Nuestro tiempo, el de la sociedad
desvinculada, vive una ruptura inédita en la histórica de la humanidad.
Se trata de la ruptura antropológica, que significa la destrucción del
reconocimiento de la naturaleza humana ocasionada por unos grandes
vectores.
Uno es el de la perspectiva
de género, que destruye el vínculo entre la condición natural y la
condición cultural del ser humano Por esta extraña teoría, el sexo de
las personas, su fundamento natural, no tiene significación, lo único
que cuenta es la concepción cultural imperante. Un hombre no lo es tanto
por el resultado de su dotación cromosómica y hormonal, por su genotipo
y fenotipo, sino por el rol cultural masculino que la sociedad impone, y
lo mismo para la mujer y el niño, en lugar de que su rol masculino
fuera en lo básico la proyección de su condición natural, biológica. De
ahí la necesidad de liberar culturalmente la condición que consideran
sexualmente polimorfa del ser humano, establecida a base de contemplar,
no la normalidad estadística, sino su excepción, y otorgando a esta la
función canónica de la definición.
Desde
esta perspectiva, la maternidad no es la realización natural de la
dimensión material, física y psíquica de la mujer, sino una opción más
entre otras y, además, vista con reserva, cuando no con oposición,
porque implica un abandono temporal de la dimensión profesional, y un
“supeditarse” al hombre.
La perspectiva de género es una
construcción irracional contradictoria contraria a la ciencia en lo que
significa de ignorancia de las leyes de la naturaleza, que establecen
nuestra condición sexuada construida sobre una base genética, y una
continuada acción bioquímica. Es una visión radicalmente incompatible
con la concepción evolucionista, que necesariamente tiene, en la
transmisión de la mejor capacidad sexual, su lógica radical. Un solo
ejemplo lo manifiesta con rotundidad: el pregonado polimorfismo de la
identidad sexual solo funciona en una dirección: un hetero puede -es
celebrado- tomar conciencia de su condición homosexual, pero un
homosexual no puede pensar en convertirse en hetero, hasta el extremo de
que algunas legislaciones, casos de las comunidades autónomas de Madrid
y Cataluña, prohíben cualquier apoyo a aquella decisión. Es una actitud
que muestra muchas de las dimensiones negativas de la teoría Gender.
Pero ahora y en el hilo del razonamiento solo queremos subrayar una. Si
esta concepción respondiera a la realidad significaría que la naturaleza
del ser humano, la condición estable, sería la homosexual, porque no
sería reversible. Esta idea indicaría que la especie debería haber
evolucionado hacia su condición más estable, más apta, la homosexual,
precisamente la no reproductiva por excelencia.
El
segundo vector de la ruptura antropológica es el de la concepción
utilitaria de la vida humana. A pesar de las apelaciones a la dignidad
humana, bien visibles en el conflicto europeo con los refugiados,
solamente se puede acudir a este fundamento para levantar la bandera de
la solidaridad y la acogida, en realidad, crece la visión utilitaria. Es
también la muerte como solución, en el aborto, en la eutanasia. Una
sociedad envejecida con dificultades para crecer económicamente y
mantener su estado del bienestar tendrá una tentación creciente de
declarar que existen vidas que no valen la pena ser vividas. La presión
ambiental sobre los viejos de pocos recursos puede ser inmensa, porque
su muerte generará un ahorro notable.
El
tercer vector es la modificación de la base material de la condición
humana por medio de la biotecnología. El trabajo con embriones como paso
previo a la clonación humana, la selección de los hijos perfectos, es
el camino hacia la sociedad Gattaca.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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