificación llega a situaciones verdaderamente
estremecedoras por su realismo, como, por ejemplo, cuando se abre un
periódico y se encuentra un titular a cuatro columnas como este: “El Cristo de la Buena Muerte será intervenido tras la Semana Santa”,
como si el mismo Jesús estuviera aplazando el paso por el hospital para
no defraudar a los suyos y cumplir escrupulosamente con su papel. “El
año pasado, el Cristo de la Buena Muerte ya fue llevado una mañana a un
centro médico donde se le realizaron varias pruebas, entre ellas un TAC y
varias radiografías, que confirmaron el diagnóstico”, seguía diciendo
la noticia.
Desde que Juan de Mesa lo talló en 1620, lo que ha sorprendido a todo el mundo de ese Cristo es la placidez de la muerte; el rostro sereno, relajado y dulce es la victoria final de un hombre que acaba de morir torturado, humillado, vilipendiado. Esa es la Buena Muerte con la que el escultor supo resumir en un gesto el mensaje de una religión entera. Porque es de eso de lo que se trata, en el fondo, del mensaje que transmitía Jesucristo con su ejemplo de vida. Lo curioso de todo esto, y por eso me he acordado de ti, es que en tiempos de Jesús, hace 2.000 años, ya se utilizaba ese epitafio que ahora se ha vuelto a poner de moda.
Los romanos enterraban a sus muertos y en la lápida grababan esa inscripción, 'sit tibi terra levis' (que la tierra te sea leve), con la que despedían al fallecido y le deseaban una trascendencia rápida y fructífera hacia la otra vida. No me negarás que es muy curioso que ese mismo epitafio se vuelva a utilizar ahora ignorando el carácter religioso que tenía para los romanos, lo que debería desconcertar a los ateos que lo utilizan hoy, acaso desconociendo su origen y su verdadero sentido.
De todas formas, lo fundamental para mí es el absurdo intento de arrasar con el cristianismo como referencia cultural. A veces, parece que ese desprecio se ha convertido en un signo de identidad de nuestra progresía, al identificar cristianismo, religión y fe con conceptos reaccionarios. Desde el origen de los tiempos, la religión primero y con posterioridad la filosofía y las ideologías políticas se asientan en la angustia del hombre y se ofrecen para darle una explicación y prometerle una salida. “La búsqueda de una salvación al margen de Dios está en el corazón de todo gran sistema filosófico”, sostiene el filósofo francés Luc Ferry.
Y luego añade: “Es el cristianismo el que aportará la idea de que la humanidad es esencialmente una y que todos los hombres son iguales en dignidad, idea inaudita en la época y que el universo democrático heredará en su totalidad”. Si en el cristianismo se sustituyó el epitafio romano por el descanse en paz, ‘requiescat in pace’ (RIP), que seguimos utilizando hoy, deberíamos saber que al hacerlo homenajeamos también la aportación fundamental que supuso esa nueva consideración del hombre que nos trajo el cristianismo. Incluso el ateísmo más ilustrado ha comprendido, asumido y aceptado esa aportación y, más allá, la necesidad que tiene el hombre de contar con una esperanza en esta vida que le dé un sentido a su propia existencia. San Manuel Bueno, mártir: “Que se consuelen de vivir, que crean lo que yo no he podido creer”.
"Que la tierra te sea leve". Qué estupidez y qué insensatez. Como se utiliza hoy ese epitafio, y con el sentido transgresor y anticatólico que se le quiere dotar, no solo se muestra una gran ignorancia sino que se socava lentamente el rico e imprescindible marco de valores que fomenta el cristianismo. Se trata una vez más de contemplar el fenómeno religioso desde ese punto de vista, filosófico y humanístico, sin mojigaterías, y saber que el humano necesita crecer con esos valores fundamentales para poder considerarnos como tales. Desprenderse de ellos, y no sustituirlos por un marco equivalente, solo puede producir desastres sociales. Así que déjate de modas y quédate un momento contemplando el rostro amable de ese Cristo de la Buena Muerte. Si cierras los ojos y respiras, esa imagen grabada en tu mente te producirá una paz interior que es posible que te explique muchas cosas.
JAVIER CARABALLO Vía EL CONFIDENCIAL
Fíjate que, cada vez que veo a este Cristo de la Buena Muerte, se hace inevitable que me acuerde de un querido sacerdote, ya fallecido, José María Javierre, que sucumbió a la Semana Santa de Sevilla cuando se tropezó con este crucificado en la calle. Javierre, nacido en un pueblo de Huesca, venía de recorrer medio mundo, pero llegó a Sevilla en la primavera de 1958 y ya no se fue más. “Se lo conté a mis amigos alemanes y vinieron a verlo. Nadie se explicaba cómo podía existir un pueblo que festejaba la buena muerte. ¿Cómo es posible la buena muerte?”.
La dimensión de la religiosidad popular, tal y como la vivimos en España, pero sobre todo en Andalucía, rebasa con mucho los límites habituales de la relación del ser humano con la divinidad. Cuando en la Biblia se dice que Jesús vino al mundo para que Dios se hiciera hombre, “se hizo carne y habitó entre nosotros”, lo que está trasladando es la gran aportación filosófica del cristianismo a la historia, porque colocó al hombre en el centro de la divinidad. Por eso es tan relevante esta forma de celebrar la Semana Santa, porque parece la plasmación misma de ese acercamiento de Dios al hombre.
Se
lo conté a mis amigos alemanes y vinieron a verlo. Nadie se explicaba
cómo podía existir un pueblo que festejaba la buena muerte
Desde que Juan de Mesa lo talló en 1620, lo que ha sorprendido a todo el mundo de ese Cristo es la placidez de la muerte; el rostro sereno, relajado y dulce es la victoria final de un hombre que acaba de morir torturado, humillado, vilipendiado. Esa es la Buena Muerte con la que el escultor supo resumir en un gesto el mensaje de una religión entera. Porque es de eso de lo que se trata, en el fondo, del mensaje que transmitía Jesucristo con su ejemplo de vida. Lo curioso de todo esto, y por eso me he acordado de ti, es que en tiempos de Jesús, hace 2.000 años, ya se utilizaba ese epitafio que ahora se ha vuelto a poner de moda.
Los romanos enterraban a sus muertos y en la lápida grababan esa inscripción, 'sit tibi terra levis' (que la tierra te sea leve), con la que despedían al fallecido y le deseaban una trascendencia rápida y fructífera hacia la otra vida. No me negarás que es muy curioso que ese mismo epitafio se vuelva a utilizar ahora ignorando el carácter religioso que tenía para los romanos, lo que debería desconcertar a los ateos que lo utilizan hoy, acaso desconociendo su origen y su verdadero sentido.
Je suis Judas
De todas formas, lo fundamental para mí es el absurdo intento de arrasar con el cristianismo como referencia cultural. A veces, parece que ese desprecio se ha convertido en un signo de identidad de nuestra progresía, al identificar cristianismo, religión y fe con conceptos reaccionarios. Desde el origen de los tiempos, la religión primero y con posterioridad la filosofía y las ideologías políticas se asientan en la angustia del hombre y se ofrecen para darle una explicación y prometerle una salida. “La búsqueda de una salvación al margen de Dios está en el corazón de todo gran sistema filosófico”, sostiene el filósofo francés Luc Ferry.
Y luego añade: “Es el cristianismo el que aportará la idea de que la humanidad es esencialmente una y que todos los hombres son iguales en dignidad, idea inaudita en la época y que el universo democrático heredará en su totalidad”. Si en el cristianismo se sustituyó el epitafio romano por el descanse en paz, ‘requiescat in pace’ (RIP), que seguimos utilizando hoy, deberíamos saber que al hacerlo homenajeamos también la aportación fundamental que supuso esa nueva consideración del hombre que nos trajo el cristianismo. Incluso el ateísmo más ilustrado ha comprendido, asumido y aceptado esa aportación y, más allá, la necesidad que tiene el hombre de contar con una esperanza en esta vida que le dé un sentido a su propia existencia. San Manuel Bueno, mártir: “Que se consuelen de vivir, que crean lo que yo no he podido creer”.
"Que la tierra te sea leve". Qué estupidez y qué insensatez. Como se utiliza hoy ese epitafio, y con el sentido transgresor y anticatólico que se le quiere dotar, no solo se muestra una gran ignorancia sino que se socava lentamente el rico e imprescindible marco de valores que fomenta el cristianismo. Se trata una vez más de contemplar el fenómeno religioso desde ese punto de vista, filosófico y humanístico, sin mojigaterías, y saber que el humano necesita crecer con esos valores fundamentales para poder considerarnos como tales. Desprenderse de ellos, y no sustituirlos por un marco equivalente, solo puede producir desastres sociales. Así que déjate de modas y quédate un momento contemplando el rostro amable de ese Cristo de la Buena Muerte. Si cierras los ojos y respiras, esa imagen grabada en tu mente te producirá una paz interior que es posible que te explique muchas cosas.
JAVIER CARABALLO Vía EL CONFIDENCIAL
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