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domingo, 30 de agosto de 2020

CUANDO LO QUE PRIMA ES MANDAR, NO GOBERNAR

A Sánchez solo le preocupa socializar sus responsabilidades con las autonomías, acaparar mayor poder institucional apelando a un PP al que sataniza y garantizarse unos Presupuestos con números propios

 
ULISES CULEBRO

 
Al discernir entre "vieja y nueva política", Ortega refiere que una cosa es gobernar y otra bien distinta es mandar catalogando de acto inmoral conquistar el poder sin un ideal de gobierno. Si el primero de nuestros filósofos señala que la historia contemporánea patentiza qué grado de miseria se puede alcanzar en este campo, no hay duda de que el presidente Sánchez descuella sobresalientemente. Como no sabe gobernar, dado su nulo bagaje al no atesorar más experiencia que la de meritorio de aquellos a los que portaba la cartera siguiendo los derroteros de Zapatero, ni lo busca, ambiciona mandar. Así, suple sus carencias con su falta de escrúpulos. Puro deleite del poder por el poder de quien ansía perpetuarse al frente de una monarquía presidencialista con un soberano que solo reine en la baraja de naipes de don Heraclio Fournier.
Echando la vista atrás, lo acreditó en su retorno a la secretaría general del PSOE simulando una humildad que era soberbia grande frente a la arrogancia de quien lo quiso usar para que le guardara el sitio hasta su advenimiento bajo palio perdiendo su silla en Sevilla sin encontrarla en Madrid, y lo refrendó para alcanzar La Moncloa con una recua de socios a los que sólo aúna el propósito común de finiquitar el régimen constitucional y desintegrar la nación española. Una mayoría Frankenstein no para gobernar España, sino para que Sáncheztein mandara cesáreamente sobre sus escombros cual Nerón sobre una Roma devorada por las llamas.
Corroborando esa apreciación, su negligente gestión de la pandemia ejemplifica trágicamente su incompetencia de gobernante y su enfermiza pasión por el mando con todos sus ornatos y oropeles. Así, se desentendió de su irrupción propagando su letalidad al supeditar la adopción de cualquier medida a las marchas del 8-M por priorizar la agenda del Gobierno de cohabitación socialcomunista para luego determinar el confinamiento más extenso de Europa con un estado de alarma -en puridad, de excepción- en el que se arrogó atributos cesáreos y, al cabo de cien días, decretar el fin de la pandemia invitando a los españoles a consumir en una desescalada que, valiéndose de las vacaciones estivales, como trasparentó el martes en rueda de prensa, ha aprovechado para escurrir el bulto y allá se las avíen las autonomías. Dictando lo que en neolenguaje orwelliano ha denominado "nueva fase de la cogobernanza", se sustancia la desgobernanza de un Gobierno que no está (ni se le espera) para gobernar, sino para mandar y, si acaso, echar una mano cual voluntariosa ONG que aporta rastreadores, al igual que la UME se ofrece a sofocar incendios o mitigar inundaciones.
Si en marzo repetía como una letanía que el virus no entendía de territorios, ahora obra en contrario según su santa voluntad. Para ello, pone del revés una ley de 1981 de Leopoldo Calvo-Sotelo que permite que las autonomías reclamen la declaración del estado de alarma y su ejecución, pero siempre a expensas del Gobierno de la Nación que lo solicita a las Cortes y que responde ante éstas. De pronto, como el que se cae de un guindo, un consumado intervencionista asume el ya clásico Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même ("Dejen hacer y dejen pasar, el mundo va solo") de los fisiócratas liberales del XVIII para hacer dejación de su deber.
Es como si el Gobierno, empezando por el palacete monclovita, hubiera instalado en su fachada, en lo que hace al coronavirus, un cartel avisando del cierre temporal por cese de actividad, como han debido hacer miles de empresas. El último botón de muestra es su absentismo con relación al nuevo curso escolar aumentando la zozobra de padres, profesores y alumnos en contraste con otros gabinetes europeos conscientes de que no se pueden enfrentar los problemas eludiéndolos y aguardar un milagro que rara vez acontece si no se alumbra con las velas del buen hacer. Como sentenció con cruda prosa el poeta Ezra Pound, hay quienes conciben el arte de gobernar como generar problemas manteniendo a la gente en vilo.
Acorde con su incomparecencia informativa -no cabe calificarla de otra guisa- de vuelta de vacaciones -preguntad lo que queráis que ya me encargaré de responder lo que me venga en gana-, Sánchez trata de borrarse de la Covid-19 por medio de un ardid de su jefe de gabinete, el simpar Iván Redondo. Logró resucitar a un muerto con una moción de censura que emprendió sin saber a dónde habría de parar y ahora trata de hacerlo desaparecer estando tan presente. Una maniobra demasiado evidente, pero "al prestidigitador -avizoró el gran Ramón (Gómez de la Serna)- no le importa que se le vea la trampa porque, si alguien la ve, esto le pondrá tan orgulloso que se lo perdonará".
Todo ello luego de soslayar por todos los medios a su alcance que lo vinculen visualmente con una mortandad que sobrepasa los 50.000 fallecidos y de cuya existencia no se quiere acordar. Como puso de manifiesto en su displicente respuesta al cronista que le requirió por enésima vez la cifra oficial de la debacle y al que remitió a que lo hiciera por la tarde al departamento correspondiente donde, al larriano modo del "vuelva usted mañana", ese payaso de las bofetadas de Sánchez que es Fernando Simón, al que constantemente se refiere como el "doctor Simón" para disfrazar su carácter de propagandista de las falsedades del Gobierno, aullara como el hermano lobo de la revista satírica de aquel mismo título: "Uuuuu... El año que viene si Dios quiere". Asaz fue con esa especie de homenaje al muerto desconocido que promovió en el Palacio Real y a los que ahora se hace vaga referencia en las campañas de la DGT.
En los antípodas de aquella inaudito mea culpa de Silvela ante las Cortes rogando en 1903 a los diputados que tuvieran caridad al juzgarle "por el único acto del que me considero culpable: el de haber tardado en declarar a mi país que no sirvo para gobernar", a Sánchez solo le preocupa socializar sus responsabilidades prorrateándolas con los gerifaltes autonómicos, acaparar mayor poder institucional apelando a un PP al que sataniza por no bastarle los sufragios de sus socios al exigir mayoría cualificada la renovación del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional o la RTVE, y garantizarse unos Presupuestos del Estado que le permitan encarar unos eventuales comicios con números propios después de estirar como un chicle los de 2018 aprobados por el PP.
Al ser incierto el apoyo de los separatistas, enfrascada ERC en una guerra civil con los de Puigdemont por liderar el secesionismo que puede elucidarse en este último trimestre en las demoradas elecciones anticipadas que Torra pregonó hace meses y que deberá convocar ante su ineludible inhabilitación en el juicio que está presto a celebrarse, Sánchez reclama al PP que suscriba los presupuestos que designa de país cuando se guía por la senda del enfrentamiento y la polarización arrinconando a la España que queda a la derecha de un PSOE radicalizado, una vez abandonadas las posiciones centradas de las mayorías aplastantes de antaño. Puesto a citar a Kennedy que tome nota de lo manifestado por éste tras ganar la Casa Blanca a Nixon por los pelos: "Se puede ganar con la mitad, pero no se puede gobernar con la mitad en contra".
Más allá de cucamonas de Casado a la hora de fiscalizar al Ejecutivo, el líder de la oposición no puede suscribir sin más unos presupuestos que, sobre todo, ponen números a una determinada política. En este sentido, no le falta un ápice de razón cuando estipula la condición sine que non de la salida del Consejo de Ministros de Podemos, pues su estancia es incompatible con una política económica europeísta que, amén de paliar la recesión en curso, fije las bases de una recuperación creadora de riqueza y empleo.
Si los síntomas de decrecimiento ya eran apreciables antes de la pandemia, ésta ha hecho que España sea el país europeo que, junto al mayor número relativo de afectados, más se ha resentido económicamente de la mano de un Reino Unido que arrastra la cruz añadida del Brexit. Puede entenderse que un partido bisagra como Ciudadanos, a modo de gestoría de intereses particulares, pero no una formación que sea alternativa de Gobierno. Solo tendría sentido, desde luego, a cambio de desembarazarse de unos ministros de Podemos que se rearman para que, en caso de que Sánchez anticipe ese movimiento sin esperar a ir al encuentro con las urnas, complicarle la existencia, si bien su apreciable declive por su impostura y fechorías no parece que supusiera un mayor inconveniente. ¿Qué cosa puede ser más fuerza de razón?
Pese a su actual fragilidad y envejecimiento prematuros, su líder, Pablo Iglesias, sigue manteniendo inalterada su condición de eslabón ineludible con el independentismo y, hoy por hoy, Sánchez, carece de fortaleza para salir a mar abierto sin la cobertura que le presta la flota corsaria Frankenstein. Es más, puede verse atrapado por la tenaza de unos socios que aprovechan la votación de presupuestos para plantearle una moción de confianza encubierta al declararse incompatibles con PP y Cs, al tiempo que Vox formaliza su anunciada moción de censura para desgastar por colleras al PSOE y PP. Menuda paradoja.
Como hombre de poder al que se la trae al pairo la gobernación, su primera maniobra ha sido despejar la mesa de lo que tenga que ver con la Covid 19 -"otra cosa no, pero datos tenemos un montón", les transmitía a Illa y a su escudero Simón el 19 de agosto desde el Palacio de Doñana, con la segunda oleada ya en ciernes negada como la primera- antes de plantear la madre de las batallas del Presupuesto debiendo para ello vadear el Rubicón y, una vez atravesado, acudir a las elecciones en las mejores condiciones posibles. Como ese trance no la ignora nadie, ese río resultará un escollo de difícil tránsito. De momento, socios y adversarios ya le advierten de que se olvide de ese desiderátum de la "geometría absoluta", como alternativa a la "geometría variable" de Zapatero, y ponen sobre el tapete sus respectivas incompatibilidades mutuas.
En este brete, como antecediera en las elecciones de noviembre pasado, Sánchez actualiza la falsa disyuntiva de entonces de "yo o el caos", como si no fueran la misma cosa, por la de "presupuestos de todos o seguir con los de Montoro". ¡Como si no supiera que su margen de maniobra se ha estrechado tanto, tras el rescate implícito de España que ha acarreado el reciente plan de socorro financiero de la Unión Europea contra el coronavirus, que va a tener que darse por satisfecho con remozar el presupuesto prorrogado de Montoro canjeando, si acaso, la segunda o del apellido de éste por la e de Montero, si bien su ministra del Fisco podrá darle una mano de pintura para aparentar que todo ha mutado siendo esencialmente igual! Entre tanto, unos y otros guardan armas a orillas del Rubicón en los términos que Wellington, en vísperas de la batalla de Waterloo, le trasladaba a un oficial de confianza: "Bonaparte no me ha contado sus proyectos y, dado que mis planes dependen de los suyos, ¿cómo quieres que te diga los míos?".
En este incierto presente, España padece una situación de bloqueo en la que la fragmentación derivada de la voladura del bipartidismo hace que cualquier mayoría pase por Sánchez como foco catalizador. Por eso, como la nación no puede dimitir del Gobierno, éste trata de hacer lo que Bertolt Brecht replicaba irónicamente a un compatriota: "Disolver al pueblo para que el Gobierno elija otro", esto es, un proyecto de ingeniería social que, a la par que desvía la atención de los asuntos urgentes, establece las condiciones que subyacen detrás de la investidura Frankenstein. La excepcionalidad del momento acelera este proceso en marcha desde la tentativa de golpe de Estado en Cataluña del 1-O de 2017. Descarnadamente dicho en palabras de Aristófanes en su interpelación de Los Caballeros, se apela a la guerra para evitar que la gente vea a través de los crímenes.

                                                                FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO

EL ORGULLO DEL HOMBRE SISTÉMICO


Opinión 

Eduardo Gómez

Tal vez ha llegado el momento de dejar de manosear la expresión “corrección política“ y emplear un sintagma más preciso: pensamiento sistémico. La corrección política no va más allá de ser un mascarón de proa, y el pensamiento sistémico es la dialéctica de los grandes males venideros por escrutar. Realmente esa distinción separa a los burdos activistas de los pensadores de combate nada dispuestos a tragar con los carros y carretas de mendacidad porteados desde el poder.
Un pensamiento sistémico reza como aquel generalmente aceptado por la sociedad, otrora voluntad popular, el ente que, según Juan Jacobo Rousseau, orlado de poder político, estaba llamado a ser inexorablemente soberano. Claro que si el pensamiento generalmente aceptado no tiene su origen en la voluntad general, sino en grupúsculos financieros de tipejos que mangonean a su gusto los principales organismos internacionales, no hay más voluntad ni libre albedrío que la aceptación por ósmosis.
Según Ramiro de Maeztu, Rousseau jamás se aventuró a demostrar la existencia de una voluntad general, y en tanto no se demuestre, las inteligencias libres o pensadores de combate pueden y deben afirmar que “no hay voluntades generales sino cosas generales“. En esa atmósfera de ósmosis generalizada, a los globalistas protervos les ha salido un forúnculo en sus tejemanejes pandémicos. Una minoría de inteligencias libres del mundo de la ciencia que se hacen llamar médicos por la verdad. Prestos a desmontar sus patrañas han dado un paso al frente para denunciar el tinglado coronavírico.
Lástima que el equipo de médicos combatientes contra el sistema haya pasado por alto la teología como ciencia primera. Hubieran descubierto que el origen del gran mal que combaten se llama teoría del orgullo; un pecado más conocido como soberbia o superbia.
El término superbia (ya en desuso y copiado del latín tal cual) define al hombre que se cree superior a sus congéneres debido al estado económico, social o de otra índole privilegiada. Grandes teólogos como Santo Tomás de Aquino no llegaron a considerarlo un pecado mortal, pero sí un vicio capital, fuente de perdición humana.
Para Ramiro de Maeztu, el orgullo es la causa racional del pecado. En una obra encomiable, denominada La crisis del Humanismo explica que el orgullo, antes de convertirse en superbia, parte del siguiente razonamiento: “Si mi obra es buena, yo soy bueno“. Es así como la bondad de la obra arrastra a la conciencia de superioridad moral del hacedor, convencido de su auctoritas para decidir quiénes mandan y quiénes obedecen. En pocas palabras, dividir a la especie humana en lumbreras y adocenados. Una teoría falsa, iluminista y repugnante, cuyo mal se halla ya, según Maeztu, en el Renacimiento. Mucho ha llovido desde que la implementaran los filántropos fetén, al calor de una intrincada red de fundaciones. Más aún, la superbia se ha vuelto sofisticada y eugenista.
El globalista protervo, filántropo de vocación, prócer del hombre sistémico, encaja como un guante en la teoría del orgullo, visionada por el gran pensador español de la generación del 98: pavoneando su inefable probidad, no parará hasta modelar el orbe para saciar su sed de eugenesia y de superioridad moral. Y es que la soberbia siempre fue el pecado capital y sempiterno de los filántropos
Al igual que la voluntad general de Rousseau, la teoría del orgullo que define el alma del filántropo fetén se transmite por ósmosis, que fluye desde los supuestos lumbreras hasta los más adocenados parias, pasando por todos los estamentos sistémicos: mariachis de la política, medios convencionales de desinformación, científicos apesebrados en el mensaje institucional y la ciudadanía de creencias estabularias.
Con el convencimiento gregario de superioridad moral, los diferentes estamentos sistémicos pondrán sin dudarlo el cartel de “se busca” por cada disidente que denuncie las chuflas víricas sobre el fin del mundo. No sabemos qué cara pondría Maeztu, al constatar la subversión refinada de la teoría del orgullo: “Como soy bueno, mis obras son buenas, ergo la Humanidad ha de obedecer“. Pero conocemos la conclusión a la que llegó: “El diablo es diablo porque se cree bueno“.

                                         EDUARDO GÓMEZ  Vía RELIGIÓN en LIBERTAD

EL DIPLODOCUS NO SE HA DESPERTADO


Dos mujeres limpian un aula del colegio de San Juan de Murcia, este... 

Dos mujeres limpian un aula del colegio de San Juan de Murcia, este viernes, en presencia del alcalde, José Ballesta. EFE


Hace años utilice el lema ¡Despertad al diplodocus! para indicar que nuestro sistema educativo es muy poderoso, pero se mueve con dificultad y había que movilizarlo. La situación actual pone de manifiesto que no ha despertado. Los primeros responsables de esta inercia son los "políticos de la educación". Nunca hemos tenido buenos "gestores educativos", profesionales competentes y comprometidos capaces de organizar, movilizar, implicar, hacer planes y conseguir llevarlos a cabo.
Ningún ministro ha conseguido potenciar la autonomía de los centros y su capacidad de innovación. Ninguno se ha tomado en serio la formación del profesorado y ninguno, y, esto me parece especialmente grave, ha fortalecido las competencias profesionales y legales de los equipos directivos y de los inspectores, es decir, de los mas cercanos a la gestión.
Por supuesto son también culpables los partidos que no han conseguido consensuar un pacto. Tampoco ha ayudado la estructura funcionarial de la mayor parte de los docentes, ni la acción corporativista y a veces demagógica de los sindicatos, y, puestos ya a buscar responsables, el desinterés de la sociedad por la educación.
Basta mirar las encuestas del CIS para comprobar que la educación no está nunca entre las grandes preocupaciones de los españoles. Nos acordamos de ella, como de Santa Bárbara, cuando truena. Y ahora esta tronando, y mucho.
La pandemia nos cogió desprevenidos y las escuelas tuvieron que capear el temporal como pudieron. Pero estos meses deberían haberse aprovechado para preparar un curso 2020-2021 absolutamente excepcional, que exige medidas excepcionales, cooperación de todos los agentes sociales y capacidad de gestión. Nada de eso ha sucedido y donde se ha hecho ha sido por iniciativa de los centros.
El reciente acuerdo entre el Ministerio y las comunidades autónomas es patético. Es una muestra más de inercia, improvisación, y timidez. Desde marzo era evidente la gravedad de la situación y que necesitábamos tratar el problema sanitario y el académico.
El sanitario exige bloquear los contagios dentro de la escuela, lo que pone en primer lugar el problema del espacio. Pedí que cada centro presentara un informe sobre la posibilidad de ampliar el espacio que tenía, bien con instalaciones propias o externas. La ampliación de espacios implica aumento del profesorado y un mayor uso de la tecnología dentro del aula, de manera que en caso de confinamiento esos métodos pudieran aplicarse a distancia.
Eso supone equipar digitalmente a los centros y a los alumnos y formar a los docentes en un nuevo tipo de enseñanza híbrida al que probablemente tendremos que acudir cada vez más. Hay introducir turnos y -asunto que nadie se atreve a tocar- aprovechar los horarios de tarde, podados por la implantación pedagógicamente poco justificada de la jornada continua.
Desde el punto de vista de los contenidos académicos, ya entonces propuse que puesto que no sabíamos como habían aprovechado los alumnos el confinamiento, el primer trimestre debía ser de actualización, lo que suponía un reajuste de todos los programas.
Ahora, la víspera del comienzo de curso, se habla de que se van a contratar miles de profesores. ¿De qué manera?¿Con qué competencias?¿Cómo se van a integrar en los proyectos educativos de los centros?
Sea cual sea la evolución de la situación, va a exigir una mayor colaboración con las familias. ¿Se ha cuidado esta cooperación? Seré optimista. Aprovechemos la ocasión para despertar al diplodocus, aunque sea tarde.

                                                    JOSÉ ANTONIO MARINA   Vía EL MUNDO

sábado, 29 de agosto de 2020

Cinco libros para comenzar septiembre

El mes arranca con novedades de las que aquí elegimos una selección de tres novelas, una recopilación de textos y una biografía

Vuillard, uno de los títulos más atractivos de los próximos días. 

Vuillard, uno de los títulos más atractivos de los próximos días.


Rentrée, lo que se dice rentrée, puede que sea, pero sin duda de las más atípicas que hayamos visto en años. En un 2020 donde casi la mitad de las novedades quedaron varadas en el efecto pandemia, los libros que publican las editoriales este otoño se incorporan a una mesa de abarrotada con lo publicado hace unos meses. En ese panorama conviene elegir y tener presente los más títulos más llamativos en lo que a literatura respecta. La selección incluye tres novelas, una recopilación de textos y una biografía. Son apenas cinco libros, pero no hay que olvidar que aún queda mes suficiente para seguir dando cuenta de lo que traen en los editores este otoño, que viene cargado de grandes nombres.
Esta misma semana, Seix Barral ha publicado la nueva novela de uno de los escritores contemporáneos españoles más sólidos: Ignacio Martínez de Pisón. Se trata de Fin de temporada, una novela ambientada en la España de los setenta y que, a partir de la relación entre una madre y su hijo, Pisón retrata una sociedad en trance de modernizarse, pero en la que para una mujer aún es imposible abortar o recomponer su propia vida. El escritor retoma su interés por abordar las relaciones familiares, como una ventana para asomarse a la historia reciente de España. Está tremendamente bien escrita y con ella Pisón demuestra la solidez de su pluma y su obra.

'La vida mentirosa de los adultos'

El 1 de septiembre llega la novela más esperada de Elena Ferrante: La vida mentirosa de los adultos (Lumen). Hay mucha expectación con lo nuevo de Ferrante, pseudónimo literario tras el que se esconde el fenómeno de la saga ‘Dos amigas’, publicada en 42 países. A través de la historia de Giovanna, una adolescente del entorno burgués napolitano, Ferrante compone una obra sobre la pérdida de la inocencia y la iniciación en la adultez. Lo mollar en esta novela no es la idea de crecer o la decepción que entraña, sino del engaño implícito que supone. Comparada con sus libros anteriores, la crítica –especialmente en Francia- ha recibido el libro con frialdad, por considerar que no tiene la fuerza de su ‘Cuarteto Napolitano’, como llaman los anglosajones a la saga que desató la ‘Ferrante-manía’. Que daca quien saque sus propias conclusiones.

'La guerra de los pobres'

Éric Vuillard, Premio Goncourt 2017 por su novela El orden del día y arrancó la ovación de la crítica por la elegancia y concisión de su novela 14 de julio, sobre la toma de la Bastilla, regresa ahora con  La guerra de los pobres (Tusquets): un relato que, a partir de la sublevación de los campesinos en el sur de Alemania en 1524,  propone la religión y la desigualdad como tema irresuelto en el continente europeo.  En un relato trágico y violento, Vuillard aborda la historia de Thomas Müntzer, el responsable del leo John Wyclif o John Ball en la Inglaterra de dos siglos antes, o Jan Hus, quienes, esgrimiendo la Biblia —traducida ya a las lenguas vulgares, y cuyo mensaje llega a todos—, se alzaron contra los privilegiados. En un mismo relato se unen la religión, la imprenta y el protestantismo para entender históricamente la pobreza y el uso del pueblo en el discurso sobre la desigualdad.

'Ni fuh ni fah'

Aparcando la ficción, conviene asomarse a la compilación de artículos  de Julio CambaNi fuh ni fah, que rescata la editorial Pepitas de Calabaza. Esta obra, el penúltimo libro que publicó Camba y que nunca se ha reeditado desde que se publicara por vez primera en 1957, reúne una serie de textos que abordan la crónica de viaje y reflexiones en las que el gallego concede al lector frases como ésta : “Los hombres no son ni buenos ni malos: son absurdos”.  Cierra la selección una novedad del sello Anagrama. Se trata de  la biografía de Susan Sontag  escrita por Benjamin Moser. Como ya lo hizo con Clarice Lispector, en este libro reconstruye al personaje procurando la mayor complejidad y puntos de vista. Aborda sus primeros textos; su matrimonio con el profesor y ensayista Philip Rieff, y la verdadera autoría del primer libro de este; el nacimiento de su hijo David; sus temporadas en Inglaterra y París; el redescubrimiento de su sexualidad y sus relaciones con la dramaturga María Irene Fornés o la fotógrafa Annie Leibovitz. Este libro es, además, un mapa de los debates intelectuales de su época: Vietnam, Cuba, el comunismo, el feminismo o la crisis del sida, pero también el sitio de Sarajevo o la fatua contra Salman Rushdie.

                                                   KARINA SAINZ BORGO   Vía VOZ PÓPULI

¿Cómo será la guerra fría del siglo XXI?

Washington y Pekín, el desacoplamiento acaba de empezar. De las amenazas verbales y el rechazo a un nuevo acuerdo comercial se ha pasado a una carrera tecnológica y financiera


Desacoplamiento

Después de 40 años de integración económica de China con el mundo occidental (y occidentalizado, a través de instituciones como la Organización Mundial del Comercio), parecía imposible dar marcha atrás. Las empresas chinas han inundado nuestros mercados con sus productos hasta el punto de hacer del “Made in China” un estándar universal.
Así, según el periodista del Financial Times Gideon Rachman, muchos empresarios piensan aún que Washington y Pekín acabarán encontrando una solución a sus desavenencias. Su razonamiento es que lo contrario, es decir, el famoso “decoupling” (desacoplamiento), es demasiado costoso para ser aceptable.
Sin embargo, se equivocan. El desacoplamiento acaba de empezar. De las amenazas verbales y el rechazo a un nuevo acuerdo comercial se ha pasado a una carrera tecnológica y financiera. Esto se explica porque la lógica empresarial que regía las relaciones entre los Estados Unidos y China se ha sustituido por la lógica de la competición estratégica. En otras palabras, los intereses políticos han rebasado por primera vez los incentivos económicos a la cooperación.
Rachman, que no admira precisamente al actual presidente de los Estados Unidos, deja bien claro que no se trata de una obsesión de Donald Trump. En Washington, afirma, reina un amplio consenso entre republicanos y demócratas sobre la conveniencia de endurecer la posición hacia China.
Hoy, el desacoplamiento es una carrera que recuerda a su equivalente armamentístico, más lúgubre, de la Guerra Fría.
Rachman piensa que, en un futuro, la competición afectará a todos los aspectos de la vida económica de los Estados Unidos y China
Este estadio se puede ya entrever: Apple, hasta ahora centrado en China para la producción de sus aparatos, manufactura su nuevo iPhone en la India, y ha abierto nuevas fábricas en los Estados Unidos. Las empresas tecnológicas de ambos países, como Huawei, Google, o más recientemente ByteDance, han sido sólo las primeras afectadas. Otras marcas americanas, como Starbucks, se preparan para un golpe demoledor que las fuerce a salir de China.
El resto de países del mundo no tendrá otro remedio que posicionarse a favor de una o de la otra superpotencia.
El choque entre las dos superpotencias económicas (el PIB de la tercera economía mundial, Japón, está a años luz) tendrá efectos importantísimos para los europeos y asiáticos no chinos.
Las empresas tendrán que aprender a navegar en un sistema de cadenas de abastecimiento fragmentadas y marcos legales cargados de limitaciones destinadas a desfavorecer la superpotencia rival.
Como en la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, el resto de países del mundo no tendrá otro remedio que posicionarse a favor de una o de la otra superpotencia. La alternativa será la marginación económica porque ningún otro país puede permitirse prescindir de los dos sistemas económicos chino y norteamericano a la vez en términos de tecnología, derechos comerciales, financiación o materias primas.
A pesar de que Europa todavía duda, en buena parte por antipatía personal a Trump, no le quedará otro remedio que posicionarse bajo la protección de los Estados Unidos, como a finales de los años 40. La alternativa sería tan alocada como pedir formar parte del Pacto de Varsovia en 1955. Pero habrá que ver si esta vez Washington nos financiará también la puesta al día de nuestra economía.

                                                                           FORUM LIBERTAS

SALUD DEMOGRÁFICA

El autor analiza el posible impacto de la pandemia en la estructura demográfica y advierte de los graves problemas que acarreará las bajísimas cifras de natalidad que hay en España

 

PATXI CORRAL


¿Qué efecto tendrá la pandemia de Covid-19 sobre nuestra escuálida tasa de natalidad, la estructura demográfica de España y la esperanza de vida? Muchos se hacen esas tres preguntas desde que el coronavirus irrumpió tan desagradablemente en nuestras vidas.
La esperanza de vida, una vez vencida la pandemia mediante vacunas, fármacos, mejores técnicas curativas, y/o inmunidad de rebaño, debería seguir aumentando a ritmo incluso mayor que el de las últimas décadas, por los avances médicos y los incrementos de capacidad hospitalaria que esta emergencia sanitaria habrán propiciado, y porque cabe esperar que se generalice el uso de mascarillas para no contagiar al prójimo entre los afectados por catarros y enfermedades infecciosas similares, como ya era habitual desde hace años en países como Japón, pero no, ciertamente, en España.
En relación a nuestra maltrecha estructura demográfica y la preocupante inversión de su pirámide de población, el impacto de la pandemia en el proceso de envejecimiento social y en el gasto en pensiones de España debería ser apenas apreciable. Incluyendo los muertos no contabilizados por el Gobierno, hasta ahora llevaríamos entre 40.000 y 50.000 fallecidos por Covid, en su inmensísima mayoría con 65 años o más. Como la población mayor de 64 años supera en España los nueve millones de personas, y cada año crece su número en unos 150.000 paisanos más, salvo un recrudecimiento catastrófico de la epidemia, la mortandad por coronavirus no tendría efectos relevantes en la pirámide de población española (con perdón por llamarla "pirámide", ya un eufemismo o anacronismo, pues su forma hace mucho que dejó de ser piramidal), y tampoco aligeraría de forma significativa la abultada nómina de las pensiones de jubilación de manera recurrente.
Es menos clara la incidencia que tendrá la Covid-19 en la natalidad, si bien dudamos de que sea importante a la larga. Al principio del confinamiento se hablaba de que habría un baby boom al cabo de nueve meses, al estar las parejas más juntitas; y también por revalorizarse para muchos la familia como base de sus vidas, en esos tiempos de gran zozobra. Según fue creciendo la preocupación por el desplome económico en ciernes, cundió la hipótesis contraria: habrá un tremendo bajón en los nacimientos. Muy pocos mencionaron dos factores que incidirían en el número de alumbramientos a los nueve meses del inicio del confinamiento, uno a favor y otro en contra. Cabe prever que haya habido un número mucho menor de lo habitual de abortos entre marzo y junio, lo que conllevaría más bebés de lo normal entre diciembre y febrero próximos, dado que uno de cada cinco embarazos en España termina con el feto muerto en un quirófano al mando de galenos/as que omiten el mandamiento ético hipocrático de no practicar abortos. En sentido contrario, cabría esperar que se hayan interrumpido muchos tratamientos de fertilidad, que en España ya traerían al mundo a más de un 5% de los bebés que nacen, y cuya causa mayoritaria es que los españoles dejamos para demasiado tarde lo de ponernos a tener niños. Como la fertilidad femenina -y la masculina-, a la edad en que gran parte de los españoles quiere hoy día tener niños (entre los 30 y muchos años y los 40 y varios) es mucho menor que a las edades en que se casaban y tenían los niños los españoles hasta hace unas pocas décadas, solo por este motivo, hay un número creciente de españoles que acaban teniendo menos niños de los que a la postre habrían deseado y que recurren a técnicas médicas para aumentar su fertilidad con el fin de tratar de tener descendencia.
¿Cuál será el resultado neto de estos cuatro factores, dos a favor y dos en contra de la natalidad post-confinamiento? ¿un baby boom en unos meses o lo contrario? A finales de 2020 lo sabremos. Pero eso no tendría mucha importancia a la larga. Los nacimientos, sean muchos o pocos, no alterarán la salud demográfica de España, crecientemente maltrecha tras varias décadas con un número de hijos muy insuficiente para el reemplazo generacional. Si la crisis económica se prolonga, es previsible que nuestra tasa de fecundidad se hunda algo más. Pero si sirven para predecir el futuro todos los datos conocidos de natalidad desde hace un siglo y medio, no cabe prever un desplome fuerte del número de hijos por mujer por la Covid a medio y largo plazo. La experiencia nacional e internacional indica de manera rotunda que no hay relación de fondo entre crecimiento o caída del PIB y variación de la tasa de fecundidad. Durante la Guerra Civil, el número medio de hijos por mujer en España fue más del doble que el actual, pese a lo durísimo del momento. Sensu contrario, entre 2014 y 2019, pese a ir la economía mucho mejor que en el quinquenio anterior, el número de hijos por española cayó un 8% (por solo 3% entre 2009 y 2014, con la economía "hecha unos zorros"), y el número de bebés de madres españolas se redujo en un 20% (por 10,5% en el quinquenio previo). Los países con mayor renta per cápita del mundo (naciones megarricas como Luxemburgo, Singapur, Irlanda, Noruega o Catar, por cierto, con muy diversos sustratos religioso-culturales) experimentaron en los últimos años sucesivos mínimos históricos de fecundidad, muy inferiores a los 2,1 hijos por mujer que permiten el relevo generacional, y en el caso de las luxemburguesas y singapurenses inferior incluso a la de las mujeres españolas. Es más, en 2019, antes de visitarnos la Covid y con la economía creciendo a buen ritmo, el número de nacimientos de madres españolas cayó porcentualmente más que en 1919 con la pandemia de gripe mal llamada española (4% entonces, por 5% en 2019), que mató en total a más de 250.000 personas en España, equivalentes a 550.000-600.000 con la población actual de España. Y en 1920, los nacimientos recuperaron los niveles de 1918 y años previos.
España sufre un gravísimo problema de baja natalidad y, como consecuencia, de envejecimiento social y tendencia a la pérdida de población española. Con la fecundidad actual, y en ausencia de flujos migratorios externos, la población de España se reduciría a la mitad desde ahora hasta finales del siglo XXI, desde 47,3 millones a unos 23 millones, y envejecería muchísimo en promedio. Y, según nuestras estimaciones, la población española autóctona (sin contar inmigrantes y sus descendientes) pasaría de 38,6 millones de personas a poco más de 16 millones, de las que casi la mitad tendrían 65 años o más. A estos efectos, a largo plazo, creemos que el covid-19 no tendrá apenas impacto en nuestro destino demográfico. O España se toma en serio su gravísimo problema de baja natalidad y deja de mirar hacia otro lado al respecto, y en vez de potenciar valores y promulgar o mantener leyes que van contra la natalidad y la estabilidad familiar -a su vez, uno de los factores clave para que se tengan más o menos niños- empieza a hacer de manera decidida lo contrario, o nuestra merma de población autóctona, declive económico, auge de la soledad y pérdida de peso internacional en el siglo XXI serán colosales.

                                                               ALEJANDRO MACARRÓN*  Vía EL MUNDO
* Alejandro Macarrón es ingeniero, consultor empresarial y director de la Fundación Renacimiento Demográfico.