La crisis del PP afronta el desafío de su granero electoral y el oportunismo de sus rivales
Cristóbal Montoro ha
comparecido con sus artes de curandero y su dietario de ocurrencias para
mitigar el desasosiego del electorado pensionista. Y ha prometido
cuanto ya prometió hace dos años y cuanto prometerá, acaso, dentro de
otros dos años, o sea, mayor condescendencia a los jubilados de más edad.
No necesariamente los terminales ni quienes han recibido la extrema
unción, aunque un colega japonés suyo, Taro Aso, apuntó en 2013, siendo
titular de Finanzas, que la solución idónea al problema del pensionista consiste en su exterminio voluntario.
Sugería
el ministro nipón que el jubilado constituye una categoría insolidaria.
Y que debería sopesar el acto patriótico de la inmolación. Porque los
años de vejez y de reposo trastornan las cuentas de la seguridad social.
Y porque los prodigios de la civilización en el horizonte de la vida
eterna han prolongado desmesuradamente la longevidad de los pensionistas
al tiempo que se marchita, como sucede en España, el vigor de la curva demográfica. No es país para viejos, escribiría Cormac McCarthy
en su prosa lacerante, ni tampoco es país para niños, de forma que la
precaria musculatura de la población cotizante o cotizadora soporta una
presión inasumible a la que no puede ponerse remedio con las cataplasmas
del doctor Montoro ni con la solución marianista que incita los planes de pensiones privados.
Requieren las pensiones un compromiso de
Estado, un consenso no solo de los partidos, sino de la sociedad en la
disciplina del realismo y de la concienciación de un traumático cambio
de paradigma, pero las emergencias electorales conspiran contra la
terapia de la madurez. Se ha percatado el PSOE de la
debilidad del Gobierno. Y ha improvisado el Gobierno un recetario de
elixires y crecepelos como solución a su angustia en las urnas.
La rivalidad de Ciudadanos representaba acaso
la amenaza más concreta hasta que a Mariano Rajoy se les han rebelado
los “jubilatas”. Y no puede permitirse el presidente ninguna desatención
en la masa electoral de la que depende cualquier expectativa de
victoria. Tanto por la evidencia cuantitativa —más de ocho millones—
como por la especificidad demoscópica.
No plantea dudas al respecto la última encuesta del CIS. Más allá de reflejarse entre sus conclusiones la pujanza de Ciudadanos,
impresionaba la dependencia entre el PP y los mayores de 65 años.
Representan el 40% de su granero. Cualquier titubeo respecto a la
tranquilidad el pensionista predispondría una psicosis, entre otras
razones porque el partido de Rivera es hegemónico en la franja de los 25
a los 55 años. Y porque el nuevo PSOE se parece bastante al antiguo en
la reputación que conserva entre los “abuelos”.
RUBÉN AMÓN Vía EL PAÍS
No hay comentarios:
Publicar un comentario