Acción contra la pobreza en Barcelona. (EFE)
La semana pasada tuve ocasión de
participar en un interesante debate en Barcelona en el que participaron
una nutrida representación de presidentes, consejeros delegados y
directores generales de empresas de la región.
Se
trataron numerosos temas, con una profundidad digna de elogio. De todas
las intervenciones, una atrajo poderosamente mi atención. La realizó el
CEO de un banco con sede en el Principado de Andorra, y venía a cuenta del debate que se suscitó sobre qué se puede calificar como clase media y hasta qué punto es verdad la afirmación generalizada de su destrucción en un gran número de economías desarrolladas con motivo de la crisis.
Más o menos en su tenor literal:
"¿Es el mundo menos pobre? Es verdad que la estadística dice que es así, que en los últimos años se ha reducido
a nivel global en 1.500 millones el número de personas que se sitúan
bajo ese umbral. Pero se trata de una falacia. Salir de la pobreza en
muchas naciones pasa por doblar retribuciones que aún son irrisorias en
Occidente y que, precisamente por eso, provocan que la industria del
primer mundo no pueda competir, lo que deriva en situaciones de paro estructural.
Hay menos pobres, pero todos somos más pobres. No hay más que ver cómo
han aumentado los coeficientes de desigualdad en los últimos años.
En un entorno como el descrito, la gran perjudicada es la clase media
a la que la crisis ha pillado, además, con unos niveles de
endeudamiento muy elevados, lo que le ha impedido beneficiarse de ella.
Su desaparición, que se puede ver acelerada por los procesos de digitalización y
su impacto sobre el sector servicios, no es baladí, ya que es sobre sus
contribuciones sobre las que se ha construido buena parte del entramado
del Estado del bienestar
en el primer mundo. El impacto de su desvanecimiento es, por tanto,
sustancial. Y tiene consecuencias alrededor del planeta, ya que, sin
ella, la oferta global se hace aún más excedentaria, la presión en
precios, mayor y la posibilidad de recuperación, más remota.
El impacto del desvanecimiento de la clase media es sustancial. Tiene impacto a nivel global. Sin ella, la posibilidad de recuperación es más remota.
A ello contribuye, por último, el proceso de desregulación que se atisba en el horizonte. Mientras que gobiernos, regiones y municipios se empeñan en establecer más y más normas, cada vez le importa menos al ciudadano si un hotel tiene más o menos estrellas frente a la opinión de los usuarios de TripAdvisor, si una tarifa de taxi es o no legítima contra la discrecionalidad de los Uber de turno o si hay o no libertad de horarios cuando internet y la distribución asociada al mismo carecen de ellos. O se adecúa el papel del poder legislativo y, por ende, del ejecutivo, o el abismo que se está abriendo será no solo real sino también formal por incomprensión del ciudadano respecto a la actividad del regulador".
Casi nada. Pobreza, viabilidad del modelo de Seguridad Social, extremismo y papel del legislador como cuatro bombas de relojería en
apenas cuatro párrafos. Cuanto mayor es la primera, más se cuestiona la
segunda, mayor auge cobra el tercero y menos valor se otorga al cuarto.
La ruptura de esta cadencia pasa por educación, reforma y regeneración.
¿Un imposible?.
‘Food for thought’ de la buena para el veranito que ya aprieta.
¿Cómo lo ven?
S. MCCOY Vía COTIZALIA
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