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domingo, 7 de agosto de 2016

¿QUÉ DEBE HACER CIUDADANOS?

Max Weber distinguió entre la ética de los principios y la ética de la responsabilidad y Nicolás Maquiavelo separó el ámbito de la moral privada del de la moral del gobernante. De acuerdo con el gran sociólogo alemán, los que ejercen la actividad política ven limitada su adhesión a los valores en los que creen por la realidad de sus obligaciones públicas, que en ocasiones les conduce a modular o incluso a contradecir en sus decisiones las reglas éticas que rigen su conciencia o las bases ideológicas de su concepción de la vida colectiva. La célebre frase de José Luis Rodríguez Zapatero "bajar impuestos es de izquierdas", pronunciada en épocas de falsa prosperidad debida a las burbujas financiera e inmobiliaria y corregida brutalmente bajo la fusta de Bruselas cuando llegó la recesión, denota este tipo de separación entre las convicciones y las necesidades del momento, aunque el ex-Presidente no lo sabía porque él pertenece más al mundo de la fantasía que al del duro acontecer cotidiano.
En cuanto al sutil florentino y admirador rendido de César Borgia, la carga de profundidad que lanzó sobre el pensamiento occidental fue de tremendo alcance
En cuanto al sutil florentino y admirador rendido de César Borgia, la carga de profundidad que lanzó sobre el pensamiento occidental fue de tremendo alcance. De acuerdo con su planteamiento, el encargado de manejar el timón del Estado, a la hora de procurar su seguridad, su poder y su riqueza, no está sometido a las mismas normas morales que el ciudadano común en su espacio individual, sino que aquello que resulta abominable, cruel o desalmado en las acciones de una persona corriente pasa a ser inevitable, cuando no loable, en las medidas que el soberano toma al servicio del reino. Así, la tortura, que es inadmisible con propósitos particulares, sería aceptable si los servicios secretos de un país democrático que se rige por el imperio de la ley y las garantías procesales han de evitar mediante la información que obtengan de un terrorista detenido un atentado en el que centenares de inocentes pueden morir asesinados. O la mentira, que todos hemos aprendido que no debemos utilizar sin incurrir en una grave falta, sería perfectamente legítima si un Gobierno la emplea con el fin de salvar a su nación de un ataque enemigo o de sufrir una crisis social o económica de amplias consecuencias.
Si traigo a colación a Weber y a Maquiavelo y sus reflexiones sobre la ética del político como diferente a la del ciudadano de a pie, es porque la dirección de Ciudadanos se encuentra en estos días inmersa en un dilema típico entre la ética de los principios y la ética de la responsabilidad o entre la conciencia moral normal y la que supuestamente ha de valer en el momento en que se dilucida el bien común. Siempre que un responsable público honrado se enfrenta a este tipo de amargas dudas, hay que ponerse en su lugar y juzgarle con ecuanimidad. No es difícil imaginar la tortura interna por la que debió pasar Harry S. Truman cuando dio la orden de arrasar Hiroshima y Nagasaki para ahorrar a los Estados Unidos enormes pérdidas humanas y materiales a costa de borrar de la faz de la tierra dos ciudades japonesas. Muy lejos de estos extremos de dramatismo, Albert Rivera se debate en estos días entre su compromiso con la regeneración de la política española y su promesa de impulsar reformas estructurales, lo que le impide investir a un Presidente de Gobierno manchado por la corrupción y notoriamente inmovilista, y el notable daño que causarían a España unas terceras elecciones.
El margen para sortear unas nuevas elecciones sin dar un respaldo explícito a Rajoy es más y más estrecho a medida que transcurre el tiempo
La búsqueda del equilibrio entre estas dos exigencias, la de ser coherente con su programa y la de poner a su país a salvo de considerables perjuicios en términos económicos, sociales y de prestigio internacional, no es en absoluto fácil. La opción de ceñirse a la abstención y de negociar algunas cuestiones concretas más urgentes, techo de gasto, presupuestos y preservación de la unidad nacional frente a los independentistas catalanes, a la vez que se presiona al PSOE para que también se abstenga, presenta el inconveniente de la seria posibilidad de quedarse corta en su propósito y de dejar descontentas, aunque sea parcialmente, a todas las partes involucradas, los otros partidos, su propia militancia y el electorado en general. El voto afirmativo, por otro lado, corre el riesgo de aparecer como una muestra de volubilidad e inconsistencia. Tampoco se puede olvidar una cuestión aneja asimismo relevante: formar parte de un eventual Gobierno encabezado por Rajoy o quedarse en la oposición. No es en absoluto evidente cuál es el camino correcto a seguir, pero con independencia de la solución que se elija, es imprescindible explicarlo bien y de manera convincente para que la sociedad española lo entienda y lo comparta. En este contexto, el margen para sortear unas nuevas elecciones sin dar un respaldo explícito a Rajoy es más y más estrecho a medida que transcurre el tiempo. Ojalá los dirigentes de la formación naranja acierten en sus movimientos porque de ello depende no sólo su futuro, sino el del conjunto de sus conciudadanos.


                                                         ALEJO VIDAL-QUADRAS  Vía VOZ PÓPULI

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