El autor expresa la inquietud que provoca en la comunidad internacional la conversión del hasta ahora Museo de Santa Sofía, en Estambul, en mezquita, un paso más en la hoja de ruta islamista
AJUBEL
Uno de los mayores monumentos culturales del mundo acaba de ser secuestrado, pero en circunstancias que dar lugar a preguntas y dudas. Durante más de mil años, el increíble edificio sobre el Bósforo dedicado a la Sabiduría (Sancta Sophia) fue la iglesia cristiana más grande del mundo. Levantada en la época de los emperadores bizantinos cristianos de Constantinopla, su edificación comenzó en el año 360, aunque el edificio definitivo no existió hasta el 532, bajo el reinado del emperador Justiniano. El maravilloso e increíble espacio sobrevivió a revoluciones y guerras como el centro oficial de la fe ortodoxa griega, hasta que Constantinopla fue finalmente conquistada por los otomanos musulmanes en 1453.
Eso puso fin a mil años de cultura cristiana. Y el edificio fue utilizado como mezquita hasta la fundación de la república secular turca por Ataturk. Entonces, en 1935, Santa Sofía se transformó en un museo, abierto a personas de todas las religiones y de ninguna. Hasta ahora. El 24 de julio, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, convirtió el museo, uno de los más simbólicos del mundo, en una mezquita. "Sin la mezquita", declaró uno de sus partidarios, "la reconquista está incompleta". El cambio ha provocado un debate entre los turcos, algunos de los cuales favorecen la continuación de la tradición secular no-religiosa de Ataturk, mientras que otros apoyan un enfoque más nacionalista basado en el islam. En vista de la violencia y el conflicto actualmente asociados con los movimientos nacionalistas, no es sorprendente que muchos organismos y entidades culturales, desde la Unesco hasta el Papado, hayan expresado su preocupación ante la posibilidad de que Santa Sofía se hunda en un papel religioso que podría poner en peligro su herencia tradicional.
Recordemos que España tiene un papel central en el asunto. Desde los tiempos del Gobierno de Rodríguez Zapatero, los socialistas españoles han brindado su apoyo a Erdogan. En un discurso de 2016, Pedro Sánchez afirmó su apoyo a la Alianza de Civilizaciones, creada por Zapatero para sellar la amistad bilateral y con el objetivo de fomentar el diálogo y la cooperación entre diferentes comunidades y culturas. Esa alianza entre Turquía y España ahora está amenazada por la política islamista de Erdogan. Cuando la ministra de Exteriores Arancha González Laya estuvo en Ankara días atrás, le pidieron su opinión sobre la conversión de Santa Sofía. "Para España", dijo, "es importante que se mantenga el espíritu de este monumento que es una casa común para cristianos ortodoxos, católicos y musulmanes, y representa la herencia de la humanidad". Palabras valientes, pero que no complacieron al Gobierno turco. Su titular de Exteriores insistió de inmediato en que si la ministra quería decir que "Santa Sofía va a mantenerse como un sitio donde personas de otras creencias podrían rezar, estoy en desacuerdo". En efecto, la presión para convertir el edificio se venía sucediendo desde hace tiempo. Desde 2012, los muecines han estado recitando la llamada a la oración todos los días desde los jardines del museo.
Pero el factor más relevante es la ambición política del presidente Erdogan. Líder del partido nacionalista en el poder, se propuso cambiar la república secular por una islámica en un intento por afirmarse como líder mundial del islam. ¿Por qué la ceremonia de Santa Sofía tuvo lugar el 24 de julio? Porque ese día, en 1923, se firmó el famoso Tratado de Lausana que determinó el estatus moderno y las fronteras de Turquía. Para Erdogan, no sirve.
Algunos han alegado que su objetivo es proclamar el Califato (es decir, el liderazgo supremo del islam) en Turquía. La conversión de Santa Sofía es un paso importante hacia la proclamación del Califato. La web oficial del presidente decía: "La resurrección de Santa Sofía es el fuego de la esperanza de los musulmanes y de todos los oprimidos, los agraviados, y los explotados". No debe pensarse que Erdogan desea la conversión simplemente porque necesita una gran mezquita. Todo lo contrario. En los últimos años, ha gastado una enorme fortuna en la construcción, muy cerca de Santa Sofía, de la mezquita más grande y nueva del mundo: la Mezquita de Çamlca, con capacidad para 63.000 personas y que cuenta con una cúpula de 72 metros de altura. Puede ser enorme, sí, pero no es universal; en contraste, Santa Sofía es un símbolo universal de cómo el islam conquistó Occidente. Es un símbolo de la nueva Reconquista. Erdogan identificó explícitamente la conversión de Santa Sofía con la esperanza de liberar la Mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén y llevar la libertad a todos los musulmanes desde Uzbekistán a Andalucía. Los grandes días de Santa Sofía como mezquita fueron cuando representaba el último califato. De modo que ahora se intenta proclamar de algún modo el regreso del nuevo califato.
¿Pero estamos hablando sólo de aspiraciones religiosas? De ninguna manera. En el pasado, España ha apoyado los objetivos políticos de Turquía. Hace escasas semanas, el ex presidente Zapatero expresó su gratitud por el apoyo que Pedro Sánchez sigue dando a la Alianza de Civilizaciones. El objetivo principal de la organización era lograr que Turquía fuera miembro de la Unión Europea. Ese objetivo fracasó, pero la Alianza sigue ahí y todavía está siendo financiada por Madrid. Mientras tanto, el país bajo Erdogan ha comenzado a parecerse cada vez más a una dictadura.
Los detalles sobre la evolución política no nos interesan aquí. Consideremos simplemente el caso de la conversión de Santa Sofía de museo en mezquita. La ceremonia del 24 de julio fue ni más ni menos que un ataque al acuerdo internacional alcanzado en el Tratado de Lausana, cuando Turquía fue privada de los territorios que había ocupado durante los grandes días del Imperio Otomano. Al reafirmar la reconquista de Santa Sofía, Erdogan proclama las ambiciones de la nueva nación que espera crear.
Con estos sueños vienen las ambiciones territoriales, sobre las cuales el líder turco no ha ocultado nada. En febrero de 2018, Erdogan declaró: "Los que piensan que hemos borrado de nuestros corazones las tierras de las que nos retiramos en lágrimas hace cien años están equivocados. Decimos en cada oportunidad que tenemos que Siria, Irak y otros lugares de la geografía en nuestros corazones no son diferentes de nuestra propia patria. Estamos luchando para que no se agite una bandera extranjera en ningún lugar donde se recite la oración en las mezquitas. Las cosas que hemos hecho hasta ahora son sólo el preludio de intentos aún mayores que estamos planeando para los próximos días, inshallah [si Alá quiere]". La declaración está perfectamente justificada históricamente, porque Turquía fue en algún momento el poder dominante en todo el Medio Oriente. Pero la combinación de ambiciones políticas y religiosas es inevitablemente peligrosa. Y la conversión de Santa Sofía es una demostración peligrosa del deseo de reconquista.
HENRY KAMEN* Vía EL MUNDO
*Henry Kamen es hispanista; su último libro es La Invención de España (Espasa, 2020).
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