Washington y Pekín, el desacoplamiento acaba de empezar. De las amenazas verbales y el rechazo a un nuevo acuerdo comercial se ha pasado a una carrera tecnológica y financiera
Después
de 40 años de integración económica de China con el mundo occidental (y
occidentalizado, a través de instituciones como la Organización Mundial
del Comercio), parecía imposible dar marcha atrás. Las
empresas chinas han inundado nuestros mercados con sus productos hasta
el punto de hacer del “Made in China” un estándar universal.
Así, según el periodista del Financial Times Gideon
Rachman, muchos empresarios piensan aún que Washington y Pekín acabarán
encontrando una solución a sus desavenencias. Su razonamiento es que lo contrario, es decir, el famoso “decoupling” (desacoplamiento), es demasiado costoso para ser aceptable.
Sin embargo, se equivocan. El desacoplamiento acaba de empezar. De las amenazas verbales y el rechazo a un nuevo acuerdo comercial se ha pasado a una carrera tecnológica y financiera. Esto se explica porque la lógica empresarial que regía las relaciones entre los Estados Unidos y China se ha sustituido por la lógica de la competición estratégica. En otras palabras, los intereses políticos han rebasado por primera vez los incentivos económicos a la cooperación.
Rachman, que no admira precisamente al actual presidente de los Estados Unidos, deja bien claro que no se trata de una obsesión de Donald Trump. En Washington, afirma, reina un amplio consenso entre republicanos y demócratas sobre la conveniencia de endurecer la posición hacia China.
Hoy, el desacoplamiento es una carrera que recuerda a su equivalente armamentístico, más lúgubre, de la Guerra Fría.
Rachman piensa que, en un futuro, la competición afectará a todos los aspectos de la vida económica de los Estados Unidos y China
Este estadio se puede ya entrever: Apple, hasta ahora centrado en China para la producción de sus aparatos, manufactura su nuevo iPhone en la India, y ha abierto nuevas fábricas en los Estados Unidos. Las empresas tecnológicas de ambos países, como Huawei, Google, o más recientemente ByteDance, han sido sólo las primeras afectadas. Otras marcas americanas, como Starbucks, se preparan para un golpe demoledor que las fuerce a salir de China.
El resto de países del mundo no tendrá otro remedio que posicionarse a favor de una o de la otra superpotencia.
El choque entre las dos superpotencias económicas (el PIB de la tercera economía mundial, Japón, está a años luz) tendrá efectos importantísimos para los europeos y asiáticos no chinos.
Las empresas tendrán que aprender a navegar en un sistema de cadenas de abastecimiento fragmentadas y marcos legales cargados de limitaciones destinadas a desfavorecer la superpotencia rival.
Como en la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, el resto de países del mundo no tendrá otro remedio que posicionarse a favor de una o de la otra superpotencia. La alternativa será la marginación económica porque ningún otro país puede permitirse prescindir de los dos sistemas económicos chino y norteamericano a la vez en términos de tecnología, derechos comerciales, financiación o materias primas.
A pesar de que Europa todavía duda, en buena parte por antipatía personal a Trump, no le quedará otro remedio que posicionarse bajo la protección de los Estados Unidos, como a finales de los años 40. La alternativa sería tan alocada como pedir formar parte del Pacto de Varsovia en 1955. Pero habrá que ver si esta vez Washington nos financiará también la puesta al día de nuestra economía.
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