El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, este jueves durante el pleno monográfico del Parlament.
EFE
Creíamos que el expresidente de la Generalitat era tonto y
mentiroso. Ahora, además, sabemos que es vil, tanto como pueda serlo
una persona sin honor ni alma.
Cuando menguan los apoyos crece la maldad
Decía Alceo de Mitilene, de
quien recomendamos vivamente sus poemas dedicados a los asuntos
políticos, que las personas viles no suelen ser queridos por nadie, y
mucho menos por quienes les son más cercanos. Es lo que le sucede a Carles Puigdemont,
devorado por la hiel de quien se ve abocado a la soledad del fracasado.
En esa Bruselas en la que ha vivido tan cómodamente hasta ahora, el
champán y las langostas con las que se deleita empiezan a tener un sabor
amargo, el que da el vacío del espíritu que acaba apoderándose siempre
del traidor, del cobarde, del que comete vilezas. Vilezas torpes,
digámoslo ya, vilezas de corte chusquero, pero de una calidad humana tan
ínfima que retratarían de cuerpo entero al fugado de Bruselas si no lo
conociésemos suficientemente.
La última se produjo
este viernes en una entrevista que la siempre atenta emisora del Conde
de Godó, RAC1, hacía al fugadísimo a propósito de su anuncio de dejar
aparcada “momentáneamente” su candidatura a la presidencia de la
Generalitat. No consignamos las exigencias que manifestó por sabidas y
hueras: quiere dinero, oficina, escoltas, presupuesto, resumiendo,
continuar viviendo del momio a cuenta de nuestros impuestos; tampoco lo
haremos con sus agravios acerca de lo que el denomina golpe de estado
del 155, violencia policial, persecución política y demás. Ciñámonos a
lo que supone para el cesado golpista un paso más en su escalada de
bajeza moral.
En un momento determinado de la
entrevista, Puigdemont lanzó unas insinuaciones acerca de los usos y
costumbres personales del líder de ciudadanos Albert Rivera.
Citamos textualmente las palabras del prófugo de la justicia: “No haré
ningún comentario sobre Albert Rivera, ni de cómo ha financiado su
campaña ni sobre sus usos y costumbres personales”. El entrevistador se
quedó en blanco. Como sea que eran palabras muy graves, máxime si
tenemos en cuenta la cantidad de infamias que se han vertido sobre
Rivera en las redes sociales, conminó a que Puigdemont aclarase el
sentido de sus palabras. “No sé, no sé, se han encarnizado tanto conmigo
que yo no pienso hacerlo con otros”, dijo el ex President intentando
salirse del jardín en el que su lengua sucia le había metido. El
periodista no quiso, a pesar de su constatada fe procesista, dejar pasar
en blanco el asunto e insistía “Ya, pero es que usted ha hablado de
usos y costumbres personales”. Puigdemont cambió de tercio y ahí se ha
quedó la cosa, pero la frase ya estaba dicha.
Drogas, alcohol, prostitución
Que Ciudadanos es la única fuerza política que teme el nacionalismo separatista es evidente a tenor de la cantidad de calumnias que vierten constantemente contra ella. El fuego graneado con cartuchos de posta es constantemente feroz por parte de la bancada de la estelada. No es algo novedoso, puesto que Convergencia empleó todos los medios a su alcance para difamar al por entonces su peor enemigo, Pasqual Maragall, diciendo que era un borracho impenitente. Debería recordarlo su hermano, Ernest, ahora tan metido en ese mundo, y recordar asimismo cuanto sufrieron en su familia por culpa de aquellos chistes de mal gusto que circulaban por toda Barcelona. Bien podía escribir Shakespeare que la calumnia se perpetúa a través de las gentes generación tras generación allí donde toma posesión. En el seno del nacionalismo posee profundas y poderosas raíces que ahora esparcen su ponzoñosa fruta contra el partido naranja. Porque no es solo contra Albert.
Puigdemont cae aún más, si es que ello fuese posible, en ese cenagal pestilente en el que se han instalado él y sus seguidores
Recordemos como circulaba, y aún circula, por las redes sociales la fotografía de un hombre disfrazado, que no uniformado, de Caballero Legionario en un estado de ebriedad más que notable. Su parecido con mi amigo Jordi Cañas hizo que los babeantes seguidores del culto a la independencia la repitieran una y mil veces, advirtiendo a los buenos catalanes de las maldades acerca de quien por entonces les daba cera uno y otro día en el Parlament. Excuso decir que no sirvió de nada que Jordi lo negase o que pusiese pleito, porque a ninguno de los calumniadores le interesaba en lo más mínimo la verdad. Solo buscaban la puñalada traidora, baja y denigrante, la que se da siempre por la espalda.
Otro tanto le ha pasado a Inés Arrimadas, a la que le han dicho de todo, sí, incluso puta, y esta vez por boca de Toni Albá, un comicastro favorecido por el régimen que se las dio de poeta ingenioso perpetrando una atroz rima en la que calificaba a la líder de la oposición en Cataluña con el epíteto de cuatro letras. Digo más, la expresidenta del Parlament Nuria de Gispert, la instaba a volver a su Jerez natal, por seguir con el rosario de libelos, mientras que otros se inventaban una oscura, siniestra y meza historia familiar de torturas policiales.
Volviendo a Rivera, tampoco es la primera ocasión en la que se pretende manchar su reputación. Sigue corriendo por ahí una fotografía en la que aparece un joven haciendo el saludo fascista, aunque lo correcto históricamente sería llamarlo saludo romano, al que los separatas pretenden hacer pasar por el líder del partido naranja. Tampoco ha servido de nada que se haya demostrado que esa persona es otra, que no es Albert, que nada tienen que ver el uno con el otro, que todo es un episodio más de la guerra sucia que el independentismo mantiene contra aquello que le planta cara.
Pero que alguien que ha sido el máximo responsable de la Generalitat asuma el papel que tenían reservado hasta ahora a los provocadores a sueldo, a los fanáticos enfervorecidos, a los miserables de alcantarilla, rebasa todo límite. Puigdemont cae aún más, si es que ello fuese posible, en ese cenagal pestilente en el que se han instalado él y sus seguidores. Ha pasado de mentir acerca de la política para adentrarse en el terreno sagrado de la vida privada, ese santuario que jamás debería franquear ninguna persona mínimamente decente.
"Ni cuando escribía 'El Jardín de los Bonsáis' ni en los programas que hice después en la COM, ni mucho menos en mis artículos, osé adentrarme jamás en las alcobas de las figuras públicas a las que sometía al siempre sano ejercicio de la sátira"
A lo largo de todos mis años como opinador, y ya son unos cuantos, habré podido ser muy duro en mis críticas, incluso en ocasiones injusto, por lo que pido excusas, pero nunca me permití escribir o decir ni una sola palabra con respecto a las personas, limitándome solo a sus cargos. Criticar al personaje, sí, a la persona, jamás, y mucho menos mintiendo, difamando, ensuciando. Ni cuando escribía El Jardín de los Bonsáis ni en los programas que hice después en la COM, ni mucho menos en mis artículos, osé adentrarme jamás en las alcobas de las figuras públicas a las que sometía al siempre sano ejercicio de la sátira. Prueba de ello es que jamás recibí ni una sola reclamación delante de los juzgados.
Por ello siento un profundo asco ante lo dicho por el huido de Bruselas. Asco porque sea capaz de mentir con tanta sangre fría, porque miente, y lo sabe, y asco porque alguien que se pasa el día hablando de honestidad, democracia, libertad y demás sea capaz de moverse en medio de tanta basura, tanta defecación. Por descontado, ni que decir tiene que Albert goza de toda mi simpatía en este asunto. Muy cerca debéis estar de gobernar cuando a esta gentuza la ponéis tan nerviosa.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía VOZ PÓPULI
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