Translate

sábado, 1 de agosto de 2020

CONVIENE QUE HAYA MIEDO

La izquierda española necesita irregularidad y caos para llegar al poder con el único propósito –quizá ya inconJavier SomaloscijAVIER ente– de seguir provocándolos

                                                              Javier Somalo
El 13 de febrero de 2008, durante una entrevista de Iñaki Gabilondo a José Luis Rodríguez Zapatero en la cadena Cuatro, se pudo escuchar está conversación cuando los micrófonos deberían estar cerrados:
- Gabilondo: ¿Qué pinta tienen los sondeos que tenéis?
- Zapatero: Bien…
- Gabilondo: Sin problemas…
- Zapatero: Lo que pasa es que lo que nos conviene es que haya tensión
Doce años después –se dice pronto– queda más que acreditado que la izquierda española necesita irregularidad y caos para llegar al poder con el único propósito –quizá ya inconsciente– de seguir provocándolos. Lo vimos tras los atentados del 11-M o en una moción de censura, con la excusa espuria de la corrupción, que generó alianzas con los que poco antes perpetraron un golpe de Estado y con un partido extraído del Palacio de Miraflores.
Pocas cosas hemos vivido en los últimos tiempos tan irregulares, desconocidas y amenazantes como la pandemia por el coronavirus y España ha tenido que ser uno de los países más golpeado por culpa de la siniestra gestión gubernamental. Lejos quedan los aplausos que también ayudaban a contar los días entre cuatro paredes, sin alegría, sin familia y con miedo, siempre con miedo. El miedo a lo desconocido, a la falta de información, al contraste entre la realidad y los mensajes oficiales. La ausencia de liderazgo ante una tragedia también produce miedo y, pronto, dependencia.
Hubo un "comité de expertos", capitaneado por el doctor Simón, que nunca se dio a conocer. Cuando ese comité se formó –si es que ha existido o ha hecho algo– España ya llegaba tarde a todo porque había que salvar actos políticos de reafirmación como el del 8-M. Sólo por eso. Aunque nadie se contagiara en aquellas manifestaciones, fue el dique que impidió actuar a tiempo con la alarmante información de la que se disponía. En los meses de la muerte –45.000 reconoce hasta El País para poder seguir vendiendo algún periódico– los periodistas preguntaban sobre la composición de ese comité obteniendo sólo silencio o evasivas. ¿Por qué? Quizá porque nunca hubo expertos de verdad, más allá de los que salvaban vidas o morían al hacerlo en los hospitales. Si de verdad hubo expertos en ese comité alguno habría reivindicado su esfuerzo y quizá habría dimitido por una cuestión lógica de honor y prestigio profesional. Pero ni expertos, ni comité. Sólo miedo.
Ahora sabemos que en la famosa y horrísona "desescalada" ni siquiera estuvo en funciones el comité fantasma. Ya andaban en otras cosas, en sus cosas, si es que –insisto– alguna vez ha habido realmente un equipo cualificado de profesionales coordinado por el Gobierno. Hoy sabemos que las fases del estado de alarma las decidía Salvador Illa, un licenciado en Filosofía que aspira a presidir la Generalidad, o quizá la República catalana, según propicie el desorden calculado. ¿Hay expertos para los rebrotes que vuelven a confinar a muchos y atemorizan a todos? De momento, sólo hay veladas amenazas de confinamiento y crecientes cifras de contagios sin demasiada explicación.
El beach boy Simón suspiró de alivio cuando los países emisores de turismo hacia España cerraron la persiana. Una preocupación menos. Él, tan asiduo a las olas de contagios, ya había surfeado otras en Portugal, sin mascarilla, y hasta se sorprendió de que le reconocieran. Ese es nuestro experto conocido, un tipo que se sacude la responsabilidad y que se alegraría de que quebraran todas las compañías automovilísticas del mundo para acabar con los accidentes de tráfico… como esos que podrían justificar los 20.000 muertos que faltan en las cuentas, que se atrevió a decirlo. Si criticamos a los jóvenes de 20 años por divertirse a medias y muchos de ellos con mascarillas, no olvidemos nunca al beach boy de moto, chupa y tabla de surf porque debería cargar con las culpas de todos cada día.
El miedo a morir o a perder a un ser querido, el pánico a revivir la angustia del confinamiento, a tocar una puerta, a pulsar una botón o a subirse a un autobús vuelve a paralizar un país sin necesidad de estado de alarma. Pedro Sánchez es el único que de veras ha cambiado de fase al apartarse del dolor para fingir ser un estadista europeo sin tiempo para atender a caprichos autonómicos. Que se peleen las comunidades entre ellas, que ya están El País y el resto de sóviets de prensa para decidir de forma inapelable si la peor es Ayuso, o quizá Feijóo o tal vez Moreno Bonilla. Que compitan a ver quién confina más o menos, a ver quién cierra más bares por fuera. Sánchez ya sólo recibe el eco de sus aplausos por meternos, además, en la peor crisis económica posible. Que cierren otros para que el desastre que ya ha llegado sea, en todo caso, compartido.
España sale peor parada en todos los sentidos que Italia, Alemania o Francia donde el virus también golpeó con fuerza. Ahora al desgarro por la pérdida de vidas se une el récord de un batacazo económico sin precedentes y la razón no es que Nueva York, Madrid, Teherán y Pekín estén en línea recta, como dijo Carmen Calvo al descubrir un mapa, sino la incapacidad para la gestión económica y la probada inutilidad para manejar situaciones de emergencia a favor de los ciudadanos.
Pero Sánchez y sólo Sánchez –a lo peor, con ayuda de Iglesias– será el que reparta los fondos críticos a una España rota, sin turismo y con miedo. Y así será como compongan el nuevo mapa de favores y agravios hasta que sientan la tentación del decreto o, si la cosa se tuerce, de un nuevo estado de alarma.
Quizá por eso ya no hay comité de expertos, porque tendrían que explicarnos con detalle que, pese al riesgo y a las precauciones debidas, las oleadas y los rebrotes van a ser habituales durante un tiempo, que los contagios no están colapsando las UCI de momento y que los prometedores avances en las vacunas podrían convertirse en remedio antes del invierno. Eso sí, también tendrían que decirnos por qué España siempre se queda fuera en la compra o reserva de esos remedios. La última explicación que nos dieron fue que "el mercado está loco" y que las "gangas" no funcionan.
Cambiar el miedo por la esperanza no es buen negocio para un gobierno de extrema izquierda que subsiste generando dependencia y dejando volar la amenaza de un futuro peor. Cualquier venezolano de bien sabrá explicarnos cómo se afianzó Hugo Chávez en el poder gracias a la excepcionalidad posterior a las inundaciones de Vargas, en diciembre de 1999. Ahora Sánchez e Iglesias reparten los fondos en la ruina y esperan a que la oposición –ultraderecha toda– se desmarque de la lealtad debida al Gobierno, salvo que ese gobierno sea del PP y muera un perro por ébola.
Sin miedo, con esperanza y con todas las precauciones que dicta el sentido común –que son muchas y duras– hay que decir ‘no’ a este Frente que sólo piensa en seguir gobernando en un páramo absolutamente dependiente del Estado, sin negocios prósperos y poblado por generaciones atemorizadas con la nariz aplastada y las orejas de soplillo.
Lo dicho: "Lo que pasa es que lo que nos conviene es que haya tensión". O miedo.

                                                 JAVIER SOMALO  Vía LIBERTAD DIGITAL

No hay comentarios:

Publicar un comentario