El movimiento de Albert Rivera del pasado martes libra a Ciudadanos de un supuesto destino catastrófico: seguir los pasos -como algunos deseaban ardientemente- del CDS de Adolfo Suárez o del UPYD de Rosa Díez. El partido naranja se ha convertido en elemento estructural del nuevo modelo de fuerzas políticas en España al demostrar, primero, resistencia en dos convocatorias electorales polarizadas, y, después, una gran elasticidad política que acreditó en la XI Legislatura con el PSOE y en la actual con el PP.
Las condiciones que la dirección de C's ha planteado a Rajoy y al PP para dar un sí a la investidura del presidente en funciones responden a una doble lógica: establecer una dinámica propia de la “nueva política”, marcando pautas distintas a las anteriores bipartidistas, y desbloquear -evitando cerrilismos- una situación que, al margen del PP, carece de alternativa, como reconocen expresamente desde el PSOE y también con un comportamiento explícito, Unidos Podemos. Una ausencia de alternativa que, además, el independentismo catalán se encargó de reventar por completo al aprobar en Barcelona el pasado 27 de julio, contra el criterio expreso del Tribunal Constitucional, las conclusiones de la comisión para el proceso constituyente de una eventual Cataluña independiente.
Rivera y los miembros de la dirección del partido han hecho lo que debían: optimizar sus recursos y tratar de conseguir objetivos aparentemente incompatibles
Pero es que, además, las seis condiciones que expuso Rivera y que aceptará la dirección del PP -no sin más dificultades de las que ahora se prevén- alcanzan objetivos que van más allá de la literalidad con que están formuladas. Porque el condicionado de C's a los populares liquida a medio plazo la época de Rajoy al frente del partido, no solo porque estigmatiza al PP actual como organización que ha consentido culposamente la corrupción y no ha tomado todas las medidas posibles para evitarla, sino porque también implica un juicio de valor negativo, no refutado, sobre la gestión del propio Rajoy, quien, haciendo honor al pacto que supone no mantenerse en la presidencia del Gobierno más de dos mandatos, entona con la presente legislatura su particular canto del cisne. Rivera no ha conseguido que Rajoy se retire ahora, pero parece que lo logrará a corto plazo.
Las seis condiciones de Ciudadanos, además, desquician a la izquierda. Por unas razones, al PSOE, y, por otras, a Unidos Podemos, y marginan también a los independentistas, que pierden su condición de bisagra, ya que ni unos ni otros podrán acudir a ellos para que desempeñen ese papel en el Congreso. Los socialistas asumen toda la responsabilidad -aunque intentarán un quiebro: estudian condicionar su abstención a la retirada de Rajoy- de unas posibles terceras elecciones, lo que les castigará inevitablemente en las urnas y dividirá al partido. El PSOE se sitúa en una posición imposible: no al PP, no a una alternativa “de izquierdas” con UP, no a las terceras elecciones. El partido de Sánchez, o cede,o se introduce en un limbo del que sus electores no es seguro le rescaten.
Para Unidos Podemos, el impulso regenerador de las medidas propuestas por Rivera -algunos, por ignorancia o mala voluntad, las han calificado de “equívocas”, “teatrales”, “decepcionantes” e “insuficientes”- les arrebata una de sus grandes consignas de “cambio” y les relega a una cierta marginación, que se agudiza por la ruptura de relaciones con el PSOE y por el propio desentendimiento interno en una coalición de coaliciones que no termina de funcionar, y en la que episodios tramposos a las arcas públicas como el de Pablo Echenique no solo no se olvidan, sino que dejan muesca.
Las seis condiciones que expuso Rivera y que aceptará la dirección del PP alcanzan objetivos que van más allá de la literalidad con la que están formuladas
Rivera y los demás miembros de la dirección del partido naranja han hecho lo que debían: optimizar sus recursos y, con un esquema creativo, tratar de conseguir objetivos aparentemente incompatibles: atender a los intereses comunes (que haya Gobierno), manteniendo los propios (compromisos programáticos). Cierto es que la implementación de las condiciones establecidas al PP, si son aceptadas, requerirá de una geometría parlamentaria que incluya al PSOE, pero el “no es no” de los socialistas lo ha empujado el presidente de C's al borde mismo del precipicio: un paso más y Ferraz caerá en la insensatez, lo que, todo sea dicho, no sería bueno para el PSOE pero tampoco para el sistema, para su regeneración y para la recomposición de la izquierda, aunque los estrategas próximos al secretario general socialista le insisten machaconamente sobre la debilidad de los de Iglesias.
Rivera tiene que tener, solo, una especial prevención: estar alerta para que Rajoy no le tome el pelo. El presidente en funciones es un político marrullero. Ya tiene guasa que haya convocado a la dirección del PP el próximo miércoles, ganando tiempo y preservando su 'puente' en tierras gallegas. Pero es que, además, tratará de meter morcillas como los actores avezados en los guiones teatrales que dominan. O sea, que intentará, con frases subordinadas, desactivar el potencial de alguna o algunas de las condiciones para la negociación que Rivera le ha planteado y que el popular ha puesto en maceración. Nadie mejor que Rajoy sabe el doble fondo que la oferta de Rivera comporta. Y sobre todo, que implica ir a la investidura, sí o sí, en un plazo que no admite dilaciones indeterminadas, tenga amarrada la elección o tenga que jugársela sobre la marcha en el Congreso. Queda, pues, mucha tela que cortar.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
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