Lo correcto es hablar de países que han hecho sus deberes, con un nivel de deuda pública sostenible y con superávit presupuestario, y países, como España, que no han hecho sus deberes, con una deuda pública difícilmente sostenible y con déficit estructural
No he leído hasta hoy ninguna crítica negativa del acuerdo europeo sobre el Plan Europeo de Recuperación. Por algo será. Pero siendo positivo, hay sin embargo algunos matices que creo importante destacar.
Ante todo, no es acertado hablar de países “ricos” y países “pobres”, o de países del “norte” y países del “sur”.
Creo, sinceramente, que lo correcto es hablar de países que han hecho sus deberes, esto es, con un nivel de deuda pública sostenible y con superávit presupuestario, y países, como España, que no han hecho sus deberes, esto es, con una deuda pública difícilmente sostenible y con déficit estructural. Tal circunstancia, recordémoslo, ha incidido además negativamente en las medidas económicas aprobadas por el Gobierno en la medida en que estas se han centrado básicamente en créditos con aval y no en ayudas directas.
Sea como fuere, España no puede eludir más su responsabilidad frente a Europa, debiendo pues acometer ya sus deberes pendientes, entre otros, la reforma de la Administración y la reducción del gasto, medidas ambas imprescindibles para recuperar la senda del superávit estructural. No todo depende pues de la recuperación económica.
En este contexto, el Plan aprobado es sin duda muy ambicioso en la medida en que aspira a diseñar un modelo económico europeo basado en los grandes retos que todos sabemos. Es, además, un plan solidario, puesto que tiene en cuenta la situación de cada Estado. Como Plan verdaderamente “europeo” que es, está obviamente sujeto a condiciones.
Pero a diferencia de lo que se comenta, el Plan no es la solución a la crisis de la Covid-19, sino a las necesidades que Europa ya tenía con anterioridad y que ahora son más apremiantes.
El problema de la Covid-19, hoy, continúa siendo un gravísimo problema de liquidez y, por tanto, de shock de la demanda; un problema de falta de ingresos que por causa de la Covid-19 nunca se ingresarán en la tesorería de las empresas; un problema de falta de la liquidez necesaria para afrontar los pagos y evitar despidos y cierres. Este es el problema.
Esta falta de ingresos no es solo de los que se dejaron de obtener durante la obligada hibernación económica, sino que son también la lógica consecuencia de la pervivencia del virus. El turismo, la cultura, la hostelería, la restauración, y muchos otros sectores de nuestra actividad son un vivo ejemplo de la caída espectacular del consumo; de la demanda; de ingresos, insisto, que ya no se tendrán.
Frente a esta situación, el Plan Europeo de Recuperación no da ninguna respuesta, pues está concebido para una situación de construcción de un modelo económico que ya antes era necesario y que ahora es urgente. Pero lo prioritario continúa siendo la liquidez de las empresas. De ahí que en su día propusiera como medida de lucha frente a la Covid-19 la “deuda perpetua” o el “helicóptero monetario”.
Desde esta perspectiva, mucho me temo que el Plan aprobado no responde a la urgencia y necesidades que tienen las empresas como consecuencia de la Covid-19. Es, eso sí, un esperanzador plan de futuro económico, pero no de inyección de sangre en vena.
Frente a tal situación, es también desolador que el Estado se olvide de las PYMES y que contemple tan solo su intervención en empresas estratégicas. Nuestras PYMES necesitan también de un importante impulso. No tienen, esa es la verdad, el tamaño necesario. No son competitivas. Es pues imprescindible ayudarlas a crecer y a profesionalizarse. A internacionalizarse. El tamaño importa, y mucho. Y este es también un déficit importante de nuestro país.
Se ha apostado también por ayudas directas al sector cultural. Importantísimo. Pero ¿y el resto de las actividades?
Hay que devolver los créditos y hacerlo es imposible si no se dispone de los ingresos que en situación de normalidad se obtienen de forma regular. La morosidad es casi segura.
En este contexto, las ayudas a las empresas dependerán de cada país. Y aquí, una vez más, las posibilidades de los países que sí han hecho sus deberes nada tiene que ver con las de quienes no lo han hecho.
No se trata de ayudar a las empresas que ya eran deficitarias en la etapa pre-COVID. Se trata de hacerlo a todas aquellas a quienes la COVID ha hecho incurrir en una grave situación de tesorería; de viabilidad. A todas sin excepción. No a unas sí y a otras no. Y mucho me temo que la realidad no va a ser esta.
Las previsiones están ahí. Podemos obviarlas o reaccionar a tiempo.
En otro orden de cosas, parece que los fondos aprobados son un “regalo del cielo”. El “maná”. Nada más lejos de la realidad. Los fondos hay que devolverlos y se devolverán con impuestos europeos y con impuestos nacionales. Los fondos, pues, los pagaremos todos. A “trocitos”. Pero todos. Nos desplumarán sin dolor, pero nos desplumarán. El aumento de la presión fiscal es pues inevitable; aumento al que, tarde o temprano, habrá que añadir la subida de impuestos que España necesitará hacer para reducir su delicada situación económica. Pero antes de hacerlo, es imprescindible reducir el gasto, ajustar la Administración, y afrontar reformas estructurales de calado, como la de las pensiones. Y todo, claro está, sin olvidar el ambicioso plan de modernización económica de Europa.
En este contexto, mucho me temo que el Plan Europeo de Recuperación es para nuestros políticos la “tormenta perfecta” para eludir una vez más nuestro problema estructural de fondo y que venimos arrastrando durante más de una década. Es la anestesia perfecta para hablar de digitalización y muchas cosas más y evitar hacerlo sobre la necesidad de reducir el gasto, reformar la Administración, y ajustar de forma eficiente la Administración.
El Plan de Recuperación es, sin duda, un ambicioso y necesario plan europeo. Pero corre el riesgo de enmascarar nuestro verdadero y principal problema que es de gasto y, en consecuencia, de permanente aumento de nuestra deuda fruto de nuestro déficit estructural.
En el ínterin, el otoño se prevé caliente. Muy caliente.
¿Un gran acuerdo europeo? Sí, pero con una finalidad muy distinta a la de la sostenibilidad financiera de las empresas consecuencia de la Covid-19. Es, como tal, un plan a medio plazo. Y lo urgente, no lo olvidemos, es el corto.
ANTONIO DURÁN-SINDREU Vía FORUM LIBERTAS
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