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miércoles, 31 de agosto de 2016

Instituto Estatal para el Talento en el Empleo

El acuerdo entre el PP y Ciudadanos firmado el domingo incluye la creación de un Instituto Estatal para el Talento en el Empleo. ¿Qué? ¿Cómo se les ha quedado el cuerpo? Me parece un hallazgo, una de las ideas del siglo, comparable, por lo que tiene de estrambote, a ese “Ministerio de la Felicidad” que a primeros de año se le ocurrió al primer ministro de Emiratos Árabes, el jeque Mohamed ben Rashid Al Maktoum, para generar "bondad social y satisfacción” en el país. En la Venezuela de Maduro existe también un “Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo”. De verdad. En Ecuador cuentan con un “Ministro del Buen Vivir”, cuya cartera ocupa un tal Freddy Ehlers, un tipo con pinta de vividor. Nosotros vamos a tener un Instituto para el Talento en el Empleo. Tal cual. Una idea genial o una ideica. ¿Qué hemos de entender por Talento en el Empleo? Hay gente talentosa que no solo hace bien su trabajo, sino que lo realiza con un plus de creatividad, ahorrando esfuerzo, economizando tiempo, con alegría. También los hay que se pasan la jornada sin dar palo al agua. Escurriendo el bulto. Eso es talento, aunque del malo. Pero, a lo que íbamos. Se trata del punto tercero de la medida nº 42 (de un total de 150), y dice así: “Crear el organismo independiente Instituto Estatal para el Talento en el Empleo, con competencias suficientes para evaluar de forma continua las políticas activas de empleo implementadas por todas las administraciones públicas, mejorando su coordinación y promoviendo un aumento de su eficacia y eficiencia”.
Redacción arquetipo de los 44 folios del documento titulado '150 compromisos para mejorar España', plagado de promesas inconcretas, de ideas e ideicas, improvisado, acelerado, etéreo, poco serio, pero rezumando, eso sí, intervencionismo por los cuatro costados y una burocracia asfixiante, un tufo socialdemócrata muy acorde con los tiempos que vivimos, muy del gusto del español medio, ese español que quiere que se lo den todo hecho, todo garantizado, todo permitido, todo gratis, nada ganado con el bíblico sudor de tu frente; ese español enemigo acérrimo de la enseña del sabioBabaji, según la cual “la libertad es la voluntad de ser responsable de uno mismo”. De la imagen nueva de aquel Ciudadanos que en Cataluña se enfrentó a pecho descubierto a impostura nacionalista con la fuerza de su verdad, libre de ataduras, apenas queda nada. O queda bastante poco. El proceso de fusión en el paisaje de los vicios de la política española es evidente. Confusión incluso en el lenguaje: introduciremos, promoveremos, estableceremos, fortaleceremos, garantizaremos… ¿Es este el lenguaje que va a mejorar España?
El populismo parece haber alcanzado su cénit en estos tiempos oscuros. Zapatero, más vivo que nunca
El populismo parece haber alcanzado su cénit en estos tiempos oscuros. Zapatero,más vivo que nunca. Dinero para la dependencia, sanidad gratis total y universal, educación igualmente gratuita con becas para todos, dación en pago para las hipotecas fallidas, más semanas de libranza por paternidad, ayudas para las familias que no llegan a fin de mes, dinero para socorrer a los niños que pasan hambre… ¿De verdad hay en España 1,2 millones de niños que pasan hambre? ¿Quién hace esas estadísticas? ¿De dónde salen? No importa, da lo mismo. Se aceptan los argumentos, las cifras de Intermon Oxfam, de Facua, de OCU, de Adicae, del lucero del alba. El año pasado, a la alcaldesa Carmena le salía que en Madrid capital había 25.563 niños en riesgo de pobreza, ni una más ni uno menos, 25.563 niños “en riesgo de malnutrición que necesitan que reforcemos sus comidas” (sic), la gran dama dijo, para escándalo de píos y troyanos. Al final resultó que alrededor de 600 niños se apuntaron al plan de comedores previsto para 2015. Carmena se disculpó, cierto. Las estadísticas no eran muy fiables. Pero C’s las sigue comprando sin problema, y el PP las endosa igualmente sin el menor rigor. ¿Qué más da? 
El pacto habla de un gasto extra de 28.500 millones en los próximos cuatro ejercicios para atender esas ofertas, una cifra que a la izquierda le parece ridícula, faltaría más, casi una ofensa, pero que se da de bruces con los 24.500 millones que el Estado está obligado a recortar para reducir el déficit público desde el 5,16% de finales de 2015 hasta el 3% en 2017. La orquesta del Titanic. Desde luego que no vamos a cumplir el objetivo de déficit (3,7% del PIB) en 2016, y tampoco lo cumpliremos en 2017 ni en 2018, y no lo vamos a cumplir por lo dicho hasta aquí, porque este país está muy enfermo de demagogia, muy enfermo de populismo, de estatismo, de buenismo y dos huevos duros. El solo enunciado de 150 reformas, acordadas a matacaballo en unos días y para una simple investidura, que no para un Gobierno de coalición, ya sonaba un poco a broma. Y bien, don Alberto, en lugar de las 150 reformas, ¿por qué no, ya puestos, 1.500 por el mismo precio?

El laberinto ideológico de Ciudadanos

A menos que Ciudadanos haya decidido ir a zamparse, con o sin la connivencia del PP, el espacio electoral del PSOE, el acuerdo PP-C’s del domingo suena, por eso, a disparate. Al descubierto ha quedado el laberinto ideológico en que navega un partido cuya cúpula dirigente es de centro izquierda y cuyos votantes, me malicio, son de centro derecha, porque buena parte de quienes dan su voto a la formación naranja son antiguos simpatizantes del PP que no quieren saber nada de la gaviota, porque no son capaces de soportar, ni tapándose la nariz, el hedor que desprenden sus mil y un casos de corrupción y, en consecuencia, no pueden votarle de ninguna de las maneras, a menos que medie un cambio radical de personas y de ideas, cosa que razonablemente cabe esperar para una próxima glaciación. Son votantes, por ende, que, a tiendas, dando palos de ciego, tratan de convencerse, tal vez de engañarse, de que C’s puede ser ese abrelatas que la democracia española precisa para dar un salto de calidad por la vía de la regeneración democrática.
El señor Rajoy está más que dispuesto a encabezar un Gobierno encargado de administrar un programa socialdemócrata, de izquierda radical incluso
Para ese votante, sustancialmente liberal, lo del domingo fue algo parecido a una pesadilla. La demagogia socialdemócrata ha venido para quedarse. A derecha e izquierda. Todo en España es socialdemocracia. En el PP y en la extrema izquierda. Todo es dinero público. Que pague el Estado. O Rita la cantaora. Hoy más que nunca está en peligro el crecimiento y la creación de empleo, porque, desaparecida la derecha en el cenagal de esa demagogia que todo lo invade, no hay un Gobierno posible, no cabe imaginar un Ejecutivo capaz de imponer un poco de sensatez en las cuentas públicas a futuro y mantener el rumbo de la ortodoxia que se le supone a todo Gobierno conservador. Al PP ya le va bien la propuesta de C’s y cualquier propuesta que le haga el PSOE, incluso Podemos, con tal de que le asegure el ejercicio del Poder, con tal de que le permita seguir en el Gobierno. A Mariano Rajoy y a los suyos les da lo mismo ocho que ochenta. En el fondo, a los populares les encanta ahora la charlatanería socialista. Nadie les gana ya a progres. Lo único que les importa es gobernar. La dura realidad.
Lo denotaba el rostro de Mariano durante la rueda de prensa del domingo en la que “defendió” el pacto con Rivera. Gesto tenso, desabrido, incómodo. Fuera de foco. La mueca de quien sabe que lo que ha firmado más que una estupidez es una golfada; el ademán de quien se está tragando un sapo porque no se cree lo que acaba de rubricar –entre otras cosas porque no va a servir de nada- y porque no pasa de ser una traición, otra más, a los principios de toda derecha liberal-conservadora que se precie. El PP traga con todo, con tal de seguir en el machito. El discurso de ayer volvió a ponerlo de manifiesto. Ofertas a diestra y siniestra. El señor Rajoy está más que dispuesto a encabezar un Gobierno encargado de administrar un programa socialdemócrata, de izquierda radical incluso. Es lo que hay, aunque, de momento, no va a poder ser. Tras eldéjà vu de Mariano de ayer, asistiremos al déjà vu de Pedro de hoy, un tipo a quien cabría recordar aquella frase pronunciada por Indalecio Prieto en Cuenta (mitin de mayo de 1936): “Mis dos amores son el Partido Socialista y España, pero si alguna vez hubiera contradicción entre ellos, que no deseo se produzca nunca, elegiría los intereses de España”. Menos mal que vamos a tener un Instituto para el Talento en el Empleo. ¿Cómo hemos podido vivir sin él tanto tiempo?

                                                                                                     JESÚS CACHO  Vía VOZ PÓPULI

Quince minutos de discurso de Rajoy y setenta y cinco de arrogancia

El presidente del PP y en funciones del Gobierno tiene un serio problema de empatía con la realidad española. No es un problema ni de edad, ni de preparación intelectual.

Rousseau escribió que “el acento es el alma del discurso”. Y solo cuando frisaba los 75 minutos de intervención, el monólogo de Rajoy adquirió el rango de discurso parlamentario de investidura. Es decir, cuando se refirió a Cataluña y a lo inevitable de unas terceras elecciones si no recababa la confianza del Congreso. Hasta llegar ahí, hubo que escalar hora y 15 minutos soporíferos, plúmbeos y rutinarios en los que Mariano Rajoy raseó el balón dialéctico como en su peor intervención el 2 de marzo pasado, por todo lo contrario, cuando trató -y quizá consiguió- destrozar a Pedro Sánchez en la contestación al discurso de investidura del secretario general del PSOE.
Todo aquel sarcasmo hiriente (‘fraude’, ‘rigodón’, ‘teatrillo’, ‘bluf’) que manejó con soltura el líder del PP se transformó en una declamación monocorde de unas reflexiones manidas que se alejaron de cualquier relato creíble de lo que está sucediendo en la sociedad española, en la nueva correlación de sus fuerzas políticas y en el funcionamiento de las instituciones. En definitiva: que ni rozaron los perfiles de la crisis en la que está instalado el país.
Oyendo a Mariano Rajoy durante esa eterna hora y media de discurso de investidura, la política española se retrotrajo a un lustro antes
Pero lo peor no fue el bajo nivel de fondo y forma que exhibió este martes Mariano Rajoy, sino la injustificada arrogancia que, con lo que dijo y con lo que calló, mostró un candidato al que le faltan seis votos para alcanzar la presidencia del Gobierno y 11 abstenciones el viernes. El presidente en funciones subió a la tribuna del Congreso con la pérdida de una aplastante mayoría absoluta (186 diputados) en la XI legislatura y una mayoría insuficiente en las segundas elecciones del 26 de junio (137 escaños). Y viene también de una negativa al Rey a asumir la responsabilidad de formar Gobierno después del 20-D (123 diputados). Pues bien, el candidato no solo no pidió expresamente el respaldo del PSOE ofreciendo la apertura de una negociación tan amplia como fuera posible, sino que devaluó el pacto de investidura alcanzado con Ciudadanos.
Rajoy citó siete veces al partido naranja -sin énfasis alguno-, omitiendo el nombre de su presidente. Lo más grave, sin embargo, no fue ese ninguneo, sino la ocultación de cualquier referencia a los aspectos más sustanciales de las condiciones previas (pacto contra la corrupción) con C´s y de los acuerdos posteriores a la aceptación de aquellas. Ni una palabra sobre la ley electoral, sobre la supresión de los aforamientos, sobre la revisión de las liquidaciones a los amnistiados fiscalmente, sobre el nuevo delito de enriquecimiento ilícito de los políticos, sobre la reducción de las administraciones públicas provinciales… en definitiva, una evaporización de los aspectos más difíciles del acuerdo con Ciudadanos que, al explicitarlos, hubiesen explicado la capacidad de adaptación del PP a las nuevas circunstancias y puesto en valor el esfuerzo negociador del partido de Rivera.
Lo peor no fue el bajo nivel de fondo y forma que exhibió, sino la arrogancia que mostró un candidato al que le faltan seis votos para alcanzar la presidencia
Mariano Rajoy sabía que perderá este envite. Pero precisamente por ello debió exigirse mucho más para demostrar que es en la derrota (“ninguna derrota es la última”, escribió García Márquez, con lo cual al presidente en funciones puede quedarle alguna más) cuando luce la capacidad de resistencia y la voluntad política de un dirigente que, a diferencia de lo que pareció acreditar Rajoy,  atesora una vocación terminante de liderazgo. No lo mostró el candidato, a reserva de que en las réplicas le salga esa casta de buen parlamentario que en otras ocasiones ha demostrado.
El presidente del PP y en funciones del Gobierno tiene un serio problema de empatía con la realidad española. No es un problema ni de edad, ni de preparación intelectual. Es una cuestión emocional, de fibra, de sensibilidad. Consiste en una renuencia a asumir el devenir de los acontecimientos y las transformaciones que conllevan. Oyendo a Rajoy durante esa eterna hora y media de discurso de investidura, la política española se retrotrajo a un lustro antes como si con un salto de pértiga el candidato obviara -entre la arrogancia que se gasta y la tozudez que acredita- la muesca social, política, económica y cultural que la crisis ha dejado en la sociedad española. Cuando Sánchez repita su “no es no”, se habrá cerrado el círculo de la mediocridad que nos atenaza.

                              JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS  Vía EL CONFIDENCIAL

martes, 30 de agosto de 2016

MARIANO RAJOY, ALIAS ‘EL PENAS’

Hasta Ciudadanos, el único que negocia con Rajoy, ha estado renegando de la foto hasta el último momento porque le concede al presidente en funciones esa condición simbólica de ‘el Penas’.




Tiene Mariano Rajoy un sobrevenido simbolismo con los muñecos que se queman en muchas localidades de España. Por ejemplo, estos días en Santa Fe, la histórica localidad en que los Reyes Católicos montaron en 1483 el campamento para preparar el asalto final al reino nazarí de Granada. Se celebran las fiestas patronales dedicadas a San Agustín y lo primero que hacen los vecinos es quemar una falla, ‘el Penas’, en la que, previamente, han depositado un papelito con todo aquello que detestan.
Es la misma costumbre de otras muchas ciudades españolas y americanas en las que se quema un muñeco, un guiñapo, que simboliza lo negativo. Pues eso mismo es lo que le ha pasado a Rajoy, a su personaje público, que se ha convertido en 'el Penas' en quien muchos señalan todos los males de España. De modo que si en la sesión de investidura los diputados pudieran prenderle fuego a una falla que simbolizara a Rajoy, después de colocar allí su papelito con las penas que le adjudican al presidente, seguro que todo sería más sencillo después. Más factible, digamos.
Tanto es así que podría afirmarse que la figura política de Mariano Rajoy ha acabado convertida en uno de los inconvenientes que se arrastran en este tiempo político tan convulso, porque el mero acercamiento al presidente en funciones se entiende como un ejercicio de alto riesgo. A ver, es una mera convención política, coyuntural, injusta y cruel, porque nadie puede sostener que Mariano Rajoy sea la encarnación de todos los males, pero esa es la realidad.
Rajoy es otra cosa, con sus virtudes y sus defectos, pero lo han convertido en símbolo de lo que tiene que acabar. Esto es así y tiene mucho que ver con tres cosas, con la simpleza de la política española, con el cainismo pertinaz de la izquierda y también, hay que añadirlo, con la extraordinaria torpeza de la derecha española a la hora de comunicar y relacionarse con los demás, al punto de que en ocasiones los dirigentes del PP han encontrado en el aislamiento un motivo de reafirmación política.
Hasta Ciudadanos, el único que se ha prestado a negociar con Mariano Rajoy, ha estado renegando de la foto hasta el último momento porque le concede al presidente en funciones esa condición simbólica de ‘el Penas’: “El problema no es solo Rajoy, pero Rajoy es parte del problema”, decían. De hecho, estaban dispuestos a negociar con cualquiera del Partido Popular que no fuera Rajoy. Hasta sugirieron varios nombres como alternativa. Si finalmente ha alcanzado el pacto que exhibirá en la sesión de investidura, es solo por estrategia. Lo que no podía hacer Ciudadanos ante sus electores es justificar que no se sentaba a negociar con el Partido Popular con 137 escaños cuando sí lo hizo con los socialistas cuando tenían 90 escaños.
Pero es un pacto de doble filo, diríamos, porque, al mismo tiempo, aúpa y se aleja de Rajoy. Quiere decirse que, en algún momento, Rivera tendrá que justificar su impresionante giro político, aquello que dijo de Rajoy en marzo y que tantas veces ha repetido desde entonces: “¿Me puede dar una sola razón para que los españoles confíen en usted para liderar una nueva etapa política? Solo una. Yo no encuentro ninguna”.
Es una mera convención política, coyuntural, injusta y cruel, porque nadie puede sostener que Rajoy sea la encarnación de todos los males, pero es la realidad
La ‘salvaguarda’ de Ciudadanos en el pacto que ha firmado con el Partido Popular es la comisión de investigación que impuso en las seis primeras condiciones, una especie de cláusula final de autodestrucción de todo lo firmado, porque conllevaría la declaración de Luis Bárcenas en el Congreso, algo incompatible con la permanencia de Rajoy en la presidencia. Entendamos que Bárcenas es el tesorero que le pagaba al presidente en funciones los “sobres con dinero negro”, como lo fustigaba Albert Rivera, con lo que el ‘cara a cara’ de ambos en el Congreso sería letal para Rajoy en una hipotética legislatura en que los populares pudieran gobernar con el apoyo central de los diputados de Ciudadanos.
La cuestión es que cualquier acercamiento a Rajoy siempre tenga una explicación de ‘nariz tapada’, como les ocurrió a los nacionalistas cuando llegaron a un acuerdo con los populares para la composición de la Mesa del Congreso de los Diputados. Votaron a favor del PP y salieron de la reunión silbando y mirando al techo; lo negaron con explicaciones y evasivas ridículas, porque hasta el ridículo les parecía más rentable que la aceptación de la verdad, un acuerdo con aquel que han convertido en el símbolo del mal.
En la izquierda, tan dada al fetichismo, tan plagada de pegatineros, la identificación de Rajoy con todos los males de España es algo que trasciende de la estrategia política. En la izquierda, ese simbolismo es fundamental, forma parte del discurso, de su ADN ideológico. Ese sambenito es siempre necesario, para exhibirlo en los mítines y en las manifestaciones; le ocurre ahora a Rajoy como en tiempos le pasaba a José María Aznar con el ‘trío de las Azores’. Desde Felipe González al diputado Rufián, de Esquerra, pasando por Pablo Iglesias o Pedro Sánchez, existe un solo común denominador, el rechazo a Rajoy por encima incluso del Partido Popular.
Ya dijo Felipe González, principal defensor de la abstención socialista para que el Partido Popular pueda gobernar, que el PSOE debe “dejar formar Gobierno, incluso si Rajoy no se lo merece”. ¿Cómo que no se lo merece quien ha ganado tres veces las elecciones? ¿Quién decide eso, el merecimiento? En fin, eso, que es tan importante el simbolismo de Rajoy que si existe una posibilidad de que el PSOE pueda acabar absteniéndose en esta legislatura, será solo a cambio de que Mariano Rajoy no sea el candidato a presidente, como ya se adelantó en El Confidencial hace unas semanas. “Me llevaré por delante a Rajoy”, contaba mi compañero José Antonio Zarzalejos que se le ha oído decir al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Obsérvese el detalle: es más importante quitar a Rajoy que pactar la eliminación de cualquier otra política del PP, al que se dejaría gobernar con la sola condición anterior.
En definitiva, que llegados a este punto en la política española, lo que cuesta menos es imaginar esta escena de película surrealista, con los diputados llegando al Congreso con un talante nuevo, alegre, como de fiesta. A la altura de los leones, habría una falla de Rajoy para que todos depositaran allí sus papelitos con las penas, con los males de España. Cuando todos hubieran hecho corro en torno a la falla, la presidenta del Congreso, solemnemente, ordenaría a los ujieres que prendieran la mecha de Mariano Rajoy, ‘el Penas’. Ya dentro del hemiciclo, todos se mirarían con satisfacción. Y podrían hablar mas relajados, con menos líneas rojas, con más entendimiento. Fuera, en su soledad, quedaría ardiendo Mariano Rajoy, ‘el Penas’.

                                             JAVIER CARABALLO   Vía EL CONFIDENCIAL



'El Penas' de Santa Fe en Granada.

'El Penas' de Santa Fe en Granada.

'El Penas' de Santa Fe en Granada.



OTEGI, OUT; RIVERA, IN

El verano ha sido pródigo en discusiones políticas de calado gracias a la inminencia de nuevas elecciones autonómicas y al culebrón de la formación de gobierno. La más relevante de todas ha sido el cumplimiento de la ley en el caso Otegi, ya que sigue inhabilitado por su pasado terrorista, que ha revelado, una vez más, el desprecio por el imperio de la ley y el Estado de Derecho de la extrema izquierda representada por Pablo Iglesias y Alberto Garzón, reducidos a ser los Zipi y Zape folclóricos de una radicalidad domesticada.
La polémica del verano fue francesa pero con repercusión en toda Europa porque se podría haber extendido el veto laicista y republicano contra las vestimentas religiosas en las playas. Afortunadamente, el Consejo de Estado francés estipuló que las prohibiciones de algunos municipios eran anticonstitucionales y las aguas volvieron a su cauce en las playas francesas. Porque una cosa es denunciar el carácter machista y misógino de las prendas islámicas y otra es prohibirlas. En Francia debe haber a estas alturas sólo cuatro o cinco liberales pero todos ellos están en dicho Consejo de Estado.
Rivera se está revelando como el ganador moral de la esquizofrénica situación de parálisis institucional provocada por Rajoy
Por supuesto, que también el pacto entre Ciudadanos y el PP. Y coloco en primer lugar al partido de Albert Rivera porque se está revelando como el ganador moral de la esquizofrénica situación de parálisis institucional provocada por Mariano Rajoy, alguien cuya indecencia política al no haber renunciado al poder presidiendo un partido devastado por la corrupción pone de manifiesto que, sobre todo, es necesario pasar página de una generación, la representada por gente comoFelipe González, Jordi Pujol o Rodrigo Rato, subdesarrollada desde el punto de las categorías éticas. Albert Rivera es la gran esperanza regeneracionista, tanto en lo personal por su juventud como en el proyecto por lo equilibrado, que esperemos sobreviva a la inercia electoral de una derecha que ha hecho de la corrupción un modo de ser en el mundo y una izquierda vacía de ideas y de compromiso que se agarra a los fantasmas populistas.
El Pacto PP-Cs va en la buena dirección de ajustar el presupuesto, fortalecer la separación de poderes, potenciar la dimensión constitucional frente a la nacionalista, arrinconar a los populistas, poner el acento en la lucha contra la corrupción y, sobre todo, dando ejemplo de cómo hay que plantear las negociaciones políticas sin caer en clichés sectarios ni lemas propios de lobotomizados políticos. Con su negativa no sólo a formar gobierno en una “Gran Coalición”, sino a dejar que gobiernen los que han llegado a un acuerdo no tan distinto al que firmó en su momento, Pedro Sánchez queda retratado como el peor líder de la oposición de la historia democrática española y un lastre para su partido y para España. 
Con Otegi fuera de las instituciones gracias a que el Estado de Derecho sigue sin arrugarse ante los violentos y con la posibilidad de un gobierno limitado en su nepotismo por la política basada en la evidencia y en la ética de Ciudadanos, el futuro de España se despeja y cabe un optimismo crítico para llevar al país por la senda de la prosperidad que la demagogia de Zapatero y la corrupción de Rajoy nos hizo abandonar.  No será el mejor de los mundos posibles, allí donde crece el presupuesto indefinidamente sin necesidad de subir los impuestos, pero sí el menos malo, donde una bajada de impuestos en el IRPF se plantea unida al objetivo del déficit. Para empezar, nos ahorraríamos unas terceras elecciones.


                                                               SANTIAGO NAVAJAS  Vía VOZ PÓPULI

lunes, 29 de agosto de 2016

EL DESCRÉDITO DE LOS PARTIDOS

Los partidos políticos han perdido en gran medida la función de utilidad social que justifica su existencia, pero no ha aparecido nada mejor que los sustituya.

(Imagen: Enrique Villarino)

¿Quién nos iba a decir en 2008 que de las múltiples crisis que como una ‘matrioska’ traía dentro la Gran Recesión, la que prevalecería ocho años después sería la institucional? Más allá del reguero sin fin de desprestigio de los políticos -consustancialmente pasajero por su condición de individuos-, se ha producido un fenómeno de calado mucho más hondo: el descrédito de los partidos políticos, que en gran medida han perdido su función primordial, la de ser útiles socialmente.
El fenómeno es de la máxima gravedad porque desde que, tras la II Guerra Mundial, los partidos adquirieron sus características actuales, se habían demostrado como los mejores instrumentos para captar la voluntad social, moldearla en su caso, y transformar los anhelos de la mayoría de los ciudadanos en normas de convivencia social, sin que haya aparecido nada mejor que los sustituya, como demuestra la transformación de Podemos.
Hoy, como en 1914, podría escribirse, como hizo José Ortega y Gasset en ‘Vieja y nueva política’: “La España oficial consiste en una especie de partidos fantasma que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos ministerios de alucinación”, como el de Justicia y Fomento. El país continúa su vida real, una vida plagada deproblemas que engrosan la cada vez más abultada lista de espera, desde el encaje de Cataluña hasta el desempleo, mientras que los políticos se entretienen con líneas rojas, líneas azules, líneas moradas y líneas naranjas. Y sucede que “toda institución es un mero instrumento que, a fuer de tal, solo puede ser justificado por su eficacia”.
Ocurre, como advirtió Daniel Innerarity en ‘La sociedad invisible’, que “con la erosión del poder estatal, la desregulación y la globalización, los políticos han dejado de ser configuradores del acontecer. Como no quieren reconocerlo, han institucionalizado el teatro político en el que se escenifican como señores de su propia casa. Se escenifica la política para ocultar o hacer más llevadera su pérdida de relevancia”.
La posibilidad de que las minorías bloqueen la vida política es un 'hallazgo' de los nuevos tiempos que obliga a reconsiderar los procedimientos vigentes
Una irrelevancia creciente que ellos mismos se han empecinado en agrandar, porque si el país puede seguir adelante sin Gobierno como ha hecho durante estos ocho meses, ¿para qué queremos Gobierno? Y, si no necesitamos Gobierno, ¿para qué hace falta la oposición? Pero sin Gobierno y sin oposición, es decir, sin posibilidad de alternancia en el poder, no hay democracia.
En la fosa de la irrelevancia de la política han cavado sus protagonistas durante todo el año, pero de forma especialmente grave cuando, con motivo de la fijación de la fecha para el debate de investidura del candidato propuesto por el Rey, no han tenido el menor reparo en visualizar que el Parlamento es un mero brazo ejecutor del Ejecutivo en funciones, y ello precisamente en el momento en que, por las circunstancias políticas y la fragmentación partidista, se dan todas las condiciones para que la Cámara de representantes afiance su autonomía yconvierta en realidad que España es una democracia parlamentaria y no presidencialista, como se ha transformado 'de facto'.
Como experimentó Michael Ignatieff durante su etapa como líder político y candidato, “en la nueva política de la campaña permanente, gobernar equivale a hacer campaña”. Y entregados a esa “nueva política”, que no es la prometida por sus abanderados, viven todos nuestros políticos, en un ejercicio de campaña permanente que describe los problemas, incluso los analiza, pero nunca los resuelve. Algunos incluso los crea.
Los políticos se entretienen con líneas rojas, azules, naranjas y moradas mientras se agranda la lista de espera de los problemas pendientes
Uno de estos nuevos problemas, hallazgo de este tiempo político, es la constatación de que no solo la mayoría sino también las minorías pueden bloquear la toma de decisiones e incluso el funcionamiento de las instituciones, el sistema. En esta posibilidad no pensaron los padres de la Constitución, pero se tendrá que hacer cuando se afronte su reforma, introduciendo por ejemplo límites temporales a la posibilidad del bloqueo.
Hoy, cien años después, Ortega y Gasset podría volver a escribir: “[La democracia] está viva y coleando en los corazones de los ciudadanos. Donde no goza de tan buena salud es en el lugar que debiera ser el templo de nuestra democracia, la Cámara de los Comunes. No puedo recordar un solo discurso de los últimos cinco años destinado a persuadir”. Yo tampoco. El aviso sobre las consecuencias también lo dejó escrito el filósofo: cuando los ciudadanos caen en la indiferencia, “en vez de conseguir la democracia que se merecen, los votantes terminan pagando el precio de su propia desilusión y solo obtienen la democracia que sus políticos les imponen”.

                                         GONZALO LÓPEZ ALBA  Vía EL CONFIDENCIAL