El pasado 28 de junio, la Asamblea Nacional francesa aprobó una enmienda que hace obligatorio el Servicio Cívico para todas las personas de dieciocho a veinticinco años. El servicio se divide en dos partes. La primera es un programa de reeducación y propaganda estatal que ocupa el verano entero del año en que se alcance la mayoría de edad. Es una especie de campamento de adoctrinamiento intensivo para interiorizar los mitos básicos del Estado francés, algo así como un concentrado de la versión francesa de Educación para la Ciudadanía, pero adaptado a quienes van a iniciar sus estudios superiores o su primer empleo. La segunda parte del servicio, a cumplir en los años siguientes, consiste en seis meses de trabajo en asociaciones, en administraciones públicas o en las empresas de la llamada “economía social y solidaria”, teóricamente privadas pero fuertemente controladas por la vía de las subvenciones. Durante esos seis meses, a los jóvenes se les hace trabajar por menos de tres euros por hora para las entidades mencionadas, sin que este subempleo forzoso cuente para la pensión ni para el paro. ¡La que se armaría si eso lo propusiera la patronal!
El parlamento francés ha convertido en obligatorio el Servicio Cívico para todas las personas de dieciocho a veinticinco años
Pues bien, si el lector ya está boquiabierto, aún hay más porque no tiene desperdicio la exposición de motivos de la enmienda aprobada, todo un canto a la ingeniería social más abyecta. Se ataca el carácter hasta ahora voluntario de este servicio instituido en 2010: “el principio de voluntariedad puede restringir de facto el acceso al servicio”, por lo que éste se transforma en “universal y obligatorio” y se le considerará desde ahora como “elemento clave del recorrido ciudadano de cada joven”. Y tan clave, porque el primer periodo, el “curso republicano” forzoso, será sin duda inolvidable para los pobres chavales: “este periodo de mezcla social y cultural permitirá el aprendizaje de los fundamentos de la República, el descubrimiento de las humanidades y de los símbolos de la nación así como de los grandes servicios públicos”. “Este primer periodo —continúa la exposición— servirá también como oportunidad para un esfuerzo de igualdad (en materia de alfabetización y sanidad)”. En los seis años siguientes, el joven aún deberá realizar “entre cinco y diez misiones de interés nacional a definir por el parlamento, la mitad de las cuales estarán vinculadas a servicios públicos como la defensa, la protección civil, el medio ambiente o la salud entre otros” y cada joven podrá escoger el momento de su cumplimiento, repartido en un máximo de dos periodos de tres meses.
Falta conocer cuál será la aplicación práctica y el grado de persecución que sufrirán los jóvenes que se nieguen a pasar por el aro, ya que la ley aún debe ir al Senado y regresar este otoño a la Asamblea Nacional. El presidente Hollande y el ministro de Juventud, Patrick Kanner, se habían opuesto al carácter forzoso del servicio y se limitaban a privilegiarlo a costa del contribuyente para captar más participantes en el programa voluntario. Sin embargo, una vez perdida la batalla y aprobada la enmienda a instancias de un amplio contingente de parlamentarios socialdemócratas, tampoco parece que les moleste demasiado esta salvajada. Ni a ellos ni a la derecha estatista, tanto demócrata como lepeniana. Solamente los liberales y libertarios han puesto el grito en el cielo.
Leer la noticia del país vecino, tenido en el nuestro por modelo de civismo y libertad, no puede sino erizar el vello de cuantos tuvimos que luchar contra la mili
En un excelente artículo publicado a mediados del mes pasado, el presidente del Partido Liberal Demócrata, Aurélien Véron, afirmaba que “al hacer obligatorias las llamadas misiones de interés nacional a efectuar por los jóvenes, pierden todo el carácter ético inherente a la libre elección”. “La transformación de este servicio en forzoso marcará el primer acto de la infantilización del joven adulto, que en adelante sufrirá a lo largo de todas las etapas de su vida la presión constante del Estado paternalista”, escribe Véron sin olvidar la faceta macroeconómica de este masivo paquete de subvención encubierta a todas las entidades beneficiarias del trabajo semiesclavo de los jóvenes: “incapaz de financiar su actual tren de vida, el Estado se ha inventado un servicio cívico a crédito, pero ese crédito deberán reembolsarlo las generaciones futuras, es decir, las mismas que habrán sufrido la obligación de prestar el propio servicio”. O sea, primero te obligan a participar y, años más tarde, a costearlo con tus impuestos. La única esperanza radica en el carácter experimental del proyecto, limitado de momento a tres años, pero mucho me temo que sea de aplicación, mutatis mutandis, la famosa máxima de que nada es más permanente que un impuesto temporal.
En España, mi generación tuvo que rebelarse contra el secuestro legal que sufría en forma de servicio militar obligatorio. Al final se abolió aquella aberración, pero porque al Estado ya no le salía a cuenta. La consolidación de un bloque socialdemócrata que abarca todo nuestro parlamento —más allá de las estéticas aparentemente diversas y de las lealtades nacionales enfrentadas— hace temer un regreso, si no del servicio armado, sí de algún otro programa para adoctrinar a los jóvenes y para someterlos a trabajos forzados. La única voz disidente contra la socialdemocracia de PP, PSOE, Ciudadanos y nacionalistas es la que alzan otros estatistas todavía más feroces, que si gobernaran seguramente adoptarían encantados medidas así. Véase cómo Nicolás Maduro, el Pol Pot del siglo XXI,acaba de mandar a millones de personas a trabajar el campo a la fuerza.
La socialdemocracia europea es una infame criatura nacida de la posguerra mundial con la falsa pretensión de conciliar socialismo y libertad
Leer la noticia del país vecino, tenido en el nuestro por modelo de civismo y libertad, no puede sino erizar el vello de cuantos tuvimos que luchar contra la mili. La socialdemocracia europea es una infame criatura nacida de la posguerra mundial con la falsa pretensión de conciliar socialismo y libertad, como si tal cosa fuera posible. Y sigue llevándonos a buen paso hacia el abismo: mientras en la tierra de Frédéric Bastiat pasan estas cosas, en Escandinavia se habla abiertamente de imponer a todos los adultos una reeducación estatal obligatoria de por vida. Lo diré una vez más: Orwell sólo se equivocó de año, su 1984 ya está llegando.
JUAN PINA Vía VOZ PÓPULI
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