Uno de sus fundadores, Sean Parker, da la alarma sobre esta increíble influencia y sobre los posibles efectos que puede tener en el cerebro humano
(Family and Media).-
Desde hace años Facebook influye sobre nuestras emociones, sobre
nuestras relaciones e interacciones sociales. Uno de sus fundadores,
Sean Parker, da la alarma sobre esta increíble influencia y sobre los
posibles efectos que puede tener en el cerebro humano.
Durante
una conferencia organizada por Axios en el National Constitution Center
de Filadelfia (USA), Parker, que también estuvo en los inicios del
servicio de música por Internet Napster, y fue el primer presidente de
Facebook, ha declarado que “Facebook se aprovecha de la psicología humana y sólo Dios sabe lo que le está haciendo al cerebro de nuestros hijos”.
El
famoso social network parece un gran experimento social que transforma
la sociedad. Nuestras emociones y nuestra capacidad de análisis pasan y
se forman cada vez más a través de una sociedad digital que, en líneas
generales, se desarrolla, valora e interactúa precisamente dentro de los
confines de esta red social tan potente y que, en ciertos aspectos, es
preocupante. Incluso para quien la fundó y gestionó en sus primeros
meses de vida.
¿Son una droga?
El propio Parker
definió Facebook como “un circuito cerrado de retroalimentación de
validación social , es exactamente la clase de cosa que se le ocurriría a
un hacker como yo, porque explotamos una vulnerabilidad en la
psicología humana… Y creo que los inventores, los creadores… yo mismo,
Mark [Zuckerberg], Kevin Systrom en Instagram, todos lo entendíamos,
éramos conscientes, y lo hicimos a pesar de todo” . Facebook – como las
demás redes sociales – aprovecha la vulnerabilidad de la
psicología humana para crear una fuerte dependencia a través del
mecanismo de “Me gusta”, “Comentar” y “Compartir”.
¿Os
habéis preguntado por qué miramos continuamente nuestro smartphone?
Probablemente porque esperamos un mensaje de una persona importante, o
queremos controlar cuántas personas comentan nuestro status en Facebook.
Ejemplo típico de condicionamiento de las redes sociales es el de las
“dobles marcas” azules de Whatsapp. Quién de nosotros no ha exclamado
alguna vez: “ha visto mi mensaje ¡pero no me contesta!”.
Pero
lo más sorprendente, y ésta es la verdadera cuestión, es nuestra
reacción emocional hacia lo que compartimos online. Si nuestros follower
responden de forma positiva, estamos contentos porque gustamos. Pero si
recibimos pocos me gusta o compartir, nos sentimos poco apreciados por
nuestra comunidad virtual, o peor aún, ignorados. Sean Parker da en el
blanco: Facebook y las redes sociales nos empujan continuamente a buscar
la aprobación social por nuestra red de contactos virtuales. Queremos
tener consenso, ser compartidos, porque eso genera placer y
autogratificación.
Pero ¿de qué depende
esta química de la felicidad? De la dopamina. El aprecio de otras
personas hacia algo que hemos compartido a través de las redes genera
dopamina, un potente neurotransmisor, capaz de estimular nuestras
emociones, dar placer y satisfacción, llegando así a regular nuestros
estados de ánimo. Por eso no es exagerado afirmar que las redes sociales
crean dependencia y condicionan diariamente nuestro humor.
Facebook cambia nuestra manera de aprender
Pero
no se trata solamente de esto. La gran sospecha que está emergiendo es
que Facebook puede influir también en nuestro modo de aprender,
memorizar, relacionarnos con los demás y razonar. En pocas palabras,
puede cambiar nuestro cerebro.
Cada actualización, cualquier
cambio de reglas dictadas por Facebook, influye en las interacciones y
en la implicación en las redes sociales, y también repercute en nuestra
mente, sobre todo en los más jóvenes, pues están implicadas las dinámicas de aprendizaje y relación, así como la capacidad de concentración.
El
aprendizaje cognoscitivo se realiza organizando la información,
haciendo comparaciones, formando nuevas asociaciones, y se guía por
experiencias pasadas y presentes. Pero estos escenarios son modificados
con cierta regularidad, cambian las reglas del juego, y esto implica la
imposibilidad de poder construir un aprendizaje lineal en el tiempo.
También
la definición de la propia identidad no pasa ya a través del único
grupo de nuestros iguales, pues ya no es posible identificarlo y
“controlarlo”.
Es verdad que la
tecnología y el progreso son imparables, pero también es cierto que
habría que comprobar y observar con atención lo que está pasando online.
En estos ambientes tan líquidos que se nos escurren de las manos, se
están erosionando reglas conocidas y definidas hasta ahora, y no sabemos
qué efectos tendrán en el futuro de los jóvenes.
Facebook y cerebro: ¿qué han descubierto las últimas investigaciones?
Las
comunidades de Facebook, los grupos, las interacciones, parecen haber
sustituido el grupo de referencia real y tangible de los amigos. Pero
los efectos de la red pueden ser mucho más graves de los señalados por
Sean Parker.
Según los investigadores de la Facultad de Medicina de Shanghai, en
el cerebro de los adictos a Internet hay una cantidad anormal de
materia blanca, es decir, de los haces de fibra nerviosa revestidos de
mielina que garantizan el enlace entre el encéfalo y la médula espinal, en las áreas encargadas de la atención, el control y las funciones ejecutivas.
Esto
produciría un cambio físico en el cerebro. Quienes frecuentan con
asiduidad las redes sociales tienen un cerebro diferente al de los que
no las usan. Y las redes y sus efectos se parecen cada vez más a los de
las sustancias estupefacientes.
Es
decir, las interacciones en las comunidades ¿se definen únicamente como
necesidad de compartir, o hay algo más? Se trata de la necesidad
compulsiva de convertir la vida social personal en algo público,
escenográfico. La evanescencia de esos mensajes cambia la memoria, la
capacidad de concentración y deducción lógica.
Podríamos
decir que, de todos modos, las redes sociales no nos hacen estúpidos,
pero la cuestión no es ésta. En realidad, estamos ante un cambio
histórico. Las nuevas generaciones no consiguen concentrarse, no son
capaces de diferenciar lo que es verdadero de lo que no lo es, como
ocurre con las fake news. Pero ¿por qué?
Porque
nuestro cerebro recibe tal cantidad de información que lo ralentiza y
esto hace más lenta la capacidad de tomar decisiones inmediatas. Lo
demuestra un experimento de Angelika Dimoka, directora del Center for
Neural Decision Making de la Temple University. La investigadora invitó a
un grupo de voluntarios a una especie de subasta, y les pidió que,
antes de realizar la oferta, consideraran una serie de variables, e
intentaran conseguir la mejor opción al precio más bajo. La
investigadora observó cómo, al aumentar las variables, también
aumentaban los errores, y a través de una resonancia magnética comprobó
que la mayor carga de información hace aumentar la actividad de la
corteza prefrontal dorso lateral, responsable de los procesos decisorios
y del control de las emociones. Superado un cierto umbral de
información y de parámetros indispensables, el cerebro sufría una
especie de black out cognoscitivo que impedía la presentación de una
nueva oferta. Además, los participantes mostraban signos de ansiedad y
cansancio mental.
En resumen, podemos
decir que la era digital no nos hace estúpidos, pero cambia
drásticamente nuestro modo de sentir y comportarnos. Somos casi parte de
un enorme box Skinner (box Skinner o cámara de condicionamiento
operante es un instrumento de laboratorio utilizado en análisis
experimental del comportamiento de los animales; el nombre alude a su
inventor). Y el continuo flujo de información genera cansancio y
ansiedad.
Todo esto, unido a una vida
frenética y llena de estrés, contribuye a hacer más lentos los procesos
decisorios. La única verdadera solución es frenar, pasar del always on
(siempre on line) al sometimes on (algunas veces on line). De lo
contrario, se resentirán nuestra vida, nuestras relaciones, el trato
humano. Sin caer en alarmismos, intentemos reordenar nuestra vida y ser
realmente dueños de las propias decisiones.
FORUMLIBERTAS.COM Vía FORUM LIBERTAS
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