Llama G. K. Chesterton a la Iglesia de Cristo la “religión civilizada” (Ortodoxia, cap. 1, el libro magistral de sus creencias).
El propio Chesterton, según se dice, se convirtió al catolicismo, sin guías ni mentores cualificados, al oír algunas homilías en iglesias católicas de Londres.
Al oírlas, vino a la
convicción de que una religión que lleva siglos y siglos soportando esas
homilías sin acabarse, tenía por fuerza que ser divina y verdadera.
Ayer reflexionada ese reciente discurso del papa Francisco en el que –sin excepcionar un solo caso- llamaba rotundamente a las condenas a muerte, cualesquiera que sean, contrarias al Evangelio e inhumanas.
Ayer reflexionada ese reciente discurso del papa Francisco en el que –sin excepcionar un solo caso- llamaba rotundamente a las condenas a muerte, cualesquiera que sean, contrarias al Evangelio e inhumanas.
En el mismo discurso
–para mostrar que el cambio en la Iglesia, sin moverse naturalmente de
sus esencias divinas, es de necesidad para la supervivencia terrenal de
la misma- habló también de la palabra de Dios como de una realidad viva,
dinámica, activa y no pasiva, proyectiva y de progreso, que ha de
actualizarse cada día al son de las circunstancias del hombre y de la
sociedad así como de sus sensibilidades vitales. Como estas ideas
merecen reflexión, me gustaría no dejar de hacerles pronto los debidos
honores.
Hoy he recordado tres lecturas dominicales -con la del evangelio a la cabeza- que ponen a la vista esa dialéctica del poder y la providencia de Dios por un lado y la libertad del hombre por otro, con toda la polémica que accede ordinariamente a estas cuestiones.
VEAMOS.
Parece de cuento pero tiene miga. Érase una vez un rey que, anta la inminente boda de su hijo, queriendo “echar la casa por la ventana”, mandó emisarios a los invitados para darles cuenta de ello y pedirles que vnieran. Ellos –como señala Mateo en su evangelio- lo rehusaron. Uno se fue a sus tierras; otro, a sus negocios; y los demás se dedicaron a insultar, maltratar e incluso dar muerte a los mensajeros del rey.
El rey, ante su conducta, defraudado pero dispuesto -con todo y eso- a echar la casa por la ventana en la boda del hijo, no se desanimó ni cambió los planes, sino que mandó a sus emisarios salir a las bocacalles, a las encrucijadas de los caminos para urgir, a cuantos encontrasen, a venir a la boda, fuesen quienes fuesen, “buenos o malos”, como dice el evangelio.
Dejemos en este punto el relato de Jesús en esta otra parábola del “reino de Dios” y pensemos un poco; sobre todo, ante los protagonistas máximos del relato: el rey y los invitados por él a la boda. El Dios que invita y los hombres que rehúsan. EL empeño de Dios y la descortesía-maldad de los hombres. Dios siempre a la vista y el hombre cada vez más lejos, del simple rehúse a la violencia contra Dios. Es historia del hombre e historia de la salvación.
Es lo que observa hoy mismo. Cada cual a lo suyo y Dios –si acaso- cuando todo lo demás –las tierras, los negocios o simplemente la chirigota o el desplante- se haya llevado la mejor parte del pastel elevado a vianda suprema en esta post-modernidad de medios pero no de fines. Dios abierto a todos, buenos y malos, y el hombre perennemente reacio a Dios…
Dios quiere que todos los hombres se salven y vengan a conocimiento de la verdad. Y para ello ha empeñado a fondo su Palabra –el logos- la razón divina comprometida, no en matar, pero sí en elevar hacia terrenos superiores a los propios de la razón humana.
Pero los hombres –en estos tiempos sobre todo- lo rehusaron. No quisieron ni a Dios ni abrirse a la Verdad.
Culturas sin Dios. Filosofías de la “muerte de Dios”. Ideologías narcisistas contando ingenuamente que, si Dios ha muerto, yo soy dios. Iglesias vacías cada vez más. Ni mención de Dios en la boca de filósofos y polìticos hasta cuando dicen llamarse católicos. Miedos en algunos representantes de la Iglesia por si molestan, al hablar, a lo “políticamente correcto”. Y un largo etcétera de síntomas tan clamorosos que bien se puede decir que lo “sin Dios” arrasa en esta sociedad post-moderna, descreída e insustancial.
Preguntémonos. ¿Fracaso de Dios en ese empeño liberador, elevador y salvador del hombre, cuyos valores respeta y, porque los respeta y los ama, no deja un instante de ponerse en marcha delante de los hombres, los que sean, buenos y malos, para invitarlos a transitar – a la vez que andan sus caminos de tierra- por otros de progreso y más altura que los de la vida terrenal puramente?
Dios y libertad del hombre otra vez en liza. Dios diseñando al hombre libre y exponiéndose con ello a la befa cotidiana por parte de su libertad. Hasta creyendo ser un obsequio a Dios ofenderle o vilipendiarle.
Y como el relato dominical llega en forma de parábola o composición para entender mejor, vaya, pues, la moraleja del relato.
¿Fracaso de Dios?
Nunca fracasa el amor, ni cuando los odios de ayer y de hoy más odios que nunca se atisban en esta sociedad- crucifican al amor.
No hay fracaso de Dios por tanto. El banquete se celebra como estaba previsto en sustancia, aunque sea tal vez con más publicanos y prostitutas que con “pijos”, “ladrones de guante blanco” o creyentes acomplejados o venidos a menos en su fe por el peso de las “tierras”, los “negocios” o la “violencia” tolerada frente a su Dios.
No ha fracasado Dios sino todo lo contrario. Ni ha mudado sus planes ni ha desistido jamás de su diseño del hombre libre.
Es la libertad del hombre la que –rehusando a Dios- desactiva sus planes benéficos hacia la humanidad entera, a la que respeta por ser obra suya en movimiento y evolución, pero nunca deja de lado por lo que a Dios respecta. Cosa distinta será que el hombre –ciego y borracho en su ciencia, su técnica y adelantos- lleve sus “progresos” hasta su propia destrucción. No se hace difícil imaginar esa possibilidad en estos momentos.
Hoy he recordado tres lecturas dominicales -con la del evangelio a la cabeza- que ponen a la vista esa dialéctica del poder y la providencia de Dios por un lado y la libertad del hombre por otro, con toda la polémica que accede ordinariamente a estas cuestiones.
VEAMOS.
Parece de cuento pero tiene miga. Érase una vez un rey que, anta la inminente boda de su hijo, queriendo “echar la casa por la ventana”, mandó emisarios a los invitados para darles cuenta de ello y pedirles que vnieran. Ellos –como señala Mateo en su evangelio- lo rehusaron. Uno se fue a sus tierras; otro, a sus negocios; y los demás se dedicaron a insultar, maltratar e incluso dar muerte a los mensajeros del rey.
El rey, ante su conducta, defraudado pero dispuesto -con todo y eso- a echar la casa por la ventana en la boda del hijo, no se desanimó ni cambió los planes, sino que mandó a sus emisarios salir a las bocacalles, a las encrucijadas de los caminos para urgir, a cuantos encontrasen, a venir a la boda, fuesen quienes fuesen, “buenos o malos”, como dice el evangelio.
Dejemos en este punto el relato de Jesús en esta otra parábola del “reino de Dios” y pensemos un poco; sobre todo, ante los protagonistas máximos del relato: el rey y los invitados por él a la boda. El Dios que invita y los hombres que rehúsan. EL empeño de Dios y la descortesía-maldad de los hombres. Dios siempre a la vista y el hombre cada vez más lejos, del simple rehúse a la violencia contra Dios. Es historia del hombre e historia de la salvación.
Es lo que observa hoy mismo. Cada cual a lo suyo y Dios –si acaso- cuando todo lo demás –las tierras, los negocios o simplemente la chirigota o el desplante- se haya llevado la mejor parte del pastel elevado a vianda suprema en esta post-modernidad de medios pero no de fines. Dios abierto a todos, buenos y malos, y el hombre perennemente reacio a Dios…
Dios quiere que todos los hombres se salven y vengan a conocimiento de la verdad. Y para ello ha empeñado a fondo su Palabra –el logos- la razón divina comprometida, no en matar, pero sí en elevar hacia terrenos superiores a los propios de la razón humana.
Pero los hombres –en estos tiempos sobre todo- lo rehusaron. No quisieron ni a Dios ni abrirse a la Verdad.
Culturas sin Dios. Filosofías de la “muerte de Dios”. Ideologías narcisistas contando ingenuamente que, si Dios ha muerto, yo soy dios. Iglesias vacías cada vez más. Ni mención de Dios en la boca de filósofos y polìticos hasta cuando dicen llamarse católicos. Miedos en algunos representantes de la Iglesia por si molestan, al hablar, a lo “políticamente correcto”. Y un largo etcétera de síntomas tan clamorosos que bien se puede decir que lo “sin Dios” arrasa en esta sociedad post-moderna, descreída e insustancial.
Preguntémonos. ¿Fracaso de Dios en ese empeño liberador, elevador y salvador del hombre, cuyos valores respeta y, porque los respeta y los ama, no deja un instante de ponerse en marcha delante de los hombres, los que sean, buenos y malos, para invitarlos a transitar – a la vez que andan sus caminos de tierra- por otros de progreso y más altura que los de la vida terrenal puramente?
Dios y libertad del hombre otra vez en liza. Dios diseñando al hombre libre y exponiéndose con ello a la befa cotidiana por parte de su libertad. Hasta creyendo ser un obsequio a Dios ofenderle o vilipendiarle.
Y como el relato dominical llega en forma de parábola o composición para entender mejor, vaya, pues, la moraleja del relato.
¿Fracaso de Dios?
Nunca fracasa el amor, ni cuando los odios de ayer y de hoy más odios que nunca se atisban en esta sociedad- crucifican al amor.
No hay fracaso de Dios por tanto. El banquete se celebra como estaba previsto en sustancia, aunque sea tal vez con más publicanos y prostitutas que con “pijos”, “ladrones de guante blanco” o creyentes acomplejados o venidos a menos en su fe por el peso de las “tierras”, los “negocios” o la “violencia” tolerada frente a su Dios.
No ha fracasado Dios sino todo lo contrario. Ni ha mudado sus planes ni ha desistido jamás de su diseño del hombre libre.
Es la libertad del hombre la que –rehusando a Dios- desactiva sus planes benéficos hacia la humanidad entera, a la que respeta por ser obra suya en movimiento y evolución, pero nunca deja de lado por lo que a Dios respecta. Cosa distinta será que el hombre –ciego y borracho en su ciencia, su técnica y adelantos- lleve sus “progresos” hasta su propia destrucción. No se hace difícil imaginar esa possibilidad en estos momentos.
Entre tanto, la ciudad
alegre y confiada- del título de la célebre comedia de J. Benavente- se
distrae aplaudiendo a Cristiano Ronaldo o a Messí y cambiando, como el
Esaú de la Biblia, la primogenitura por un humilde aunque sabroso- plato
de lentejas.
Yo me voy de nuevo, tras este ratito de pensar a esa oración de cada día, que me enseñó Concha Sierra -gran mujer, gran cristiana y gran jurista, que las tres cosas no se estorbaron en ella-, y a lo que se canta en un himno de los Laudes del sábado. Lo de Concha: “No te canses nunca, Señor, de haberme hecho libre”.
Yo me voy de nuevo, tras este ratito de pensar a esa oración de cada día, que me enseñó Concha Sierra -gran mujer, gran cristiana y gran jurista, que las tres cosas no se estorbaron en ella-, y a lo que se canta en un himno de los Laudes del sábado. Lo de Concha: “No te canses nunca, Señor, de haberme hecho libre”.
Lo del himno de Laudes: “Que
se acabe el pecado! Mira que es desdecirte dejar tanta hermosura en
tanta guerra! Que el hombre no te obligue. Señor, a desdecirte de haber
dejado en su mano las llaves de la tierra!”
Tal vez a alguno de los amigos que me leen vean en mis reflexiones de hoy algunos tintes de pesimismo. Lo sentiría si así fuera. No soy pesimista porque reboto a todo anuncio de pesares como si tuviera desterza –que no la tengo- para saltar en una cama elástica. No soy pesimista aunque tampoco optimista de profesión, porque sería inconsciencia.
Tal vez a alguno de los amigos que me leen vean en mis reflexiones de hoy algunos tintes de pesimismo. Lo sentiría si así fuera. No soy pesimista porque reboto a todo anuncio de pesares como si tuviera desterza –que no la tengo- para saltar en una cama elástica. No soy pesimista aunque tampoco optimista de profesión, porque sería inconsciencia.
Lo que pasa es que,
estando avezado a leer los indicios que apuntalan las pruebas, el
realismo impide no tomar nota de lo que se puede presumir a partir de
ellos. Y en algunos casos, los indicios son “mortales”. De todos
modos, a quien no lo vea de este modo, a parte de respetarlo, le deseo
que acierte en sus coordenadas diferentes.
Insisto. Dios no ha fracasado. Es la libertad del hombre lo que hace fracasar los planes de Dios. Pero Dios lo seguirá intentando mientras haya hombres sobre esta tierra. Son cosas del Amor. Respetemos al amor y, si se tercia, démosle gracias. Se lo merece por su insistencia en amar a pesar de todo. La parábola de Jesús en el evangelio de este domingo lo deja claro y patente para cualquiera que desee ver.
Insisto. Dios no ha fracasado. Es la libertad del hombre lo que hace fracasar los planes de Dios. Pero Dios lo seguirá intentando mientras haya hombres sobre esta tierra. Son cosas del Amor. Respetemos al amor y, si se tercia, démosle gracias. Se lo merece por su insistencia en amar a pesar de todo. La parábola de Jesús en el evangelio de este domingo lo deja claro y patente para cualquiera que desee ver.
SANTIAGO PANIZO ORALLO Vía el blog CON MI LUPA
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