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domingo, 5 de agosto de 2018

Catexit (XXXIX): venga, chicos, dejadnos descansar

Resulta que se puede hacer lo que se quiera, hasta intentar cargarse España a lo bestia, sin que aquí pase nada


El expresidente catalán Carles Puigdemont, en un panfleto repartido en la ceremonia de Waterloo. (Reuters)


Leo en el Libro de Amós, del Antiguo Testamento, escrito hacia el año 800 antes de Cristo: "No soy profeta ni hijo de profetas. Soy boyero y recojo higos silvestres".

Con ese currículo, lo normal es que Amós no hubiera profetizado, pero profetizó. Y acertó.
Leo el libro de Amós y veo algo que escribí en otro medio de comunicación.

Resumiendo, venía a decir que, para los catalanes, Puigdemont sobraba, que solo era una máquina de gastar dinero en videoconferencias y que lo que tenía que hacer era buscarse un empleo en algún país de Europa.

Menos mal que me he ganado la vida de otra manera, porque si me hubiera dedicado a ser profeta, habría pasado hambre. Debería haber empezado el artículo diciendo que "yo no soy profeta ni hijo de profetas, sino ingeniero textil de Terrassa". Y que Amós profetizaba porque se lo mandaba Dios, con lo que tenía un buen avalista, y yo profetizaba porque se me había ocurrido liarme la manta a la cabeza y soltar lo que se me ocurriera, sin avalista y sin nada. A pulso.

Que para los catalanes, Puigdemont sobraba, que solo era una máquina de gastar dinero en videoconferencias y debería buscarse un empleo

Puigdemont solo servía para gastar dinero. Sí, sí. Y para echar a Marta Pascal. Y para amenazar a Sánchez, diciendo que se le acaba el tiempo de gracia. Y para decir que el Rey de España no es el Rey de Cataluña. Y para mandar en Cataluña, desde Waterloo, o desde donde sea, obedeciendo el mandato del pueblo (¡?) y haciendo que Torra le obedezca a él.

Y para inventarse el Movimiento Nacional 2, copiando al 1, en el que el caudillo Franco metió bajo un paraguas Falange, los requetés y las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, las JONS. Cogió la camisa azul falangista, le puso al portador de la camisa una boina roja, empalmó los himnos y creó los flechas y pelayos. (Había un tebeo que se llamaba así, 'Flechas y pelayos', que yo, de chaval, leía todas las semanas, además del insuperable 'Chicos').

O sea, que retiro lo dicho, cosa que nunca tuvo que hacer Amós, que con la excusa de ser boyero y recoger higos, profetizaba que daba gusto. Y repito: acertaba.

Pero ni a Amós, ni a Franco, ni a mí ni a nadie con la cabeza encima de los hombros se le hubiera ocurrido hacer lo que veo en el BOE, Boletín Oficial del Estado, de 30 de julio pasado, en una noticia que tiene que ser 'fake', porque si no es 'fake', habría que hacer algo.

Cogió la camisa azul falangista, le puso al portador de la camisa una boina roja, empalmó los himnos y creó los flechas y pelayos

Se trata del convenio firmado entre el Instituto Cervantes y la Universitat de Lleida para colaborar en la formación de profesores en el ámbito de la enseñanza del español como lengua extranjera. El convenio viene bajo el titular del Departamento de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, con lo que la Unión Europea ya se ha enterado de que el español, en un trozo de España, es lengua extranjera.

No me puedo creer que no sea una broma (de mal gusto) del BOE, que, por cierto, nunca se ha caracterizado por su sentido del humor.

Si fuera una broma, el Departamento de Asuntos Exteriores, personificado en el ministro Josep Borrell, debería reñir seriamente y en público al director del BOE, Manuel Tuero, por bromista en las cosas con las que no se deben hacer bromas.

Si el convenio no fuera una 'fake news', cosa inimaginable, habría que despedir (sin indemnización, como es natural) a:

Pedro Sánchez, como último responsable. O sea, como hacen en Japón, pero sin reverencias.
Josep Borrell, como penúltimo responsable.

Si fuera una broma, el Departamento de Asuntos Exteriores debería reñir seriamente y en público al director del BOE

Juan Manuel Bonet, que era el director del Instituto Cervantes el 17 de julio, fecha en que se firmó el convenio, por imprudencia grave, falta de criterio y convertir el idioma que en teoría tenía que defender en un idioma que cuando viajemos a un determinado trozo de España, hablaremos vergonzantemente. (El 1 de agosto ha sido sustituido por Luis García Montero. A ver cómo defiende Luis la lengua extranjera en Lleida).

A Manuel Tuero lo dejaría en su puesto, porque bastante tiene con aguantar semejante retahíla de jefes.

Resumiendo. El golpe de Estado sigue adelante, en las cosas que parecen pequeñas y en las que parecen grandes. Como siempre, cualquier cosa grande está formada por cosas pequeñas. Aparentemente pequeñas en este caso, porque, como estamos en tiempos de evolución del lenguaje, se pueden hacer auténticas salvajadas, llamándolas 'amabilidades'.

O sea, se puede dar un golpe de Estado llamándolo "¡viva la república!".

Uno se puede rebelar sin que aquello sea rebelión.

El golpe de Estado sigue adelante, en las cosas que parecen pequeñas y en las que parecen grandes

Y la sedición, como es "sin llegar a la gravedad de la rebelión", tampoco es para tanto.

Y la traición a la patria, como no hay patria, tampoco.

Resulta que se puede hacer lo que se quiera, hasta intentar cargarse España a lo bestia, sin que aquí pase nada.

Incluso se admite que un títere/fantoche, que asegura que es el presidente de no sé qué, salude al Rey vestido de lo que es: títere/fantoche.

Hala, dejadnos descansar. No os rebeléis, no sedicionéis (¡perdón!), seguid vistiéndoos de payasos en busca de empleo, haced lo que queráis, pero traicionar a la patria, ¡no!

Porque algunos aún tenemos patria.



                                                                          LEOPOLDO ABADÍA  Vía EL CONFIDENCIAL

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