La resilencia del independentismo se debe a que en parte se basa en una fe de tipo religioso
Acto unitario del independentismo en Barcelona. (EFE)
"Resiliencia: capacidad de determinados ecosistemas de
absorber perturbaciones sin alterarse de modo significativo, pudiendo
regresar a su estadio original una vez estas han terminado. Pues eso, no
hay mejor manera de definir la principal virtud del independentismo catalán. Su extraordinaria resiliencia, su prodigiosa capacidad para absorber perturbaciones que inhabilitarían a cualquiera".
Así empezaba un reciente y brillante artículo de Andreu Claret, conocido periodista catalán que en la transición tuvo un destacado papel en el PSUC, el partido de los comunistas catalanes asociado al PCE, y que ha vivido temporadas en otros continentes. Y seguía su artículo en 'El Periódico de Cataluña':
"Sorprende la resiliencia frente a la errática actuación de sus
líderes. Es como si hubieran generado un antídoto… que sirve para
transformar una mentira en un error, para entonar una inenarrable
autocrítica sin que nadie pida cuentas, para que todo quede en un
rasgarse las vestiduras durante un par de días… En cualquier otro cuerpo
político contradicciones de este calibre provocarían un descalabro.
Pero el independentismo no es un movimiento estrictamente político. Es
metapolítico y cuenta con seguidores que no se comportan como los
afiliados de un partido…razonan de otro modo, echando las culpas al
eterno rival. O, como Atanasio, aquel obispo alejandrino del siglo IV
que decía "si el mundo va contra la verdad, entonces Atanasio va contra
el mundo". Es lo que tiene estar tan seguro… se puede hacer virtud de ir
contra el mundo. Contra Madrid, Bruselas y Washington a la vez".
Del
libro de Santi Vila se deduce que ni Puigdemont ni Junqueras creían que
la independencia fuera posible, pero lo callaron para no negar lo
predicado
Ahora al leer las partes del libro de Santi Vila 'Héroes y traidores' en las que se relata lo sucedido en el Palau de la Generalitat la madrugada y la mañana del jueves 26 de octubre, esta tesis se ha reafirmado. Puigdemont y Junqueras sabían, o intuían con claridad, que la declaración de independencia estaba condenada al fracaso y que tendría graves consecuencias para ellos y para Cataluña. Entonces, ¿por qué siguieron adelante, por qué Puigdemont no convocó elecciones como había pactado vía Urkullu, y por qué Junqueras —que según todas las encuestas las habría ganado de calle— no le secundó?
Santi Vila da varias explicaciones —como la existencia de Twitter— pero el jueves escribí en 'El Periódico de Cataluña' mi conclusión. No se atrevieron a desmentir una creencia que habían repetido meses y años como una fe verdadera que tenía muchos seguidores porque, entre otras cosas, aseguraba que la independencia sería sin dolor, una fiesta que irritaría a Madrid pero sería comprendida, cuando no aplaudida, por las democracias europeas. Fue algo así como si el papa de Roma tuviera un sábado por la noche la revelación divina de que Dios no existe, que solo es una bonita historia. Lo más probable es que a la mañana siguiente el papa cantara el Ángelus en la plaza de San Pedro como si nada hubiera pasado. No osaría comunicar a los fieles que lo que la Iglesia había predicado durante siglos era solo una bonita historia.
Es lo que les debió pasar a Puigdemont y a Junqueras. No se atrevieron a decir ni a sus apóstoles —los diputados de Junts pel Sí— ni a los fieles de la ANC y Òmnium
que la independencia, al menos en aquel momento, era un imposible, que
había que rectificar. Ya cuando Puigdemont la retrasó unos días antes
algunos fieles se encolerizaron… Optaron pues por no pinchar la fe de
las procesiones de cada 11 de setiembre de siete largos años (no veinte
siglos) y consumar el desatino. Su destino luego es conocido, distinto y distante.
La
resilencia se agrieta cuando los creyentes y los fieles comprueban que
Dios no existe, que la independencia es imposible, al menos de momento
Pues
sucede lo inevitable. La resiliencia empieza a agrietarse al propagarse
el rumor entre los apóstolos de las distintas tendencias separatistas, y
también entre los fieles, de que la independencia aquí y ahora es
imposible. De que Dios no existe o que al menos se ha olvidado de su
pueblo. Y si bien apóstoles y creyentes no han perdido la fe, sí están menos seguros y más confundidos, desconcertados y crecientemente divididos.
¿Y si la fuerza de la gravedad de los estados nacionales, y de la
burocracia europea de Bruselas, pesa más al final que la religión
verdadera?
Jordi Sànchez no será elegido el lunes no
solo porque el juez Llarena no ha autorizado su salida de la cárcel y su
presencia física en el Parlament, condición inexcusable del Tribunal Constitucional.
No solo por la fuerza de la gravedad del estado español, sino porque la
secta más pequeña —y más rebelde— del separatismo, la CUP, que se niega
en redondo a admitir la fuerza de la gravedad del Estado y que cuando
las cosas se ponen feas opta por evadirse a Suiza, ha juzgado que el
programa pactado por las dos otras corrientes —la de Junts y la republicana— es demasiado blando.
Es posible que en las próximas semanas, cuando el candidato sea Jordi Turull, que tiene menos personalidad que Sànchez pero que es más experto en intrigas vaticanas, la CUP cambie de criterio. Pero no es seguro.
Además, las dudas sobre la fe —la capacidad del independentismo de
vencer al Estado español— están generando divisiones —cada día menos
ocultas— entre las dos corrientes principales del independentismo.
La CUP deja la puerta abierta a un acuerdo de gobierno para investir a Turull
Las
corrientes de tradición más creyente y "montserratina" (más ligadas a
la tradición católica y antifranquista del monasterio de Montserrat)—el PDeCAT, la antigua CDC, y Junts per Catalunya—
son muy reacias a revisar el dogma y tienden a creer —como mínimo a las
horas de rezo— que el Estado español puede ser derrotado a corto a
través de la comunión entre Bruselas y los diputados y fieles del
interior. Por eso insisten en que la prioridad es proponer un candidato
que el Estado no pueda admitir. Su objetivo no es recuperar los honores y dineros de la Generalitat
—que también— sino provocar una crisis en España y ridiculizarla ante
el mundo. Para ellos el 1 de octubre se ganó la batalla principal del
referéndum y el 27 solo se perdió una escaramuza.
JxCAT
se resiste más que los republicanos a admitir que el 27-O fue un
fracaso y que hay que buscar consensos más allá del secesionismo
Oriol Junqueras lo dijo enseguida. La prioridad era elegir un president que pudiera gobernar desde el primer día. Luego Roger Torrent —guardando siempre las formas como debe ser— esquivó la fuerza de la gravedad al "suspender, pero no desconvocar" el pleno que iba a elegir a Puigdemont. Ahora seguimos igual —pendientes del recurso a Estrasburgo— con el pleno para elegir a Jordi Sànchez. Mientras Joan Tardá, un apóstol con autoridad moral en ERC, ha dicho algo obvio pero que ha generado indignación entre los fieles más intransigentes: que fuera del independentismo había buenas personas y gentes de izquierdas con la que se debía y podía hablar. Pero el bueno de Tardá ha sido tratado casi como un agente de la quinta columna. Algunos querrían enviarlo a la hoguera, pero la cúpula de ERC —un artículo conjunto de Oriol Junqueras y Marta Rovira en la web del partido— ha salido en defensa de su Juan Bautista: hay que ampliar las bases, no conviene nada que no ayude al consenso más amplio y hay que contar hasta tres antes de caer en ningún maximalismo, aunque sea verbal.
La conclusión es que una parte del independentismo empieza a dudar. Dios quizás existe, pero solo como programa máximo de futuro. Quizás evolucionen como aquellos socialdemócratas que querían nacionalizar todos los medios de producción (programa máximo) pero que tenían los programas mínimos de la jornada de ocho horas, las vacaciones pagadas, el impuesto progresivo, la educación gratuita, pensiones dignas tras la jubilación a los 65 años… Aquellos socialdemócratas han pecado y siempre fueron acusados de traidores —por los comunistas que mientras tanto han desaparecido—, pero hicieron la vida más agradable, mejor y más justa (siempre hasta cierto punto).
¿Pueden los independentistas
radicales convertirse en socialdemócratas del independentismo? Sería lo
razonable porque ya se está viendo que el leninismo o el trotskismo
separatista, aunque tenga fe, no da frutos. Y la fuerza de la gravedad
española (y europea) está ahí.
Quizás ahora el peligro emergente sea que una parte de la fuerza de la gravedad se crea con tanto poder que quiera tratar al 47% de creyentes catalanes
—que votan independentista desde el 2012 aunque suba la participación—
como algo insignificante y sean tentados por una solución a lo
Diocleciano: enviar a sus líderes al banquillo, a la hoguera, y difundir
luego sus conversaciones más torpes. En la vieja Roma, el martirio no
acabó con la Cristiandad.
JOAN TAPIA Vía EL CONFIDENCIAL
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