Las iglesias que no se toman en serio la Biblia y la Tradición están destinadas a ser cada vez menores y más irrelevantes.
DWIGHT LONGENECKER es sacerdote católico
y capellán de un colegio en Estados Unidos. Se crió en una familia y un
colegio evangélicos fundamentalistas. En Inglaterra se hizo pastor
anglicano. Casado y con hijos, entró en la Iglesia Católica y de vuelta a
Estados Unidos es sacerdote católico por una dispensa especial. Su blog
en inglés es StandingOnMyHead, muy leído y popular.
Con motivo de la reciente “expulsión” de los episcopalianos de la plena Comunión Anglicana (han quedado reducidos a la condición de "oyentes"), el padre Longenecker defiende que hoy la verdadera división se da entre cristianos “históricos o tradicionales” y cristianos “progresistas o liberales”, y vaticina que antes de un siglo la opción "progre" habrá desaparecido (o habrá dejado de tener nada que ver con el cristianismo). Para ello da 12 razones que resumimos a continuación.
1 – “Los modernistas niegan lo sobrenatural”
La religión, explica Longenecker, “es una transacción con lo
sobrenatural; sea gente primitiva danzando junto al fuego o una Misa
Solemne en una catedral católica, la religión trata de un intercambio con el Otro Mundo”. La religión trata de almas, pecados, cielo, infierno, condenación, la otra vida, ángeles y demonios, “y todo eso”.
Una religión "para ser buenos", luchar por la igualdad de derechos y
trabajar causas sociales desaparecerá, porque esas tareas se pueden
trabajar sin religión, sin nada sobrenatural. Así, la primera generación de cristianos modernistas aún va a la iglesia, la segunda sólo va a veces, la tercera no va casi nunca y las siguientes ni van ni se lo plantean. Si no crees en lo sobrenatural, el ritual no vale la pena. Y dejas la iglesia.
2- La religión progresista fomenta el individualismo, no la comunidad
Si cada persona puede decidir en qué creer, no necesita juntarse con otras personas, de hecho no lo valorará. Tenderá a mezclarse con los pocos que crean exactamente igual que él en todo, grupos cada vez más pequeños, débiles e irrelevantes, que tenderán a desaparecer.
3- El cristianismo progresista es demasiado subjetivo y sentimental
Si lo que importa no es la moral ni la doctrina, sino el “sé tú mismo” y “siéntete bien”,
si lo que se valora es básicamente el sentimiento, que es una
experiencia individual, tenderá a desatenderse el compromiso formal, el
comprometerse con una asociación o comunidad. Se puede “creer sin pertenecer”, y como es más fácil, es lo que se hará.
4- El cristianismo progresista es revisionista y se separa de la tradición
Al cortar con la tradición y despreciar la historia,
sólo le queda “lo que ahora está de moda” (que dejará de estarlo muy
pronto) y el esfuerzo agotador por someterse a las exigencias siempre
variables e insaciables de la cultura contemporánea. A quien no tiene raíces se lo lleva el viento.
5- El cristianismo progresista se basa en biblistas ya caducos
Muchos cristianos “progres” dicen seguir “la crítica moderna”… y repiten lo que dijeron biblistas alemanes del siglo XIX o
de antes de la II Guerra Mundial, porque les sonaba “desmitificador”.
Todo eso ha caducado ante los avances de los biblistas modernos de
verdad, los que publican en el siglo XXI y aplican métodos de historia y
arqueología, no de ideología, y que refuerzan la fiabilidad de la
Biblia.
6- El cristianismo “progre” morirá porque no es exigente con sus fieles
Los clérigos “progres” llevan 4 décadas diciendo que no es
obligatorio ir a la Iglesia, que sólo hay que acudir si se tienen ganas…
y ahora descubren con asombro que tienen las iglesias vacías. No piden a los fieles nada exigente… y estos se van porque lo menos exigente es quedarse en casa tranquilamente.
7 – El cristianismo progre fomenta el declive moral y eso lo debilita
En cualquier religión que cree en lo sobrenatural se predican las virtudes, que implican esfuerzo. Se pide pureza moral, autocontrol, disciplina… Pero la religión progre ofrece, en realidad, hedonismo, aunque un poco aguado.
Las personas quieren religión en serio o hedonismo sin aguar, así que
dejarán la religiosidad “progre” y elegirán entre esas dos opciones.
8- El cristianismo progre no tiene natalidad
Una religión que no tiene hijos desaparece con rapidez. Una religión que
admite la anticoncepción e incluso la alaba, o que permite el aborto, será demográficamente irrelevante muy rápido, especialmente si compite con otras que fomentan la fecundidad y la familia.
Pastoras de una iglesia muy liberal a favor del aborto ("pro-choice")
9- El cristianismo del Sur está en alza
Los episcopalianos de EEUU han sido castigados en la Comunión Anglicana
por los anglicanos de África, que son inmensa mayoría y en crecimiento. El cristianismo en África, Asia y Sudamérica es creativo, vigoroso, crece y enlaza con la Biblia y la tradición histórica y moral. Será el que marque la línea en este siglo XXI.
10- Los “progres” ya son “establishment”, “mainstream”, “lo estándar”, lo aburrido…
Hoy ser “progre” es lo estándar, es lo que todos hacen, es burgués y
mediocre… Los antiguos radicales hoy son parte del “establishment”. Son
el sistema. Y la verdadera religión siempre tiene algo de antisistema,
de rebelión ante la lógica de la mediocridad establecida. Por eso la religión progre aburguesada no atraerá a las personas que buscan verdadera religión.
Obispesas episcopalianas en EEUU: la
Comunión Anglicana ha reducido a esta iglesia, hace un siglo la más
prestigiosa del país, a mera "oyente"
11- Hoy los verdaderos radicales son los cristianos históricos, tradicionales
Si todo el mundo es progre, el conservador es el nuevo radical. En un
mundo promiscuo, el casto es radical. En un mundo glotón, el que ayuna
es radical. En un mundo relativista, quien tiene convicciones firmes es
radical. En un mundo materialista, quien cree en lo sobrenatural es
radical. Y esa radicalidad atrae a la gente.
12- El cristianismo progre se vacía… por sus puertas tan abiertas
El gran dogma “progre” es “las puertas están abiertas para todos”. Pero
nadie quiere apuntarse a un club que no tiene reglas de admisión. Un
club para todos en realidad es un club para nadie. Una iglesia sin
dogmas ni moral no rechazará a nadie, pero nadie va a sentir que deba
acudir o pertenecer a ella. Por esas puertas tan abiertas nadie va a entrar para quedarse, y muchos de los que estaban, se marcharán.
La paradoja que los sociólogos y el padre Longenecker detectan es que,
al final, las religiones exigentes en lo moral, con doctrinas claras,
llamado comunitario (no individualista) y visión sobrenatural son las
que sobrevivirán a la prueba del siglo XXI y crecerán.
Vía RELIGIÓN EN LIBERTAD
Artículos para reflexionar y debatir sobre temas y cuestiones políticas, económicas, históricas y de actualidad.
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lunes, 25 de enero de 2016
ANATOMÍA DE UN SUICIDIO POLÍTICO
La ausencia de una cultura del pacto ha colocado a la política en un callejón de difícil salida. El regate en corto se ha impuesto. El sectarismo y los cordones sanitarios impregnan hoy la vida política
Fue Nietzsche quien pronunció una frase prodigiosa: “¡Contradícete a ti mismo! Para vivir es necesario permanecer dividido”. El Partido Socialista es un claro ejemplo de que la máxima del filósofo se cumple. Pero Nietzsche, cuando animaba a rebelarse contra la moral tradicional en el marco de la filosofía de la sospecha, lo hacía desde la convicción de que había que desenmascarar las viejas conductas.
O lo que es lo mismo: la modernidad exige desnudar los comportamientos cínicos que sólo pretenden ocultar vergüenzas inconfesables. Justo lo que parece ambicionar Pedro Sánchez cuando plantea un pacto con Podemos sólo para seguir gobernando Ferraz. O el propio Pablo Iglesias cuando, de manera hipócrita, ofrece un Gobierno de coalición para derribar a su aliado a las primeras de cambio. O Mariano Rajoy cuando, en lugar de enfrentarse a un mal trago, hace mutis por el foro para salvar la cara y ganar tiempo, convirtiendo algo tan representativo simbólicamente como un debate de investidura (expresión del voto popular) en pura marrullería política.
Oscar Wilde puso en boca de uno de sus personajes la idea que resume el error de Sánchez cuando hasta la humillación del pasado viernes buscaba un pacto a cualquier precio con formaciones antagónicas a la cultura socialista: “Puedo comprender que los burgueses franceses hagan la revolución para conquistar ciertos derechos; pero me resulta difícil explicarme por qué los nobles rusos hacen la revolución para perderlos”.
Y el PSOE, si alcanza la presidencia del Gobierno sólo con los votos de Podemos y sus satélites territoriales (aunque se abstengan los partidos independentistas catalanes), tiene muchas probabilidades de caminar hacia la irrelevancia política. Incluso, corre el riesgo de que le ocurra lo que a los nobles rusos en la revolución decembrista, que acabe por suicidarse. No porque el programa a pactar pueda estar exento de medidas razonables -sobre todo en cuestiones de carácter social o la recuperación de algunos derechos que se ha llevado la crisis por delante- sino por lo que representa contra la esencia del socialismo democrático. No hay nada más reaccionario que explorar vías fracasadas.
Tanto el PSOE como Podemos saben que las reglas del juego existen, y prometer cosas que no se van a cumplir es simplemente engañar al electorado
Si algo ha caracterizado a los partidos socialdemócratas desde 1945 es su integración en un sistema político (ahí están los índices de bienestar en Europa) que Podemos -con la legitimidad propia de cualquier grupo político- desdeña. Ese el problema de fondo. Un pacto de Gobierno tiene mucho más significado de lo que Sánchez quiere dar a entender cuando lo plantea como unsimple acuerdo de investidura vacío de contenido y sin transcendencia ideológica.
El hipotético pacto estaría construido sobre la falacia. O sobre la farsa, como se prefiera. Se puede estar de acuerdo en que hay que derogar la reforma laboral, la ley Wert o la ley de seguridad ciudadana, pero es improbable que se pueda pactar un discurso de gobierno coherente capaz de estar vigente al menos una generación aceptado por la mayoría de españoles. Y menos cuando se trata de poner al día la Constitución. El sectarismo, desgraciadamente, ha acabado por anegar la vida política española y hoy todo el país es prisionero de la catástrofe. Sin duda, por la existencia de un centro derecha montaraz incapaz de tejer alianzas, pero también por una izquierda que forja su ideología a partir de la destrucción del adversario. Qué otra cosa son los cordones sanitarios aplicados a ciertas formaciones.
El error nacionalista
Tanto la dirección del PSOE como la de Podemos saben que las reglas del juego existen, y prometer cosas que no se van a cumplir es simplemente engañar al electorado. Podemos es muy libre de hacerlo -ahí está la Grecia deSyriza aplicando con disciplina espartana los recortes que le exige la troika-. O el Gobierno ‘de progreso’ en Portugal ejecutando bajo la música triste del fadoel mandato de Merkel sólo con algunos ajustes cosméticos. El PSOE iniciaría un camino de difícil retorno, como sufre en carne propia el PSC tras gobernar con el nacionalismo sólo para expulsar del poder al pujolismo y acabarempujándolo hacia el soberanismo. El PSC no gobernó para transformar la realidad del tejido social o la regeneración política de Cataluña, lo cual era verdaderamente necesario, sino para adentrarse en las procelosas aguas deldiscurso identitario que al final se lo ha llevado por delante.
Nietzsche lo llamo “bailar sobre el abismo”. Y eso es lo que haría Sánchez si llega a Moncloa respaldado por el 'vicepresidente' Iglesias, imagen fiel del aventurerismo político que ya denunciaba hasta la propia Rosa Luxemburgo. Su presunta audacia política haciéndole el Gobierno a Sánchez de sopetón no es valentía. Es irresponsabilidad en manos de quien no tiene nada que perder. El mejor camino para cargarse las instituciones es desprestigiarlas, como ya denunció hace muchos años Arthur Koestler. Lo decía en privado hace unos días un veterano dirigente socialista que conoce bien los entresijos de Ferraz. 'Hay dos alternativas: o Pedro [por Sánchez] opta por someterse a la investidura con el apoyo de Podemos, y eso sería un horror, o hay elecciones”.
Es falso que no haya más salidas. Las hay. El
paisaje devastador que ha dejado la crisis no merece una salida populista. Ni una solución conservadora
Lo del 'horror' no es sólo una impresión subjetiva. Es algo más. Es la constatación del fracaso histórico de España y de su clase política. La cúpula dirigente de Podemos, al contrario de lo que aparenta, no representa el progreso. Ha diseñado una formación profundamente reaccionaria.
No hay progreso cuando se reivindica una España plurinacional que quiebra el sistema educativo. O cuando se pretende fraccionar el mercado laboral por territorios limitando la movilidad para quienes carecen de empleo. O, incluso, cuando se cuestiona la unidad de mercado para favorecer los intereses regionales formulando esa teoría absurda de la España plurinacional. Ni es progresista caminar hacia la ruptura de la caja única de la Seguridad Social, el mejor instrumento de solidaridad interregional.
El nacionalismo -esa nación de naciones de la que habla Iglesias- nunca puede ser el progreso. Es el pasado. Es majadería. Nadie es de izquierdassimplemente por pedir más gasto público ni por ir en mangas de camisa para ver ‘al ciudadano Felipe VI’. Ni siquiera por amamantar a un criatura en el hemiciclo. El triunfo de Podemos ha sido haber canalizado el legítimo descontento popular, pero con un discurso trasnochado, y que sus electores perdonan simplemente porque el objetivo es impedir que gobierne Rajoy.
Es falso que no haya más salidas. Las hay. El paisaje devastador que ha dejado la crisis -por los errores cometidos por el PP desprotegiendo a muchossectores vulnerables y por haber gobernado por decreto sin tino y sin compasión en cuestiones como los desahucios o la asistencia sanitaria de los inmigrantes- no merece una salida populista. Ni tampoco una solución conservadora para dejar las cosas como están. Ni, por supuesto, pasa por entregar la patata caliente al Rey en una cuestión que atañe en exclusiva a los partidos.
Cinco millones de parados, una deuda pública que representa el 100% del PIB, el mayor déficit de la Eurozona y un grave problema de productividad y de precariedad laboral -además del pequeño tamaño de las empresas que las hace menos competitivas- son asuntos demasiado serios como para hacer ingeniería política. O económica. Y hay soluciones. Por ejemplo, que sea el líder socialista quien facilite (que no es lo mismo que apoyarlo) un pacto de investidura entre el Partido Popular -sin Rajoy- y Ciudadanos garantizando la abstención del PSOE a cambio de determinadas reformas pactadas con el nuevo Gobierno.
Exactamente, las mismas medidas (o muy parecidas) que los socialistas podrían sacar adelante con el respaldo de Podemos con el objetivo de que las instituciones vuelvan a ser creíbles para millones de españoles que han dejado de confiar en ellas y se han echado en manos del populismo.
O un pacto entre PSOE y Ciudadanos con el respaldo por fuera del Partido Popular para la aprobación de leyes que exigen elevadas dosis de consenso. 130 diputados -la suma de PSOE y C's- no son menos legítimos que los 123 del PP para formar Gobierno. Son, incluso, más. Nueve millones de votos. Es lo que tiene la democracia parlamentaria.
Abstención activa
Esa posibilidad, la abstención activa de uno u otro partido, “hoy por hoy no la veo”, sostiene, sin embargo, un dirigente socialista. El tiempo dirá si tiene razón o se está ante una hipótesis descabellada. La clave está en ese ‘hoy por hoy’, y que revela de forma descarnada cómo la política ha derivado en puro
'chauchau'. O en puro teatro, como se prefiera. Existe un riego evidente de que la legislatura del cambio sea al final la del bloqueo. Y eso, ya se sabe, sólo genera frustración y salidas políticas fáciles para resolver cuestiones complejas.
Sin duda, porque España se enfrenta a problemas nuevos (las negociaciones para formar Gobierno con un parlamento fragmentado) con el mismo guión de las viejas situaciones. Lo cual es todavía más preocupante si se tiene en cuenta que los nuevos protagonistas hablan a la opinión pública a través de la televisión. Justo lo contrario que sucedía en la Transición, cuando los líderes, unas veces de forma discreta y otras a la luz de los taquígrafos, forzaban el cara a cara para evitar problemas de comprensión que emponzoñan el debate.
Hay riesgo de que la legislatura del cambio sea al final la del bloqueo. Y eso sólo genera frustración y salidas políticas fáciles para resolver cuestiones complejas
Hay otra posibilidad que en los últimos días se está perfilando en algunas filas socialistas. Obtener la investidura con Podemos pero luego gobernar con el PP (y con Ciudadanos de forma alterna) en los asuntos de Estado. Es decir, una especie de pacto bis a la portuguesa, donde los socialdemócratas (la derecha) han apoyado al primer ministro socialista en cuestiones que tienen que ver con el cumplimiento de las condiciones del rescate.
Es verdad, sin embargo, que no hay razones para pensar que eso sea posible en España. La realidad es que el centro derecha, ya desde los tiempos de Fraga, ha hecho suyo el célebre ‘cuanto peor, mejor’. El propio Fraga, incluso, forzó una abstención de Alianza Popular en el referéndum sobre la OTAN cuando su partido era más atlantista que la Sexta Flota de EEUU. Tanto Aznarcomo Rajoy continuaron adelante con esa estrategia (al enemigo ni agua aunque el país se vaya a pique). Y eso mismo es lo que se hizo el PP cuando España estaba al borde del rescate en mayo de 2010. No parece razonable creer, por lo tanto, en una salida en esa dirección. Entre otras cosas porque sería un fraude al electorado.
No se puede filosofar a martillazos, que diría el pensador alemán.
CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL
paisaje
domingo, 24 de enero de 2016
REMOVIENDO OBSTÁCULOS: RAJOY Y SÁNCHEZ, DESTRUCCION MUTUA ASEGURADA
Los dirigentes del PP saben que Rajoy está amortizado y los del PSOE admiten en voz baja que Sánchez fue un error. Pero el régimen de intimidación cesarista de los partidos impide que lo resuelvan
Al terminar la sucia pelea de gallos que Rajoy y Sánchez protagonizaron el 14 de diciembre ante millones de españoles -incluidos, me temo, sus propios hijos-, muchos tuvimos claro que ambos estaban descalificados para conducir a España. Lo que vimos fue a un político consumido por su propia biografía, que ha llegado a encarnar todo aquello que la sociedad española detesta de la política y de los políticos; y frente a él, alguien cuya ciega ambición de poder, acompañada de sus obvias limitaciones, le predispone a rebasar en la carrera todos los límites de la razón política, incluido el respeto a la naturaleza de su partido centenario. Siempre se dijo que nadie llega tan lejos como el que no sabe a dónde va.
Todo lo ocurrido después ha confirmado la amarga sensación de aquella noche. El veredicto de las urnas fue a la vez diabólico y cargado de sentido. Con ese Parlamento, dijeron los votos, no puede haber un gobierno sin elPSOE; pero no se pueden emprender los cambios de fondo que España necesita dejando en la cuneta al PP y a la parte de la sociedad que representa. Curiosa forma de debilitar el bipartidismo, esta que consiste en hacer queninguna de las dos piezas sea autosuficiente pero ambas resulten imprescindibles. Y además, para evitar la tentación de viejos cambalaches, que ambas dependan de los nuevos actores que han aparecido en la escena. Amigo, nadie dijo que la política sea una cosa sencilla.
Han bastado muy pocas semanas para corroborar que Rajoy y Sánchez, Sánchez y Rajoy, ya no forman parte de la solución, sino del problema. Cada uno a su manera, ambos se han convertido en los principales obstáculos que impiden dar una salida racional al escenario resultante del 20-D. Aquella lamentable entrevista en la Moncloa, 48 horas después de la jornada electoral, que duró apenas 15 minutos -y le sobraron 10- fue la prueba definitiva. Recuerdo que aquel día pensé: no sé lo que pasará con España, pero sé que Sánchez se llevará por delante a Rajoy y Rajoy acabará con Sánchez. Este viernes ha marcado el principio del fin para ambos.
Pedro Sánchez y Mariano Rajoy se han convertido en los principales obstáculos que impiden dar una salida racional al escenario resultante del 20-D
Es posible, aunque difícil, que con este Parlamento el Partido Popular pueda encabezar un gobierno -siempre con la ayuda de otros-, pero tendrá que ser sin Rajoy. El actual Presidente es un obstáculo insalvable para las aspiraciones de su partido: ellos lo saben, y yo creo que él lo sabe también. Por eso el viernes hizo lo que hizo. Tiene que ser consciente de que al declinar la invitación del Rey para formar gobierno (“tengo una mayoría absoluta de diputados en contra”), estaba haciendo dos cosas a la vez: primero, preservar la posibilidad de que su partido lo intente con otro candidato si fracasa el pacto de la izquierda y los nacionalistas; y segundo, poner patas arriba la estrategia de su rival.
Así pues, el primer obstáculo que bloqueaba la solución del jeroglífico está ya despejado. Sea en un intento de investidura o en unas nuevas elecciones, el próximo candidato del Partido Popular no será Mariano Rajoy; y eso facilita muchas cosas y abre todo un mundo de posibilidades y espacios inexplorados.
Faltaba el segundo obstáculo: la cerril obcecación de Sánchez en convertirse en presidente del Gobierno a toda costa con el 22% de los votos y el 25% de los escaños. O presidente o nada, proclamó desde el primer momento. Y la realidad se está encargando de darle la respuesta: pues si te pones así, va a ser que nada.
Curiosamente, el único de los cuatro líderes nacionales que no ha hecho contorsiones extrañas desde las elecciones es Albert Rivera
Todo el mundo dice que el “pase negro” de Rajoy (un hallazgo de Zarzalejos, esa expresión) y el órdago de Iglesias aumentan la presión sobre Pedro Sánchez. Yo no coincido. Le recortan los tiempos porque le obligan a actuar contra el reloj, pero la presión es la misma: él ya había ligado su suerte política a un acuerdo de gobierno con Podemos y, por tanto, antes o después tenía que sentarse con Iglesias y convencer a su partido.
A quienes de verdad presiona lo ocurrido este viernes es a los llamados barones del PSOE. Porque les obliga a tomar inmediatamente la decisión de la que vienen escurriéndose desde el 20-D. Ya no hay términos medios ni más vacilaciones: o aceptan el plan de Sánchez y avalan un gobierno de coalición del PSOE con Podemos y con el apoyo necesario de los independentistas, en las draconianas condiciones anunciadas por Iglesias, o rechazan la estrategia del secretario general, no autorizan ese acuerdo y en ese caso tienen que buscar una fórmula distinta de gobierno y un nuevo líder.
El juego de Pablo Iglesias es tan maquiavélico como transparente. Tiene mucha razón Rubalcaba cuando dice que no se ofrece un acuerdo de gobiernoinsultando y humillando al posible socio. Iglesias hace una oferta imposible de aceptar y la formula en términos imposibles de digerir; y lo hace con abuso (aprovechando su entrevista con el Rey) y sin aviso. Que Sánchez no le haya dado personalmente la respuesta contundente que merece, aunque sólo sea por defender la dignidad de su partido, es sólo el penúltimo de sus errores.
Cuando te autodesignas vicepresidente del Gobierno y presentas públicamente nada menos que los ministros de Interior, Economía, Defensa, Exteriores, Educación ¡Y al de la Plurinacionalidad!, eso no es una negociación, es una provocación. Es meter la zorra en el gallinero de tu supuesto interlocutor.
Iglesias no tiene el menor interés en gobernar con el Partido Socialista salvo que un Sánchez desesperado le firme una rendición incondicional y le entregue el núcleo del Estado. Lo que quiere es ir a unas elecciones habiendo animado antes una bonita pelea interna en el PSOE para que complete su autodestrucción ante todo el país.
Iglesias hace al PSOE una oferta imposible de aceptar y en términos imposibles de digerir; lo hace con abuso (aprovechando su entrevista con el Rey) y sin aviso
Curiosamente, el único de los cuatro líderes nacionales que no ha hecho contorsiones extrañas desde las elecciones es Albert Rivera. Dijo el primer día lo que pensaba y, de momento, lo mantiene con serenidad y sin prisas. Es cierto que las cifras lo relegan a un papel secundario en este drama, pero si sigue así verán cómo ese papel se revaloriza poco a poco.
La cosa es que los dirigentes del PP saben desde hace tiempo que Rajoy está amortizado y los del PSOE admiten en voz baja que Sánchez fue un error. Pero el régimen de intimidación cesarista que se ha apoderado de nuestros partidos políticos (y eso incluye a los nuevos) ha impedido que ellos mismos resuelvan el problema. Al final, ha sido necesario que Sánchez liquide a Rajoy y que entre Rajoy e Iglesias hagan con Sánchez el trabajo de demolición que la delicuescente clase dirigente del PSOE era incapaz de manejar.
Aún queda mucha tela por cortar. Pero cuando se hayan removido los dos obstáculos principales, empezaremos a hablar en serio del futuro de España.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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