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martes, 6 de marzo de 2018
'Ciao' a la socialdemocracia: los obreros se hacen de derechas
La socialdemocracia ha dado un nuevo
paso atrás. Ahora en Italia. El ecosistema en el que ha florecido la
izquierda ha cambiado. Los discursos globales han muerto, gana el
localismo
Mateo Salvini, candidato de la Liga Norte (LN) a las elecciones de Italia. (Reuters)
Contaba hace unas semanas en privado el comisarioArias Cañete que la Unión Europea (UE) se encontraba en una situación impensable
hace pocos años. Los sucesivos batacazos electorales de la
socialdemocracia —decía el comisario de Energía— hacían muy difícil, por
no decir imposible, cualquier alianza del centro derecha con la izquierda tradicional para renovar algunos de los principales cargos en la Unión Europea (UE).
El problema, sostenía, no era tanto su hundimiento, que es una catástrofe política para la izquierda, como se acaba de ver de forma meridiana en Italia, sino que su espacio político había sido ocupado por una amalgama de partidos poco convencionales
alérgicos al pacto y que, a la vista de lo que han crecido en los
últimos años al calor de la crisis, no tienen ningún incentivo para la
negociación, que es la esencia de la UE desde su creación.
Muy al
contrario, la inestabilidad y el ruido están en el ADN de las nuevas
formaciones. Algunos partidos, de hecho, se ven como la síntesis
superadora de la democracia en los términos de la vieja dialéctica hegeliana. Han venido al mundo para proteger a la gente frente a los viejos partidos, tan corruptos como clasistas. En particular, los socialdemócratas, que, como todo el mundo sabe, se han vendido a los mercados y al capitalismo salvaje.
El hecho de que los populismos y los partidos antisistema hayan ocupado el espacio de la socialdemocracia —el centro derecha todavía aguanta en la mayoría de los países de la UE— es relativamente nuevo en la historia política de Europa desde 1945. Y no hay que ser un fino estratega
para entender que ese distanciamiento entre la socialdemocracia
tradicional y los obreros que antes votaban a la izquierda tiene que ver
con la progresiva desaparición del ecosistema en que ha florecido en
las últimas décadas. En particular, debido a las grietas que han aparecido en el Estado de bienestar,
no tanto por su tamaño (que no ha decrecido de forma relevante, pese a
la crisis) sino por sus condicionantes. Antes, muchos lo veían como la
solución, y ahora como el problema. Se imponen las alternativas
individuales frente a las colectivas.
Un buen número de ciudadanos se queja de que paga demasiados impuestos
para sostenerlo, y no son pocos los europeos que creen que tanta
generosidad beneficia, sobre todo, a los inmigrantes, que no solo
consumen mayores prestaciones públicas (a las que no tienen acceso las
clases medias debido a sus mayores rentas) sino que, además, generan
inseguridad. Un buen número de ciudadanos, incluso, está convencido de
que en el futuro no cobrará su pensión o que será tan exigua que necesariamente los conducirá a la pobreza material.
Con la paradoja de que en ocasiones son los propios partidos
socialdemócratas quienes han llevado a cabo los ajustes, lo que les ha
supuesto una enorme perdida de credibilidad.
Cambio de paradigma
Ese
discurso, unido a los efectos que tiene la globalización sobre los
salarios y la estabilidad laboral, es casi imbatible, lo que explica que
sea la izquierda —precisamente quien puso más énfasis en levantar el
edificio del Estado de bienestar— quien sufra más por el cambio de
paradigma. Si el edificio se cae, lo primero es echar la culpa al
arquitecto y lo segundo salir corriendo, aunque haya que protegerse bajo
las inestables y poco seguras cornisas que levantan a su paso de forma
oportunista partidos y líderes tan sospechosos como Trump, Wilders, Alternativa para Alemania, la Liga Norte, Berlusconi o los gobiernos de Austria, Polonia o Hungría, que han puesto a la UE al límite en el cumplimiento de su propios tratados.
Es decir, muchos votantes están cabreados con el sistema, y aunque ahora la catarsis se
proyecta sobre los partidos socialdemócratas, es probable que dentro de
no demasiado tiempo la ira comience a señalar a los partidos de centro
derecha. Por el momento, sin embargo, hay una diferencia respecto de la socialdemocracia.
Su capacidad de adaptación respecto del nuevo ecosistema político es
mucho mayor, lo que explica algunos éxitos electorales recientes. Sin
duda, porque han sabido situar las prioridades en su agenda.
Sentimiento antiautonómico
Aunque Macron
procedía del Partido Socialista, supo ver que el caladero de votos
estaba a su derecha, y ese giro fue el que lo llevó al Elíseo. Albert Rivera pretende
seguir sus pasos, lo que explica que su discurso se haya escorado a la
derecha en los últimos meses. En particular en asuntos como la política
territorial, que en un país tan complejo como es España —donde el PSOE
ha llegado a esgrimir la España plurinacional— es clave. El sentimiento antiautonómico
—17 miniestados— va en aumento, y Rivera es quien mejor lo ha sabido
ver, lo que está detrás de su meteórico ascenso en las encuestas.
Y es que la política territorial se ha colado con una fuerza inusitada en las agendas europeas
ante la crisis de los partidos tradicionales, que antes eran capaces de
construir un discurso homogéneo para todo el país. O, incluso, para
todo el continente en los tiempos heroicos de la Internacional
Socialista. Discursos homogéneos y compactos, como los de Corbyn y BernieSanders, que han salvado el magullado honor de la izquierda en las últimas elecciones. Todo lo contrario que el SPD alemán, camino de ser irreconocible.
Hoy, como se ha comprobado este domingo en Italia, lo que manda no es la ideología en
cualquiera de sus formas, sino que lo determinante es lo que está más
cerca. El fragmento frente al proyecto global. Se impone el localismo
en la política. El norte contra el sur, el sur contra el norte o el
interior frente a las grandes ciudades. Se lucha por no perder
posiciones en el reparto de la renta y de la riqueza, lo que no deja
espacio para las grandes ideologías. Una auténtica paradoja en tiempos
de globalización que, lógicamente, lleva al proteccionismo e, incluso, a
la xenofobia, como bien ha capitalizado la Liga en las elecciones
italianas.
Es decir, que la atomización del discurso político, frente a la uniformidad que prometen los grandes partidos hegemónicos, ha construido un nuevo sujeto político
que hoy se siente desprotegido por el sistema y que, por el contrario,
busca cobijo en las nuevas formaciones. Simplemente, porque no están
contaminadas. Y el hecho de que el Movimiento Cinco Estrellas (M5S) haya
capitalizado el voto de los obreros tradicionales no es más que la demostración de que algo está cambiando sin que la izquierda sea capaz de entenderlo.
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