El autor coescribió con María Teresa Rodríguez de Castro un libro en el que retrataba a una de las generaciones más olvidadas de España: la del Lyceum Club de 1926
Marcha convocada por Asemblea Galegas 8M. (EFE)
Pocos años antes de morir, Carmen Martín Gaite me contó que mientras buscaba información sobre Elena Fortún,
la autora de los libros de Celia, descubrió la existencia de un
extraordinario grupo de mujeres que habían organizado una sociedad
cultural en Madrid. Se llamaba Lyceum Club, y formaba parte de una red internacional de asociaciones. Como escribió María Teresa León, una de sus fundadoras, “era una conspiración femenina para adelantar el reloj de España”. Carmen
quería escribir su historia, pero solo tuvo tiempo de dar un par de
conferencias sobre el tema. Años después de su muerte, recuperé su
proyecto y escribí, con María Teresa Rodríguez de Castro, 'La conspiración de las lectoras'
(Anagrama, 2009). Me pareció escandalosa la ignorancia sobre esa
generación. Basta un ejemplo. Poca gente conoce que junto a la famosa
Residencia de Estudiantes de Madrid, existió una Residencia de
Señoritas, dirigida por María de Maeztu, una persona
excepcional. Si tuviera que decidir cuál de esas residencias fue más
importante para la cultura española, tendría que pensarlo mucho.
El Lyceum Club se fundó en 1926 y es una prueba de que en España hubiera sido posible el entendimiento, porque en el Lyceum se unieron mujeres de diferentes procedencias, María de Maeztu, Victoria Kent, Maruja Mallo, Concha Méndez, María Teresa León, Carmen Baroja, la condesa de Campo Alange, María Lejárraga, Zenobia Camprubí y otras 200 más. Fue una asociación transversal, como la que ahora se reclama. La guerra hizo fracasar aquel luminoso proyecto. Obligó a sus protagonistas a tomar partido y a enfrentarse. Un caso paradigmático de esa ruptura: Consuelo de la Mora, esposa de Hidalgo de Cisneros, jefe de la aviación republicana, tuvo que exiliarse. Su hermana, Marichu de la Mora, fue la mano derecha de Pilar Primo de Rivera, en la Sección Femenina. EL Lyceum permaneció abierto hasta el final de la contienda cuando, no sé si con una intención revanchista, sus instalaciones fueron ocupadas por el Círculo Medina, de la Sección Femenina, ideológicamente en las antípodas.
Entre las 'liceómanas', como las llamó la prensa eclesiástica, hubo tres 'mujeres eclipsadas' que merecen una mención especial: María Teresa León, mujer de Rafael Alberti; Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ramón Jiménez, y María Lejárraga. En sus 'Memorias de la melancolía', María Teresa León comenta la muerte de Zenobia, con un texto que resulta autobiográfico. Pensaba que el premio Nobel habría debido recibirlo Zenobia, sin la que no hubiera habido premio, porque era quien se encargaba de resolverlo todo. “¿Qué era lo que Zenobia solucionaba tan imperiosamente? —se pregunta María Teresa—. Pues la vida. La vida de los poetas no se soluciona como la de los pájaros, no provee sus alimentos aquel que cuida de las golondrinas viajeras. Los poetas comen, duermen, se agitan y desean como cualquier hombre. Bueno, no, peor, son más difíciles que cualquier hombre. Zenobia Camprubí sabía muy bien eso”. Y supongo que María Teresa León, también.
María Lejárraga es un caso paradigmático de 'mujer eclipsada'. Estuvo casada con Gregorio Martínez Sierra, un dramaturgo muy famoso, una de cuyas obras —'Canción de cuna'— llevó Garci al
cine. Martinez Sierra había escrito un libro defendiendo el feminismo,
lo que hace más flagrante su impostura. Tras la muerte de su marido,
María escribe un libro de memorias, 'Gregorio y yo',
que comienza con una dedicatoria sorprendente: “A la sombra que acaso
habrá venido —como tantas otras veces cuando tenía cuerpo y ojos con que
mirar— a inclinarse sobre mi hombro para leer lo que yo iba
escribiendo”. En efecto, Gregorio publicó con su nombre las obras que
escribió María Lejárraga. Antonina Rodrigo, en su
biografía de María, opina que Martínez Sierra era incapaz de escribir no
ya una comedia sino una carta de pésame, unas cuartillas para presentar
un acto, un prólogo. Para culminar esta triste historia, el marido la
traiciono con la actriz Catalina Bárcena.
Para escribir este artículo he releído 'La conspiración de las lectoras', y ha vuelto a emocionarme el talento generoso y despreciado de esas formidables mujeres. Ojalá las nietas de esa generación reivindiquen su memoria, y continúen estudiando sus vidas y sus obras. Pueden contar conmigo.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
Hoy quería recordar a varias 'mujeres eclipsadas' cuyo talento fue anulado por la presión del ambiente
El Lyceum Club se fundó en 1926 y es una prueba de que en España hubiera sido posible el entendimiento, porque en el Lyceum se unieron mujeres de diferentes procedencias, María de Maeztu, Victoria Kent, Maruja Mallo, Concha Méndez, María Teresa León, Carmen Baroja, la condesa de Campo Alange, María Lejárraga, Zenobia Camprubí y otras 200 más. Fue una asociación transversal, como la que ahora se reclama. La guerra hizo fracasar aquel luminoso proyecto. Obligó a sus protagonistas a tomar partido y a enfrentarse. Un caso paradigmático de esa ruptura: Consuelo de la Mora, esposa de Hidalgo de Cisneros, jefe de la aviación republicana, tuvo que exiliarse. Su hermana, Marichu de la Mora, fue la mano derecha de Pilar Primo de Rivera, en la Sección Femenina. EL Lyceum permaneció abierto hasta el final de la contienda cuando, no sé si con una intención revanchista, sus instalaciones fueron ocupadas por el Círculo Medina, de la Sección Femenina, ideológicamente en las antípodas.
"¿Qué es eso de que las niñas no son nada?"
Hoy quería recordar, como aportación a la movilización femenina que ha conmovido España, a varias 'mujeres eclipsadas' que pertenecieron al Lyceum. Mujeres cuyo talento fue anulado por la presión del ambiente. Una de ellas, la escritora Concha Méndez, contaba que cuando era niña un amigo de su familia preguntó a sus hermanos qué querían ser de mayores. “Viendo que a mí no me preguntaba nada, teniendo toda la cabeza llena de sueños, me acerqué y le dije: 'Yo voy a ser capitán de barco'. 'Las niñas no son nada', me contestó, mirándome. Por estas palabras le tome un odio terrible a ese señor. ¿Qué es eso de que las niñas no son nada? Empecé a pensar. Yo era una niña que estaba inconforme con mi medio ambiente”. Algo parecido revelan las deliciosas memorias de Carmen Baroja, harta de toda su parentela, incluido su hermano Pío. “Si hubiera tenido medios propios, en alguna ocasión hubiera agarrado a mis hijos y me hubiera marchado, pero no tuve nunca medios, ni serví para ganar nada por falta de preparación”. Esta experiencia compartida las llevó a luchar por la formación de la mujer, pensando que era la única forma de liberarlas.
Pensaba que Zenobia debía haber recibido el Nobel porque era quien se encargaba de resolverlo todo
Entre las 'liceómanas', como las llamó la prensa eclesiástica, hubo tres 'mujeres eclipsadas' que merecen una mención especial: María Teresa León, mujer de Rafael Alberti; Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ramón Jiménez, y María Lejárraga. En sus 'Memorias de la melancolía', María Teresa León comenta la muerte de Zenobia, con un texto que resulta autobiográfico. Pensaba que el premio Nobel habría debido recibirlo Zenobia, sin la que no hubiera habido premio, porque era quien se encargaba de resolverlo todo. “¿Qué era lo que Zenobia solucionaba tan imperiosamente? —se pregunta María Teresa—. Pues la vida. La vida de los poetas no se soluciona como la de los pájaros, no provee sus alimentos aquel que cuida de las golondrinas viajeras. Los poetas comen, duermen, se agitan y desean como cualquier hombre. Bueno, no, peor, son más difíciles que cualquier hombre. Zenobia Camprubí sabía muy bien eso”. Y supongo que María Teresa León, también.
Gregorio Martínez Sierra publicó con su nombre las obras de su mujer, María Lejárraga
Para escribir este artículo he releído 'La conspiración de las lectoras', y ha vuelto a emocionarme el talento generoso y despreciado de esas formidables mujeres. Ojalá las nietas de esa generación reivindiquen su memoria, y continúen estudiando sus vidas y sus obras. Pueden contar conmigo.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
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