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domingo, 30 de agosto de 2020

CUANDO LO QUE PRIMA ES MANDAR, NO GOBERNAR

A Sánchez solo le preocupa socializar sus responsabilidades con las autonomías, acaparar mayor poder institucional apelando a un PP al que sataniza y garantizarse unos Presupuestos con números propios

 
ULISES CULEBRO

 
Al discernir entre "vieja y nueva política", Ortega refiere que una cosa es gobernar y otra bien distinta es mandar catalogando de acto inmoral conquistar el poder sin un ideal de gobierno. Si el primero de nuestros filósofos señala que la historia contemporánea patentiza qué grado de miseria se puede alcanzar en este campo, no hay duda de que el presidente Sánchez descuella sobresalientemente. Como no sabe gobernar, dado su nulo bagaje al no atesorar más experiencia que la de meritorio de aquellos a los que portaba la cartera siguiendo los derroteros de Zapatero, ni lo busca, ambiciona mandar. Así, suple sus carencias con su falta de escrúpulos. Puro deleite del poder por el poder de quien ansía perpetuarse al frente de una monarquía presidencialista con un soberano que solo reine en la baraja de naipes de don Heraclio Fournier.
Echando la vista atrás, lo acreditó en su retorno a la secretaría general del PSOE simulando una humildad que era soberbia grande frente a la arrogancia de quien lo quiso usar para que le guardara el sitio hasta su advenimiento bajo palio perdiendo su silla en Sevilla sin encontrarla en Madrid, y lo refrendó para alcanzar La Moncloa con una recua de socios a los que sólo aúna el propósito común de finiquitar el régimen constitucional y desintegrar la nación española. Una mayoría Frankenstein no para gobernar España, sino para que Sáncheztein mandara cesáreamente sobre sus escombros cual Nerón sobre una Roma devorada por las llamas.
Corroborando esa apreciación, su negligente gestión de la pandemia ejemplifica trágicamente su incompetencia de gobernante y su enfermiza pasión por el mando con todos sus ornatos y oropeles. Así, se desentendió de su irrupción propagando su letalidad al supeditar la adopción de cualquier medida a las marchas del 8-M por priorizar la agenda del Gobierno de cohabitación socialcomunista para luego determinar el confinamiento más extenso de Europa con un estado de alarma -en puridad, de excepción- en el que se arrogó atributos cesáreos y, al cabo de cien días, decretar el fin de la pandemia invitando a los españoles a consumir en una desescalada que, valiéndose de las vacaciones estivales, como trasparentó el martes en rueda de prensa, ha aprovechado para escurrir el bulto y allá se las avíen las autonomías. Dictando lo que en neolenguaje orwelliano ha denominado "nueva fase de la cogobernanza", se sustancia la desgobernanza de un Gobierno que no está (ni se le espera) para gobernar, sino para mandar y, si acaso, echar una mano cual voluntariosa ONG que aporta rastreadores, al igual que la UME se ofrece a sofocar incendios o mitigar inundaciones.
Si en marzo repetía como una letanía que el virus no entendía de territorios, ahora obra en contrario según su santa voluntad. Para ello, pone del revés una ley de 1981 de Leopoldo Calvo-Sotelo que permite que las autonomías reclamen la declaración del estado de alarma y su ejecución, pero siempre a expensas del Gobierno de la Nación que lo solicita a las Cortes y que responde ante éstas. De pronto, como el que se cae de un guindo, un consumado intervencionista asume el ya clásico Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même ("Dejen hacer y dejen pasar, el mundo va solo") de los fisiócratas liberales del XVIII para hacer dejación de su deber.
Es como si el Gobierno, empezando por el palacete monclovita, hubiera instalado en su fachada, en lo que hace al coronavirus, un cartel avisando del cierre temporal por cese de actividad, como han debido hacer miles de empresas. El último botón de muestra es su absentismo con relación al nuevo curso escolar aumentando la zozobra de padres, profesores y alumnos en contraste con otros gabinetes europeos conscientes de que no se pueden enfrentar los problemas eludiéndolos y aguardar un milagro que rara vez acontece si no se alumbra con las velas del buen hacer. Como sentenció con cruda prosa el poeta Ezra Pound, hay quienes conciben el arte de gobernar como generar problemas manteniendo a la gente en vilo.
Acorde con su incomparecencia informativa -no cabe calificarla de otra guisa- de vuelta de vacaciones -preguntad lo que queráis que ya me encargaré de responder lo que me venga en gana-, Sánchez trata de borrarse de la Covid-19 por medio de un ardid de su jefe de gabinete, el simpar Iván Redondo. Logró resucitar a un muerto con una moción de censura que emprendió sin saber a dónde habría de parar y ahora trata de hacerlo desaparecer estando tan presente. Una maniobra demasiado evidente, pero "al prestidigitador -avizoró el gran Ramón (Gómez de la Serna)- no le importa que se le vea la trampa porque, si alguien la ve, esto le pondrá tan orgulloso que se lo perdonará".
Todo ello luego de soslayar por todos los medios a su alcance que lo vinculen visualmente con una mortandad que sobrepasa los 50.000 fallecidos y de cuya existencia no se quiere acordar. Como puso de manifiesto en su displicente respuesta al cronista que le requirió por enésima vez la cifra oficial de la debacle y al que remitió a que lo hiciera por la tarde al departamento correspondiente donde, al larriano modo del "vuelva usted mañana", ese payaso de las bofetadas de Sánchez que es Fernando Simón, al que constantemente se refiere como el "doctor Simón" para disfrazar su carácter de propagandista de las falsedades del Gobierno, aullara como el hermano lobo de la revista satírica de aquel mismo título: "Uuuuu... El año que viene si Dios quiere". Asaz fue con esa especie de homenaje al muerto desconocido que promovió en el Palacio Real y a los que ahora se hace vaga referencia en las campañas de la DGT.
En los antípodas de aquella inaudito mea culpa de Silvela ante las Cortes rogando en 1903 a los diputados que tuvieran caridad al juzgarle "por el único acto del que me considero culpable: el de haber tardado en declarar a mi país que no sirvo para gobernar", a Sánchez solo le preocupa socializar sus responsabilidades prorrateándolas con los gerifaltes autonómicos, acaparar mayor poder institucional apelando a un PP al que sataniza por no bastarle los sufragios de sus socios al exigir mayoría cualificada la renovación del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional o la RTVE, y garantizarse unos Presupuestos del Estado que le permitan encarar unos eventuales comicios con números propios después de estirar como un chicle los de 2018 aprobados por el PP.
Al ser incierto el apoyo de los separatistas, enfrascada ERC en una guerra civil con los de Puigdemont por liderar el secesionismo que puede elucidarse en este último trimestre en las demoradas elecciones anticipadas que Torra pregonó hace meses y que deberá convocar ante su ineludible inhabilitación en el juicio que está presto a celebrarse, Sánchez reclama al PP que suscriba los presupuestos que designa de país cuando se guía por la senda del enfrentamiento y la polarización arrinconando a la España que queda a la derecha de un PSOE radicalizado, una vez abandonadas las posiciones centradas de las mayorías aplastantes de antaño. Puesto a citar a Kennedy que tome nota de lo manifestado por éste tras ganar la Casa Blanca a Nixon por los pelos: "Se puede ganar con la mitad, pero no se puede gobernar con la mitad en contra".
Más allá de cucamonas de Casado a la hora de fiscalizar al Ejecutivo, el líder de la oposición no puede suscribir sin más unos presupuestos que, sobre todo, ponen números a una determinada política. En este sentido, no le falta un ápice de razón cuando estipula la condición sine que non de la salida del Consejo de Ministros de Podemos, pues su estancia es incompatible con una política económica europeísta que, amén de paliar la recesión en curso, fije las bases de una recuperación creadora de riqueza y empleo.
Si los síntomas de decrecimiento ya eran apreciables antes de la pandemia, ésta ha hecho que España sea el país europeo que, junto al mayor número relativo de afectados, más se ha resentido económicamente de la mano de un Reino Unido que arrastra la cruz añadida del Brexit. Puede entenderse que un partido bisagra como Ciudadanos, a modo de gestoría de intereses particulares, pero no una formación que sea alternativa de Gobierno. Solo tendría sentido, desde luego, a cambio de desembarazarse de unos ministros de Podemos que se rearman para que, en caso de que Sánchez anticipe ese movimiento sin esperar a ir al encuentro con las urnas, complicarle la existencia, si bien su apreciable declive por su impostura y fechorías no parece que supusiera un mayor inconveniente. ¿Qué cosa puede ser más fuerza de razón?
Pese a su actual fragilidad y envejecimiento prematuros, su líder, Pablo Iglesias, sigue manteniendo inalterada su condición de eslabón ineludible con el independentismo y, hoy por hoy, Sánchez, carece de fortaleza para salir a mar abierto sin la cobertura que le presta la flota corsaria Frankenstein. Es más, puede verse atrapado por la tenaza de unos socios que aprovechan la votación de presupuestos para plantearle una moción de confianza encubierta al declararse incompatibles con PP y Cs, al tiempo que Vox formaliza su anunciada moción de censura para desgastar por colleras al PSOE y PP. Menuda paradoja.
Como hombre de poder al que se la trae al pairo la gobernación, su primera maniobra ha sido despejar la mesa de lo que tenga que ver con la Covid 19 -"otra cosa no, pero datos tenemos un montón", les transmitía a Illa y a su escudero Simón el 19 de agosto desde el Palacio de Doñana, con la segunda oleada ya en ciernes negada como la primera- antes de plantear la madre de las batallas del Presupuesto debiendo para ello vadear el Rubicón y, una vez atravesado, acudir a las elecciones en las mejores condiciones posibles. Como ese trance no la ignora nadie, ese río resultará un escollo de difícil tránsito. De momento, socios y adversarios ya le advierten de que se olvide de ese desiderátum de la "geometría absoluta", como alternativa a la "geometría variable" de Zapatero, y ponen sobre el tapete sus respectivas incompatibilidades mutuas.
En este brete, como antecediera en las elecciones de noviembre pasado, Sánchez actualiza la falsa disyuntiva de entonces de "yo o el caos", como si no fueran la misma cosa, por la de "presupuestos de todos o seguir con los de Montoro". ¡Como si no supiera que su margen de maniobra se ha estrechado tanto, tras el rescate implícito de España que ha acarreado el reciente plan de socorro financiero de la Unión Europea contra el coronavirus, que va a tener que darse por satisfecho con remozar el presupuesto prorrogado de Montoro canjeando, si acaso, la segunda o del apellido de éste por la e de Montero, si bien su ministra del Fisco podrá darle una mano de pintura para aparentar que todo ha mutado siendo esencialmente igual! Entre tanto, unos y otros guardan armas a orillas del Rubicón en los términos que Wellington, en vísperas de la batalla de Waterloo, le trasladaba a un oficial de confianza: "Bonaparte no me ha contado sus proyectos y, dado que mis planes dependen de los suyos, ¿cómo quieres que te diga los míos?".
En este incierto presente, España padece una situación de bloqueo en la que la fragmentación derivada de la voladura del bipartidismo hace que cualquier mayoría pase por Sánchez como foco catalizador. Por eso, como la nación no puede dimitir del Gobierno, éste trata de hacer lo que Bertolt Brecht replicaba irónicamente a un compatriota: "Disolver al pueblo para que el Gobierno elija otro", esto es, un proyecto de ingeniería social que, a la par que desvía la atención de los asuntos urgentes, establece las condiciones que subyacen detrás de la investidura Frankenstein. La excepcionalidad del momento acelera este proceso en marcha desde la tentativa de golpe de Estado en Cataluña del 1-O de 2017. Descarnadamente dicho en palabras de Aristófanes en su interpelación de Los Caballeros, se apela a la guerra para evitar que la gente vea a través de los crímenes.

                                                                FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO

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