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domingo, 1 de agosto de 2021

Casado y Abascal; dos cocodrilos en el mismo meandro

PP y Vox están condenados a entenderse si quieren dotar a España de una alternativa a la alianza Sáncheztein

Ulises Culebro 

Ulises Culebro

Hace un par de años largos, el domingo 2 de diciembre de 2018, el presidente de Vox, Santiago Abascal, se hallaba en Sevilla para seguir la jornada electoral andaluza cuando recibió la llamada de Morante de la Puebla, quien había desplegado un gran activismo en favor de su bando hasta el punto inusitado de ver a una figura de postín deambular por Puebla del Río con un furgón con carteles de Vox y sonoridad megafónica. Cual buhonero que anda de acá para allá colocando su mercadería, Morante pidió el voto para un grupo que supo conectar con un agro que se siente agredido en su vida y sustento, así como en sus hábitos y esparcimientos, mientras el Gobierno publicita la España vaciada.

Sin entrar en detalles, el matador le comunicó: «Santiago, prepárate. Paso a recogerte. Quiero que conozcas a un gran amigo mío». En deuda con él, el presidente de Vox ni preguntó. Se habían conocido a raíz de que el espada le girara una invitación para acompañarle a un festejo en el ruedo abulense de Arévalo. En tarde sanferminera de julio, le brindó un toro con una montera que antes ciñera un mito como Joselito, y repetiría dedicatoria al poco en la feria pontevedresa de la Peregrina. La sorpresa de Abascal, aunque no sería la principal aquel domingo de gloria, fue de órdago cuando el vehículo que los trasladaba frenó en la puerta del cementerio de San Fernando y se internaron intramuros hasta el mausoleo de Benlliure donde reposan los restos de un Joselito al que Morante idolatra y rinde culto hasta atesorar objetos del diestro de Gelves. Junto a la montera que se ajusta como una corona, conserva incólume, a modo de trono, la escribanía de la finca de El Gallo en el hoy ya barrio hispalense de Pino Montano donde rubricaba los contratos.

Supersticioso como tantos compañeros de cartel y brega, Morante le reveló a un perplejo Abascal que tenía el «buen fario» de que la visita al panteón les traería la misma dicha que a él rezar ante la tumba de Manolete antes de cortar cuatro orejas y un rabo en el coso califal de Córdoba o recorrer la necrópolis romana de Adro Vello antes de salir a hombros en Pontevedra, donde no pudo hacerlo el poeta gaditano y luego diputado comunista constituyente Rafael Alberti, quien lidió un toro en ese redondel gallego, según evoca en su Arboleda perdida. .

En aquel envite meridional en el que Vox dudó presentarse, pues no era cosa de precipitarse y que lo incipiente muriera siendo simiente, Morante estaba persuadido, con superstición nigromántica, que su cita ante el túmulo del mito muerto en la plaza de Talavera de la Reina ayudaría a que Vox zarpara sin miedo a un mal bajío. Así fue. Contra pronóstico, la nueva derecha pescaría una docena de escaños en Andalucía y desencadenaría una carambola por la que los 26 escaños del PP, en los peores resultados de su historia, le agenciarían a Moreno Bonilla, con el aporte de los 21 de Cs, la Presidencia.

Ese tsunami al sur de Despeñaperros, tras 40 años de fosilizada hegemonía del PSOE, saltaría incluso por encima del macizo rocoso de Sierra Morena y se extendería a todo el mapa español. Hoy esa alianza recibe la luz favorable de las encuestas, pero se enfrenta a la inestabilidad de la cercanía de unas elecciones que pueden marcar un nuevo ciclo político en España, junto a la posterior convocatoria municipal de 2023 en todo el país y autonómica en parte de él.

En uno de los encuentros, Morante deslizó a Abascal una definición del toreo que éste no olvida -«Torear es engañar al toro, no al público»- y que puede ser extrapolable a la política siguiendo aquello de Ortega y Gasset de que no se puede comprender bien España sin las corridas de toros. Tal vez no sea mala lección, sin duda, ni para la fiesta donde sienta cátedra, ni para la política donde va de espontáneo dispuesto a saltar al albero desde el tendido de aficionado. En este sentido, la política, a modo de gran chicuelina morantista, vendría a ser el arte de engañar al adversario, pero no al votante. No vaya a ser que éste se rebrinque corneando con tal saña que haga de la urna electoral otra de trágica índole funeraria.

Este trasfondo taurino puede retratar el último rifirrafe entre Casado y Abascal que recrudece la guerra fría entre el PP y Vox a resultas de la declaración como persona non grata del último por la Asamblea de Ceuta merced a la abstención de los populares a una iniciativa de dos diputados musulmanes. Justo entre dos agrupaciones políticas condenadas a entenderse si quieren dotar a España de una alternativa a la alianza Sáncheztein del inquilino de La Moncloa con fuerzas contrarias a la Constitución y a la integridad territorial de España bajo formulaciones equívocas, pero que están condenados a chocar al compartir espacios paredaños. No se trata de ninguna singularidad, pues se registra igual pormenor entre PSOE y Podemos, o entre separatistas de ERC o Junts cogobernando Cataluña.

Por eso, en lo que hace a litigios por las lindes, conviene rescatar un sabio proverbio chino que aconseja «amar al vecino, pero sin derribar la valla que les separa». Ello lo vivieron los diplomáticos que, en época de Suárez y de Calvo Sotelo, negociaron la incorporación a la OTAN entre presiones en contra de la extinta URSS y de países satélites como Cuba. En un momento dado, unos emisarios chinos solicitaron un encuentro discreto sobre la cuestión conjeturándose que se trataría de una nueva vuelta de tuerca a España y se toparon con la insólita complicidad de un régimen que, compartiendo postulados comunistas, pero también miles de kilómetros de fronteras, contendía con el invasivo expansionismo soviético.

A este respecto, la imperiosa convergencia del PP y Vox, si no quieren perpetuar el Gobierno de cohabitación socialcomunista bajo la égida secesionista, tropieza con los intereses de Vox al que, luego del rotundo éxito madrileño de Díaz Ayuso, capitalizando el voto útil del centroderecha, incluidos ex votantes del PSOE hartos con la deriva sanchista, persigue combatir que se asiente la impresión de su estancamiento y de que ha tocado techo. Mas allá de la especificidad del PP de Díaz Ayuso, en contraposición con el de Casado, podría haberse agotado ya su estrategia de arranque y debiera abrirse a nuevos horizontes que serán tanto más provechosos en función de los yerros del PP. Como antaño la anclada Alianza Popular de Fraga, aun con su mochila franquista y su gerontocracia mandante, se extendió por los campos yermos de las antes verdes campiñas de UCD hasta el complot de la Casa de la Pradera contra Suárez.

A este fin, los cabezas de huevo de Vox buscan ampliar sus caladeros entre los damnificados que circulan bajo el radar de la agenda oficial como esa atosigada clase media a la que machaca el Fisco y que, a más de quedarse al otro lado de la barrera de diversas prestaciones públicas, luego debe suplementar con sus ahorros, por ejemplo, una enseñanza pública cuyo fracaso es inversamente proporcional a los títulos que expide y que no valen ni el papel en que están timbrados.

Difícil propósito, sin duda, para una organización hecha de aluvión y que sufre el acné de la adolescencia como formación, pero que, a veces, se ve favorecida por tropezones como el de Ceuta y que reincide en el de Casado en la moción de censura de Vox contra Sánchez en el que, siendo cierto que se afanaba en la desgarradura del PP, su jefe de filas agrandó con el enganchón de muleta de sus ataques ad hominem contra un Abascal al que rescató de la rotonda en la que se había metido y era incapaz de salir con su errático discurso. Ahora, si bien la sangre no llegará al río, salvo que se olviden de que la cabeza está para pensar, no para embestir, la abstención del PP que ha posibilitado que el líder de Vox fuera declarado persona non grata por la Asamblea de Ceuta amenaza con desestabilizar a gobiernos autonómicos y locales presididos por los populares.

Propiciando tal ignominia, el PP ha incurrido en un error que no se puede permitir un grupo que ha sufrido afrentas de esa naturaleza no sólo contra sus miembros, sino contra la organización en su conjunto con cordones sanitarios como el Pacto del Tinell en Cataluña. Pudiendo tener razones, como argumenta el presidente de Ceuta, Juan Jesús Vivas, carece de la razón básica para estigmatizar a un adversario, pero también aliado. Recobrando la aseveración de Fouché, ministro de la Policía de Francia, cuando Napoleón ordenó asesinar a Luis Antonio de Borbón, «es peor que un crimen, un error».

Amén de atentatorio contra Abascal, deja la puerta abierta a que ellos mismos sean los siguientes con su equidistancia del «a mí que me registren» y que se satanicen mayorías como la andaluza contra la que ya, desde aquella noche electoral, se decretó una «alerta antifascista» por Pablo Iglesias y se rodeó el Parlamento -con autobuses del PSOE acarreados por Susana Díaz- para sabotear la investidura de Moreno Bonilla con los votos de Cs y Vox. En política, como en la competición de combate de esgrima, la esencia consiste en alejar o tocar al contrincante, pero sin hacer sangre con el florete. Aunque seque, ésta deja la marca indeleble del rencor.

En vez de favorecer ese orillamiento a un partido más respetuosa con la Constitución que los sindicados de Sánchez, lo que hace más peligroso y temerario al líder del PSOE, Casado no debiera entrar a ese trapo. Como tampoco hacerse la ilusión de que el poder le va a caer como fruta madura, sino que debe cosecharlo mediante una estrategia que solidifique sus buenas expectativas demoscópicas con una oposición eficaz contra quien está dispuesto a cambiar las reglas del juego para imposibilitar la alternancia arrogándose un cesarismo autocrático de imposible disimulo.

Cuando Casado acusa a Abascal de facilitarle la labor a Sánchez para disimular sus apaños de esta España multinivel socialista -en verdad, de desnivel para perjuicio del conjunto y el beneficio de parte-, no repara en que, si acaso, es fruto de la pasividad de Rajoy y él puede contribuir a solidificarlo si yerra en su estrategia. Después de la errada estrategia de la moción de censura-trampa de Abascal y la declaración non grata de éste en Ceuta, llevando las desavenencias políticas al plano personal, Casado debiera soslayar, como gato escaldado, el aserto pitagórico de que no hay dos sin tres. De la realidad, por compleja que sea, hay que hacerse cargo.

Esa vicisitud plantea, sin duda, dilemas como el de Vox que hay que afrontar sin obnubilar la mente y cerrar la razón. Partiendo que la política es el arte de lo posible, PP y Vox, como también Cs si sobrevive a tanta oportunidad derrochada, deben afrontar esa cuestión capital. Como le confió la mujer de Morante a Abascal, cuando la tarde se nubla en la cabeza del torero o del toro, no habiendo faena que valga, «es mejor que piensen que no quiero, que puedan creer que no puedo». No cabe manera más diestra de admitir el principio de realidad y de torearlo sin perder ni la franela ni la compostura. Mucho más cuando dos cocodrilos macho coinciden en el mismo meandro.

 

                                                              FRANCISCO ROSELL   Vía EL MUNDO

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