¿Qué culpa tengo yo, o Vd., de que Telémaco le
dijera a su madre, Penélope, allá por el siglo VIII a.C., que le dejara a
él la cuestión de los pretendientes, y que se fuera ella a hacer “sus
tareas”? Según
Mary Beard, historiadora de la Antigüedad, mucha. ¿Por qué? La autora de
Mujeres y Poder (Crítica, 2018), dice que durante la Historia el desarrollo del varón ha estado ligado a la necesidad de “
silenciar a las hembras de su especie”.
Esto ha provocado, a su entender, que “la voz de las mujeres” estuviera
marginada. Y así hasta el día de hoy, en una clara, dice, “misoginia”.
No importa el tiempo que haya pasado, ni si esa
Penélope tenía varones y hembras que vivían en condiciones miserables,
explotados y maltratados, cuya condición de esclavos procedía de un acto
de guerra y un secuestro y para los que su vida no valía nada. No, la esclavitud no debe importar.
Lo relevante para esta historiadora, como para muchas otras, es una
sola injusticia, esa que viene determinada por un accidente biológico:
el género. ¿A qué se debe esto? La historia de género ha asumido
estructuras explicativas, emocionales y conceptuales de sus antecesores
profesionales: los marxistas. Repasemos.
El agotamiento del paradigma historiográfico que explicaba la Historia de la Humanidad como la historia de la lucha de clases
dejó huérfanos a los historiadores que habían visto en su profesión un
medio de cambio social y de medro personal. Las cuentas no les salían. Marx
hablaba de “lucha de clases” en la Francia de 1848 y 1871, pero luego
se demostró que a un lado y otro de las barricadas había trabajadores,
como en la Rusia de 1917 a 1922.
Toda una estructura de análisis de la Historia se ha configurado con un espíritu victimista y revanchista
En cuanto esos historiadores tuvieron que reconocer esto, aludieron a la etérea “
conciencia de clase”. Los
nuestros
eran los “concienciados”, y los otros los “manipulados”. Esto tampoco
funcionó porque los que dirigían a los primeros se decían representantes
de una inmensa mayoría, pero solo podían ejecutar
dictaduras en manos de una minoría explotadora que acababa fusilando o encarcelando a los otrora
nuestros. La solución de esos historiadores fue de manual: los grandes principios salvadores del pueblo se habían ejecutado mal, pero
el propósito para llegar al paraíso era bueno.
Mientras se recomponía el ridículo, toda una estructura de análisis de la Historia se había configurado con un lenguaje y un espíritu victimista y revanchista
que no se ha perdido, en una profesión que no acaba de quitarse la
pretensión de decir a la sociedad lo que debe pensar y hacer.
En ese lapso se recuperaron la historia política y
social, tanto de las ideas como las mentalidades, incluso de las
costumbres y la cultural, para recomponer el pasado y hacerlo
inteligible. Se asumieron conceptos y modelos de análisis de otras
disciplinas en orden a enriquecer los estudios.
La emocionalidad y la politización dejaron de ser argumentos académicos.
Ya no había una identificación del objeto con el investigador, como
esas historias del movimiento obrero hechas por académicos socialistas
militantes, o esas biografías de los líderes de la izquierda que se
componían como
auténticas hagiografías. Ya lo apuntó
Ortega en un artículo en mayo de 1910:
Pablo Iglesias era un santo. Eso se acabó en la década de 1990 porque la disciplina maduró.
Llama la atención que la "historia de género" la realicen historiadoras que se declaran feministas
Ahora ha revivido con la llamada “historia de
género”. Lo que primero llama la atención es que quien se ocupa de sacar
del olvido a mujeres son historiadoras que se declaran feministas, como hacían los izquierdistas con el proletariado militante, que diría Anselmo Lorenzo. Voy a resumir los puntos de partida de dicho género historiográfico:
1-La Humanidad se divide en dos sujetos colectivos:
hombres y mujeres. Cada uno de ellos tiene intereses, costumbres y
creencias homogéneas, contrapuestas al otro, lo que provoca conflicto.
2-La Historia de la Humanidad, en consecuencia, es la historia de la lucha de géneros.
3-La Historia, hasta ahora, dicen, ha sido la
historia de hombres sobre el progreso capitalista y el sistema político
patriarcal.
4-En consecuencia, la historia de las mujeres solo se puede abordar desde el enfoque de la opresión patriarcal y del capitalismo.
5-En ese proceso, las mujeres han sido siempre las víctimas físicas y psicológicas, a las que se ha marginado, en beneficio de los hombres.
6-Los hombres son los culpables,
ya que han dominado el sistema político, económico, social, cultural y
educativo, que siempre ha discriminado conscientemente a las mujeres.
7-Las formas de vida y costumbres de las mujeres fueron impuestas por los hombres, sus dominadores, por lo que son repudiables.
8-Las mujeres históricas que despuntaron fueron aquellas que rompieron las barreras
del patriarcado y del capitalismo. Esto es clave, porque todo relato
metahistórico de opresión y ajuste de cuentas necesita héroes
ejemplarizantes que, en realidad, son construcciones culturales.
9-La labor de las historiadoras es dar a conocer a
aquellas mujeres históricas que rompieron la moral machista, porque la
clave de la liberación es la toma de conciencia de género.
De ahí que distingan “historiografía masculina” de “historiografía
femenina”, o que se desprecie a las mujeres que no comulgan con la
“verdad feminista”.
Hay una historiografía de género que propone la paridad en las referencias a personajes del pasado
El lector puede hacer un simple ejercicio que consiste en
sustituir en lo anterior “hombres” por “burgueses”, “géneros” por
“clases”, “mujeres” por “proletariado”, “moral machista” por “moral
burguesa”, “conciencia de género” por “conciencia de clase”, “liberación
de la mujer” por “emancipación del obrero”. Si lo consigue tendrá Vd.
un perfecto texto marxista, de esos que circularon por Europa desde la
publicación del Manifiesto Comunista (1848) hasta hace bien poco.
El colofón de esa historiografía de género es cambiar la Historia que se enseña en los colegios,
donde debe primar, dicen, la paridad en las referencias a personajes
del pasado. Tantos hombres como mujeres. La propuesta es estúpida y
contradictoria: si fueron marginadas en el 2.000 a.C. egipcio o en el
1648 inglés, no es posible saber sus nombres y menos aún sus
actuaciones. Nos las podemos inventar, o hacer un relato colectivo con
un plural mayestático que diga, por ejemplo: “las mujeres nos levantamos
contra Jorge III por cobrarnos tasas por el té”. Pero sería manipular a los niños y hacer el ridículo.
Quedan dos apuntes.
¿Qué ha aportado la historia de género al conocimiento histórico? Algo, pero no tanto como quieren creer, y no menos que otras disciplinas que no tienen
apriorismos victimistas e ideologizados, ni hacen política con sus obras o descubrimientos. Por cierto, ese vínculo con el mundo político, lleno de
subvenciones y cargos, proyectos y viajes,
es gran parte responsable de la rimbombancia de esas historiadoras y
del cierre de su disciplina como si fuera un coto de caza de
Luis XIV. El motivo es que ellas proporcionan la munición histórica para el discurso feminista.
Isabel II no hizo nada que no hicieran otros hombres u otras mujeres, eso sí, de su misma condición
El segundo apunte va al hijo de la boutade de la exitosa y millonaria Mary Bread. Si ella cree que después de casi cien años en Occidente
de sufragio universal de verdad, con cargos públicos ocupados por
mujeres, con profesoras, directoras, gerentes, jueces, médicos,
soldados, periodistas, novelistas, policías, políticas -alguna golpista,
incluso-, hay Telémacos de ocho años que dicen a su Penélope: “Tú a lo
tuyo”, sin más, o que cuatro o mil insultos en las redes son la muestra
de algo universal, es que su capacidad de análisis se quedó en Ítaca.
Aviso a navegantes. He escrito la biografía de una mujer y de la politización de sus imágenes, nada más y nada menos que de
Isabel II, cuyas conclusiones
fusiló
sin citarme una de esas historiadoras. Aquella reina no hizo nada que
no hicieran otros hombres u otras mujeres, eso sí, de su misma condición
social o parecida.
Lo que quedó claro es que era siempre el estatus lo que marcaba el poder,
el nivel de vida, las ideas, los espacios de sociabilidad, las
costumbres, los círculos de relación, la educación y las inclinaciones,
como ya muy bien vio Alexis de Tocqueville para la Europa de su tiempo. Otra cosa es proyectar una necesidad de hoy en el pasado. Pero esa es otra Historia.
JORGE VILCHES*** Vía EL ESPAÑOL
*** Jorge Vilches es profesor de Historia, Teorías y Geografía Políticas en la Universidad Complutense de Madrid.
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