Merkel, Hollande y Renzi postulan una guardia costera de la UE, pero hace falta más.
La canciller alemana, Angela Merkel, habla con el presidente francés, François Hollande, y el primer ministro italiano, Matteo Renzi, ayer en Ventotene. GUIDO BERGMANN (REUTERS).
Es en principio un hecho positivo que se reúnan distintos líderes europeos para intercambiar ideas y madurar proyectos, sobre todo en circunstancias de crisis múltiple, como las actuales, y de desorientación generalizada.
Y lo es independientemente de su formato, sea en modo binario (la locomotora franco-alemana); de directorio (de los países grandes); cuadrangular (el grupo de Visegrado) o como ahora, triangular.
Si la canciller alemana y el presidente francés asocian más estrechamente a su tarea —informal, pero de raigambre histórica— de impulso de la Unión al primer ministro italiano, eso no tiene por qué levantar recelos: ante la espantada de Reino Unido, que resta empaque a la UE, cualquier fórmula de sumarle peso específico puede resultar conveniente.
Claro que sería más útil incorporar también a este grupo a países como España (y en su caso, Polonia, si compartiese una visión más integracionista de la UE), porque le daría más profundidad geoestratégica, (vinculación latinoamericana), mayor equilibrio histórico (los tres reunidos son países fundadores, que hoy constituyen una pequeña minoría del club) y mayor capacidad de iniciativa: se trataría de algo más amplio que un triunvirato, sin riesgos de que se pudiese leer como el intento de forjar un nuevo poder excluyente.
Pero para que eso fuese así, España debería hacer sus deberes, postularse y recuperar el gran protagonismo europeo y europeísta que ha exhibido no hace tanto y que ha dejado de decaer por inercia, incompetencia y cortoplacismo.
En cualquier caso, esta reunión sirve de prólogo a la cumbre europea del próximo 16 de septiembre. Y ha servido también para balizar algunas de sus prioridades: reforzar la seguridad interna y externa, promover el crecimiento y ocuparse mejor del futuro de los jóvenes.
Obviamente no era esperable ni una solemne declaración, ni menos aún un programa de acciones urgentes, algo propio de las instituciones. Pero sí hay un punto, dentro de la estrategia de reforzar la seguridad, a resaltar: la coincidencia de los tres líderes en la necesidad de crear una verdadera guardia costera de la Unión.
Al mismo tiempo, naturalmente, que se refuerza la protección de las fronteras externas con otros mecanismos y que se institucionalizan marcos de diálogo y cooperación con países relevantes para los flujos migratorios y la prevención de los movimientos desestabilizadores. Se trate de Turquía o del África subsahariana.
Si esta minicumbre afianza el lanzamiento de esa guardia costera de la que hace ya algún tiempo se habla, habrá sido útil. Porque, junto a los replanteamientos generales —a veces muy retóricos—, urge recuperar los pequeños pasos que amalgamen intereses comunes en ámbitos nuevos, como el de los movimientos migratorios o la protección de las fronteras.
Sin embargo, la inconcreción en otros asuntos y la dispersión de mensajes registrada en Ventotene certifican que la elección del lugar de la cumbre —donde en 1941 el federalista Altiero Spinelli y otros compañeros redactaron, desde la prisión mussoliniana, una encendida proclama europeísta— ha sido más simbolista que simbólica. Hace falta mucho más.
EDITORIAL de EL PAÍS (23-8-2017)
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