HUIR DEL DEBATE POLÍTICO
Querer
excluir las cuestiones fundamentales de la discusión entre partidos
equivale a reconocer que este ejercicio ha perdido credibilidad
Iñigo Urkullu durante un pleno del Parlamento vasco. Lino Rico
El último en hacerlo ha sido el lehendakari Urkullu, pero
prácticamente todos los líderes políticos, cuando han tenido que
enfrentarse a un tema delicado, han pedido que el asunto en cuestión se
deje fuera del debate político. En este caso, el lehendakari ha hilado
más fino, ya que no se ha referido a la discusión política sino al
“debate partidista y demagógico”, distinción que se agradece, dado que
la deliberación política no debe reducirse a la discusión entre
partidos, por muy importantes que estos sean, que lo son.
La
expresión del lehendakari nos remite al fondo del problema, la
constatación de que el debate político protagonizado por los partidos se
enreda, muy a menudo, en los intereses particulares de cada formación,
usando la demagogia y la mentira para crear una maraña estéril.
Últimamente estamos teniendo buenas muestras de ello: el cruce de
acusaciones sobre el derrumbamiento del puerto de Vigo, las alarmas ante
los millones de africanos que llegan a España, la inseguridad provocada
por los manteros, o las decisiones sobre el acercamiento de los presos
de ETA a cárceles vascas son discusiones que se lanzan sin apoyo en
datos, ni en precepto legal alguno.
Ante semejante lodazal en que se ha convertido la discusión entre
partidos, no es de extrañar que, al enfrentarse a temas especialmente
sensibles, aquellos líderes a quienes les toca gestionar o sufrir
directamente las consecuencias, pidan dejar estos asuntos al margen del
debate, pero con esta práctica los partidos pierden una de sus funciones
fundamentales, la de articular el debate público.
En buena lógica deliberativa, clave para mejorar la calidad
democrática, cuanto más delicado y trascendente sea un tema, más tendría
que ser debatido tanto por los partidos como por el resto de agentes
públicos. Asuntos centrales como la educación, la política fiscal, la
lucha contra el cambio climático, las estrategias para la migración u
otros similares necesitan de un profundo y permanente debate para dar
respuesta a retos complejos y cambiantes. Querer excluir las cuestiones
fundamentales de la discusión entre partidos equivale a reconocer que
este ejercicio ha perdido credibilidad.
CRISTINA MONGE Vía EL PAÍS
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