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domingo, 14 de agosto de 2016

LA ERUPCIÓN POPULISTA

El título de esta columna no emplea la palabra “erupción” en el sentido volcánico, sino en el dermatológico. En efecto, Donald Trump, Marine Le Pen o Pablo Iglesias, al igual que otros muchos extremistas de izquierda o de derecha, tan distintos en sus planteamientos ideológicos y en sus propuestas programáticas, son sin excepción pústulas en la piel de las sociedades occidentales en las que han surgido y en las que han escalado rápidamente altos niveles de apoyo electoral. Su discurso está plagado de hipérboles forzadas, de simplificaciones reduccionistas y de recetas económicas o sociales absurdas, pero se basa en hechos incontestables y en críticas con frecuencia justificadas al señalar defectos de sus respectivos sistemas políticos, aunque las soluciones que propugnan sean aberrantes. Por tanto, no basta con descalificarlos mediante artillería de sal gruesa o ridiculizarlos de manera automática, hay que analizar las razones de su éxito y realizar un examen de conciencia profundo en relación al malestar de amplias capas de ciudadanos a ambos lados del Atlántico, que se traduce en votos para estos demagogos tan peligrosos para las libertades y la prosperidad de sus países como eficaces en sus estrategias de comunicación. La toma del poder por un monstruo psicopático en la Alemania de los años treinta del siglo pasado aupado por las urnas obedeció, entre otros motivos, a la falta de una correcta interpretación de los sentimientos, las aspiraciones y los agravios de la población de la gran nación derrotada en la Gran Guerra de 1914-1918 por parte de los propios demócratas alemanes y de los Gobiernos de las potencias victoriosas.
Los populistas han llegado para quedarse y se alimentan de errores estructurales y morales de las sociedades abiertas
Cuando Trump aboga por la construcción de un muro imposible por su envergadura, su incompatibilidad con el derecho internacional y la sensatez más elemental entre Estados Unidos y Méjico, hurga en la herida abierta en un numeroso sector de la clase media norteamericana por la incapacidad del Gobierno federal para contener el alud de inmigrantes ilegales que cruzan el Río Grande. Si Pablo Iglesias, cuya agenda económica, aparte de irrealizable, hundiría a España en la miseria en un tiempo muy breve, clama contra la “casta” y llama a su derrocamiento, no lo hace en vacío, sino esgrimiendo los innumerables abusos y corruptelas de una clase dirigente que ha saqueado el presupuesto y colonizado las instituciones hasta adulterar gravemente la democracia constitucional y la separación de poderes. Las soflamas grandilocuentes de Le Pen hija, irracionales en su proteccionismo anacrónico y en su xenofobia delirante, encuentran eco en millones de franceses, indignados ante un Estado hipertrófico y su debilidad frente al vandalismo y el odio imperantes en no pocos suburbios de grandes urbes con fuerte presencia de población musulmana, cuya juventud se niega a integrarse en los valores del pluralismo y la sociedad abierta y se entrega a todo tipo de desmanes inspirados por el fundamentalismo yihadista.
Los populistas han llegado para quedarse y se alimentan de errores estructurales y morales de las sociedades abiertas, debilitadas por el hedonismo indolente, el relativismo ético y el aplastamiento de los deberes por los derechos. Un imperialismo torpe y estúpido agitó el avispero de Oriente Medio en la segunda guerra de Iraq creando un caos sangriento que ahora, después de haberlo generado, Occidente es incapaz de controlar porque no está dispuesto a los sacrificios que exigiría una derrota completa del Estado Islámico en su propio territorio. No son casuales las oscuras simpatías y extraños vínculos que enlazan a Podemos, al Frente Nacional o al ala dura del republicanismo estadounidense con regímenes siniestros como la teocracia iraní, el colectivismo chavista o las oligarquías que dominan el Kremlin, enemigos todos ellos declarados de las libertades políticas y económicas características de las democracias avanzadas.
La sociedad abierta y pluralista es un invento frágil y delicado permanentemente amenazado
La sociedad abierta y pluralista es un invento frágil y delicado permanentemente amenazado desde fuera por los totalitarismos políticos o religiosos y desde dentro por sus propias renuncias, venalidades y cobardías. La mortificante urticaria populista que cubre la superficie del mundo occidental es un síntoma, pero la enfermedad se encuentra en nuestras mentes, prisioneras del pensamiento políticamente correcto, y en nuestros corazones, postrados ante el becerro de oro de la comodidad y el rechazo de los deberes cívicos. Sólo una decidida reacción de los elementos todavía sanos de nuestras sociedades para impulsar la solidez moral, el coraje en la defensa de los principios democráticos, la competitividad económica y la fortaleza de las instituciones, acabará con la lacra populista y devolverá a la piel de Europa y de América la tersura firme de la civilización.


                                                         ALEJO VIDAL-QUADRAS  Vía VOZ PÓPULI

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