El miedo es el más ignorante, el más injurioso y el más cruel de los consejeros.
Edmund Burke
Nunca antes, ni siquiera durante el asfixiante felipismo, un solo político había ostentado un poder tan abrumador, capaz incluso de limitar la capacidad de maniobra de los señores del dinero al recado y al ruego, casi a la súplica, y siempre mediante persona interpuesta. Lo mismo cabe decir de los magnates de los grandes grupos mediáticos, atentos a cualquier directriz que provenga de Moncloa, también los del antaño todopoderoso Grupo PRISA, rescatado in extremis de la bancarrota gracias a la mediación de la cúpula popular. Y a pesar de tanto poder e influencia como acumula el PP de Rajoy, tampoco nunca antes un partido o facción mostró mayor fragilidad ni estuvo más cerca del desastre.
Una bomba de relojería
En efecto, el Partido Popular es en estos días una bomba de relojería, una corporación, más que un partido, con infinidad de cuentas pendientes, y no sólo con la Justicia. Una organización sumida en un estado de permanente ansiedad,corroída por un miedo cerval que fluye desde Mariano Rajoy y su entorno, para desde ahí proyectarse hacia una tupida red de intereses. Ese miedo se hace palpable en los desesperados intentos de los periodistas amigos por controlar el relato de lo que acontece en estos días, salvaguardando a Rajoy y endosando las culpas del atasco institucional a todo el que pase por ahí, incluido el Rey. Situación de estrés permanente que se agrava con la prepotencia de quien se sabe ocupando en exclusiva el espectro conservador, ese vasto territorio en el que confluyen infinidad de intereses, no sólo de “derechas” y no sólo mercantilistas sino también de millones de personas de toda clase y condición que confían en la cúpula pepera y su control del BOE para poder dormir a pierna suelta.
Funcionarios, pensionistas, contratistas, grandes medios de comunicación, corporaciones, organismos públicos, autonomías… todos quieren un pacto de gobierno por acción u omisión
La polémica portada del pasado domingo del diario ABC fue, en efecto, engañosa: ni estaban todos los que son ni eran todos los que están. Funcionarios, pensionistas, contratistas, grandes medios de comunicación, corporaciones, organismos públicos, autonomías… todos quieren un pacto de gobierno por acción u omisión, un parlamento definitivamente convertido ya sin ningún pudor en expresión de un régimen orgánico. Un Estado ni siquiera ya de partidos sino de facciones. La “coalición gobernante” descrita por North desprovista de todo adorno y aditamento. En definitiva, las élites extractivas y los colectivistas, igualmente extractivos, con Rajoy como caudillo so pretexto de salvarnos del Apocalipsis. Está escrito.
Lo piensan, pero no se atreven a decirlo
Hay en el PP quien reconoce en privado que lo mejor sería que Rajoy se marchara, y no es precisamente un militantes de base. Pero no se atreve a expresarlo de viva voz. Así que se mantiene fiel al guion, excusándose en que pedirlo [la marcha de Rajoy] no serviría de nada. Hay que esperar a que se arreglen las cosas y [Mariano] se sienta seguro. Más o menos literal.
Entretanto, la pregunta retórica “¿por qué habría de marcharse Rajoy, cuando es el único que el 26-J no perdió votos sino que los ganó?” es la postura oficial, la última línea defensiva. Según este argumento, que se salta la línea temporal y olvida la debacle popular del 20-D (¿tampoco entonces debió marcharse Rajoy?), son sus adversarios quienes deberían renunciar o… someterse, porque al contrario que él, ellos no tienen derecho a saltarse turno en la partida. A ese argumento se aferran con uñas y dientes frente a la obviedad de que Rajoy es hoy por hoy el problema o, mejor dicho, el primer gran obstáculo que hay que superar para siquiera intentar poner remedio al desastre institucional que amenaza con llevarse a España por delante.
Tal y como hacen los populistas, al PP le conviene vender la democracia como mera expresión popular y nunca como sistema de control del Poder
Dicen que es un disparate y que, además, no es democrático que se pida su cabeza. Y es que, igual que los populistas, al PP le conviene vender la democracia como mera expresión popular y nunca como sistema de control del Poder, donde la dimisión manda sobre los votos cuando toca. Una visión interesada que infecta tanto a la izquierda como a la derecha, porque de otra forma no sabrían gobernar; porque, de otra forma, jamás habrían podido pastelear los presupuestos y construir este modelo político, que se sustenta en oscuros acuerdos entre agentes y no en el respeto a las leyes. ¿Cómo si no se explica que, a estas alturas, se siga negociando bajo cuerda con los separatistas?
Dicen también que Rajoy, en comparación con la inanidad de sus adversarios, es cuando menos una garantía. Que nadie mejor que él para darle gato por liebre a Bruselas en materia de ajustes. Que con un gobierno suyo, al menos, no habrá sobresaltos y todo seguirá por donde suele. En definitiva, que Rajoy es lo malo conocido, mucho mejor que lo bueno por conocer. Y no les falta razón, pero sólo desde una perspectiva interesada. Por eso todo estos ¿argumentos? se refuerzan de forma artificial con la habitual polarización partidaria, donde ir contra el PP de Rajoy es ir a favor de Ciudadanos, el PSOE o Podemos, y donde criticar el inmovilismo es ser antisistema o simplemente memo. Pero no es verdad. La mayoría no quiere a Rajoy y, sin embargo, muchos no tienen una especial afinidad hacia sus adversarios. Y por supuesto, no son antisistema.
En eso consiste la investidura, en salvar a Rajoy
El PP ha tocado fondo
Sin embargo, volviendo a la paradoja inicial, todos los “recados” que cada día copan las portadas de los diarios y los globos sonda que se lanzan desde el PP tienen como único objetivo sostener a Rajoy a toda costa. Sólo así se pueden interpretar los ofrecimientos de Pablo Casado, afirmando que “en los programas de Partido Popular, PSOE y Ciudadanos hay coincidencias que pueden sustentar un acuerdo de Gobierno” y, para remate, que “apoyaríamos al PSOE en municipios y autonomías donde gobierna con Ahora Podemos si se abstiene en la investidura”. Tocar fondo es poco.
No, no son las “ganas de gobernar”, tampoco es la soberbia de Rajoy que, en comparación con unos “adversarios mindundis”, se cree un ser superior. Y mucho menos patriotismo. La razón es más pedestre: es el miedo a lo que le pueda pasar si abandona el poder. Demasiadas cuentas pendientes y otras muchas aún por aflorar. En eso consiste la investidura, en salvar a Rajoy. Nunca antes un político tuvo tanto poder y, sin embargo, evidenció mayor fragilidad.
JAVIER BENEGAS Vía VOZ PÓPULI
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