La aparición del proletariado y el incremento de la desigualdad durante
gran parte del siglo XIX abonó el terreno para el avance de
reivindicaciones, revoluciones y de reclamos de lo que en la actualidad
consideramos derechos inalienables de los trabajadores
Muchas personas cruzando un paso de cebra
El lento pero continuo avance de los cambios productivos
de finales del siglo XVIII y principios del XIX supuso una revolución
en la relación del hombre con las formas de producción. La aparición del
proletariado y el incremento de la
desigualdad durante gran parte del siglo XIX abonó el terreno para el
avance de reivindicaciones, revoluciones y de reclamos de lo que en la
actualidad consideramos derechos inalienables de los trabajadores, en
particular, y de los ciudadanos en general.
El desarrollo de partidos políticos y sindicatos de lo
que hoy llamamos la izquierda progresista fue una consecuencia natural
de esta revolución en las relaciones productivas
que, sin entrar en los detalles del proceso, ayudó a equilibrar junto
con los nuevos avances tecnológicos el reparto de rentas y el bienestar
entre los diferentes factores productivos. No cabe duda de que el
relevante papel de estos actores fue fundamental para explicar la deriva
positiva en una sociedad que reaccionó al shock de la industrialización,
ayudando pues a construir en la mayoría de los países occidentales una
sociedad más justa y equilibrada. Sin embargo, hoy parece observarse que
cierta parte de los herederos de aquellos progresistas parecen haber
mutado en tradicionales conservadores contrarios a cualquier cambio que
suponga la mejora en las condiciones de la mayoría de todos nosotros.
Para estos “conservadores” de la izquierda los logros y derechos
conseguidos se han convertido en una referencia desde la cual no hay
opciones de movimiento.
Este conservadurismo
se centra principalmente en una negación a que los objetivos que
orientaron la actuación de partidos y sindicatos en el pasado exijan de
nuevas estrategias; revisar parte de lo conseguido. Y es que si la lucha
progresista del pasado no puede entenderse sin un análisis del entorno
en el que tuvo que enmarcarse, un entorno con unas reglas muy diferentes
a las de hoy, en la actualidad la defensa de similares objetivos puede
exigir estrategias e instrumentos muy diferentes.
"Los cambios sociales exigen una transformación de las fuerzas progresistas para poder seguir ofreciendo respuestas a los retos y necesidades"
Y es que tres grandes nuevos factores exigen revisar estas estrategias e instrumentos. Por un lado la globalización,
que nos obliga a competir en un mundo no solo en bienes y servicios
sino en derechos. Es necesario buscar por ello un equilibrio entre
mantener las economías abiertas y competitivas, pero sin condicionar a
esto derechos laborales o sociales. Sin embargo, denunciar tratados y caminar hacia un proteccionismo económico
es, en general, una actitud conservadora que sólo conseguiría
empobrecer a la sociedad, generando repartos de rentas a favor de los
beneficiados por la limitación del comercio. La supuesta victoria de los
contrarios al comercio sería, para todos, una derrota disfrazada. Se
deben buscar otros caminos.
En segundo lugar el cambio tecnológico,
que obliga a encontrar nuevas articulaciones en unas relaciones
laborales que se encauzan por nuevos resquicios. La aparición de las
plataformas, la externalización de las actividades, el auge del
corporativismo o el aumento de la desigualdad son retos a los cuales el
sindicalismo y partidos deben dar respuesta. Pero la visión trasnochada
de lucha de décadas pasadas ya no sirven. La izquierda debe buscar
nuevas herramientas. En particular, los sindicatos deben buscar una
nueva personalidad que encaje con estos nuevos tiempos.
"La inversión de la pirámide poblacional genera una corriente
de rentas que parte desde los más jóvenes y llega a los más ancianos"
El cambio demográfico, que obliga a revisar el complejo entramado de nuestro estado de bienestar, es nuestro tercer gran reto. La inversión de la pirámide poblacional genera,
tal y como hemos diseñado gran parte de nuestro estado de bienestar,
una corriente de rentas que parte desde los más jóvenes y llega a los
más ancianos. Este flujo deja huérfanas de recursos políticas que son
tan necesarias o más para asegurar la igualdad de oportunidades,
fundamento del verdadero progresismo.
En definitiva, los cambios sociales
exigen una transformación de las fuerzas progresistas para poder seguir
ofreciendo respuestas a los retos y necesidades de quienes son en
general aquellos que anhelan y necesitan de su representación. No
hacerlo los convertirá en los nuevos conservadores, al entender que nada
debe ser cambiado pues todo fue conseguido con esfuerzo y en muchos
casos con dolor y lágrimas. Pero un progresista debe ser eso, un instrumento del progreso. Y el progreso solo se entiende con movimiento y cambio.
MANUEL ALEJANDRO HIDALGO Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario