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domingo, 2 de agosto de 2020

'¡Sonría, estamos en España!'

Sánchez no ha descubierto en Simón un solvente científico, sino un avalado mentiroso acorde con un presidente que se valió de una sentencia falsa para montar su moción de 'investidura Frankenstein' contra Rajoy

ULISES CULEBRO

El destino se complace en repetir las cosas y lo que pasa una vez pasa muchas otras, por decirlo con palabras del maestro Borges. Por eso, ahora que Sánchez, empecinado en repetir las políticas fracasadas de Zapatero que retrotraen a España a la dramática situación de 2008, como se aprecia en su negligente gestión del coronavirus con cerca de 50.000 fallecidos, con una devastación de empleo sin parangón y con una destrucción de riqueza sin igual en las principales economías del mundo, quizá convenga recordar un chiste que obtuvo fortuna durante aquellos años bobos y trasladable a los días aciagos del presente por dibujar fielmente ambos periodos -en realidad, dos fases del mismo ciclo- con los pinceles del humor.
En el curso de una visita de mandatarios comunitarios al Louvre con motivo de la presidencia de turno francesa, la comitiva hace un alto delante de uno de los óleos barrocos que Nicolás Poussin obró por encargo del cardenal Richelieu. En concreto, el que simboliza la primavera y aparecen desnudos Adán y Eva en el Paraíso Terrenal. Extasiada ante su esplendor, Angela Merkel se fija en la magnificente figura de la edénica pareja, pese a su carácter minúsculo en medio de la frondosidad del paisaje que los envuelve. A su juicio, tales arquetipos respondían al canon de beldad germánico y, por ende, el artista se había inspirado en compatriotas suyos. Esta apreciación es acogida con un displicente mohín por su anfitrión Sarkozy, quien le refresca la memoria sobre la nacionalidad francesa de Poussin y reivindica la naturaleza gala de su erotismo.
Claro que, conformando la comitiva el premier británico, receloso como buen anglosajón del eje francoalemán, la disputa no podía darse por zanjada. Así, Gordon Brown, buscando llevar el agua a su molino, tercia con que lo siente mucho pero que, si ambos se despojaran de sus anteojeras, constatarían que la serenidad de la primera pareja de la Creación, así como sus comedidas formas, muestran a dos ingleses en el Paraíso.
Al no haber manera de ponerse de acuerdo, se reemprendió el paseo por la pinacoteca. De pronto, cuando el traductor pone al tanto al presidente español de lo dicho por sus homónimos, Zapatero echa su particular cuarto de espadas. «No puedo estar -les refuta- en más abierta disconformidad. Dejen de advertir sobre la belleza, el erotismo o la sobriedad de los personajes, y reparen mejor en cómo, pese a estar desnudos, carecer de techo y no disponer de más alimento que una manzana no se quejan y piensan encima que se hallan en el paraíso. ¿Pueden dudar de que son españoles?».
Pese a que entonces la tormenta acechaba con un fuerte aparato eléctrico que hundiría a aquel supuesto Titanic y miles de náufragos se arrojarían por la borda mientras la orquesta de la Plataforma de Apoyo a Zapatero tocaba en la cubierta alegres marchas como si no pasara nada, aquella España zapaterista de tan buen conformar aparentaba ser un mundo feliz del que gozaban -sin preocupación ni tristeza- sus afortunadas gentes. Como en la distopía de Aldous Huxley, los ingenieros de emociones de la Casa de la Propaganda del Poder entonaban sus consignas y aleluyas hipnóticas como verdades irrebatibles.
En suma, un dechado de perfección en el que sus moradores gustaban de la felicidad proporcionada por la ingesta de soma, mezcla de cocaína y de morfina, con la excepción del salvaje de la novela huxleyana nacido en la reserva india bautizada simbólicamente como Malpaís. En consonancia con aquella Arcadia pareja a la del lienzo de Poussin, la campaña de promoción mundial del turismo español se lanzó bajo el lema: «¡Sonría, estamos en España!» (Smile! We are in Spain), a modo de santo y seña de aquel zapaterismo rampante.
Al igual que la rana muere cocida sin darse cuenta si se la mete en un cazo con agua tibia que se va calentado poco a poco hasta dormirla sin opción alguna de que vuelva a despertar, mientras que pegará un enérgico brinco si la cazuela está hirviendo, la España de los telediarios -donde el presidente Sánchez oficia de copresentador como la otra noche con «evidentemente, Pedro» (Piqueras) en Telecinco-, se deja adormilar por los arrullos de un Gobierno que le acuna sermoneándole con que no se preocupe (primero, con el coronavirus, luego con la recesión y luego con lo que menester fuere) hasta que la cosa no tiene remedio ni solución. Hay ciudadanos que se conducen con el indiferentismo de una copla de Concha Piquer: «Que no me quiero enterar / no me lo cuentes vecina, / prefiero vivir soñando / que conocer la verdad».
Mientras se deja cocer quedamente como la crédula rana, España se abisma por una acentuada depresión en forma de L grande de autoescuela con un mástil cada vez más alargado y que no halla fondo que le sirva de base. Nada que ver ni con esa recuperación en forma de V asimétrica -lo asimétrico sirva para un roto y un descosido-, ni tampoco con perfil de lámpara milagrosa de Aladino que entrevió una mañana el ministro Escrivá ante el Espejo Público de la televisión a una hora que, aun siendo temprana, los sueños nocturnos ya se han desvanecido.
Por desgracia, una economía en caída libre arrolla todo lo que encuentra al paso como una cortadora de césped sin control y que amenaza con retrotraer a los españoles a una década atrás en su bienestar una vez que, en el primer semestre del año, se han registrado ya más despidos que en los ocho años siguientes al batacazo de 2008. Todo ello a la espera de lo que depare la finalización de unos ERTEs con parados en diferido.
Con todo, lo peor no es que esta España con más personas sin trabajar que trabajando recree la fábula de la cigarra y la hormiga, como le achacan las naciones más previsoras y que le acusan de dilapidar lo que luego echa en falta en la despensa, sino que es asolada por una plaga de langosta que arrasa siembras y cosechas como ha comprobado esta semana con su principal industria. Un turismo al que el premier británico Boris Johnson le ha pegado el tiro de gracia con la pistola y las balas depositadas en sus manos de pistolero por el Gobierno español cuando la número dos del Centro de Emergencias Sanitarias, una titubeante María José Sierra, manifestaba que España oteaba una segunda oleada de coronavirus, con su jefe, Fernando Simón, surfeando en el Algarve luso.
Si el personaje de Orson Welles en Ciudadano Kane -biografía en celuloide del magnate del periodismo amarillo Hearst- le reclama a sus corresponsales que pongan la poesía, que él se encargara de proporcionarles la guerra, el Gobierno español ha aprovisionado al antaño periodista sensacionalista y hoy presidente populista Johnson los mimbres para montar la guerra propagandística que perseguía para sacudirse su funesta actuación contra la Covid-19 y poner el foco en España. Al tiempo, evita que salgan divisas del Reino Unido con su cuarentena a los turistas que vuelen a España. Tras semanas tragando bilis, la ocasión se la pintaron calva y no la desaprovechó este clon de Trump pillando incluso a dos de sus ministros en Lanzarote e Ibiza.
Pero, como la estupidez no tiene límite, el coste inicial de popularidad por el malestar de las clases populares británicas por tener que cancelar unas inmejorables vacaciones a precios asequibles también se lo ha sufragado España por medio del bocachancla de Simón El Embustero al apuntar con bala: «Desde el punto de vista sanitario, estas decisiones nos ayudan, y es un riesgo que nos quitan».
Desde que Franco soltó aquello de «no hay mal que por bien no venga» al enterarse del asesinato por ETA de su amigo, el vicepresidente Carrero Blanco, no se había oído sinsentido mayor que celebrar la ruina del 13% del PIB y el 13% del empleo del país. No se puede argüir, tratando de disculparlo, que hablaba un epidemiólogo, no un economista, pues su condición de tal le imponía haber adoptado las garantías precisas para que la reapertura de fronteras se hubiera hecho con los controles preceptivos en aeropuertos y puertos, en vez de ser pasos francos.
Si Zapatero mandó a un chiquilicuatre a representar a España en el Festival de Eurovisión, Sánchez ha convertido en estrella a otro que, tras acreditar su incuria para prevenir de lo que se venía encima ocultando informes esclarecedores de organismos internacionales sobre la pandemia, dilató las medidas necesarias que atajaran su propagación y miente sistemáticamente, pero al que cierta izquierda le ha comprado la moto con las tragaderas con que Roma consintió que Calígula designara senador a su caballo predilecto.
Sánchez no ha descubierto en Simón un solvente científico, sino un avalado mentiroso acorde con un presidente que se valió de una sentencia falsa para montar su moción de investidura Frankenstein contra Rajoy y se doctoró con una tesis plagiada. Cualquiera diría que, evocando las palabras de Rubalcaba sobre el manejo del PP de la masacre islamista del 11-M de 2004, una porción de la población se comporta como si se mereciera un Gobierno que le mienta y que se aplauda a sí mismo un día sí y otro también con decenas de miles de muertos y con centenares de miles de parados.
El triduo de aclamación a Sánchez va camino de novena tras disponer este miércoles, a fin de armar más ruido que la semana anterior, que la bancada socialista se saltara el protocolo sobre la pandemia por el que cada grupo sólo podría estar representado presencialmente en el Pleno por el 50% de sus diputados. No obstante, cuanto más se hace ovacionar más trasluce su debilidad, como no se le escapa al siempre atento refranero: Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
A nadie de la oposición se le ocurrió rememorar una anécdota que tuvo como destinatario un irrecordable Ricardo Samper, episódico presidente del Gobierno de la II República entre abril y octubre de 1934. Al sentarse en el banco azul de las Cortes tras justificar una atonía que propició la revolución de Asturias y la proclamación del Estat català, una de sus señorías le gritó con sorna: «¡Descanse en paz!». Pues lo mismo cabría espetarle a Sánchez hasta que, con el signo de los tiempos, como le ocurrió a Kruschev en el Comité Central del PCUS en el que renegó de los crímenes del estalinismo, alguien inquiera: «¿Dónde estabas, compañero, cuando no dejábamos de aplaudir al secretario general Sánchez?». Probablemente, la evasiva, a falta de voces críticas, sea la misma del jerarca soviético: «Yo me encontraba exactamente en ese lugar en que tú estás ahora».
Empero, en situación tan comprometida, nada mejor para Sánchez que, abusando de su buena suerte, Vox salga en su rescate anunciando para septiembre una moción de censura inviable que remeda la de Podemos en junio de 2017. Notificada contra Rajoy, iba contra Sánchez dentro de la estrategia de Iglesias de dar un sorpasso al PSOE. Ahora Abascal apunta a Sánchez, encendiendo el piloto del coche en esa dirección, pero maniobra para atropellar al PP de Pablo Casado, fracturando un eventual bloque opositor al actual Gabinete de cohabitación socialcomunista.
De cara a un otoño caliente, la derecha extrema da un balón de oxígeno a quien escruta la política a través de la ranura de una urna. No le preocupa tanto el destino d e España como el suyo particular, al tenerla como una simple circunscripción. Por eso, su jefe de gabinete, Iván Redondo, es un estratega electoral y a él le encomienda el aprovechamiento en esa dirección del supuesto maná europeo aprobado por los 27 en Bruselas contra la marabunta del Covid-19.
En cierto modo, Sánchez trae a colación al protagonista de la comedia de capa y espada de Lope de Vega titulada ¿De cuándo acá nos vino? Superviviente de los tercios de Flandes y gran burlador, aquel alférez don Leonardo fue capaz de jugar a la vez con la madre soltera y con la hija casadera, y luego, al destaparse el engaño, no por ello perdió la posición adquirida con picardía y desvergüenza de logrero.

                                                                      FRANCISCO ROSELL   Vía EL MUNDO

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