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domingo, 8 de mayo de 2022

El zapatófono de Sánchez y el insomnio español

Sánchez naufraga procurando subsistir prendido por los sargazos que alimentan sus mentiras
ULISES CULEBRO />
Cuando en diciembre de 2019 Sánchez repitió la cita con las urnas para mejorar sus resultados de abril mediante unas fallidas elecciones plebiscitarias sobre el sofisma de Yo o el caos -como si una cosa y la otra fueran asunto diferente en su caso-, se hizo realidad la gran portada del semanario Hermano Lobo en la que el orador plantea esa disyuntiva y el público chilla "el caos, el caos" sin que el tribuno pierda un segundo en aclararles: "Es igual, también somos nosotros". Al cabo de este tiempo, esa realidad se ha hecho clamorosa en el Gobierno de cohabitación socialcomunista hasta el punto inusitado de estar a la greña ministros socialistas entre sí y ministros podemitas enfrentados a su vez con estos y desavenidos entre ellos. Un pandemónium de imposible gestión y de visibles secuelas para un ciudadano sumido en el insomnio que le inocula Sánchez a modo de socialización de su propia culpa y de la que hace chivos expiatorios a los españoles en su conjunto. Mucho más cuando sus aliados parlamentarios zamarrean la estabilidad gubernamental con cualquier excusa y razón, mientras el presidente pugna por sobrevivir haciendo añicos el Estado hasta arriesgar el aserto del canciller de hierro Bismarck de que éste es el país más fuerte del mundo pues "los españoles llevan siglos intentando destruirlo, y no lo han conseguido". Cuando, creyendo haber conjurado el insomnio, unió su destino a tales socios en enero de 2020, produjo su putrefacción y la ajena como a aquellos prisioneros a los que Mecencio, rey de Etruria, amarraba a un cadáver. Dicho pacto, fundado en el imperativo de salvar aún en la descomposición la sustancia, tiene visos de perdurar porque el horno de las encuestas no está para bollos ni Sánchez para pisar la calle en romería. No hay que descartar que, atrapado, responda como una fiera acosada y le pegue una patada al ajedrez para hacer rodar las piezas presentándose, por enésima vez, como lo que no es ni siente. Si los hermanos Marx en el Oeste avivaban la caldera de la locomotora quemando los vagones al grito de Groucho de "¡esto es la guerra, traed madera!", Sánchez arrasa, junto a la economía, las instituciones que, previamente, desacredita para facilitar su demolición y se cobra la cabeza de quienes cumplen con su deber. Como viene haciendo con los servidores públicos que han sabido estar en su sitio y descollaron frente al proceso independentista. Ello hunde la reputación internacional de España con episodios tan esperpénticos como su anuencia con la campaña de descrédito contra el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) de sus socios podemitas y de sus aliados soberanistas a raíz de la investigación a líderes independentistas que él mismo autorizó cuando negociaba con ellos. Tratando de salir de un charco se ha metido en un océano del que ha debido ser rescatado por el PP al votar en contra de la creación de una comisión de investigación sobre espionaje auspiciada por los socios a los que acomodó en la Comisión de Secretos Oficiales con la connivencia de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet. Una suma de dislates coronada al airear el lunes el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, en un caso insólito en el mundo, las escuchas de las que habría sido objeto Sánchez en la primavera de 2021 para asimilar la situación de éste a la de los secesionistas involucrados en el intento de golpe de Estado de 2017 en Cataluña que han puesto en solfa al CIS y, de esta forma, soslayar su inculpación. Siendo responsable de la integridad de las comunicaciones de los ministros, Bolaños emuló en la surrealista rueda de prensa del lunes al capitán Renault en Casablanca. Tanto en la escena que resuelve, a instancias del mayor alemán Strasser, clausurar el Rick's Cafe Americain porque "acabo de descubrir que en este local se juega", mientras el croupier le desliza un fajo de billetes con un "sus ganancias, señor". Como aquella otra en la que Renault libra de ser ajusticiado a Rick tras disparar al militar nazi al instar a sus subordinados a que "capturen a los sospechosos de siempre" dando paso al "principio de una hermosa amistad". Diez días antes de este ceremonial de confusión por parte del Gobierno presumía, en respuesta parlamentaria, de estar "en condiciones de anticipar y prevenir ciberataques, y de mitigar sus efectos, recuperar las funciones afectadas y responder debidamente en caso de que estos se produjesen". Al primer tapón, zurrapas. Claro que, además de rezumar zafio oportunismo, la revelación de que la infección del teléfono del presidente a través del programa espía israelí Pegasus se habría producido entre el 19 y el 31 de mayo de 2021, en plena crisis diplomática con Marruecos, ha contribuido a desatar todas las conjeturas sobre la incidencia que la sustracción de 2,5 gigas del móvil pudo tener en su decisión unipersonal de aceptar, en la práctica, la absorción por Rabat del antiguo Sáhara español. Era lo que le faltaba para mover a la desconfianza en todas las direcciones. Si provocó innecesariamente a Rabat trayendo a España al líder del Frente Polisario para luego darle a Marruecos hasta lo que no le corresponde sin contraprestación alguna para cerrar la crisis diplomática, ahora desteje lo hecho mediante su atrabiliario proceder. ¿Hay quien dé más? Hace ahora un siglo se registró un sonoro escándalo en el Reino Unido. Quebrantando todas las reglas al uso, Lord Curzon, secretario del Foreign Office, citó públicamente en 1923 los textos que sus servicios de inteligencia habían interceptado de los despachos cruzados entre el Gobierno soviético y sus emisarios en Persia e India. Este anuncio movió a la estupefacción de los diplomáticos a sus órdenes. Nunca -ni siquiera en las controversias más agrias- se había mencionado como prueba una información reservada que se hubiera agenciado bajo cuerda. Partiendo de que "hay ciertas cosas que no se hacen entre caballeros", los británicos consentían en que, de hacerlo, se callaban y no se presumía de ello. En suma, si los gobiernos mantienen servicios secretos es para escudriñar los planes ajenos sin discernir entre amigos y enemigos, pero por ningún motivo lo confiesan públicamente. Muchos países se espían hasta amistosamente como Obama a la canciller Merkel desde el cinismo que se deriva de la asunción de la máxima maquiavélica de que el fin justifica los medios por impúdicos que estos resulten. De hecho, con relación a la agencia de seguridad nacional norteamericana NSA, hasta que se publicaron las filtraciones de su infiel empleado Edward J. Snowden sobre espionajes sistemáticos a jefes de Estado y de Gobierno, se bromeaba con sus siglas aseverando que significaban No Such Agency, es decir, no existe tal agencia, pese a funcionar desde 1952 y con más empleados y presupuesto que la CIA. En este brete tan comprometido y comprometedor, Sánchez naufraga procurando subsistir prendido por los sargazos que alimentan sus mentiras, lo cual hace más peligroso a quien no conoce freno y no está dispuesto a romper con quienes le sostienen a flote mientras le echan una mano al cuello para que no olvide de quién depende. En este sentido, en vez de pegar un zapatazo encima de la mesa como se cuenta que hizo el líder soviético Jrushchov en 1960, en el curso de una sesión plenaria de la ONU, en respuesta al jefe de la delegación filipina que acusó a los soviéticos de imperialistas, Sánchez parodia a aquel televisivo Superagente 86. Maxwell Smart, cuyas torpes aventuras amenizaron las televisiones desde mediados de los 60 hasta casi los 80 mediante sus infinitas reposiciones, usaba un zapatófono para brindar datos secretos a Control, simulacro de la CIA, frente a Kaos, una burla del KGB como "la organización internacional del mal". "Hasta el momento nadie había hecho una serie con un idiota como protagonista, así que decidí ser el primero", dijo su creador, Mel Brooks, quien incorporó el zapatófono a esta ficción después de tener la humorada de descalzarse y empezar a hablar con el zapato con un imaginario interlocutor cuando se hallaba en su oficina y todos los teléfonos se pusieron a sonar a la vez. Al hacerles reír a carcajadas a los presentes, incorporó esa ocurrencia a la serie que hoy parodia la denuncia oportunista del espionaje del celular de Sánchez para huir de la quema. Más allá de los fuegos artificiales de la factoría de La Moncloa, lo realmente inquietante es corroborar cómo los aliados de Sánchez, con su complicidad, echan abajo el armazón del Estado. Primero el CIS, luego el Tribunal Supremo con los "autoindultos" a los golpistas, a continuación la Fiscalía General y la Abogacía del Estado, para seguir con el Parlamento como escribanía de un Ejecutivo en el que el Consejo de Ministros está en manos de unos párvulos sin adultos que pongan un mínimo orden y decoro, y ahora sitúa al CNI en el ojo del huracán hasta arriesgar operativos destinados a preservar la seguridad y la integridad territorial de España. ¿Quién se va a fiar de lo que su propio Gobierno cuestiona por sacar adelante tan sólo una votación? En su Decadencia y caída del Imperio romano, Gibbon colige que difícilmente se descubren las causas latentes del declive de un régimen hasta que el montaje se viene abajo por su peso de la forma que ahora se observa. Ocurrió cuando la vieja república romana olvidó que su mayor fortaleza era la virtud de sus gobernantes y gobernados. Este delicado momento obligará a refundar de raíz las instituciones con igual intensidad y empeño con el que Santa Teresa y San Juan de la Cruz acometieron, no sin quebrantos y mortificaciones, la de los frailes carmelitas. Estas podredumbres -delictivas muchas- se han extendido a ámbitos civiles. Demuéstrase así que no existe un poder político podrido y una sociedad civil sana cuando renuncia a su independencia y se machihembran. La sociedad civil ha degenerado del modo en que lo han hecho unos agentes sociales tan fundamentales como desacreditados con su vivir a cuerpo de rey. Estas castas privilegiadas han asumido ser instrumento de dominio social al servicio del poder. No obstante, como expresó Viktor Emil Frankl, psiquiatra austríaco que sobrevivió en varios campos de concentración nazis, "las ruinas son, a menudo, las que abren las ventanas para ver el cielo". />
Artículo de FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO

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