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miércoles, 26 de mayo de 2021

EL HOMBRE QUE MATÓ AL PSOE

Desterrados talento y experiencia, parece que en el PSOE ya sólo rige el culto a un liderazgo vertical que antes o después te hará pagar cualquier crítica.

El hombre que mató al PSOE 

JAVIER OLIVARES

Por mucho que se empeñe Pedro Sánchez, el hombre que mató a Liberty Valance no fue Joaquín Leguina. Tampoco Nicolás Redondo Terreros. Ni a Liberty Valance ni al PSOE. Porque los actos y las declaraciones de estos dos hombres, objetivamente, tienen la misma relación con el derrumbe abisal del PSOE en Madrid que con la muerte del salvaje pistolero en Shinbone: ninguna, aunque estemos ante dos crepúsculos y dos mundos que caen, como advierten las últimas encuestas. Pero Liberty Valance era un bravucón dominante y Pedro Sánchez ha convertido al PSOE en Lee Marvin con látigo. Porque una vez que eliminas los controles orgánicos internos condenas a los militantes a una aceptación sumisa de omertá o a explicarse en libros o en artículos, que es justamente lo que han tenido que hacer, con registros distintos pero en plan honorable de dos hombres y un destino: Nicolás Redondo Terreros y Joaquín Leguina, el único presidente socialista que ha tenido Madrid.

Aunque no es que prefieran una vía externa, más o menos crítica, ajena a los límites de la que todavía sigue siendo su formación política; sino que, como Pedro Sánchez ha cubierto de sal cualquier control orgánico de un mínimo rigor en el partido, sólo les ha dejado el espacio del discurso público. Es decir, con los expedientes disciplinarios para estos dos socialistas no solamente históricos, sino con mensajes de calado transversal -que lo son y lo tienen, con legado y voces propias, por mucho que eso joda al entregado personal dogmático, más papista que Sánchez-, lo que ahora se está expulsando del PSOE es la libertad de expresión.

Alguien podría apuntar: si no están de acuerdo con las políticas de Sánchez, que se vayan. Entonces, preguntaría a este ingenio del pensamiento democrático, cada vez que alguien no esté conforme con lo que se diga o se haga en su partido, su trabajo o su casa, si no hay diálogo interior, o un intercambio, ¿la única posibilidad es dejar la puerta abierta, encajada al salir o cerrar de un portazo? Me sigue resultando bastante curiosa la justificación perseverante de unos argumentos que en el fondo son totalitarios: porque si no hay conversación, o un control efectivo -porque yo mismo, como secretario general, me he encargado de que los órganos internos pinten aquí menos que la poesía de Góngora-, tus posibilidades son callarte o expulsión. Tarjeta roja y directo al vestuario, porque he cambiado el reglamento sobre la marcha y o juegas con mis reglas o te vas. Eso sí: el fascista eres tú, que eso te lo llevas por añadidura. Si lo extendemos a todo lo demás, a cualquier otro ámbito de comunicación o convivencia, resulta que hemos invertido tanto lío publicitario en volver a enterrar a Franco para desenterrar la dictadura interna. Y además, estamos encantados.

Estos expedientes disciplinarios a Joaquín Leguina y Nicolás Redondo Terreros son el último acto de la campaña electoral de Sánchez. Por más que tenga sus guionistas menos velados o en la sombra -como en su Manual de resistencia, con esa negra explícita que fue Irene Lozano, pero sin figurar en la portada-, el que firma el libreto es Pedro Sánchez. Y la película El hombre que mató al PSOE (en Madrid y en el resto de España, aunque su deceso comenzara a escribirse antes) empezó con la moción de censura fallida en Murcia. Estaban los showrunners de Moncloa sesteando capítulos, entre Vamos Juan y Borgen, fumando puros en blanco y negro como en Mank y embriagados por su genialidad, y alguien soltó: lo tengo. Vamos a reescribir el guión de Murcia. Luego, tras el envite raudo de Isabel Díaz Ayuso, alguien decidió que Pedro Sánchez daría rango estatal a las elecciones autonómicas protagonizando la campaña. Pero le salió mal y se piró, lo que suele hacer Sánchez si se tuerce el estado de alarma o la pandemia. Por eso a mitad de la campaña desapareció y la noche del 4 se fue a Ferraz a seguir unos resultados de los que el responsable era él, o quienes piensan por él, y dejó a Gabilondo solitario en su hotel, triste hotel. Ni Lastra, ni Reyes Maroto con faca ampliada a lo Curro Jiménez, ni Marlaska. Nadie.

No importa que primero Gabilondo asegurara que no iba a pactar con ese Iglesias ni a subir los impuestos y desde Moncloa lo obligaran a cambiar el paso. Tú eres quien ha perdido, pues tú te haces la foto en tu soledad de perdedor. Y al día siguiente abrimos expediente a Leguina y Redondo Terreros. Porque los culpables nunca se ven en el espejo espejito en el que Sánchez se reencuentra cada mañana con la razón de todo. Los culpables, los hacedores de la derrota, los expedientados, siempre acechan ahí fuera.

Hace meses publicó Antonio Caño una biografía sobre Alfredo Pérez Rubalcaba que apuntaba intenciones desde el título: Rubalcaba: Un político de verdad. «Aquel PSOE del vivo y fértil debate de ideas y la proliferación de dirigentes que le dieron altura de miras y relieve internacional ha pasado a ser un partido de liderazgo indiscutido e indiscutible en el que sus órganos de debate, anteriormente tan dinámicos, se difuminan ante la autoridad central, la única que marca el paso, la única que se dirige a los ciudadanos». Desterrados talento y experiencia, parece que en el PSOE ya sólo rige el culto a un liderazgo vertical que antes o después te hará pagar cualquier crítica. Porque los expedientes a Joaquín Leguina y Nicolás Redondo Terreros -que sí han dado al PSOE y a España altura de miras, cohesión social y una buena dosis de antisectarismo- tienen el mismo origen que las primarias andaluzas contra Susana Díaz: la venganza micénica de Sánchez, como un Prometeo desencadenado que traiciona a sus dioses, robando el fuego sagrado; pero no para democratizar el partido, sino para quedarse con él. Y sin pestañear. Sigue Caño: «Un liderazgo, además, que no surge de un proyecto de transformación sino de una operación de marketing y propaganda. De esa forma, todo el partido se confunde en una enorme suma de mediocridad, apenas encubierta por una permanente campaña publicitaria». Campaña publicitaria como España 2050, ya contestada por Ana Iris Simón. Pero primarias y expedientes son paladas de Sánchez para ocultar su responsabilidad: según las últimas encuestas, el Partido Popular ganaría hoy las generales. Eso sin hablar del coste electoral de sus posibles indultos a los independentistas. Y ese derrumbe comenzó en Moncloa.

El hombre que mató al PSOE tuvo aquel momento digno, ya cobrado en especie: cuando el PSOE lo mató a él. Cogió el volante y se hizo España en plan mejilla izquierda del partido. Si ya había sido un candidato del PSOE que reivindicaba su pasado glorioso, ahora podía encarnar, sin despeinarse, un Podemos dentro del PSOE. Con el éxito se dejó la verdad en el maletero de coche. «Si quiere se lo digo cinco veces o 20, con Bildu no vamos a pactar». «Clarísimamente ha habido un delito de rebelión y de sedición y en consecuencia deberían de ser extraditados los responsables políticos». «No voy a permitir, con todos los respetos hacia los votantes de Esquerra Republicana, que la gobernabilidad de España descanse en partidos independentistas». «Aquellos que hoy ensalzan a Otegi y le llaman hombre de paz, convendría que recordaran las palabras y la memoria de Ernest Lluch». «No pactaré con el populismo». «Señor Iglesias, si me obliga a elegir entre una Presidencia que no sirva a España o mis convicciones, elijo mis convicciones».

Las convicciones son de barro maleable y el autorretrato publicitario de Sánchez está fundido en hierro, como cuando afirmó que los datos de Madrid eran falsos y Fernando Simón tuvo que corregirlo. Mentir así y que no pase nada, sin firmar tu fracaso ni mirarlo de lejos. Frente al mensaje constitucional de convivencia democrática y respeto a la ley de Leguina y Redondo, cuánta mediocridad y cuánto rencor en esos dos expedientes. Y cuánta cobardía en la enésima estrategia de frentes, azuzando al personal contra estos dos hombres íntegros y valientes a contrapelo, en los que aún respira y se rebela el verdadero PSOE.

 

                                                      JOAQUÍN PÉREZ AZAÚSTRE*  Vía EL MUNDO

*Joaquín Pérez Azaústre es escritor.


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