En España los proyectos políticos en formato negativo parecen funcionar considerablemente mejor que los proyectos positivos. No suelen unirse los españoles a favor de virtuosos designios que puedan favorecer a todo el país, sino en contra de un enemigo al que ansían humillar y aplastar. Es deplorable que gran parte de nuestra clase política interprete esta regeneración –que podría homologarnos al fin con las democracias veteranas– como una reedición de las rancias banderías que impiden a España ser un jugador de primera en el escenario mundial. La estrategia pasivo-agresiva de Rajoy –paradigma de la política negativapuesto que su eslogan implícito es “No soy Podemos”– perjudica no solo a su partido debilitado por la corrupción, sino a España entera, porque sirve de coartada al diezmado PSOE para perseverar en el programa de hiperlegitimación de la izquierda, modelo extremo de la susodicha política negativa. Sería una tragedia que el proyecto de regeneración descarriase hacia otro retroceso histórico de esos que tan bien se le dan a España.
La Transición española fue una singular conjunción de fuerzas que, al tratarse de un compromiso sociopolítico nacional, supuso un avance formidable
Un paréntesis histórico
Dicho esto, sería injusto afirmar que no haya existido en la historia reciente de España ningún proyecto político en formato positivo. La Transición española fue una singular conjunción de fuerzas que, al tratarse de un compromiso sociopolítico nacional, supuso un avance formidable. Desde 1975 España estuvo en el punto de mira internacional, no por la muerte de Franco, sino por estar protagonizando una etapa única en Occidente, cuyos líderes, intelectuales y periodistas la alababan diariamente como exponente del éxito de la democracia global. Publicado en 1990, el libro Memoria viva de la Transición, de Leopoldo Calvo-Sotelo cobra relevancia ahora por tratarse de una crónica del periodo que él mismo define como “un extrañísimo paréntesis de libertad y de limpieza en la historia de España”. En 2016, tras 8 meses de limbo político inimaginable en democracias veteranas como Reino Unido, Francia o Estados Unidos, casi asombra la plena disposición de Calvo-Sotelo para reunirse –tanto en sus tres años de Ministro para las Relaciones con las Comunidades Europeas como en sus dos años de Presidente del Gobierno– con cualquiera que se lo solicitara. Si veía con frecuencia a Felipe González, Jordi Pujol, Garaicoechea, Fraga y Carrillo –a quienes escuchaba con atención, tomando notas de sus encuentros–, igual hacía con los laboristas británicos Harold Wilson y Roy Jenkins (cofundador de los LibDems), el socialdemócrata alemán Helmut Schmidt, el socialista francés François Mitterrand, el rey belga Balduino y el saudí rey Jaled, por citar solo algunos. Abundan en el libro las alusiones irónicas a la prensa y es llamativo su comentario sobre la llegada de la televisión en directo al Congreso: “el debate parlamentario, ya antes muy pobre, dejó paso a la yuxtaposición de soflamas dichas solo para la pequeña pantalla. Por eso el hemiciclo ha llegado a ser un lugar tan aburrido”. Sin embargo, su relación con el cuarto poder era fluida, como demuestra una foto con el Club Blanco White donde aparecen, entre otros, Lorenzo Contreras, Miguel Ángel Aguilar, Pedro Altares, José Oneto, Félix Santos, Juan Luis Cebrián y Ramón Pi.
Los mismos anacronismos que denunciaba Calvo-Sotelo hace un cuarto de siglo impiden al fanático socialismo español permitir a “las derechas” formar gobierno
La contumacia socialista
En los capítulos dedicados a la política internacional destaca su crítica al socialismo español por frenar la integración en la UE y en la OTAN (emprendidas ambas por Calvo-Sotelo en 1978 y 1981), un doble tanto que luego se apuntaría Felipe González años después, impávido ante el retraso histórico que significó para España. En el caso de la UE, “la contumacia del PSOE prolongaría cuatro años más […] el aparcamiento de España extramuros de la comunidad occidental, donde acampábamos por lo menos desde el principio de nuestra guerra civil, por no decir desde principios del siglo XIX”. Lamenta el autor la lentísima maduración del PSOE y de Felipe González, que necesitaron más años que los demás para librarse de sus anacronismos y ataduras dogmáticas. Esto lo escribía Calvo-Sotelo en referencia a la política negativa que ya practicaba hace cuarenta años el socialismo español. Pedro Sánchez –el Felipe González de 2016, pero con un PSOE raquítico de 90 escaños– dice querer “reconstruir los puentes del diálogo y la fraternidad en la búsqueda de una solución” a la parálisis política. Pero la misma contumacia, los mismos anacronismos y las mismas ataduras dogmáticas que denunciaba Calvo-Sotelo hace un cuarto de siglo impiden al fanático socialismo español permitir a “las derechas” formar gobierno. Es lo mismo de siempre. Son los mismos de siempre. España no lo merecía hace cuarenta años. En el siglo XXI es sencillamente intolerable.
GABRIELA BUSTELO Vía VOZ PÓPULI
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