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domingo, 30 de enero de 2022

LA GUERRA DOMÉSTICA DE SÁNCHEZ CON SUS SOCIOS

En El fuste torcido de la humanidad, el pensador británico de origen ruso-judío Isaiah Berlin, el intelectual liberal más relevante del siglo XX, se apoya en esta cita de Kant para titular su historia de las ideas. «Jamás se hizo nada derecho con la madera torcida de la humanidad», había señalado el gran filósofo alemán y el autor de La Regenta, Leopoldo Alas Clarín, lo versificó de manera un tanto ripiosa: «Árbol que crece torcido/ tarde su tronco endereza/ pues hace naturaleza/ del vicio con que ha nacido». Aunque Berlin se mostrara conforme con el aserto kantiano de que con un leño torcido nada puede forjarse que sea del todo recto, no por ello, quien era renuente a cualquier fatalismo extremo y al determinismo mecánico de la historia, dejaba de animar a ponerlo recto. Sin embargo, traído al campo de Marte de la política española, nada anima a transitar por esos optimistas derroteros. Basta contemplar como cada día que pasa se ladea y escora más el fuste torcido en el que quiso auparse Pedro Sánchez para llegar y mantenerse en el poder merced a su alianza Frankenstein con todos los detractores de la Transición a la democracia, de la Constitución y de España como nación. Si al doblegarse a todos los enemigos declarados del Estado renunciaba a forjar una política de Estado, al ser imposible manufacturar un cesto de esa compostura con mimbres tan inconvenientes como incompatibles, ahora comprueba además que, siendo feudatario de tribus tan variopintas como aunadas en un devastador propósito final de destrucción del régimen constitucional, tampoco puede efectuar siquiera otra política de gobierno que no sea de división y polarización de la sociedad hasta enfrentar a sus partes entre sí. Cúmplese la autoprofecía que enunció al aventurar que «sería un presidente del Gobierno que no dormiría por la noche... junto con el 95% de los ciudadanos, incluida la mayoría de los votantes de Podemos, que tampoco se sentirían tranquilos». Pese a lo cual, se encamó con esos extraños compañeros de lecho e incorporó al dormitorio -cual camarote de los hermanos Marx- hasta el brazo político de los pistoleros ETA después de negarlo con la vehemencia del marido infiel sorprendido en colchón ajeno. «Con Bildu -reiteró en abril de 2015 en Navarra TV- no vamos a pactar. [...] Nosotros tenemos una línea roja, que es la defensa de la Constitución. Creo que estoy siendo bastante claro. Perdone, pero si quieres [pasando a tutear al entrevistador para vencer su escepticismo] lo digo cinco veces o 20 durante la entrevista». No sólo ha pactado, sino que ha blanqueado a la tapadera etarra al frente de la cual, descapuchados, comienzan a aparecer los jefes de la banda criminal, mientras que los asesinos que cumplen pena son acercados a cárceles vascas por la Moncloa -votos por presos- antes de beneficiarse de medidas de gracia como sus colegas golpistas catalanes y bailar sobre las tumbas de sus víctimas traicionadas de la forma vil que profetizó la socialista Pilar Albisu a Patxi López. Al observar cómo ponía en un lado de la balanza la vida y la dignidad, y en el otro el poder y el interés del partido, le espetó la madre de los Pagaza: «Dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son». «A tus pasos -concluía esta veterana socialista que había sufrido el asesinato de su hijo y la amenaza a toda la familia- los llamarán valientes. ¡Qué solos se han quedado nuestros muertos!, Patxi. ¡Qué solos estamos los que no hemos cerrado los ojos!». Todo lo negado es credo de un PSOE que, ante el silencio cómplice del partido, excepción hecha de algunas muestras de lamento, no cabe circunscribir al sanchismo como malformación socialista. Mucho menos luego del abrazo de Vergara entre Sánchez y González en el congreso XL de Valencia. Aquel «¿os imagináis esta crisis en Cataluña con la mitad del Gobierno defendiendo la Constitución y la otra mitad del Gobierno, con Podemos dentro, diciendo que hay presos políticos y defendiendo el derecho de autodeterminación?» que lanzó en Tenerife en la precampaña de las elecciones de noviembre de 2019, se engrosa con nuevos asuntos -ya sea la contrarreforma laboral o la posición española sobre la amenaza rusa a Ucrania- y lleva a inquirirse como él mismo Sánchez ante los asistentes a aquel mitin: «¿Dónde estaría España y dónde estaría la izquierda?». Aquella interrogación retórica es una certeza merced a quien resulta ser un tentetieso para sus socios y aliados, que le mueven en cualquier dirección, pero cuidándose de no derribarlo para exprimir a conveniencia. En este sentido, la convalidación o no esta semana de la contrarreforma no deja de ser una escaramuza. Como colige Mefistófeles en el Fausto, de Goethe, Sáncheztein ha acabado dependiendo del Frankenstein que armó para asaltar el poder siendo el presidente con menos escaños propios de la democracia. Por eso, en contra de los usos de las democracias, en las que hay una sostenida comunicación entre el presidente y el jefe de la oposición sobre asuntos de Estado por encima de las divergencias y enfrentamientos, como siempre hicieron todos sus antecesores sin excepción, Sánchez no toma el teléfono con esa finalidad básica para charlar con Casado, sino que lo hace para parodiarse a sí mismo y recrear al gran Gila y su monólogo telefónico «¿Es ahí la guerra?». Como ha hecho con ese vídeo de consumo interno arrogándose un ridículo protagonismo en la eventual solución a la ofensiva rusa sobre Ucrania, mientras los líderes europeos hacían rancho aparte con un Biden al que le alcanza con saludarlo en junio en la conmemoración en Madrid del 40º aniversario del ingreso de España en la OTAN. En ese brete, Sánchez bastante tiene con hacer frente a la oposición que le urden sus socios del Gobierno de cohabitación tanto dentro del Consejo de ministros como fuera del mismo como para enfrascarse en el lío ucraniano. A este propósito, el desahuciado electoral Pablo Iglesias reaparece como un alien y se erige en líder natural de los podemitas frente a la pactista Yolanda Díaz, a quien le legó su vicepresidencia en el Ejecutivo, pero no los galones de la formación, y es el interlocutor directo con ERC y Bildu mancomunados desde el pacto de Perpiñán de ETA con Carod-Rovira. Quizá sea ahora, con este octavo pasajero, jugando a ser periodista para hacer política del mismo modo, cuando padezca Sánchez el insomnio al experimentar cada vez que trata de moverse por su cuenta y riesgo las cadenas que le apresan. Aunque las envuelva con guirnaldas de flores, su sonido es apreciable, por lo que trata de ocultarlo con mandobles contra una oposición a la que, haciendo gala de un gran cinismo, le reclama nada menos que sea lo leal que él presume haberlo sido con Rajoy. ¡Como si hubiera echado en saco roto su «¿qué parte del no es la que no entiende, señor Rajoy?» para no facilitar absteniéndose su investidura o como lo derribó con una inédita moción de censura tras acercarse a éste para aparentar ser un «hombre de Estado» -así se lo distinguió la incauta víctima- frente al «frívolo» Rivera que le movía la silla! En realidad, Sánchez lo que persigue, más que regatearle el pan y la sal a la oposición, es negarle su existencia misma, mientras hace frente a la guerra doméstica que se registra en la actual bloque de investidura y a la que trata de sobreponerse atribuyéndose un desempeño estelar en el contencioso ruso-ucraniano. Un dislate en toda regla debiéndoles el poder a quienes, después de la rectificación socialista del «no a la OTAN» en el referéndum del revés que convocara González en marzo de 1986, añoran tanto el Pacto de Varsovia como Putin el imperialismo de la vieja URSS fortificado al final de la II Guerra Mundial. Si durante la Guerra Fría el presidente francés Mitterrand ironizaba con el «nosotros tenemos los pacifistas y los soviéticos tienen los misiles», que se hizo patente a propósito de las algaradas contra la instalación de Reagan de los Persing-2 y los misiles de crucero contra los SS-20 soviéticos, qué se puede decir de un consorcio gubernamental en el que una parte mira a Washington y la otra a Moscú. De esta guisa, cuando Sánchez trata de sacar pecho como comandante en jefe a bordo de su particular Air Force One en forma de Falcon, se lo hunden unos socios con los que podrá compartir los secretos de la seguridad nacional, como hizo empotrando a Iglesias en el CNI, pero no están dispuestos a consentirlo los mandatarios de una organización que nació para preservar la libertad de la Europa de la postguerra con un paraguas militar que permitió dotarse a su vez a ésta de su estado del bienestar. Pese a los que se puede presuponer, los hechos tienen una fuerza que es insensato ignorar y que se vuelve contra aquellos que hacen publico desprecio de ellos como un Sánchez que, por no saber hacia que puerto dirigirse, no puede aprovecharse de los vientos favorables en una hora en la que España, tras haber podrido su relación con EEUU, podría aprovechar sus bazas -tanto la presencia de bases conjuntas como su pertenencia a la OTAN- para evitar como, a costa de sus intereses esenciales, las prioridades estadounidenses se desplazan al otro lado del Estrecho tras su entente con Marruecos, Israel y otros países árabes. A este respecto, coincidiendo con la muerte del Secretario de Estado, Colin Powell, al que recurrió la jefa de la diplomacia de Aznar, Ana Palacio, para que la ocupación marroquí del Peñón de Perejil no fuera a más, el Pentágono estrecha su ligazón con el reino alauita -presente desde la Marcha Verde sobre el Sáhara- aprovechando la pérdida de influencia española desde que Zapatero no se levantó al paso de la enseña de las barras y estrellas en el desfile del Día de la Hispanidad de octubre de 2003 para abanderar el antiamericanismo de la izquierda y de otros sectores antitéticos pero participes de ese sentir desde que se perdió Cuba. Así, como en la vida política amargan más los errores que las desgracias, Sánchez puede haber arruinado uno de los dos hitos, junto a la presidencia europea de turno en el último semestre de 2023, que disponía para investirse del estadista que niega con su conducta. Así, en la cumbre de la OTAN de Madrid, quedará en un acto protocolario en el que puede toparse en la puerta con manifestantes de la Alianza Frankenstein con Iglesias arengando contra su socio de gobierno. De hecho, mientras Sánchez ofrece cazas a Bulgaria y envía fragatas al Mar Negro, éstos retoman el «no a la guerra» en contra del agredido por el expansionismo de un Putin que relanza el intervencionismo del Brézhnev que aplastó la Primavera de Praga en 1968. Bajo el señuelo del «No a la guerra», la izquierda radical recobra el «¡Viva Rusia!» de aquella desfalleciente república sin republicanos de la España de los años 30. No caber esperar que Sánchez que, como el personaje de Pereira, el protagonista de la gran novela de Antonio Tabucchi, acabe por desentenderse de la realidad que él mismo ha ayudado a construir y restituya el sentido de las cosas. Para ello, habiendo llegado tan lejos, debería disponer de las capacidades del barón de Münchhausen para enderezar un fuste torcido que puede arrastrarlo al suelo sin remisión. Si este fabulador militar alemán que luchó contra los turcos al servicio de Rusia, popular por sus fanfarronadas recopiladas en el libro de aventuras del escritor alemán Rudolf Erich Raspe, intentó salir de las arenas movedizas tirándose a sí mismo de sus cabellos, a Sánchez le correspondería una inverosímil fantasía de ese tenor. Demasiado para Sánchez. FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO

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