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domingo, 27 de febrero de 2022

VENGAR LA DERROTA DE LA GUERRA FRÍA

En El maestro Juan Martínez que estaba allí, el gran escritor sevillano Manuel Chaves Nogales narra las andanzas de este bailarín flamenco que, después de triunfar en los cabarés de media Europa, se ve atrapado en la Rusia revolucionaria de febrero de 1917. Sin poder salir del país, junto a su compañera Sole, asistió a los rigores y estremecimientos de la Revolución de Octubre y la sangrienta guerra civil que enfrentó a los soldados zaristas y a los bolcheviques en un «allí» que fue la ciudad de Kiev, la capital de la Ucrania invadida este último jueves de febrero por el reinstaurado sovietismo ruso. Como subraya Andrés Trapiello al prologar el rescate de esta ejemplar novela o crónica novelada, si se quiere, El maestro Juan Martínez que estaba allísufrió un silencio despreciable, junto al de un autor al que se le relegó al ostracismo por su clarividencia y capacidad para contar la verdad de las cosas en el momento de los hechos, «solo porque llama a nuestra atención sobre unos crímenes atroces, pero muy prestigiados intelectualmente ». Al cabo de aquellos 10 días que conmovieron al mundo, la pareja de artistas se topó de golpe y porrazo en pleno régimen soviético transformándose para subsistir en modélicos bolcheviques. Bajo la opresión del Kremlin tras la ocupación relámpago de Ucrania, es difícil no apreciar de nuevo la infelicidad -remarcada por el dolor sangriento de las bombas que retrotraen a las incursiones aéreas de la Alemania nazi de 1941- de aquellos infelices habitantes de Kiev. Como Juan Martínez y Sole, asfixiados como pececillos entre las mallas de una burocracia soviética obstinada en quitarle a cada uno su medio de vida y a los que Stalin infligió la atroz hambruna del invierno de 1932, con sus tres millones y medio de muertos inmolados en el altar de su abstruso y criminal plan quinquenal. Sin que nadie, excepto los ucranianos y la voz única de Orwell clamando en el desierto, conservara memoria de aquel horrendo Holodomor (Matar de hambre, en ucraniano) hasta transcurridas décadas de un ominoso silencio que se sostuvo con la complicidad y asistencia de renombrados intelectuales dogmáticos. Lo cierto es que, después de permitirse el lujo de vivir como si los horrores del siglo XX no hubieran existido hasta el punto de revisitar hoy el mundo trágico de ayer, Occidente presencia impotente la irrupción en Ucrania de un tipo vesánico como Vladimir Putin que, por boca de su cínico ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, asegura que lo hace para salvar la independencia con un Gobierno títere como los de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Este atentado contra la libertad y la integridad de un pueblo no se mueve más que a la verborragia del momento ya sanciones económicas de dudosa aplicación práctica que se diluirán -como tantas veces- ante la irremisible política de hechos consumidos del Kremlin, quien compensará los daños con la munificencia de una China al acecho de Taiwán y con la impunidad de una población tiranizada sin tregua desde hace siglos. Después de destruir, encarcelar y envenenar a sus opositores, este antiguo agente del KGB que persigue entronizarse como zar de todas las Rusias podrá decir lo que el general Narváez , aquel espadón de Loja sostén de Isabel II, cuando recibió la extremaunción. Al ser cómodo en el lecho de muerte y rogarle el oficiante que perdonara a sus enemigos a las puertas de la muerte, quien presidiera varias veces el Consejo de Ministros alzó una ceja y, enarcándola, espetó al aturdido sacerdote: «¿Enemigos dice, padre ? ¡Yo no tengo enemigos, los he fusilado a todos! ». Aprovechando la caótica retirada de Afganistán y el alejamiento de EEUU de Europa tras ser su paraguas militar desde la II Guerra Mundial, Putin despliega su política expansionista para aplastar la democracia ucraniana restaurando el intervencionismo criminal de Brézhnevcontra la Primavera de Praga de 1968 y otras revueltas populares del otro lado del Telón de Acero. «Cada partido comunista -especificaba la doctrina brezheviana- es libre de aplicar los principios del marxismo-leninismo y del socialismo en su propio país, pero no de desviarse de dichos principios si quiere seguir siendo un partido comunista... El debilitamiento de cualquiera de los vínculos dentro del sistema mundial del socialismo afectan directamente a todos los países socialistas, que no pueden mostrarse indiferentes ante ello». Ante la arremetida contra Ucrania que prueba lo poco aprendido de las enseñanzas de la Historia, resulta tan vigente como pertinente la «pregunta culminante» que Churchill formuló el 16 de octubre de 1938 ante los intentos pangermanistas de anexionarse Austria y Checoslovaquia (el nominado Anschluss ) . Ésta no era otra que, si aquel «mundo grande y optimista de antes de la guerra, donde cada vez hay más esperanza y placer para el hombre común», haría frente bien con sumisión, bien con resistencia, a la amenaza que tenía ante sus ojos, pero que muchos no querian ver. Cuando llegara el Día D y la Hora H, dudaba que «todavía quedarían medios de resistencia» debido a la política de apaciguamiento con el nazismo del primer ministro Chamberlain, tan denostada por él como apreciada por la opinión pública. Con la tragedia de una guerra mundial de por medio, cuando pareciera que ya estaba malquista, resurge aquella política de condescendencia con el totalitarismo signada por el acuerdo de Múnich de septiembre de 1938 por el que Chamberlain, según Churchill, teniendo que optar entre la guerra y el deshonor escogió el deshonor y se encontró con la guerra. Creyendo haber labrado la paz de su tiempo, consintió el órdago que Hitler había lanzado al Gobierno checoslovaco para que le entregara los Sudetes, provincias de habla alemana, a cambio de paralizar un expansionismo que, a los seis meses, se tragaría Chequia y absorbería Eslovaquia tras dejarla independizarse previamente. Al año atropellaba Polonia con el salvoconducto de la URSS, lo que originó el estallido de la Gran Guerra Mundial, por medio del pacto suscrito por Ribbentrop y Molotov en Moscú en agosto de 1939 por el que nazis y comunistas se repartían Europa central, lo que jaleó Stalin con un brindis en honor de Hitler dado el «gran amor que siente la nación alemana por su Führer». Acusando a Ucrania de nazificación para perpetrar su invasión, Putin sigue los pasos de Hitler para apoderarse de los países vecinos que adquirieron su independencia con la implosión de la fenecida URSS . Como Alemania entonces, se considera con derecho a sojuzgarlos y lleva tiempo dando pasos en este devenir. Así, en 2008, desmembró Georgia, sin que pasase nada; en 2014 arrebató Crimea a Ucrania, saldándose con unas multas ridículas comparadas con el valor enorme de lo robado y que le animaron a penetrar ulteriormente en las provincias orientales ucranianas hasta poner en jaque al régimen de Kiev. Al tiempo, como el que engulle a dos carrillos, Putin enseña los dientes a Finlandia ya Sueciasi se empecinan en solicitar su ingreso en la Alianza Atlántica como la recién conquistada Ucrania. Sin réplica adecuada en tiempo y forma por una Europa dependiente energéticamente de Rusia y que, a base de ceder al matonismo ruso por una mal concebida realpolitik , pese a tener de su parte la fuerza y la razón, lo hace crecer exponencialmente. Resentida tras perder la guerra fría EEUU-URSS (1961-1991), como le acaeció a la Alemania nazi tras su hecatombe en la Gran Guerra saldada con el humillante Tratado de Versalles para limitar futuras aventuras militaristas, la Rusia de Putin ansia sacarse la espina . No sólo recupera el terreno perdido, sino procura su hegemonía europea con una guerra híbrida que combina la invasión de los países fronterizos, así como el socavamiento y desestabilización de las democracias europeas. No en vano, interfiere en sus procesos electorales o referendos con su arsenal de noticias falsas e intoxicaciones para manipular los estados de opinión de la gente. Sin olvidar su fragmentación abonando el secesionismo en la Europa de los 27. Se atribuye a Putin la aseveración de que tener nostalgia del comunismo equivale a no tener cerebro, pero no lamentar la consunción de la URSS supondría no tener corazón. En este sentido, después de perder la primera Guerra Fría, se aprest a ganar la segunda a las democracias occidentales saliendo de la hibernación que el oso ruso ha prolongado desde un largo invierno que se remonta a 1991 a raíz de disolverse la URSS cuando parecía haber produjo un fin de la historia que ahora regresa abruptamente hacia un pasado que se juzgaba sepultado. La caída del Muro de Berlín y los sucesos de la plaza de Tiananmén en 1989 aparentaban haber enterrado el comunismo o, al menos, en el caso chino, que no podría seguir siendo igual que antes de esas rotundas muestras de protesta. Lejos de ello, acomete la demolición de una Europa que, sin el esfuerzo común, se derrumbará si es que ella no se abate a sí misma huyendo del presente con unos delirantes planes de futuro activados en la Agenda 2030 que encomienda sus aprovisionamientos neurálgicos a terceros de los que se hace rehén y dependiente. Como se ha constatado dramáticamente durante la falta de suministros sanitarios básicos en la pandemia del Covid-19 y luego se ha prolongado con provisiones materiales a la industria continental. No extrañará, por tanto, que la tormenta en ciernes y los afanes imperialistas de rusos y chinos hayan cogido a la OTAN, de cara a la cumbre de Madrid , reorientando su estrategia hacia el cambio climático y olvidando que el Tratado del Atlántico Norte se hizo para frenar las ambiciones imperialistas soviéticas que última ahora recobra tras evidenciarse que el comunismo sólo se impone por la mentira y el uso de la fuerza. Aunque haya sido reprobado por la historia, pero no por los tribunales como sí lo fue el nazismo en Nuremberg, nadie debería ignorar la historia ni hacer un ejercicio deliberado de ceguera voluntaria para no mirar de cara la realidad exigente de los hechos. En esta encrucijada, ser engañado no es ninguna excusa ni hacérselo tampoco en un momento comprometido en que, como explícito el dramaturgo y luego el presidente checo Havel , gran resistente contra el comunismo, «la esperanza no es la convicción de que las cosas saldrán bien, sino la certificacion de que algo tiene sentido, sin importar su resultado final». Bien lo supieron El maestro Juan Martínez que estaba allí (en Kiev) y su relator Chaves Nogales, dos errabundos de esa libertad que, en cualquier momento, puede arriar su bandera en esa plaza de Maidan, emblema del fin del comunismo y de la independencia de un país que luchó por su libertad y la de todos, sin que el mundo se percate realmente de lo que está en juego. Si el biógrafo de aquel bailarín aprisionado en un Kiev tan revuelto antaño como hogaño concluye que «acaso no se deba nunca superar la medida de lo humano», tampoco conviene no disminuirla a fin de preservar la dignidad de ser libres . Por eso los tañidos de la Gran Campana del Lavra en Kiev serán también los sollozos de los demócratas/>
Artículo de FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO

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