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miércoles, 7 de marzo de 2018

Sobre la utilización política del feminismo y de la huelga del 8-M

La intención de aprovecharse electoralmente de los temas que están en la agenda pública es frecuente. La defensa de los derechos de las mujeres no queda fuera de esta tendencia


Las portavoces de la coordinadora de asociaciones de mujeres que prepararon la huelga del 8 de marzo. (EFE)


La huelga feminista es ya un éxito, porque los temas centrales que llevaron a la movilización se han colocado plenamente en la agenda. El seguimiento que tenga y las movilizaciones que se produzcan sumarán más o menos elementos, pero muchos de sus objetivos se han alcanzado incluso un día antes.

Sin embargo, hay una serie de elementos políticos que giran alrededor de las reivindicaciones feministas que no pueden ignorarse. A menudo, para descalificar determinadas pretensiones, suele señalarse que no son en el fondo más que una correa de transmisión de partidos concretos, que las colocan en el debate público con una intención político-electoral clara. Por más que se haya argumentado respecto de esta huelga, no es el caso, y su celebración responde a una necesidad social evidente que, además, goza de un carácter global. Pero eso no impide subrayar que, precisamente por responder a una demanda obvia, resulta inevitable que los partidos intenten aprovechar ese auge para obtener algún rédito; como también debe reconocerse que la visualización pública de temas determinados puede generar más beneficios a unas fuerzas que a otras.

Berlusconi era un machista reaccionario y estuvo muchos años en el poder sin que esas actitudes minaran su apoyo electoral

En ocasiones, esa intencionalidad política es clara. El impulso que han dado los demócratas estadounidenses al movimiento #MeToo proviene de la convicción, explícitamente reconocida, de que las mujeres pueden ser la fuerza definitiva que acabe con Trump. Así lo señala la lógica: el presidente estadounidense, machista, homófobo y reaccionario, y que no tiene el menor reparo en tratar públicamente a las mujeres como simples objetos, debería concitar consenso entre la población femenina en cuanto a lo repudiable de su figura. Además, y dado que los derechos de las mujeres fueron habitualmente impulsados por los demócratas frente a unos republicanos tradicionalistas y poco amigos de la igualdad, parece natural que recuperen ese discurso en un momento histórico complicado. Sin embargo, poner tantas esperanzas en esta cesta es más producto de la desorientación actual de los demócratas que de una lectura eficaz de la realidad política. Bush era tan reaccionario como Trump y estos mensajes no le minaron. Y eso por no citar el ejemplo de Berlusconi: no hay más que ver la cantidad de años que ha estado en el poder con las mismas o peores actitudes que el actual presidente estadounidense, y las críticas ligadas al feminismo no supusieron un aumento de votos en contra. Y mira que había razones…

¿A quién favorece?


En España no ha ocurrido lo mismo, pero tampoco estamos tan lejos. En los últimos tiempos, el PSOE insistió mucho en las ideas feministas durante la época de Zapatero, y Podemos ha sido bastante combativo en este terreno. Entendiendo además que los aspectos culturales han sido importantes en la política nacional en las últimas décadas y que la izquierda siempre ha sido más favorable a la reivindicación de esta clase de derechos, es natural pensar que poner el feminismo en el debate público de un modo tan rotundo pueda beneficiar a los partidos que más favorables a él han sido.

Creen que si pelean con más frecuencia y tesón por los derechos de las mujeres, ganarán votantes. La experiencia desmiente con frecuencia esta tesis

Esta esperanza anima también a algunos políticos españoles, que creen que el feminismo constituye una posibilidad de revitalización político-electoral y que entienden que será la fuerza dominante los próximos años. Pero quizás estén dando demasiadas cosas por supuestas, porque hay varios aspectos que contradicen esa idea.

Los intereses


El primero tiene que ver con un enfoque poco pragmático, y poco eficaz electoralmente, pero que utilizan con bastante frecuencia. Al anclarse en el individualismo metodológico, creen que si alguien defiende de forma más visible los intereses de un grupo (las mujeres, los obreros, los emigrantes, etc.), quienes lo conforman terminarán votando a ese partido. En este caso, piensan que si pelean con más frecuencia y tesón por los derechos de las mujeres, ganarán seguidores dentro de ese grupo. La experiencia desmiente con frecuencia esta tesis, y son numerosos los casos en los que la gente vota en contra de aquellos que se supone que les defienden. A menudo el peso de la ideología, la tradición, la esperanza o el miedo es mayor que el de los intereses grupales: hay muchas mujeres que votaron a Esperanza Aguirre, a Thatcher o incluso a Trump.

Hay un feminismo de clase alta que pretende que las mujeres tengan puestos de relevancia, pero que se desentiende del resto de cuestiones

En segunda instancia, las categorías están hoy bastante más mezcladas de lo que esta visión del mundo piensa y la pertenencia de una de ellas no marca la conciencia política. Como señala el historiador Nicolas Lebourg respecto del entorno francés, una mujer precaria, con un trabajo a tiempo parcial, que mantiene a una familia monoparental y que vive en un barrio obrero con fuerte presencia inmigrante es una más que probable votante del Frente Nacional.

La transversalidad del feminismo


En tercer lugar, hay diferentes maneras de afirmar que se defienden los derechos de la mujer, y a veces incompatibles. Por ejemplo, hay un feminismo de clase alta que pretende, como bien señalaba Jessa Crispin, que exista más acceso de las mujeres a cargos de relevancia, en la empresa y en la sociedad, pero que se desentiende del resto de cuestiones. No por eso dejan de reconocerse como feministas.

Los partidos suelen tratar de apropiarse de ideas que han penetrado en la sociedad e intentan dirigirlas a los espacios que les son más útiles

En parte porque cuando un asunto se convierte en transversal, y el feminismo ha comenzado a serlo, cada cual pugna por llevarlo a su terreno, con lo que se convierte en un significante que cada participante en el juego político rellena con el contenido que más le conviene. Los partidos suelen tratar de apropiarse de ideas que han penetrado en la sociedad y las dirigen a los lugares que les son más útiles. Ocurrió con el paro. Cuando hay muchas personas desempleadas, es probable que los partidos de izquierda, en tanto más cercanos a ellas, asciendan en el voto. No es así necesariamente, y en ocasiones producen derechas más duras o formaciones xenófobas. Pero, sin necesidad de recurrir a este aspecto, muchos candidatos de derecha, como ocurrió con Trump, ganan electores porque afirman que ellos sí van a crear puestos de trabajo y además saben cómo hacerlo. El paro pasa a ser un problema común al que cada cual aporta sus soluciones. Y con el feminismo puede ocurrir algo similar y acabar convertido en un comodín que cada cual usa donde y cuando más le conviene.

El PP


Quizás, en este contexto, a quien peor le venga que los derechos de la mujer se cuelen en la agenda de un modo tan insistente sea al PP, porque es el partido que más animadversión ha mostrado por el término, de forma explícita o velada, porque tiene conexiones con esa parte del mundo conservador que cree que el feminismo no es más que rojerío encubierto, y porque tiene un competidor claro, Cs, que carece de esas rémoras, y que puede venderse como abierto y moderno. Al fin y al cabo, las razones que ha ofrecido Rivera para no formar parte de la huelga (“se ha convocado como anticapitalista y nosotros no lo somos”) les suenan bien a sus votantes, quienes además no tienen ningún problema en señalarse como feministas. No hay que olvidar que el PP está en un momento de declive, y estas cosas pueden reforzar a sus rivales.

Es el arma más frecuente en el juego político: no se repara en las ideas de quienes se combate, simplemente se amplifican sus excesos

Junto con esto, hay otra lucha política, bastante más agotadora, que esta vez, por suerte, no ha penetrado más que en partes poco significativas de la población española. Sin embargo, se trata de una pelea llamativa, porque reproduce por ambas partes una retórica de la reacción que será bastante más frecuente en el futuro, una vez haya pasado la huelga. Desde el lado conservador, se han proferido críticas ya conocidas acerca de la inadecuación de las feministas a la sociedad, del intento de imponer una ideología radical al conjunto de las mujeres, del desprecio a los hombres que late bajo sus ideas, de que en realidad son personas que quieren vivir del cuento mientras los demás tenemos que trabajar para ganarnos la vida, etc., que son muy comunes en las redes y que reproducen algunos medios.

Las exageraciones


Rebajando un poco el tono, pero operando en el mismo plano, está el dardo de Javier Marías, que ha criticado a las convocantes de la huelga por sus errores con el léxico y por su incoherencia, señalando que no hacen más que comportarse como adolescentes en la edad del pavo. Arcadi Espada ha seguido ese camino y ha reproducido el manifiesto de convocatoria con el mismo objetivo de resaltar las exageraciones de las feministas. Este es el instrumento más frecuente en el juego político contemporáneo: la crítica no suele reparar en las ideas de quienes se combate, sino en la amplificación de sus excesos.

Así se pasan la vida, atizándose mediante el rastreo permanente de las incorrecciones terminológicas e ideológicas de la otra parte

El problema es que este juego es compartido. Desde el activismo feminista también se ha caído en buscar las declaraciones más llamativas de sus adversarios y en intentar convertir el debate en una cuestión de máximos, de modo que al final del trayecto tenemos a un lado que quiere demostrar que en el fondo esto de los derechos de las mujeres está instigado por unas feministas rancias que no se depilan y otro que parece decir que los hombres españoles no son más que un puñado de Torrentes. Así se pasan la vida, atizándose mediante el rastreo permanente de las incorrecciones terminológicas e ideológicas de la otra parte. Esta lógica inquisitorial es absurda, pero viene bien a ambos, y será raro que decaiga.

Por suerte, y por esta vez, el movimiento por los derechos de las mujeres ha desbordado con mucho ese terreno y las refriegas políticas no han impedido que se esté hablando masivamente de cuestiones importantes. La conciencia de que el 50% de la población no puede tener peores condiciones de vida que el 50% restante empieza a formar parte del sentido común dominante. Desde ese punto de vista, la huelga es un éxito.



                                                                        ESTEBAN HERNÁNDEZ  Vía EL CONFIDENCIAL 

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