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sábado, 4 de agosto de 2018

SÁNCHEZ Y EL EFECTO ALUCINÓGENO

Si el CIS hubiera recogido todos los reveses y expectativas incumplidas la comparecencia pletórica de Sánchez no hubiera tenido el efecto alucinógeno que se percibió ayer en sus valoraciones


El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este viernes, durante el balance que realizó de su gestión en el Ejecutivo. (EFE)


Cuando los encuestadores del CIS realizaron el trabajo de campo (entre el 1 y el 10 de julio) del barómetro que se conoció el pasado jueves, la izquierda y sus entornos todavía seguían generando endorfinas. Sánchez había logrado aunar una coalición de rechazo para echar a Rajoy –lo que alivió más allá de la misma izquierda- y aún se notaba la onda expansiva de su “gobierno bonito”. Un Ejecutivo de desconocidos pero que cayó muy bien: más mujeres que hombres; personalidades con ciertas dosis de transversalidad (la ortodoxia se dejó para cubrir otro nivel de puestos en el sector público); algunos ministros populares (¿quién no apreciaría a Pedro Duque, el más valorado en la encuesta?) y un discurso colectivo repleto de buenas intenciones que se abría a codazos a izquierda y a derecha. En ese ambiente eufórico, sin cabeza presidencial en el PP y con los líderes de Podemos en sus horas más bajas, el CIS parece que ha actuado como un alucinógeno en el presidente del Gobierno que ayer hizo una lectura de la realidad política española sugestionada por el voluntarismo y la altivez.

La gestión de Sánchez en estos dos meses ha consistido en golpes de efecto y, en determinados casos, en fracasos sonados. Entre los primeros, todos los relativos a Cataluña, a los que cabe atribuir tanta buena voluntad como esterilidad. De la comisión bilateral Generalitat-Estado extrajimos una conclusión irreversible: que los conceptos de “normalidad” difieren radicalmente para el constitucionalismo y para el independentismo, que coló en el orden del día de la reunión la doble cuestión que es la de la autodeterminación y los presos preventivos. Demos tiempo a Sánchez para ensayar sus taumaturgias en Cataluña. Ojala sean efectivas, pero mientras tanto hay que reclamarle que antes de reconvenir a Ciudadanos y al PP, lo haga a los secesionistas que son los que se toman la ley a beneficio de inventario. Por lo demás, abrir o no más procesos judiciales en Cataluña no depende ni de él ni de los partidos constitucionalistas, sino de los separatistas. Enviarles el reiterativo mensaje de que el problema que plantean es político, resulta incompleto. Además es jurídico y de ética cívica. Si en este asunto Sánchez se confunde como lo está haciendo en otros, vamos a tener un problema aún mayor que los de septiembre y octubre de 2017.

En otro orden de cosas, el presidente fracasó sin paliativos en la provisión interina de un consejo de administración y de una presidencia para RTVE, logrando in extremis la designación de Rosa María Mateos como administradora única del ente, y sobre todo, naufragó en la aprobación del techo de gasto que –como se irá demostrando- corta las alas a esa “nueva época” que tan hiperbólicamente anunció ayer en su satisfecho balance de sus dos meses de gobierno. En tan poco tiempo hemos podido contemplar la gestión desastrosa de la huelga del taxi (un conflicto pendiente de resolver) que ha paralizado cuatro grandes ciudades en fechas críticas para la movilidad de los ciudadanos, la rectificación sobre la publicación del listado de amnistiados por Montoro y la temblequera jurídica y política sobre la exhumación de los restos de Franco que pasarán unas semanas más en Cuelgamuros. A más a más: ya sabemos que no habrá nuevo sistema de financiación autonómica ni alteración de la reforma laboral. Está por ver si se articula nueva imposición fiscal a la banca y las tecnológicas y de qué manera arma el Gobierno unos presupuestos para 2019.




Si el CIS hubiera recogido todos estos reveses y expectativas incumplidas seguramente la comparecencia suficiente y pletórica de Sánchez –experto en adversidades mutadas en oportunidades- no hubiera tenido el efecto alucinógeno que se percibió ayer en sus valoraciones que, por momentos, parecieron extravagantes. Anunciar una nueva época con un bagaje de dos meses sin una sola ley (sólo un par de decretos leyes) y con 84 diputados de 350, fue sobreactuado y restó al inquilino de la Moncloa la credibilidad que necesita cara a un otoño en el que la izquierda habrá dejado ya de producir endorfinas.

Hay que alabar al presidente por dos medidas: el mando único para la inmigración en el Estrecho y la presencia del Rey en Barcelona cuando se celebren este mes allí los actos de conmemoración de los atentados terroristas. Esperemos que el Gobierno defienda la Corona y a su titular de las peligrosas insidias de Torra y Puigdemont que, hasta el momento, han tenido el silencio de Sánchez por toda respuesta, dando lugar a pésimos entendidos. Y como conclusión, una bastante elemental. El presidente ha de entender el CIS del jueves como lo interpretaba aquí ayer Ignacio Varela: es una encuesta de coyuntura pero no necesariamente de tendencia. Más aún: en términos de tendencia, las últimas tres semanas del Gabinete de Sánchez sugieren todo lo contrario de lo que reflejaba el barómetro de Tezanos, el presidente del CIS, miembro hasta hace nada de la Ejecutiva del PSOE que, sin poner en duda su rectitud profesional, ha roto la estética de un organismo que, aunque siempre lento, ha perdido fiabilidad aunque haya provocado una contenida euforia en nuestro benemérito presidente del Gobierno.


                                                        JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS  Vía  EL CONFIDENCIAL

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