Mariano Rajoy, a su salida del Congreso de los Diputados
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Mariano Rajoy se vistió de
luces dispuesto a ofrecer a la afición una de esas faenas que de cuando
en cuando destilan los maestros para que aprendan los novilleros que con
él comparten cártel en el coso de la Carrera de San Jerónimo.
La competencia está tan verde; el nivel de los aspirantes a tomar la
alternativa es tan pobre, que el diestro de Pontevedra suele cortar
orejas a poco que se lo proponga. Un capotazo por aquí, otro por allá, y
el bicho desfila arrastrado por las mulillas camino del desolladero sin
necesidad de estoque. Mariano sabía que el festejo de ayer era de los
importantes, que ni el partido ni su Gobierno están para tirar cohetes.
La izquierda radical –las mujeres, los jubilados, los estudiantes- se ha
lanzado a movilizar a los pensionistas con la esperanza de hacerle a
Moncloa un roto de tal dimensión que lo del 15-M y su Puerta del Sol quede en un agradable picnic veraniego, y a esa procesión, sea por vocación o seguidismo, se ha unido fervoroso el PSOE de Pedro Sánchez.
Todo el mundo corteja a los jubilados. Todos quieren pescar en el
caladero de esos 10,6 millones de españoles que cobran pensión y votan.
A diferencia de los novilleros que le rodean, Mariano se
presentó ayer en el Congreso con la lección aprendida, algo que debería
ser una obligación en gente que dice aspirar a resolver los problemas de
los españoles. El señor registrador se sabía la asignatura, se la había
estudiado, y eso se pudo percibir con claridad en la tribuna de
oradores con un discurso que, podado de aditamentos y ceñido al tema que
nos ocupa, diseccionó con claridad la enorme envergadura de un
problema, el del futuro de las pensiones que cobran los jubilados españoles,
que no se puede abordar desde la demagogia de quienes proponen subirlas
sin más, como si fuera cuestión de abrir la caja de caudales del Tesoro
público y empezar a repartir -guarden cola, señores, que hay para
todos- hasta que se agote el filón.
La nómina de pensiones mensual era de 8.100 millones en 2011 y hoy es de 10.100 millones
Algunos datos. España gastó en pensiones 139.637 millones en 2017, cifra equivalente al 40% del Presupuestos
gestionado por el Gobierno y al 29% del gasto público de todas las
Administraciones. No hay partida que se le pueda equiparar. En 2007, ese
porcentaje del gasto público total era del 21,6%, lo que quiere decir
que en apenas 10 años ha subido 7,4 puntos o su equivalente en dinero
contante y sonante: 48.000 millones. La nómina mensual en pensiones, que
en 2011 era de 8.100 millones, ha pasado a ser de 10.100 en febrero de
este mismo año, según relató ayer el propio presidente. Y un dato más:
solo la entrada de nuevos perceptores en el sistema supondrá engordar la
nómina del gasto en pensiones en 3.800 millones en este 2018.
Más
interesante quizá resulta comparar nuestro tan vituperado por el
populismo rampante sistema con el de los 35 países más desarrollados de
la OCDE, según un estudio de la propia
Organización referido a 2017. Ese informe dice que la pensión media
española representa el 72,3% del salario previo a la jubilación,
porcentaje que es de apenas el 52% en la OCDE. Dice también que en
España la renta de los mayores de 65 años representa el 98,8% de la
renta media total de la población, porcentaje que es del 87,6% en los
países de la OCDE. De acuerdo con datos de Eurostat,
España es el quinto país de la UE-28 en mejor situación en lo que a
índices de pobreza de los mayores de 65 se refiere, solo por detrás de
Holanda, Luxemburgo, Francia y Dinamarca, por este orden. Pero dice algo
todavía más revelador, y es que la renta media de los jubilados
españoles es hoy superior a la renta media de aquellos que trabajan (“Eurostat media in relative income of elderly people”).
Frente a Mariano no hay nada
Esta
es, muy grosso modo, la radiografía de un sistema de pensiones sobre el
que gravita como un fantasma la pirámide de edad de la población
española y naturalmente las crisis económicas, aspectos ambos que lo
hacen difícilmente financiable si no es en condiciones de crecimiento
sano y pleno empleo. Y bien, ¿eso es todo? Pues no, porque hay que decir
sin ambages que hoy es imposible llevar una vida mínimamente digna
viviendo en una gran ciudad y cobrando una pensión de 650 euros,
la mínima, aun en el caso de contar con casa en propiedad, sanidad
gratuita, etc. Con ese dinero no se vive, se malvive, de modo que es
urgente atender la situación de quienes se hallan en tal situación.
Rajoy prometió ayer “una mejora en las pensiones mínimas y las de
viudedad” en el marco de la aprobación de los PGE de 2018, una trampa
saducea que el señor registrador tendió a la oposición de pardillos que
le rodea bajo el siguiente argumento: si ustedes quieren una mejora de
esas pensiones, tendrán que aprobarme los Presupuestos (y, de paso,
ponerme en franquía la Legislatura).
El problema es
que frente a Mariano no hay nada. Es la triste confirmación del
espectáculo de ayer en el Congreso. Un desierto de ideas surcado por el
torbellino de una implacable demagogia. No
deja de tener su gracia que el líder de una formación empeñada en hacer
añicos el sistema para edificar sobre él sus ensoñaciones bolivarianas,
exija a Rajoy la subida de las pensiones para “no romper la paz social”.
El líder de Podemos quedó ayer en evidencia, demostrando que detrás de
su florida hojarasca verbal no hay nada, porque ni siquiera se sabe la
asignatura, ni siquiera se ha estudiado las technicalities
de un problema cuya solución nunca podrá abordarse desde el enunciado
mitinero de cuatro eslóganes al uso. Claro que mucho peor, mucho más
preocupantes, es el desempeño del PSOE en
cuestión tan importante, un partido que ha gobernado muchos años y que
al parecer pretende volver a hacerlo si el tiempo acompaña.
Ningún partido que aspire a gobernar debería jugar con la idea de volver a las andadas con el gasto público
Plantear a estas alturas como solución al problema, Margarita está linda la mar, la indexación de las pensiones al IPC
es un argumento que hoy no defiende ningún partido de Gobierno en
ningún país de la UE, porque ese es un cáncer que se traslada, vía
contagio, al resto de la economía, sueldo de los funcionarios incluido, y
termina por afectar también a la negociación colectiva del sector
privado, con su correlato de tensiones inflacionistas y pérdida de
competitividad, un camino que inexorablemente termina en empobrecimiento
colectivo. Tras la brutalidad de la crisis económica recién superada,
ningún partido que aspire a gobernar debería siquiera permitirse jugar
con la idea de volver a las andadas con una estructura de gasto público
que resulte imposible de sostener en caso de un debilitamiento de la
tasa de crecimiento, subida de tipos de interés, etc.
Se lo dijo ayer Albert Rivera muy clarito, y no a una Margarita Robles
que bastante tiene con defender la posición dentro del partido, sino a
ese Pedro Sánchez convertido en un peligro público para el bienestar de
los españoles: “Ustedes eran un partido de Gobierno, han gobernado
durante años y no pueden venir con el mismo discurso de Podemos.
Parece que ustedes no han gobernado nunca, nunca han rescatado bancos y
no han tenido que votar propuestas de revalorización (…) Le pediría al
PSOE que sea un partido de Estado y no se podemice”.
Ganó Mariano Rajoy, Rivera presentó sus credenciales como aspirante a
gobernar España, y la izquierda demostró las razones de la crisis que la
mantiene sin pulso. Demagogia de vendedor de crecepelo. Toreó Mariano
por la mañana, y por la tarde se fue a jugar una partida de mus al
casino de Pontevedra. Y así hasta la próxima que tenga que vestirse de
luces. Es lo que hay.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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