Con la anormalidad actual sucede como con la judicialización: todos son
culpables menos quienes deciden saltarse las leyes a sabiendas
El presidente del Parlament, Roger Torrent
EFE
El tablero de ajedrez del
independentismo en que se había convertido la eventual formación de un
gobierno, nuevamente de vocación separatista, dejaba margen a finales de
la semana pasada para hasta tres escenarios. La toma de carrerilla
hacia el nuevo choque con la forzada investidura de Puigdemont
apoyada por la CUP, la renuncia al acta de los diputados electos
fugados para posibilitar un candidato sin el beneplácito de los
antisistema, o la suma de los comunes al denominado frente común para
eternizar en el ejecutivo catalán las denuncias a la represión del
Estado.
Así, ayer de nuevo las miradas estaban puestas sobre el juez Pablo Llarena, a la espera de si suspendía de su cargo a Comín
y a Puigdemont, dejando así su acta desprovista de sentido -puesto que
no podrán votar ni participar en las sesiones plenarias-. Y aunque
finalmente el magistrado aceptó la personación del expresidente, no han
faltado los apresurados en sacar el dedo acusador para volver a gritar,
por enésima vez: ¡judicialización de la política! La consigna es
ampliamente compartida por muchos actores más allá del independentismo,
con especial ahínco de Podemos, empeñado en alinearse con los
separatistas cada vez que hace falta desprestigiar la democracia
española. Ayer su portavoz Irene Montero insistía en las maldades derivadas del trabajo de los jueces y fiscales.
El
asunto catalán ha conseguido lo que no han conseguido ni los casos de
corrupción de los principales partidos políticos de nuestro país, ni el
Caso Nóos: que el control judicial sobre sus presuntos delitos sea
utilizado como un argumento para justificar las motivaciones que les
llevaron a cometerlos. ¿Se imaginan a algún dirigente siendo detenido
por corrupción al grito de ‘no llevemos el conflicto a los tribunales,
busquemos una solución política’? ¿O que, a continuación, arguyera que,
en lugar de la sentencia del juez, mejor sería una mediación entre las
arcas públicas y su engordado bolsillo, estableciendo una simetría
dispuesta a repartir culpas entre el corrupto y el erario público?
"La judicialización de la política es una cómoda excusa partidista para seguir eximiendo de responsabilidad a los dirigentes catalanes procesados a costa de la legitimidad de los jueces"
La judicialización de la política se convierte en una
cómoda excusa partidista para seguir eximiendo de responsabilidad a los
dirigentes catalanes procesados a costa de la legitimidad de los jueces
y, en consecuencia, el Estado de Derecho. Sólo desde la convicción de
que la democracia española tiene serias carencias –por ejemplo, respecto
a otros países de nuestro entorno- se puede asumir la fiscalización de
los poderes públicos como una indeseada intromisión en la Política, que,
tan denostada, se convierte en la más noble de las actividades cuando
se contrapone a la perversa y malvada Justicia, que a este paso será con
prontitud sinónimo de venganza, revancha, o el próximo calificativo que
inventen para atribuir malas intenciones a toda acción judicial.
Es
difícil que alguien no prefiera combatir a los adversarios políticos
con argumentos, en la tribuna de un parlamento o con el intercambio de
pareceres, por encendido que pueda volverse en ocasiones. Aceptar que
ello supone la resignación a no señalar con claridad quiénes son los
culpables de habernos dejado esta herencia en la vida pública es una
enorme irresponsabilidad, comparable a las incendiarias declaraciones de
Roger Torrent cargando contra la
separación de poderes. Porque conlleva aceptar que el conjunto de los
ciudadanos no somos dignos de exigir responsabilidades a los
representantes que, en caso del golpe en Cataluña, jugaron con nuestros
derechos y libertades e incluso llegaron a utilizarlos como moneda de
cambio los últimos días antes de la DUI.
Aquellas
fatídicas semanas, por cierto, quebraron toda la normalidad posible que
ahora exigen quienes precipitaron su quiebra orgullosamente. Con la
anormalidad actual, claro, sucede como con la judicialización, de la que
son culpables todos menos quienes deciden saltarse las leyes a
sabiendas. Ellos arguyen que la normalidad no es posible con personas
procesadas, pero olvidan que tampoco es posible tras haberse situado por
encima de la ley y, a pesar de todo, tenemos que seguir rebatiendo sus
argumentos y hablando de ellos. Si no, miren el primer párrafo.
ANDREA MÁRMOL Vía VOZ PÓPULI
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