Toda la izquierda tiene un problema de identidad. Toda la izquierda tiene un problema con la identidad. El PSOE y Podemos también. Y es grave.
El viraje de muchos partidos de izquierdas hacia cuestiones identitarias, y el abandono de un enfoque reformista global es, para muchos, la causa de la decadencia de la izquierda en todo el mundo.
Este es el debate intelectual del momento. De Nueva York a París. Y en España empieza a ser señalado como una de las razones por las que el PSOE de Pedro Sánchez no levanta cabeza en las encuestas. ¿Damos un paseo?.
Noviembre de 2016. Diez días después de la victoria de Donald Trump. Un profesor de Humanidades de Columbia publica en The New York Times una tribuna titulada El fin del liberalismo de la identidad.
El autor se llama Mark Lilla y su artículo será el más leído del año en la sección de opinión de la biblia liberal. Párrafo clave: «El liberalismo americano ha caído en una especie de pánico moral ante la identidad racial, sexual y de género que ha deformado su mensaje e impedido que se convierta en una fuerza unificadora capaz de gobernar».
Lilla achacaba la derrota de la candidata liberal (que es como llaman en Estados Unidos a los progres) a un «error estratégico» de Hillary Clinton. Poner el foco en los negros, los latinos, los LGTB y las mujeres hizo sentirse excluidos a los trabajadores blancos. Y estos, antaño demócratas, hicieron ganar a Trump.
Como el artículo está traducido al español (por FAES), sólo transcribo dos frases más. Primer aviso a navegantes. «La política nacional en periodos prósperos no gira sobre la diferencia, sino sobre lo común». Segundo: «La política de identidad es sobre todo expresiva, no persuasiva. Por eso nunca gana elecciones».
¿Hay alguien en Ferraz? ¿Lee alguien en Podemos el NY Times?
Parece que no. En un análisis titulado La izquierda extraviada, Lucía Méndez afirmaba: «La izquierda camina desnortada y confundida por un desierto de ideas, de proyecto, de liderazgo».
Gabriel Tortella era rotundo en una tribuna (¿Izquierdas o siniestras?) en este periódico. «El grave problema del socialismo español es su indefinición. ¿Adopta claramente la bandera socialdemócrata y compite con la derecha en honradez (en vez de en corrupción) y en eficacia para administrar el estado de bienestar? ¿O levanta la bandera del izquierdismo extremo adoptando las causas más peregrinas y variopintas para atraer a los jóvenes?»
Tortella fustigaba los pactos «con los movimientos regionales más reaccionarios que son los identitarios e independentistas de Cataluña, País Vasco, Baleares ...».
Apostar por la identidad no sólo es una aberración ideológica para un partido de izquierdas, «también es una receta para el fracaso» analizaba nuestro corresponsal en Washington, Pablo Pardo. ¿Por qué? Mike Gonzalez, investigador sénior del think tank conservador Heritage Foundation, le explicaba: «Cuando hablas de identidad, no hay un compromiso posible. Cuando hablas de dinero, sí, porque el capital y el trabajo pueden llegar a un acuerdo para repartirse la riqueza».
A estas alturas quizá se pregunten quién es Mark Lilla y cómo fue acogido su controvertido artículo.
Lo segundo se cuenta rápido: Lilla fue crucificado. Por los suyos. «Lilla, el liberal que tiene más enemigos en la izquierda que en la derecha». Así tituló Oliver Conroy su perfil en The Guardian. Aportaba datos jugosos.
Lilla es hijo de un obrero de la Chevrolet y de una enfermera. Nació en Macomb, Michigan, a las afueras de Detroit. Un lugar que votó dos veces por Obama y la última, por Trump. Macomb «es la zona cero del fenómeno demócratas por Reagan: trabajadores blancos, afiliados al sindicato y demócratas de toda la vida que desertaron en los 70 y 80 hacia los republicanos».
Tras su paso por la Universidad de Michigan y la Kennedy School of Government de Harvard, Lilla trabajó en The Public Interest con Daniel Bell e Irving Kristol, dos ex izquierdistas. Lo dejó porque la publicación se escoró a la derecha neocon.
Su artículo devino en un libro, The Once and future liberal, que pronto aparecerá en España.
Laurent Joffrin, director de Libération, lo traducía como El hombre de izquierdas de ayer y de mañana. Le dedicó un artículo con título certero: Cuando la identidad hizo naufragar a la izquierda americana.
Achacaba la deriva a «un individualismo apenas disimulado». Y concluía: «No basta con lanzar campañas en internet o manifestarse. Hay que conquistar el poder».
En este punto me llamó uno de la cuadrilla para preguntarme si escribía del 8-M o de Cataluña. De ninguno de los dos temas, contesté. Pero no sé si dije toda la verdad.
Creo que nuestra izquierda debería leer con urgencia a Lilla: «No necesitamos más manifestantes. Necesitamos más alcaldes».
IÑAKI GIL Vía EL MUNDO
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