"Nunca en nombre del diálogo cambiaremos los acuerdos fundamentales de la fe católica. Intentaremos adaptarlos a la compresión del otro, buscaremos su plano más interesante, pero jamás los modificaremos, ni trivializaremos lo sagrado."
Josep Miró i Ardèvol
¿Cómo pueden dialogar los católicos con
la cultura hegemónica de la sociedad de la desvinculación enmarcada por
el emotivismo, el relativismo, el liberalismo asimétrico, el
subjetivismo radical del deseo y la ideología de género, para señalar
los aspectos más problemáticos de dicho diálogo? Es más, la cuestión
incluso puede ser previa: ¿se debe dialogar, o basta con la
descalificación por principio?
Creo que una vez más la respuesta se encuentra en la imitación de Cristo. Él dialoga con todos. Con los maestros de la ley y con los sacerdotes, con el poder civil romano, con los saduceos y fariseos, con recaudadores de impuestos y con samaritanos, con ladrones, con los que le siguen y con los que le niegan, con los que lo quieren matar. Habla con todos ellos y escucha y contesta. Pero todo esto lo hace de acuerdo con unos criterios que siempre se manifiestan en su proceder y que pueden resumirse en tres puntos.
Primero, la conciencia clara desde donde habla. No disimula su posición ni su propósito, y es desde ambos que habla y escucha. Segundo, lo hace en el momento oportuno y con el interlocutor adecuado, tal y como dice en Mateo 7,6: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen”. Finalmente, siempre sabe por qué dialoga, es decir, cuál es el fin que persigue, porque el escuchar y hablar es sobre todo un medio que solo cobra su pleno sentido cuando guarda relación con el fin perseguido.
Nuestro diálogo con la cultura de la sociedad desvinculada parte de nuestra condición de católicos y de la aceptación de esta por parte del otro, sin atribuirse ni aceptar ninguna supremacía. No nos sometemos a un juicio, sino que intercambiamos puntos de vista, razones. Nuestro lenguaje se adapta a la compresión y sensibilidad del otro: insistiremos en practicar el diálogo o lo evitaremos en determinadas circunstancias. En ocasiones se moverá en el ámbito de la gracia y propondrá la buena nueva; en otras, traducirá sin traicionarlas las categorías religiosas al lenguaje y razones seculares. Pero nunca en nombre del diálogo cambiaremos los acuerdos fundamentales de la fe católica. Intentaremos adaptarlos a la compresión del otro, buscaremos su plano más interesante, pero jamás los modificaremos, ni trivializaremos lo sagrado.
Buscar acercarse al mundo a base de sugerir que "la Virgen hoy también se hubiera manifestado” es alejar a las personas de la posibilidad de sentir el estupor ante el misterio de Dios, que llega al mundo por la mediación de una mujer. La dificultad no debe ser obviada, sino esforzadamente abordada. Por último, estableceremos el diálogo de acuerdo con el fin que en aquella ocasión es necesario alcanzar, desde la evangelización a la crítica de las estructuras de pecado, de la defensa a la proposición.
Todo ello necesita de un análisis de la realidad interpretado desde la misión liberadora del cristianismo, formulando un juicio cristiano desde la perspectiva de la acción o práctica subsiguiente.
Prepararnos para dialogar es una tarea necesaria y, seguramente, no de las más practicadas.
Creo que una vez más la respuesta se encuentra en la imitación de Cristo. Él dialoga con todos. Con los maestros de la ley y con los sacerdotes, con el poder civil romano, con los saduceos y fariseos, con recaudadores de impuestos y con samaritanos, con ladrones, con los que le siguen y con los que le niegan, con los que lo quieren matar. Habla con todos ellos y escucha y contesta. Pero todo esto lo hace de acuerdo con unos criterios que siempre se manifiestan en su proceder y que pueden resumirse en tres puntos.
Primero, la conciencia clara desde donde habla. No disimula su posición ni su propósito, y es desde ambos que habla y escucha. Segundo, lo hace en el momento oportuno y con el interlocutor adecuado, tal y como dice en Mateo 7,6: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen”. Finalmente, siempre sabe por qué dialoga, es decir, cuál es el fin que persigue, porque el escuchar y hablar es sobre todo un medio que solo cobra su pleno sentido cuando guarda relación con el fin perseguido.
Nuestro diálogo con la cultura de la sociedad desvinculada parte de nuestra condición de católicos y de la aceptación de esta por parte del otro, sin atribuirse ni aceptar ninguna supremacía. No nos sometemos a un juicio, sino que intercambiamos puntos de vista, razones. Nuestro lenguaje se adapta a la compresión y sensibilidad del otro: insistiremos en practicar el diálogo o lo evitaremos en determinadas circunstancias. En ocasiones se moverá en el ámbito de la gracia y propondrá la buena nueva; en otras, traducirá sin traicionarlas las categorías religiosas al lenguaje y razones seculares. Pero nunca en nombre del diálogo cambiaremos los acuerdos fundamentales de la fe católica. Intentaremos adaptarlos a la compresión del otro, buscaremos su plano más interesante, pero jamás los modificaremos, ni trivializaremos lo sagrado.
Buscar acercarse al mundo a base de sugerir que "la Virgen hoy también se hubiera manifestado” es alejar a las personas de la posibilidad de sentir el estupor ante el misterio de Dios, que llega al mundo por la mediación de una mujer. La dificultad no debe ser obviada, sino esforzadamente abordada. Por último, estableceremos el diálogo de acuerdo con el fin que en aquella ocasión es necesario alcanzar, desde la evangelización a la crítica de las estructuras de pecado, de la defensa a la proposición.
Todo ello necesita de un análisis de la realidad interpretado desde la misión liberadora del cristianismo, formulando un juicio cristiano desde la perspectiva de la acción o práctica subsiguiente.
Prepararnos para dialogar es una tarea necesaria y, seguramente, no de las más practicadas.
JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL Vía FORUM LIBERTAS
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