El presidente de la Generalitat de Cataluña, Quim Torra (i), y el ex presidente catalán Carles Puigdemont (d)
Efe
Dos escenas en contextos muy distintos y sobre problemas de muy diferente naturaleza:
En la primera escena, la Alta Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, Federica Mogherini, se entrevista en Ginebra el mes pasado con el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Javad Zarif,
para examinar la marcha del Plan de Acción Conjunto sobre armas
nucleares. El encuentro abunda en sonrisas y gestos de cordialidad y el
lenguaje corporal de la Vicepresidenta de la Comisión ante su homólogo
iraní es inequívoco, simpatía, cercanía, familiaridad, sintonía,
calidez, buen ambiente en definitiva. Un observador de otro planeta
concluiría a la vista de tanta zalema y cortesía que se trata de una
reunión de dos mandatarios que comparten los mismos principios y que
colaboran en un propósito común con total confianza mutua.
En la segunda escena, el Presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, acoge hace unas semanas en la puerta del Palacio de La Moncloa al Presidente de la Generalitat catalana, Quim Torra.
Banderas nacional y cuatribarrada a ambos lados de la entrada, apretón
de manos, rostros sonrientes, y a continuación intercambio de regalos,
tres horas de conversación y paseo distendido por los jardines del
recinto. Quien asistiera al trato deferente dado al político catalán por
el Jefe del Ejecutivo español sin conocer los antecedentes de la
situación en Cataluña y de la trayectoria de su huésped pensaría que
este contacto se produce en un clima de normal relación entre un
responsable autonómico y el del Gobierno central para tratar de temas de
sus respectivas competencias en un marco de lealtad y de respeto al
ordenamiento legal vigente.
"Tanto los ayatolás iraníes como los separatistas catalanes se mofan de sus interlocutores que tratan de congraciarse con ellos y aprovechan su debilidad para ganar tiempo mientras preparan el siguiente golpe, que puede ser el definitivo"
La verdad es que Javad Zarif forma parte del Gobierno de un régimen teocrático que ostenta el récord mundial de ejecuciones per cápita,
que detiene arbitrariamente, tortura, aplica las penas más brutales
contempladas en la sharia, trata a las mujeres de manera indigna,
fomenta el terrorismo, apoya a la dictadura de Assad gastando en la guerra de Siria veinte mil millones de dólares al año, financia masivamente a Hamas y a Hezbollah,
alimenta el conflicto civil que está desgarrando Yemen y pugna por
establecer su hegemonía en Oriente Medio para someter la región al
fundamentalismo islámico más despiadado. En cuanto al famoso acuerdo
nuclear, que tan satisfechas tiene a las instituciones comunitarias, no
impide que Irán realice pruebas de misiles balísticos, siga acumulando
uranio, continúe construyendo infraestructuras destinadas a reforzar su
programa atómico con fines bélicos, avance en sus ensayos de
centrifugadoras de última generación y vete a los inspectores de la AIEA
determinadas instalaciones militares. Además de todas estas actividades
extremadamente hostiles, el régimen jomeinista no ha interrumpido sus
atentados en Europa y muy recientemente las fuerzas de seguridad
alemanas, francesas y belgas han abortado un ataque con bomba organizado
por un diplomático iraní destinado en Viena que iba a tener lugar en el
Congreso anual que la oposición democrática en el exilio celebra
anualmente a finales de Junio en Francia y al que han asistido
centenares de invitados extranjeros, el ex-alcalde de Nueva York Rudolf
Giuliani entre ellos.
En cuanto a Quim Torra, está al frente, por delegación de su mentor huido de la justicia, Carles Puigdemont,
de una trama golpista, inconstitucional e ilegal, que desafía sin
interrupción a los tribunales, que ofende públicamente al Jefe del
Estado, que tiene como objetivo confesado la liquidación de España como
Nación y que vulnera derechos fundamentales de los ciudadanos de
Cataluña en los campos educativo y lingüístico. A mayor abundamiento,
acumula a título individual una larga ristra de exhibiciones públicas de
racismo, supremacismo excluyente y odio irracional al resto de los
españoles dignas de un oficial de las SS. No sólo ha demostrado desde
que es Presidente de la Generalitat que no alberga la menor voluntad de
rectificación de su empeño subversivo ni la más mínima intención de
diálogo, sino que ha multiplicado las muestras de intransigencia y los
desplantes a las autoridades legítimas de su país.
Estos dos ejemplos ilustran un hecho históricamente probado, que es la inutilidad del apaciguamiento de los totalitarismos agresivos,
que no entienden otro lenguaje que el de la firmeza democrática para
combatirlos. Tanto los ayatolás iraníes como los separatistas catalanes
se mofan de sus interlocutores que tratan de congraciarse con ellos y
aprovechan su debilidad para ganar tiempo mientras preparan el siguiente
golpe, que puede ser el definitivo. Aunque siempre hay explicaciones
lógicas de tipo práctico para la pusilanimidad de los apaciguadores, en
el caso de la UE frente a los clérigos de Teherán sería el provecho
económico a obtener en un mercado iraní abierto a las empresas europeas y
en el del PSOE y el PP en España ante los secesionistas catalanes la
necesidad de su apoyo parlamentario en el Congreso, la verdad es que
estas razones son más pretextos que justificaciones creíbles. La
realidad es que el enfrentamiento con un enemigo implacable y mortal que
carece de escrúpulos, que no respeta ninguna regla y que se mueve sin
contemplaciones en el juego del puro poder, requiere grandes
sacrificios, implica convicciones muy bien asentadas y exige un gran
valor. Desde esta perspectiva, siempre es más cómodo para ocultar la
falta de redaños y de cuajo moral, hacer gala de espíritu conciliador o
escudarse en motivaciones prosaicas. Sin embargo, al final, se impone
siempre la triste evidencia de que la paz de los cobardes conduce sin
remedio a la paz de los cementerios.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
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