¿No podremos conocer lo que más amamos?
Una razón parcial nos diría que el
sentimiento nubla la razón y que para guardar la imparcialidad habría
que sofocar tal sentimiento, y sólo así alcanzaríamos la verdad.
Si,
indebidamente, aplicáramos este razonamiento, que puede valer
parcialmente para el mundo del saber científico, a todo tipo de verdad,
llegaríamos a conclusiones peregrinas:
Por ejemplo, si
amamos dar sentido a nuestra vida, no podríamos conocer la verdad de
este sentido precisamente porque lo amamos apasionadamente. Si estamos enamorados de una mujer no podríamos conocerla. Si amamos a Dios nos estaríamos cerrando la puerta a su verdad.
Así adjudicaríamos a nuestra naturaleza
una cruel paradoja: Lo que más deseamos conocer nos estaría vedado. Lo
que más nos interesa huiría de nuestros ojos intelectuales como agua que
se desliza entre los dedos.
Por eso
habrá que discurrir que en ocasiones el sentimiento puede ser no ya un
obstáculo, sino un aliado para llegar a la verdad.
En
“Fides et ratio” de S. Juan Pablo II leemos que S. Anselmo “acentúa el
hecho de que el intelecto debe ir en busca de lo que ama: cuanto más ama
más desea conocer”: Es precisamente aquello que más atrae nuestro
sentir, lo que debemos afanarnos en conocer.
Esta
afirmación refleja un hecho natural: Queremos luz sobre lo que en la
penumbra nos atrae, queremos plenitud de conocimiento, de verdad, de lo
que amamos en su esbozo. Y si el motor que nos pone en marcha para
buscar la verdad es el amor, ya vemos como ese sentimiento es
precisamente una acicate, casi como una condición, para hallar esa
verdad.
Y es que la Verdad está a nuestras puertas y llama hasta que le abramos y nos ilumine con la plenitud de su luz.
Pero
para que el sentimiento nos ayude en la búsqueda de la verdad es
preciso purificarlo. Un sentimiento egoísta de búsqueda del propio
interés puede ofuscarnos. No es posible borrar el sentir, pero sí se
puede someterlo a una gimnasia o ascetismo purificándolo.
Nos
explica magistralmente este tema Luigi Giussani (“El sentido
religioso”, págs. 43 i ss. de su versión catalana): “Hay que colocar el
sentimiento en el lugar que le corresponde” (Pág. 45)
El
sentimiento sería como la lente de unos prismáticos, que mal enfocada
puede oscurecer la imagen de la verdad. Pero que, si lo enfocamos,
enfocamos la lente correctamente, nos proporciona una imagen nítida, nos
ayuda a ver mejor la verdad.
Sin amor a la verdad, sin pasión por la investigación, no se habría llegado a ningún descubrimiento científico, ni de otro tipo.
Por
tanto, es vano tratar de suprimir el sentimiento en la búsqueda de la
verdad. “Si una cosa determinada no me interesa, no la miro…no la puedo
conocer” (pág. 46). Pero la condición para hacer del sentimiento un
factor que nos ayude es purificarlo y ordenarlo para que no distorsione,
sino que nos enfoque mejor cualquier verdad de que se trate.
Nos
dice Giussani que poner el sentimiento en el lugar que le corresponde,
es un problema de actitud, un problema moral (Pág. 46): “una posición
justa del corazón” (pág. 47).
Si
cultivamos el amor a la verdad hasta ponerlo por encima del amor egoísta
a uno mismo, no cabe duda de que llegaremos a la plenitud de la verdad.
Se trata de una actitud del corazón y no de luces meramente
intelectuales. Si buscamos la verdad con sentimientos buenos la
hallaremos, porque vale más la bondad que la sabiduría. Por contra quien
busca la verdad con egoísmo o sin bondad, por inteligente que sea, se
desviará de la verdad plena, de la que da sentido a la vida.
Cuando
Pasteur, el descubridor de los microorganismos, de los microbios,
mostraba sus experimentos concluyentes, los últimos que los reconocieron
fueron los profesores de la universidad de París, los académicos de la
Academia de Ciencias, y era porque el descubrimiento de Pasteur
ponía para ellos en riesgo su fama, ligada a su falsa teoría de la
generación espontánea, su orgullo y su dinero; amaban más que a la
verdad sus intereses egoístas. (págs. 46-47)
Así
depende de la actitud limpia del corazón y no de las cualidades
intelectuales, el que el sentimiento sea aliado y no obstáculo para
hallar la verdad.
En otro caso, una
persona que no tuviera mucha inteligencia no podría encontrar respuesta a
cuestiones que son vitales, como la del sentido de la vida, lo que
sería muy injusto, y Dios no tiene, ni puede tener, preferencia por los
más listos en detrimento de los menos dotados.
Como
muestra de qué sentimientos hay que cultivar para hallar la verdad
citemos un libro inspirado: “Para encontrar la verdad es menester unir
la inteligencia con el amor, y mirar las cosas no sólo con ojos de
sabio, sino con ojos buenos, porque vale más la bondad que la sabiduría.
Quien ama llega siempre a descubrir una huella que lo lleva a la
verdad” (Maria Valtorta, “El Hombre-Dios”, 3-8-1945).
Cultivemos pues buenos sentimientos y ellos nos llevarán, como de la mano, a la verdad plena.
JAVIER GARRALDA Vía FORUM LIBERTAS
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