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viernes, 24 de agosto de 2018

¿DÓNDE VAS, ALBERT RIVERA?

La derecha española está recomponiéndose después del golpe asestado por Sánchez. Casado quiere imitar a Aznar y Rivera juega a ser a ratos Macron, a ratos Salvini


Albert Rivera. (Mariscal/Efe)


Es el momento de la verdad para Albert Rivera y Ciudadanos, el de tomar decisiones políticas, realizar una apuesta ideológico-electoral y definir su proyecto. Los acontecimientos le han obligado a no poder esconderse durante más tiempo en los pliegues de la derecha o de la izquierda: la pinza ideológica que acotan el PSOE por un lado y el PP de otro les lleva a realizar una apuesta ineludible acera de su posición en el tablero político.

La exhumación de Franco ha sido una buena prueba para despejar las dudas, porque les obligaba a optar entre pelear con el PP por el voto de derechas o girar hacia una posición más moderada que atrajese a votantes del PSOE. A juzgar por los resultados, el anclaje en el lado diestro ha salido ganador. Parece una estrategia perdedora, pero Ciudadanos ha estado varias veces en situación de riesgo y ha salido adelante. El mapa político contemporáneo es muy cambiante y, como las series, está construido a partir de giros inesperados, de modo que veremos dónde va a parar todo esto.

Dentro, no fuera


El problema de definición de Ciudadanos ha estado presente desde su inicio. Cuando Podemos arrancó, su espacio quedaba claro: estaba fuera. Era un actor extrasistémico, que peleaba contra la casta. Después redujo su radio de acción e impugnó el régimen del 78, más tarde al PPSOE, luego a los populares y luego a sus disidentes, hasta fijar un terreno político estable, el de un partido subordinado y a la izquierda del PSOE. Ciudadanos lo tenía más complicado, porque no podía situarse más que dentro. Si se hubiera lanzado como formación extrasistémica de derecha, es probable que su recorrido hubiese sido más rápido y mayor, pero esa no era su intención ni su función.

La posición de Ciudadanos era débil porque les hacía depender de un factor fundamental: que el desgaste del PP fuera acelerado

Cs escogió un lugar intermedio ideológicamente entre el Partido Popular y la derecha del PSOE, desplegó mensajes de juventud y regeneración, como ya había hecho Podemos, y se ofreció como formación económicamente liberal, pero con un toque más moderno que su rival. Su desarrollo como partido nacional se ancló en el descontento que muchas personas interesadas en la política sentían con los partidos tradicionales, en general clases medias urbanas que estaban menos atadas a las viejas costumbres, que no estaban cómodas en un ambiente tan religioso como el popular, y que estaban irritadas por la corrupción y el mal funcionamiento de las instituciones.

El recambio que nunca llegaría


Sin embargo, esa era una posición débil, porque les llevaba a depender de un factor fundamental: que el desgaste del PP fuera acelerado. Pero al igual que ha ocurrido con el PSOE, los populares tenían votantes fieles y redes de poder en provincias, y además estaban en el Gobierno, lo que complicaba mucho la tarea, y más todavía cuando la pérdida de simpatizantes en los socialistas era mucho mejor canalizada por el partido de Iglesias que por el suyo.

Hubo un instante, y hace pocos meses de esto, aunque parezcan ya años, que todo apuntaba a que tarde o temprano Rivera llegaría a La Moncloa

Cuando Ciudadanos dio su voto a la investidura de Sánchez tras las elecciones generales y después apoyó a Rajoy, su suerte como partido de masas parecía echada. Eran el recambio que nunca llegaría, el partido pequeño que tras una legislatura prestando apoyando al Gobierno se convertiría en claramente minoritario. Pero sucedieron un par de hechos inesperados: el PP gestionó muy negligentemente el procés, y toda la agitación fue aprovechada por Arrimadas, lo que acabó por convertirles en la gran esperanza electoral de la derecha nacional. Por si fuera poco, los populares, llegado el tiempo de los procesos judiciales y sus sentencias, se abrieron en canal por las guerras internas.

La opción sistémica preferida


Ese fue el punto de inflexión. Hubo un instante, y hace pocos meses de esto, aunque parezcan ya años, que todo apuntaba a que tarde o temprano Rivera llegaría a La Moncloa. Su creciente aceptación, el agotamiento popular, los apoyos internacionales que su líder recibía, las encuestas; todo conspiraba para que Cs subiera unos cuantos peldaños en la escalera electoral. Además, el discurso del PSOE se había volcado a la izquierda en la segunda época de Sánchez, lo cual les situaba como la opción sistémica preferida para liderar la España de los próximos años y acometer las reformas liberales que Bruselas exigía.

De pronto, el futuro comenzó a huir. Con la llegada de Casado se creó una pinza que amenazó con cerrar todo el espacio que habían ganado

Una vez más, y como ya es costumbre, sucedió algo inesperado: Sánchez asestó un gran golpe estratégico, no solo por convertirse en presidente del Gobierno sino por constituir un gabinete ministerial que habría firmado Rivera. De pronto, el futuro comenzó a escapárseles. Y más aún cuando la renovación en el PP puso a Casado al frente, un líder joven, combativo y de la derecha fuerte. Se creó así una pinza que amenazaba con cerrar todo el espacio que habían ganado.

Opciones que se desvanecen


Ese es su momento actual. Y no pinta bien para Cs porque ya no pueden hacer muchos equilibrios ideológicos, necesitan de una estrategia política bien definida si quieren regresar a situaciones de privilegio y parecen haberse arrinconado en la pelea con el PP por el espacio político. Bien podría pensarse que su trayectoria es similar a la de Podemos, en la que medida en que cuando el viejo partido de su estrato ideológico se reconstituyó, sus opciones se apagaron. Sin embargo, ya sabemos que en España la situación política cambia radicalmente cada poco tiempo, de modo que cualquier pronóstico solo puede funcionar a corto plazo.

Los viejos partidos fueron empujados a renovarse. Entendieron el mensaje: el cambio quería decir que su líder tenía que un varón joven y atractivo

El dilema de Cs, no obstante, señala un par de males típicos de la política contemporánea, que quizá se hayan dejado notar un poco más en España. La sorprendente movilidad ideológica de los partidos, que fuerza a menudo a tener que lidiar con grandes contradicciones, explica muchos de sus problemas. Las nuevas formaciones han servido paradójicamente para acentuarlos, ya que han llevado estos virajes un punto más allá, quizá porque al estar en posiciones más débiles debían acelerar para ascender, quizá porque creyeron que la presencia en los medios era más importante que la estructura o porque pensaron que la estrategia lo era todo.

Llamando a rebato


Los partidos españoles se han movido mucho más por tendencias que por convicciones. En primera instancia, cuando los nuevos partidos empujaron a la renovación, los viejos terminaron (más pronto o más tarde, o a la fuerza) pero entender el mensaje, de modo que se pusieron manos a la obra y decidieron regenerarse; es decir, eligieron como líder a un varón joven y atractivo. También hubo cambios en el contenido de sus propuestas: si Macron ganaba en Francia y se convertía en la esperanza del 'establishment' europeo, todos se acercaban a él con la esperanza de que se le percibiese como el Macron español; si Salvini y la extrema derecha europea llamaban a rebato con la inmigración, lo convertían en el tema estrella del mes; y así.

Sánchez insistió en la desigualdad, pero desde que llegó al poder nos ha hablado de Franco, del lenguaje inclusivo y de Aquarius sí y Aquarius no

Pero cuando ocurre esto, las señales que se transmiten son muy perniciosas. En cierto modo, es comprensible porque todos ellos saben que muchas de las cosas que harán cuando lleguen al Gobierno van a ser muy semejantes a las de cualquier otro partido. En este instante histórico, en el que las cartas de la soberanía parecen marcadas para España, cada cual promete algo para movilizar a los suyos que sabe que no cumplirá: el PP aseguró que bajaría los impuestos, pero lo cierto es que los subió y mucho, se alió con la derecha religiosa para sacar del poder a Zapatero, pero después se olvidó de ella y dijo que iba a reducir el déficit público pero lo aumentó; el PSOE del segundo Sánchez insistió mucho en la desigualdad y en lo material, pero desde que ha llegado al poder nos ha hablado de Franco, de cambios en el lenguaje y de Aquarius sí y Aquarius no. El centro de su política ha sido simbólico. Ni siquiera trata de que haya priorizado lo cultural sobre lo económico, sino de que incluso en lo cultural todo está reduciéndose a gestos. Y algo muy similar puede decirse de Podemos cuando ha llegado a gobernar en las alcaldías.

El carácter indómito


Esto explica algunos motivos por los que el populismo de derechas está en ascenso y el de izquierdas fue tan popular mientras duró. En un contexto en el que todo parece reducirse a una mera lucha por el poder y en el que las ideas fluctuantes se muestran más pragmáticas que las convicciones firmes, cuando los votantes logran identificar a líderes y partidos que se les resultan creíbles, que tienen ideas sólidas y que les transmiten que serán capaces de aplicarlas pese a quien pese (Bruselas, la UE, el 'establishment' de Washington), tienden a vincularse firmemente a ellos. Ese fue el éxito del primer Pablo Iglesias, de Trump, de Sanders o de Salvini. Ese carácter indómito es un plus hoy, quizá porque lleva mucho tiempo ausente.

Hay dos tipos de liderazgo de moda, el de Macron y el de Trump. Casado es un remedo de Aznar, Rivera apuesta por uno u otro según le convenga

Esto es relevante, en la medida en que no solo se trata de proponer unas ideas, sino un modelo de liderazgo. Y hoy, en Occidente, hay dos dominantes. Están Macron y Trudeau o Trump y Salvini, varones jóvenes y con cierto atractivo, dados a la diversidad, que apuestan por el mundo global y por la multiculturalidad, o los líderes enérgicos, irredentos, que hacen lo que les viene en gana, que dicen lo que piensan “sin complejos” y sin freno. La derecha popular ha apostado por un remedo de los segundos,por esa firmeza que representa Casado, y Rivera se debate entre las posturas fuertes de uno y las conciliadoras de otros. Pero, en nrealidad, Casado, más que a los líderes de la derecha populista, se parece al Aznar de Venezuela y Cuba y al Rajoy de “que viene Podemos”. Rivera, como de costumbre, apuesta a veces por Trump y a veces por Macron. Esta es la recomposición de la derecha: los populares quieren cerrar filas y volver al marco que les sirvió con Zapatero, y Cs se mueve aquí y allá para ver con quién puede pactar en el futuro. En fin, el teatro de la política.



                                                                    ESTEBAN HERNÁNDEZ   Vía EL CONFIDENCIAL

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