Translate

viernes, 12 de agosto de 2016

RAJOY, RIVERA Y WALT DISNEY

Si no recuerdo mal, en las historietas de Tom y Jerry, el ratón acababa ganando, pero la política no suele ser tan risueña como los dibujos animados de la posguerra. El gato Rajoy está a punto de comerse al ratón Rivera, y eso que el ratón parecía en condiciones de meter al dominante y lento gatazo en una cacerola a presión.
El ultimátum rivereñoresulta ser un bocadito de delicatessen para un paladar tan hecho a los sapos como el de Rajoy
Rivera le da tiempo a Rajoy cuando parece apremiarle
Como dice un amigo mío, cuyo nombre no desvelo porque está en el ajo, y es bien sabido que, a pesar de Jorge Fernández Díaz, la policía no es tonta, la propuesta de Rivera podría haberla redactado el propio Javier Maroto, porque el ultimátum rivereño resulta ser un bocadito de delicatessen para un paladar tan hecho a los sapos como el de Rajoy. Para que se sepa quién tiene la sartén por el mango, y lo mucho que valora la contribución de Rivera a la gobernabilidad, Rajoy ha respondido de manera inmediata con una dilación, con más de lo que Rivera dice rechazar: se va de vacaciones hasta que un órgano perfectamente inútil decida lo único que no tendría que decidir, si Rajoy responde. A ver si nos fijamos en lo que pasa y no en lo dicen los periódicos: para que no quepan dudas, Rajoy aplaza sin titubear una decisión que atañe a algo que le parece inaplazable, la urgencia de un Gobierno estable, naturalmente presidido por su indispensable persona.
Un par de equívocos de fondo
El mal paso de Rivera, que podría no ser definitivo, pero lo parece, se apoya en un supuesto previo que Rivera ha cedido y que nunca habría debido admitir, rendirse a la tentación de subordinar el debate de investidura al voto posterior, cuando es evidente que es el voto el que debiera condicionarse al debate. Si Rivera hubiese dicho desde el principio que podría votar la investidura, abstenerse o votar en contra, dependiendo de la propuesta de Rajoy, que es lo que la Constitución y el sentido común indican, habría podido aminorar la inaudita presión para mojarse antes de tiempo, para que confiese ser un aliado inevitable de Rajoy, cuando no existe ninguna evidencia de que sus votantes hayan deseado, a cualquier precio, la continuidad de Rajoy.
Uno de los méritos de Rajoy consiste, precisamente, en discutir quién debe gobernar, sin aclarar que tendrá que hacer el Gobierno y cómo pretende hacerlo
Este lamentable equívoco es subsidiario de otro tal vez más hondo: el que mitifica la gobernabilidad sin explicar previamente lo que se supone que debería hacer el Gobierno. Uno de los méritos tácticos de Rajoy consiste, precisamente, en haber colocado el debate en esa tesitura, en discutir quién debe gobernar, sin aclarar que tendrá que hacer el Gobierno y cómo pretende hacerlo. Así, consigue ocultar el hecho tremendo de que el nuevo Gobierno, para evitar una multa de seis mil millones, tendrá que administrar un recorte presupuestario de quince mil, y que eso no se debe a ningún capricho europeo, sino a la lamentable circunstancia de que Rajoy ha incumplido, especialmente en su año electoral, los compromisos de estabilidad. El Gobierno de Rajoy ha hecho exactamente lo mismo que el de Rodríguez Zapatero, con la diferencia de que, al menos, el último presidente del PSOE tuvo el coraje de reconocerlo ante el Parlamento, mientras que Rajoy se escuda, con el aplauso de sus secuaces, tras una sarta de interesadas confusiones.
El PP, es decir Rajoy, dará una repuesta condicional
Rajoy ha respondido a la petición de caldo de Rivera con un par de tazas, invocando un órgano tan inane como fantasmal, para legitimar lo que será, sin duda, una respuesta condicionada. Al final, la lógica de Rajoy podrá ser más simple que la de Rivera, porque el inconsistente y contradictorio paquete de medidas de Ciudadanos, le va a permitir otra vuelta de tuerca en el tramposo tornillo en el que Rivera ha metido ya media cabeza, porque ¿cómo se puede investir al que se considera corrupto? ¿cómo se puede llamar corrupto a quien se va a investir? Rajoy sacará pecho a costa de la contradicción en que ha incurrido el bisoño partido, creyendo que podía emplear con el viejo zorro un emplaste todavía más suave que el aplicado a la imberbe Cifuentes, de manera que Rajoy podría ponerse digno frente a la equívoca insinuación de don Alberto, especialmente si no ve signo alguno de que Sánchez pueda aflojar. Rajoy sólo tiene claro que no va a someterse a un debate sin trucos, porque eso es lo que él sabe hacer, y así ha ganado todos los congresos del PP, y los que podrá ganar todavía, si nadie se digna hacer algo para que se quite de en medio. 
La ocasión la pintan calva
Sólo Dios sabe si Rivera osará plantarse, o volverá a elegir la engañosa senda de laresponsabilidad, a proferir el absurdo de que la regeneración, consiste en mantener al frente al que no es regenerable, que es tanto como pensar que la Transición, con todas sus luces y sus sombras, hubiera podido llevarse a cabo con Franco en el timón y Rodríguez de Valcárcel en el Palacio de las Cortes. Si Rivera se toma en serio a sí mismo, no tendrá otro remedio que rechazar los jeribeques de Rajoy, la contrapropuesta/trampa que Rajoy pueda presentarle, y hacer justamente lo que el poderoso universo de los biempensantes le va a decir que no haga, porque le acusarán de provocar las terceras elecciones y le amenazarán con que, electoralmente, quedará reducido a pavesas.
Claro es que la ocasión, aunque calva, es algo que sólo existirá para quien piense que la política es algo más que quedar bien frente a los coros mayoritarios y oportunistas, siempre dispuestos a apostar por el ganador, hacer algo muy distinto a ser servicial y bien dispuesto, atreverse a hacer una política seria y realmente basada en lo que se afirma. Pero será, seguramente, la última oportunidad que Rivera tenga de no ser digerido por nuestro particular devorador de partidos, de políticas y de instituciones.
Rajoy pretende agarrarse a un salvavidas solipsista, pero ruinoso para la democracia y para el futuro de España
El último error de Rajoy
Rajoy pretende agarrarse a un salvavidas solipsista, pero ruinoso para la democracia y para el futuro de España, y le basta con que su afán parezca a todos algo inevitable para llegar al Eldorado de la estabilidad, el techo de gasto, y todas esas condiciones tan aparentemente razonables a las que ha quedado reducida la política en manos de un hechicero en apuros. Las razones que tiene no serán seguramente las que dice tener, pero basta que un número suficiente de electores amedrentados se las compre; así ha sido hasta ahora, pero la gran cuestión es si volverá a serlo en una próxima oportunidad, en una cita que, aunque Rajoy trate de endosar a otros, se deberá a su empeño en algo imposible en España, gobernar en solitario con una minoría tan escasa. Hay dos cosas que no pasan por la cabeza de Rajoy, ni retirarse, ni acudir un debate en el que no puede salir más que muy magullado. Es obvio cuál es la alternativa, y todo el esfuerzo de Rajoy y de su corte es disimular su ineludible responsabilidad personal en que se convoquen unas terceras elecciones.
La trampa en que Rajoy está metido es muy aparatosa, porque aunque le auguren un éxito memorable en comicios venideros, no las debe tener todas consigo, y prefiere que Rivera y Sánchez pasen por el aro de la gobernabilidad. Los sospechosos habituales tienen dos oportunidades, resistir o dejarse llevar, y, de momento, parece que Rivera se apunta al devaneo, tal vez escudado en que un Sánchez más tozudo mantenga el pabellón bien alto, mientras acepta con estoicismo el papel de supermalo en este filme de encargo.
En toda esta tramoya hay más de un gato encerrado, y no me refiero a Tom-Rajoy empeñado en torcer su destino, sino al hecho de que muy bien pudiera ocurrir que los pronósticos de encargo acaben fallando todavía más que las encuestas de junio, y, si no, díganme a dónde van a ir a parar los votos desencantados de un Podemos que no ha conquistado los cielos, y que anda más que perdido por las zahúrdas de Plutón.
Rajoy todavía puede elegir cuál será su último error, pero para evitarlo sólo le queda una opción que acaso se insinué en su semblante, pero que nadie de su entorno se atreve ni a mentarle, una eventualidad que el propio Jerry-Rivera ha creído elegante no mencionar, aunque al precio de incurrir ágilmente en el absurdo de soplar y sorber, de afirmar una cosa y la contraria en un mismo documento. 


                                                      J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS  Vía VOZ PÓPULI

No hay comentarios:

Publicar un comentario