La derecha española está recomponiéndose después del golpe asestado por Sánchez. Casado quiere imitar a Aznar y Rivera juega a ser a ratos Macron, a ratos Salvini
Albert Rivera. (Mariscal/Efe)
Es el momento de la verdad para Albert Rivera y
Ciudadanos, el de tomar decisiones políticas, realizar una apuesta
ideológico-electoral y definir su proyecto. Los acontecimientos le han
obligado a no poder esconderse durante más tiempo en los pliegues de la
derecha o de la izquierda: la pinza ideológica que
acotan el PSOE por un lado y el PP de otro les lleva a realizar una
apuesta ineludible acera de su posición en el tablero político.
La exhumación de Franco ha sido una buena prueba para despejar las dudas, porque les obligaba a optar entre pelear con el PP por el voto de derechas o girar hacia una posición más moderada que atrajese a votantes del PSOE. A juzgar por los resultados, el anclaje en el lado diestro ha salido ganador. Parece una estrategia perdedora, pero Ciudadanos ha estado varias veces en situación de riesgo y ha salido adelante. El mapa político contemporáneo es muy cambiante y, como las series, está construido a partir de giros inesperados, de modo que veremos dónde va a parar todo esto.
El problema de definición de Ciudadanos ha estado presente desde su inicio. Cuando Podemos arrancó, su espacio quedaba claro: estaba fuera. Era un actor extrasistémico, que peleaba contra la casta. Después redujo su radio de acción e impugnó el régimen del 78, más tarde al PPSOE, luego a los populares y luego a sus disidentes, hasta fijar un terreno político estable, el de un partido subordinado y a la izquierda del PSOE. Ciudadanos lo tenía más complicado, porque no podía situarse más que dentro. Si se hubiera lanzado como formación extrasistémica de derecha, es probable que su recorrido hubiese sido más rápido y mayor, pero esa no era su intención ni su función.
Cs
escogió un lugar intermedio ideológicamente entre el Partido Popular y
la derecha del PSOE, desplegó mensajes de juventud y regeneración, como
ya había hecho Podemos, y se ofreció como formación económicamente
liberal, pero con un toque más moderno que su rival. Su desarrollo como
partido nacional se ancló en el descontento que muchas personas
interesadas en la política sentían con los partidos tradicionales, en
general clases medias urbanas que estaban menos atadas a las
viejas costumbres, que no estaban cómodas en un ambiente tan religioso
como el popular, y que estaban irritadas por la corrupción y el mal
funcionamiento de las instituciones.
Sin embargo, esa era una posición débil, porque les llevaba a depender de un factor fundamental: que el desgaste del PP fuera acelerado. Pero al igual que ha ocurrido con el PSOE, los populares tenían votantes fieles y redes de poder en provincias, y además estaban en el Gobierno, lo que complicaba mucho la tarea, y más todavía cuando la pérdida de simpatizantes en los socialistas era mucho mejor canalizada por el partido de Iglesias que por el suyo.
Cuando Ciudadanos dio su voto a la investidura de Sánchez tras las elecciones generales y después apoyó a Rajoy, su suerte como partido de masas parecía echada. Eran el recambio que nunca llegaría,
el partido pequeño que tras una legislatura prestando apoyando al
Gobierno se convertiría en claramente minoritario. Pero sucedieron un
par de hechos inesperados: el PP gestionó muy negligentemente el procés,
y toda la agitación fue aprovechada por Arrimadas, lo que acabó por convertirles en la gran esperanza electoral de la derecha nacional.
Por si fuera poco, los populares, llegado el tiempo de los procesos
judiciales y sus sentencias, se abrieron en canal por las guerras
internas.
Ese fue el punto de inflexión. Hubo un instante, y hace pocos meses de esto, aunque parezcan ya años, que todo apuntaba a que tarde o temprano Rivera llegaría a La Moncloa. Su creciente aceptación, el agotamiento popular, los apoyos internacionales que su líder recibía, las encuestas; todo conspiraba para que Cs subiera unos cuantos peldaños en la escalera electoral. Además, el discurso del PSOE se había volcado a la izquierda en la segunda época de Sánchez, lo cual les situaba como la opción sistémica preferida para liderar la España de los próximos años y acometer las reformas liberales que Bruselas exigía.
Una vez más, y como ya es costumbre, sucedió algo inesperado: Sánchez asestó un gran golpe estratégico,
no solo por convertirse en presidente del Gobierno sino por constituir
un gabinete ministerial que habría firmado Rivera. De pronto, el futuro
comenzó a escapárseles. Y más aún cuando la renovación en el PP puso a Casado
al frente, un líder joven, combativo y de la derecha fuerte. Se creó
así una pinza que amenazaba con cerrar todo el espacio que habían
ganado.
Ese es su momento actual. Y no pinta bien para Cs porque ya no pueden hacer muchos equilibrios ideológicos, necesitan de una estrategia política bien definida si quieren regresar a situaciones de privilegio y parecen haberse arrinconado en la pelea con el PP por el espacio político. Bien podría pensarse que su trayectoria es similar a la de Podemos, en la que medida en que cuando el viejo partido de su estrato ideológico se reconstituyó, sus opciones se apagaron. Sin embargo, ya sabemos que en España la situación política cambia radicalmente cada poco tiempo, de modo que cualquier pronóstico solo puede funcionar a corto plazo.
El
dilema de Cs, no obstante, señala un par de males típicos de la
política contemporánea, que quizá se hayan dejado notar un poco más en
España. La sorprendente movilidad ideológica de los partidos, que fuerza a menudo a tener que lidiar con grandes contradicciones,
explica muchos de sus problemas. Las nuevas formaciones han servido
paradójicamente para acentuarlos, ya que han llevado estos virajes un
punto más allá, quizá porque al estar en posiciones más débiles debían
acelerar para ascender, quizá porque creyeron que la presencia en los
medios era más importante que la estructura o porque pensaron que la
estrategia lo era todo.
Los partidos españoles se han movido mucho más por tendencias que por convicciones. En primera instancia, cuando los nuevos partidos empujaron a la renovación, los viejos terminaron (más pronto o más tarde, o a la fuerza) pero entender el mensaje, de modo que se pusieron manos a la obra y decidieron regenerarse; es decir, eligieron como líder a un varón joven y atractivo. También hubo cambios en el contenido de sus propuestas: si Macron ganaba en Francia y se convertía en la esperanza del 'establishment' europeo, todos se acercaban a él con la esperanza de que se le percibiese como el Macron español; si Salvini y la extrema derecha europea llamaban a rebato con la inmigración, lo convertían en el tema estrella del mes; y así.
Pero
cuando ocurre esto, las señales que se transmiten son muy perniciosas.
En cierto modo, es comprensible porque todos ellos saben que muchas de
las cosas que harán cuando lleguen al Gobierno van a ser muy semejantes a
las de cualquier otro partido. En este instante histórico, en el que
las cartas de la soberanía parecen marcadas para España, cada cual promete algo
para movilizar a los suyos que sabe que no cumplirá: el PP aseguró que
bajaría los impuestos, pero lo cierto es que los subió y mucho, se alió
con la derecha religiosa para sacar del poder a Zapatero,
pero después se olvidó de ella y dijo que iba a reducir el déficit
público pero lo aumentó; el PSOE del segundo Sánchez insistió mucho en
la desigualdad y en lo material, pero desde que ha llegado al poder nos ha hablado de Franco, de cambios en el lenguaje y de Aquarius sí y Aquarius no. El
centro de su política ha sido simbólico. Ni siquiera trata de que haya
priorizado lo cultural sobre lo económico, sino de que incluso en lo
cultural todo está reduciéndose a gestos. Y algo muy similar puede decirse de Podemos cuando ha llegado a gobernar en las alcaldías.
Esto explica algunos motivos por los que el populismo de derechas está en ascenso y el de izquierdas fue tan popular mientras duró. En un contexto en el que todo parece reducirse a una mera lucha por el poder y en el que las ideas fluctuantes se muestran más pragmáticas que las convicciones firmes, cuando los votantes logran identificar a líderes y partidos que se les resultan creíbles, que tienen ideas sólidas y que les transmiten que serán capaces de aplicarlas pese a quien pese (Bruselas, la UE, el 'establishment' de Washington), tienden a vincularse firmemente a ellos. Ese fue el éxito del primer Pablo Iglesias, de Trump, de Sanders o de Salvini. Ese carácter indómito es un plus hoy, quizá porque lleva mucho tiempo ausente.
Esto es relevante, en la medida en que no solo se trata de proponer unas ideas, sino un modelo de liderazgo. Y hoy, en Occidente, hay dos dominantes. Están Macron y Trudeau o Trump y Salvini, varones jóvenes y con cierto atractivo, dados a la diversidad, que apuestan por el mundo global y por la multiculturalidad, o los líderes enérgicos, irredentos, que hacen lo que les viene en gana, que dicen lo que piensan “sin complejos” y sin freno. La derecha popular ha apostado por un remedo de los segundos,por esa firmeza que representa Casado, y Rivera se debate entre las posturas fuertes de uno y las conciliadoras de otros. Pero, en nrealidad, Casado, más que a los líderes de la derecha populista, se parece al Aznar de Venezuela y Cuba y al Rajoy de “que viene Podemos”. Rivera, como de costumbre, apuesta a veces por Trump y a veces por Macron. Esta es la recomposición de la derecha: los populares quieren cerrar filas y volver al marco que les sirvió con Zapatero, y Cs se mueve aquí y allá para ver con quién puede pactar en el futuro. En fin, el teatro de la política.
ESTEBAN HERNÁNDEZ Vía EL CONFIDENCIAL
La exhumación de Franco ha sido una buena prueba para despejar las dudas, porque les obligaba a optar entre pelear con el PP por el voto de derechas o girar hacia una posición más moderada que atrajese a votantes del PSOE. A juzgar por los resultados, el anclaje en el lado diestro ha salido ganador. Parece una estrategia perdedora, pero Ciudadanos ha estado varias veces en situación de riesgo y ha salido adelante. El mapa político contemporáneo es muy cambiante y, como las series, está construido a partir de giros inesperados, de modo que veremos dónde va a parar todo esto.
Dentro, no fuera
El problema de definición de Ciudadanos ha estado presente desde su inicio. Cuando Podemos arrancó, su espacio quedaba claro: estaba fuera. Era un actor extrasistémico, que peleaba contra la casta. Después redujo su radio de acción e impugnó el régimen del 78, más tarde al PPSOE, luego a los populares y luego a sus disidentes, hasta fijar un terreno político estable, el de un partido subordinado y a la izquierda del PSOE. Ciudadanos lo tenía más complicado, porque no podía situarse más que dentro. Si se hubiera lanzado como formación extrasistémica de derecha, es probable que su recorrido hubiese sido más rápido y mayor, pero esa no era su intención ni su función.
La posición de Ciudadanos era débil porque les hacía depender de un factor fundamental: que el desgaste del PP fuera acelerado
El recambio que nunca llegaría
Sin embargo, esa era una posición débil, porque les llevaba a depender de un factor fundamental: que el desgaste del PP fuera acelerado. Pero al igual que ha ocurrido con el PSOE, los populares tenían votantes fieles y redes de poder en provincias, y además estaban en el Gobierno, lo que complicaba mucho la tarea, y más todavía cuando la pérdida de simpatizantes en los socialistas era mucho mejor canalizada por el partido de Iglesias que por el suyo.
Hubo
un instante, y hace pocos meses de esto, aunque parezcan ya años, que
todo apuntaba a que tarde o temprano Rivera llegaría a La Moncloa
La opción sistémica preferida
Ese fue el punto de inflexión. Hubo un instante, y hace pocos meses de esto, aunque parezcan ya años, que todo apuntaba a que tarde o temprano Rivera llegaría a La Moncloa. Su creciente aceptación, el agotamiento popular, los apoyos internacionales que su líder recibía, las encuestas; todo conspiraba para que Cs subiera unos cuantos peldaños en la escalera electoral. Además, el discurso del PSOE se había volcado a la izquierda en la segunda época de Sánchez, lo cual les situaba como la opción sistémica preferida para liderar la España de los próximos años y acometer las reformas liberales que Bruselas exigía.
De pronto, el
futuro comenzó a huir. Con la llegada de Casado se creó una pinza que
amenazó con cerrar todo el espacio que habían ganado
Opciones que se desvanecen
Ese es su momento actual. Y no pinta bien para Cs porque ya no pueden hacer muchos equilibrios ideológicos, necesitan de una estrategia política bien definida si quieren regresar a situaciones de privilegio y parecen haberse arrinconado en la pelea con el PP por el espacio político. Bien podría pensarse que su trayectoria es similar a la de Podemos, en la que medida en que cuando el viejo partido de su estrato ideológico se reconstituyó, sus opciones se apagaron. Sin embargo, ya sabemos que en España la situación política cambia radicalmente cada poco tiempo, de modo que cualquier pronóstico solo puede funcionar a corto plazo.
Los
viejos partidos fueron empujados a renovarse. Entendieron el mensaje:
el cambio quería decir que su líder tenía que un varón joven y atractivo
Llamando a rebato
Los partidos españoles se han movido mucho más por tendencias que por convicciones. En primera instancia, cuando los nuevos partidos empujaron a la renovación, los viejos terminaron (más pronto o más tarde, o a la fuerza) pero entender el mensaje, de modo que se pusieron manos a la obra y decidieron regenerarse; es decir, eligieron como líder a un varón joven y atractivo. También hubo cambios en el contenido de sus propuestas: si Macron ganaba en Francia y se convertía en la esperanza del 'establishment' europeo, todos se acercaban a él con la esperanza de que se le percibiese como el Macron español; si Salvini y la extrema derecha europea llamaban a rebato con la inmigración, lo convertían en el tema estrella del mes; y así.
Sánchez
insistió en la desigualdad, pero desde que llegó al poder nos ha
hablado de Franco, del lenguaje inclusivo y de Aquarius sí y Aquarius no
El carácter indómito
Esto explica algunos motivos por los que el populismo de derechas está en ascenso y el de izquierdas fue tan popular mientras duró. En un contexto en el que todo parece reducirse a una mera lucha por el poder y en el que las ideas fluctuantes se muestran más pragmáticas que las convicciones firmes, cuando los votantes logran identificar a líderes y partidos que se les resultan creíbles, que tienen ideas sólidas y que les transmiten que serán capaces de aplicarlas pese a quien pese (Bruselas, la UE, el 'establishment' de Washington), tienden a vincularse firmemente a ellos. Ese fue el éxito del primer Pablo Iglesias, de Trump, de Sanders o de Salvini. Ese carácter indómito es un plus hoy, quizá porque lleva mucho tiempo ausente.
Hay
dos tipos de liderazgo de moda, el de Macron y el de Trump. Casado es
un remedo de Aznar, Rivera apuesta por uno u otro según le convenga
Esto es relevante, en la medida en que no solo se trata de proponer unas ideas, sino un modelo de liderazgo. Y hoy, en Occidente, hay dos dominantes. Están Macron y Trudeau o Trump y Salvini, varones jóvenes y con cierto atractivo, dados a la diversidad, que apuestan por el mundo global y por la multiculturalidad, o los líderes enérgicos, irredentos, que hacen lo que les viene en gana, que dicen lo que piensan “sin complejos” y sin freno. La derecha popular ha apostado por un remedo de los segundos,por esa firmeza que representa Casado, y Rivera se debate entre las posturas fuertes de uno y las conciliadoras de otros. Pero, en nrealidad, Casado, más que a los líderes de la derecha populista, se parece al Aznar de Venezuela y Cuba y al Rajoy de “que viene Podemos”. Rivera, como de costumbre, apuesta a veces por Trump y a veces por Macron. Esta es la recomposición de la derecha: los populares quieren cerrar filas y volver al marco que les sirvió con Zapatero, y Cs se mueve aquí y allá para ver con quién puede pactar en el futuro. En fin, el teatro de la política.
ESTEBAN HERNÁNDEZ Vía EL CONFIDENCIAL
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