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martes, 4 de agosto de 2020

Viejofobia: hoy los viejos son la minoría más discriminada de Occidente

Creo que no se habla con tanto desprecio y tan impunemente de ningún otro grupo social como el de los ancianos. Yo siempre he querido llegar a viejo, no a anciano



 
Foto: Fotograma de la seria 'Los Simpson'. 
 
 Fotograma de la seria 'Los Simpson'
 
 
Curioso. Tengo que hacer un esfuerzo para escribir “viejo” en vez de “anciano”. Me ha empezado a sonar mal esta hermosa palabra y es muy mala señal. La gente que cree que con los eufemismos salva el mundo está equivocada. No se dan cuenta de que ocurre lo contrario. El eufemismo es la claudicación del lenguaje ante una realidad discriminatoria. La palabra “negro” no tiene de malo, nada, como no lo tiene ser negro, pero suficientes idiotas usándola despectivamente pueden conseguir que suene hiriente. Lo mismo pasa con “viejo”.
El lenguaje es un espejo de los sentimientos de la sociedad y de su visión del mundo. Si los gais usan “marica” entre sí, un día dejará de sonar insultante: los homófobos serán tan pocos que el lenguaje popular habrá dejado de rendirles cuentas. Creo que lo veremos, soy optimista. Pero la búsqueda de palabras “suaves” es lo contrario, la huida. ¿Qué necesidad tiene algo que no es malo de una palabra suave? Yo soy partidario de disputarle a la estrechez sus palabras y vencérselas, como hacen los maricas.
Así que escribo “viejo”. Viejo significa que has vivido mucho, que hueles raro, que eres sabio, que no te sacan en anuncios de lencería y que no estás para el salto de longitud. Nada malo hay en esto, a no ser que la sociedad perciba la vejez como algo malo, y eso es exactamente lo que pasa. Viejo es el antónimo de “joven” y la sociedad de consumo idolatra la juventud. No a los jóvenes, no: su esencia, su apariencia, su viveza, su sexappeal. Sus ganas de comerse el mundo, que tan a menudo se traducen en ganas de consumir.
El eufemismo es la claudicación del lenguaje ante una realidad discriminatoria. Idiotas usándolos despectivamente hacen el problema
El campo semántico de la palabra “viejo” no es la edad, sino la pobreza. Si eres viejo los anuncios te ofrecen medicinas, audífonos y pegamento para la dentadura postiza. Viejo es quien tiene un bajo poder adquisitivo y casi ha de dar las gracias porque le devuelvan con la pensión un poquito de lo mucho que ha aportado al mundo. Viejo es quien ya no produce y consume poco. Viejo es el que chupa la tapa del yogur y no lo tira aunque esté caducado. Creo que este es un motivo por el que el viejo es hoy la mayor minoría discriminada de occidente.
Queremos que la juventud se nos prorrogue hasta después de los 65 años porque padecemos una seria viejofobia. Esto se debe a que hoy percibimos un escalón vertical, un abismo, entre el joven de buena apariencia y el vejestorio con Alzheimer. Pintamos a los viejos siempre con caricatura. Son gente con manías, mal aliento y vestimenta miserable y rancia. Se repiten, te cuentan mil veces la misma mierda, miran obras. Los viejos son conservadores, carcas y machistas. Creo que no se habla con tanto desprecio y tan impunemente de ningún otro grupo social. Los viejos son los 'rednecks'.
Mientras tanto, la juventud se glorifica en cada escaparate de las tiendas de la ciudad y en cada anuncio. ¿Significa esto que la sociedad de consumo mima a los jóvenes? En absoluto. A ellos se los estafa, como a los indios, con caramelos y abalorios digitales. Así marchan hacia la trampa de la sociedad futura, en la que les espera no solo una yincana de trabajo precario, sino la presión por sobrellevar esta disciplina irradiando siempre frescura y juventud. Hoy ser joven es mantenerse en equilibrio sobre la cuerda: no caer al cementerio de los viejos.
Entre los jóvenes de hoy hay, como siempre ha pasado, un odio visceral a los viejos. El papel del joven es arrebatarle de las manos el mundo a las momias que los precedieron. Pero creo que en la repulsión juvenil hacia lo viejo hay además un pánico nuevo, genuino de este tipo de sociedad. Los jóvenes intuyen que cuando dejas de ser productivo y sexy ya no tienes nada que hacer aquí. Estás fuera del mercado y estás fuera del mundo. De ahí que las residencias geriátricas se construyan a las afueras, cerca de los cementerios. Son un territorio tabú diseñado lejos para almacenar personas tabú.
El antropólogo asturiano Adolfo García Martínez ha escrito líneas sabias y reveladoras sobre esta cuestión. Nos dice que el tabú de la muerte es tan intenso en nuestra sociedad que terminamos apartando a los viejos, porque ellos son nuestra única ventana abierta hacia la muerte y su proximidad. Así, mientras disfrutamos con la muerte ficticia de Rambo matando a dieciséis esbirros de una ráfaga, escondemos la muerte real. Uno de nuestros trucos es apartar al viejo.
Unos ancianos conversan en el paseo de la Concha de San Sebastián. (EFE)
Unos ancianos conversan en el paseo de la Concha de San Sebastián. (EFE)
Si lo pensamos un poco, vemos que hoy la muerte está subarrendada a empresas a las que pagamos millonadas para que nos oculten su rostro de calavera. El sepelio ha desaparecido en un aséptico tanatorio que podría ser perfectamente la terminal de aeropuerto. Además, todos los trámites de la muerte, todos los rituales, pasan ahora por la tarjeta de débito y se externalizan. ¿Habéis encargado la corona? ¿Quién paga el tanatorio? ¿Qué empresa se encarga de la cremación? ¿Te gusta esta urna que parece un Alexa, o prefieres esta otra, más clásica?
Según Adolfo García, es el tabú de la muerte es lo que ha contaminado al viejo y lo ha convertido a él en un tabú: material contaminante y contagioso que tenemos que alejar de nosotros, un apestado. Desde esta perspectiva, es fácil entender qué ha pasado en las residencias.
Y sin embargo, todavía hay papanatas que quieren arrebatarle a los viejos hasta su palabra, porque les suena a decrepitud y a muerte. Proponen que usemos “persona mayor”, que es el equivalente lingüístico al botox, la crema antiarrugas y la urna de 300 euros para esconder las cenizas del muerto. Pues no lo haré. La viejofobia no va conmigo. Siempre he querido llegar a viejo, no a anciano, ni a persona mayor. Como mi abuela y mi yayo: dos viejos que lo aprovechan todo y no tiran nada, dos viejos que compran lo indispensable, dos viejos que no entienden ni un 10% de lo que intenta venderles toda esa publicidad. ¡Y a mucha honra!

                                                JUAN SOTO IVARS  Vía EL CONFIDENCIAL

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