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sábado, 6 de febrero de 2021

BURÓPOLIS

Con poca información o con sobredosis de datos inútiles, el comunismo prolifera bien, como el virus.

 

 

Traslado de un enfermo en el hospital clínico de Valencia

Año 21 del siglo XXI. Un chileno desde el jardín de su casa en Santiago asiste a una importante reunión de negocios en la que también participan un chino que está en su despacho de Shanghai, un español que se conecta —todavía desde el coche— en Getafe y un canadiense que se acomoda en el sofá de su acogedora cabaña en Ontario, tan rústica como conectada. 


Se ven, se saludan, se hablan, muestran el fondo de sus casas —el español lo hará cuando llegue de una vez y el chino prefiere difuminar cualquier referencia—, comparten documentos y llegan a firmarlos. Todo de forma inmediata o, como se maldice ahora, “en tiempo real”. La cosa va tan bien que hasta se culmina una transferencia que llevaban tiempo persiguiendo y que les permitirá cerrar otro buen año.

La excelente calidad de la conexión y la sensación del deber cumplido relaja por fin la reunión virtual. Es una pena despedirse ya con lo bien que funciona este software de videoconferencias así que, tras un breve silencio, el español expresa su preocupación por la pandemia e invita a sus colegas a comprobar, también de forma inmediata y con el tiempo tan real como de costumbre, un mapa interactivo que muestra los contagios por comunidades, por provincias, por localidades, por barrios… Imposible mayor detalle.

El invento no es cosa de ricos o expertos en tecnología, nada más lejos. Lo ha buscado por Google y ha elegido el primero de los miles de resultados obtenidos, casi al azar. ¿Y de vacunas cómo vais?, le pregunta, 6.100 kilómetros al noroeste, el canadiense. En pocos segundos el español muestra otros tantos gráficos de número de vacunas ya administradas por comunidades, provincias, localidades, barrios… y una calculadora virtual, que calcula igual que las otras, que permite conocer cuándo le tocará a uno el pinchazo salvador, en teoría. Igual que los índices de contagios, el asunto de las vacunas le ha llegado a borbotones al teléfono móvil antes de compartirlo con sus lejanos amigos… cualquiera puede tenerlo desde una wifi gratuita.

Sabemos más que nunca y antes que nunca. Mejor dicho, tenemos más acceso al conocimiento que nunca y a una velocidad de verdadero vértigo. Pero junto a la avalancha de datos, al chileno, al chino, al español y al canadiense les llegan otras noticias más prosaicas: altos cargos de medio pelo que se cuelan en la cola de vacunación, cálculos erróneos de número de vacunas, jeringuillas —mejor decir ya viales, para estar al día— inadecuadas, excusas, muertes ocultadas, malas predicciones, peores ejemplos…

Por cierto, ¿tenemos más datos que nunca y aun así llega a España un gobierno comunista?, exclama socarrón el chileno. Y China tiene más poder que nunca y tenemos a Occidente narcotizado, acota el canadiense. Lo corrobora, resignado, en silencio, con un leve gesto y mirando de reojo tras de sí, el colega de Shanghai. Con poca información o con sobredosis de datos inútiles, el comunismo prolifera bien, como el virus. Si lo sabrá él… que ya parece que le flaquea algo la conexión con un sospechoso parpadeo que congela por momentos su imagen.

El de Ontario pregunta al madrileño de Getafe —ya ha salido del coche y por fin está en su despacho—, por qué no comenta nada de todo esto en redes sociales, que sabe que se le dan muy bien y que tiene muchos likes y muchos RT y una abultada comunidad virtual anónima que lo aúpa al olimpo de Matrix. Ya, pero es que las cosas están feas y ahora te cierran una cuenta por menos de nada. Que se lo digan al chileno —asiente con gesto de hartazgo el de Santiago— que un día elogió no sé qué políticas de pensiones y le cerraron todo por hacer apología del asesinato de Salvador Allende. ¡Cómo se reía en Twitter Nicolás Maduro!

Un dron asoma por la ventana del contertulio madrileño y el zumbido de abejorro mecánico se cuela en la conversación… ¡Uy, perdón…esperad!, que no sé si han cambiado las ZBS. No tiene nada que temer porque dispone de un salvoconducto que le permite entrar y salir aunque nunca rebasar el toque de queda, pero sabe que su vecina, en la que se fijó hace ya unos meses, no debería estar en el piso de al lado si se han cambiado el régimen de las ZBS porque, en realidad, no vive allí. Decírselo amablemente le permitiría un rato de conversación. 

¿Y qué son las ZBS?, se pregunta, todavía nervioso por la repentina mala conexión el amigo del fondo borroso de Shanghai. Pues son las zonas básicas de salud —contesta el madrileño sin quitar la vista del móvil—, que se abren o cierran dependiendo de la IA, o sea, de la incidencia acumulada… nos informan cada viernes de los cambios. Parece que, de momento, no hay riesgo de que la vecina emigre y vuelve a levantar la mirada relajada a la pantalla de multiconexión.

Para no caer en riesgos innecesarios, —el dron ha acongojado al chino que todo lo cree posible y hace bien— los amigos deciden hablar de cuestiones más técnicas. Porque si ayer no sabíamos distinguir entre un virus y una bacteria (el bachillerato está en vías de prohibición) hoy somos capaces hasta de opinar sobre mutaciones y cepas. Y qué decir de las mascarillas, que antes sólo llevaban médicos y ebanistas o de las pruebas diagnósticas, los hisopos, las torundas, los IgG y los IgM, los test de antígenos para sintomáticos o no… las PCR —el chino se lamenta de nuevo, ahora con gesto de dolor—, los CT, los anticuerpos… 

A veces, hasta los expertos tienen que buscar una frase que nos sorprenda un poco porque no hay nada más ingrato que dar clase a “enteraos”, sabihondillos o iniciados sobrevenidos que se olvidan de todo lo aprendido en Wikipedia —sustituta del Bachillerato— en menos de un mes. Se creen el tendido 7 de la inmunología. Eso, hoy; mañana lo serán de sismología.

Tenemos demasiado y sirve para poco. De hecho, este exceso surte el efecto contrario. Ninguno de los cuatro ha pronunciado esta frase pero los cuatro la comparten y el silencio, más amplio que los anteriores, así lo atestigua.

En España tenéis muchos bares, dice el de Ontario queriendo dar una explicación a los contagios que aplaque su envidia pese a la pandemia. ¡Y qué bares!, añora rápido el chileno, conocedor y aficionado a los buenos vinos. Sin dejar de pensar en las ZBS, o quizá en la vecina, el de Getafe no consigue explicar que, pese a tanto índice, ni el dron sabe si los bares son vectores de contagio… ¡si los cierran en todas partes y no hace más que subir la maldita curva! 

El tal Simón —se ve que los colegas le conocen porque han murmurado en lengua materna al oír el nombre— achaca la ola a las Navidades caseras pero nadie tiene claro de veras dónde nos contagiamos. Aquí, al menos, tenemos el aperitivo a salvo y después de la nevada hemos perdido el miedo al frío de las terrazas. Levanta una ceja el de Ontario, que tiene un surtido de palas de escándalo y añade, con cierto aire de superioridad, que estuvisteis una semana hablando de la gran nevada y al final os sepultó. Ya… otro ejemplo de exceso de información inútil. Ahora tenemos palas hasta en pisos interiores en el centro de Madrid. No sé si volverá a nevar.

El canadiense no sabe de bares pero domina las inclemencias y necesitaba reponerse un poco de la sana envidia. En fin, que lo de los bares es otro caso de desconocimiento castigado con el cierre. Ni mapas interactivos, ni calculadoras ni nada. Pero cerrar es fácil, lleva haciéndose desde tiempo inmemorial para evitar que entre el enemigo, que salga información, que se sepa de uno o que se conozca la vida extramuros. 

El chino ya no sabe adónde mirar para hacer ver que está de acuerdo, porque el extraño parpadeo de su casilla en la pantalla de videoconferencia cada vez es más intenso. El chileno iba a hacer una broma con la Gran Muralla pero se abstiene porque sabe que el canadiense recordaría entonces la revolución cultural y de ahí a Xi Jinping hay bien poco. A ver si ahora por una gracia se va a ir al traste el negocio o algo peor.

Hay una patria común en la que España, ahora sí, tiene el peso que se merece. Se llama Burópolis, está en todas partes y, aunque su territorio principal es Europa, se puede ser ciudadano de pleno derecho de forma virtual, vivas donde vivas. El chileno, el chino, el español y el canadiense son buropolitas aunque no saben con certeza si conlleva ventajas, riesgos o simple abandono. En otros tiempos no se habrían conocido, eso es verdad. Y poco más.

La videoconferencia se va agotando por sí misma aunque todos querrían decir más cosas. El de Canadá iba a sacar el tema de los fondos europeos sabiendo que el chileno despotricaría con gracia y que el chino temería seriamente el turno del español. Porque el de Getafe, que ya se ha asegurado de que la vecina podrá volver el lunes, diría lo que opina de España y del socialismo gestionando fondos, y más ahora con los comunistas en el poder. Justificar el dinero para que te lo den es una broma de mal gusto con la que está cayendo. 

Y explicaría lo del PER, lo del lino, lo de los cursos sin cursos o el Plan E de Zapatero, nombre propio que volvería a levantar murmullos en el grupo. Cuando algo se llama “fondo”, es lo que tiene. Lo gastaremos en digitalización, en tecnologías verdes, en zanjas sin otra pretensión que la de ser zanjas o en políticas contra el cambio climático antes de que nos sorprenda otra nevada anunciada en ese “tiempo real” que nos come la vida y nos nubla el conocimiento. 

O sea, gastaremos en reconstruir lo que no se ha destruido porque dicen que así se crece. Y luego diría que al fin y al cabo ninguno de los cuatro podía quejarse porque les va bien, a lo que el chileno contestaría diciendo que eso no quita para criticar. El de Shanghai asentiría imperceptiblemente por enésima vez si es que le ven con tanta interferencia repentina sólo en su casilla.

Nos sobrarán vacunas al final, recuerda en silencio el del piso de Getafe, y podremos ayudar a otros. ¡Bah! Se emitió en directo la primera vacuna como si fuera una edición audiovisual vanguardista de Ustedes son Formidables, que aquello sí que tenía mérito. 

Pero el salvador ahora es el Estado que llega en camiones con pegatinas y la caja cargada de vacunas. Araceli se llamaba y se llama la buena señora que a sus 96 años sabe mucho de confinamientos, toques de queda y limitaciones pero nada de IA, PCR o drones. El NODO socialista se quedó ahí, en el primer pinchazo a Araceli. Luego han desmontado el circo, apagado los focos, se han retirado las pegatinas y los camiones han vuelto al garaje. 

La curva se suavizará y lo de las vacunas va para largo así que el exministro puede estar tranquilo en su campaña y ahora toca pensar en qué vamos a gastarnos los fondos buropolitanos, que si no, nos quedamos sin ellos.

En el año 21 del siglo XXI ya vuelan los taxis de Bruce Willis pero Burópolis no sabe qué hacer con las vacunas. Para tenernos en casa entretenidos hay tecnología, medios y datos de sobra.

Fin de la conexión. Yo creo que la vecina no tiene problemas de ZBS porque es doctora en algún hospital. En Santiago y en Ontario apenas empieza el día, en Madrid todavía se puede dudar entre un café y una caña y en Shanghai, como en todas partes, es mejor irse a dormir sin mirar el móvil.

 

 

JAVIER SOMALO   Vía LIBERTAD DIGITAL

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